6. La ley del ojo por ojo
"He visto tus lágrimas correr muchas veces. Las he visto hacer caminos mojados en tu piel blanca, pero ninguna de esas veces has llorado tú dolor. Y cuando sale la luna, gacela. Y el cielo negro me obliga a hacerme las preguntas que vienen a mí como una tormenta. La primera de todas siempre es: ¿Y si me hirieran en batalla, también llorarías por mí? Porque eso me gustaría..."
—Kai Índigo
✨ADVERTENCIA: Es un capítulo completamente nuevo. No intenten leerlo desde donde se quedaron porque nada es igual. Disfrútenlo desde cero.✨
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Sus palabras me llenan de rabia.
Camino hasta donde está, la agarró por el cabello, le arranco al niño, y la arrastró con fuerza hasta el corazón del campamento.
Las piedras y las ramas se encajan en su piel.
Cuando llego, la giro hacia mí y le grito sin soltarla:
—"¡Abre bien tus ojos y mira muy de cerca todo lo que hicieron los tuyos, maldita tosi-tivo!" —empujo su cabeza al suelo hasta que su nariz golpea contra uno de los cadáveres—"¡Mira muy bien los brazos quemados hasta que sus huesos se hicieron negros! ¡Cuando llegamos aquí, el viejo aún respiraba y yo tuve que atravesar su corazón mi lanza por piedad! ¡Le destruyeron los brazos y piernas para que viera cómo se las moscas ponían larvas en sus heridas y se lo comían los gusanos! ¿¡Y quieres ver lo que le hicieron a las mujeres?! ¿¡O el árbol en el que colgaron los brazos de los niños?!"
Ella comienza a sollozar, sus hombros se sacuden.
—"B-Basta... p-por favor b-basta"
—"¿No quieres ver lo que hicieron unas manos que se ven igual a las tuyas, mujer? ¿Debería cortar las tuyas con mi cuchillo y colgarlas para que nunca puedan hacer lo mismo?"
—"N-No... Y-Yo n-nunca... j-juro que... Dios... Dios no..." —sus palabras le salen cortas, a trozos.
Me pongo en cuclillas y la levanto nuevamente de un tirón.
Después le giro la cabeza para que me vea, y ella tiene que mover su cuerpo para que el cuello no se le rompa.
Uno de los palos que amarró a sus piernas, truena y le astilla la piel.
—"¿No quieres ver? Ah... pero yo pienso que deberías. Deberías ver muy bien, para que nunca pienses en hacerlo" —hago un llamado con los dedos, y mis hombres traen a las otras dos mujeres blancas que llevo como esclavas para darle honor a Winona.
Asiento y las bajan.
Pronto están las tres mujeres tosi-tivo en el centro.
Todas con una soga de cuero en el cuello, como animales.
Todas con las mantas viejas que antes usaban los caballos, en lugar de sus ropas.
Una de ellas tiene el pelo amarillento, como la paja, o el pasto seco.
La otra tiene el cabello rojo. Es robusta, pero no tiene músculos, aunque sus piernas son fuertes.
Y luego está la tosi de cabello negro y las piernas rotas. La más inútil de todas.
Todos los guerreros abuchean a mi alrededor, y yo me saco un cuchillo del cinto.
Está hecho de piedra negra y el mango brilla más que aquellas cosas a las que los blancos llaman: espejos.
Porque aunque esta hecho de huesos de búfalo, lo tallé yo.
Chasqueo la boca.
Mientras giro el cuchillo con mis dedos.
—"Los hombres blancos piensan que pueden robar el honor de nuestras mujeres, pero nosotros sabemos muy bien cómo recuperarlo"
Lanzo el cuchillo al aire, lo atrapo del mango y lo lanzo hacia una de ellas.
La pelirroja.
La hoja de piedra tallada, le rebana la muñeca entera de un solo golpe.
Y el hueso queda partido en dos con un corte limpio.
Un alarido de dolor resuena en todo el ambiente, acompañado de las risas de los guerreros que están ahí.
—"¡Colgaremos la mano de la mujer en la misma rama en la que ellos colgaron las manos de los niños y las niñas Comanche! Cuando vuelvan a venir por aquí los tosi-tivos, entenderán muy bien el mensaje"
Se escuchan gritos de euforia.
Camino hacia las mujeres blancas con paso firme.
La pelirroja sigue retorciéndose de dolor, con espasmos y gritos que no salen de su garganta, no con sonido.
Y sus ojos están tan abiertos, que parece demasiado fácil sacarlos con mis uñas, pero no lo hago, no quiero llevar una esclava inútil.
Pongo mi mano en alto y los gritos de emoción de los hombres cesan, ahora me escuchan y se preparan para recibir órdenes.
—"Háganle un nudo fuerte al brazo de la mujer para que no muera, y quémenla con hierro caliente hasta que debe de sangrar. Pueden escribirle cosas en el cuerpo así como ellos escribieron cosas en la piel de nuestras mujeres. De todas formas lo único bueno que tiene son las piernas. Que siga siendo buena para cargar"
Dos de ellos asienten sonriéndole, se acercan y se llevan a la mujer, gritando.
Las otras dos están abrazadas.
La de las piernas rotas, tiene los brazos alrededor de la espalda de la otra, y le acaricia la cabeza con sus manos que tiemblan.
La otra tiene oculta la cara en el pecho de la primera mujer.
—"¿Debería cortar más manos? ¿O debería empezar por algunas piernas? ¿Hah?" —camino hacia ellas y mis ojos pronto se encuentran con esos grandes color madera, que he aprendido a detestar en muy poco tiempo. Me agacho y saco mi cuchillo del suelo—"Tus piernas" —le digo, volviendo a sus ojos —"No parece que vayan a volver a servir de todas formas" —acaricio la hoja del cuchillo con el índice y rompo la carne, para que vea que aún sigue siendo capaz de cortar muy bien—"Pero parece que tienes un día bueno, tosi-tivo: no hay honor en cortar unas piernas rotas, y sin honor no hay un buen mensaje, uno verdadero. Solo palabras de miel, como las que ustedes usan mucho. Si no obedeces, las cortaré más tarde, cuando otra vez sean buenas"
Dicho eso, le paso de lado, levantó su cabeza de la misma forma en que lo he hecho hasta ahora; jalando con fuerza su cabello hasta dañarla, y utilizo la piel del costado su cara para limpiarle la sangre que queda en la hoja de cuchillo.
Ella cierra los ojos cuando lo hago, y traga muy grueso.
Después guardo de nuevo el cuchillo en su funda y me voy a buscar la leña que se necesita para encender el fuego ritual. No nos iremos de aquí antes de hacerlo.
Y solo un gran fuego será capaz de guiar cómo se debe, a los espíritus de tantos de nuestros muertos.
Y aunque una sola mano no les regresa el honor.
La guerra se hace todos los días.
Y las bajas son ley de vida; eso es algo que no dejaré que olviden.
Las llamas del fuego se mueven y se hacen muy altas y brillantes, y mis hombres pronto se acercan con algunos animales que cazaron para ofrecerlos a los espíritus.
Las únicas plegarias que los grandes espíritus escuchan son las que llevan ofrendas.
Y con las rodillas clavadas sobre la tierra, le pedimos al fuego que nos preste su luz para iluminar el camino que caminarán las almas de nuestros muertos.
Las almas de los animales caminarán a un lado de las dos ellos, y los ayudarán a no perderse porque ellos conocen bien el camino.
Cuando acabamos de rezar, los enterramos y volvemos a subir a las tres mujeres blancas a los caballos.
La robusta de pelo rojo va inconsciente.
Y ahora tiene quemada la cara y el muñón.
La rubia sigue llorando.
Y la que tiene el cabello negro y lleno de remolinos... la gacela.
Ella de nuevo tiene los ojos perdidos y la expresión vacía.
Una de sus piernas, a la que se le rompió la vara de madera, esta hinchada y muy morada.
Y la otra se ve mejor, aunque sé que sigue rota... los huesos no sanan tan rápido.
A veces, nunca lo hacen.
Sus dedos largos y delgados juegan con la crin del caballo, se enrollan y le hacen trenzas.
A ella es a la que debí cortarle la mano.
Así cómo está, es probable que no sirva nunca como esclava.
Además, es demasiado pequeña, y muy débil, cargar a un niño no es muy diferente que cargarla a ella.
Y su piel tiene tantos rasguños, heridas, cortadas y golpes que sus colores se parecen mucho a los que tiene el cielo cuando se despide del Sol.
Son los mismos.
Y esa es la razón por la que no perdió la mano: Porque pienso que no existen las heridas malas, cuando se ha luchado bien.
Al menos eso es lo que pensamos los guerreros con nuestras marcas de guerra.
Con las mujeres es diferente... ellas deben cuidar bien sus cuerpos para gustar a sus maridos.
Eso es lo que he pensado toda la vida.
Pero desde el momento en que vi a esa mujer luchar con uñas y dientes una guerra perdida, la línea me pareció... difusa.
*****
Me sorprendí y aterroricé en igual medida cuando me di cuenta de que Myriam también estaba aquí, con los indios.
Pienso que son cerca de 50 guerreros los que pertenecen a la horda Comanche que nos ha hecho pridioneras, sin contar la cantidad dé caballos... ¿Más de cien?
Quizás...
Son los que ellos montan más los que llevan consigo.
Muchos.
Y como en gran parte del camino se desplazan en hilera, porque hay acantilados, pero también en el bosque, la maleza hace que no todo el camino sea seguro, y ellos ya tienen su propio camino trazado, no había visto a las otras mujeres en todo este tiempo... hasta hoy.
Aunque hubiera preferido no haberlo hecho si hubiera sabido lo que iba a pasar.
El recuerdo de la chica a la que mutilaron a un lado de nosotras hace que mis intestinos se contraigan y mis ojos vuelvan a envidriarse.
Dios...
Oh, Dios no...
¿Como puede alguien ser así de... cruel?
Inmediatamente tengo que cubrirme la boca con la parte posterior de mi mano, para que no salga jugo gástrico.
Porque, ¿Qué mas va a salir?
Desde que estoy con ellos, no he probado bocado.
Mi única oportunidad de hacerlo, fue la del conejo, pero desde mi intento fallido de escape... al parecer estoy en una especie de ayuno forzado.
Volteo a mi costado.
Ahora Myriam va al lado de mí.
Ahora nos custodian los mismos guerreros.
Y me alivia ya no estar cerca del líder de todos ellos, el que les da las órdenes a los guerreros Kwahadi.
Con las figuras que tiene pintadas en el cuerpo.
Con sus ojos engañosos que están siempre rodeados por grafito negro, como si fuera una antifaz de carbón
Y con esos enormes cuernos en la cabeza, que lo hacen parecer más un animal que una persona.
Pero no es solo eso...
Cada fibra de su cuerpo también se mueve con la fuerza fluida de un animal musculoso.
Y no hay nada blando en su piel; es todo un manojo de nervios, tendones y músculos oscuros y muy brillantes, que siempre están en tensión; siempre preparados para matar.
Se me hace un nudo en la garganta y siento que me quedo sin aire de solo pensarlo.
—"So-Sophie..." —la voz de Myriam me saca por completo de mis pensamientos.
Va desplomada sobre un caballo pinto, con las ropas hachas jirones y manchadas de sangre que espero que no sea la suya, descalza y con los pies casi tan lastimados como los míos...
Tal vez también la obligaron a caminar.
Tiene la mejilla pegada al lomo del animal, los labios secos, y su bonito cabello dorado que tanto me acostumbré a ver impecablemente peinado, ahora está hecho una maraña de nudos y lodo.
Sus ojos azules se ven adormilados y cansados al mismo tiempo, porque no es ni uno, ni lo otro; es el agotamiento que grita en su cuerpo por todo lo que estamos viendo.
—"¿E-Ellos... e-ellos te...?" —sus ojos se posan sobre mis piernas desnudas, y por la cara de espanto que tiene, sé bien lo que quiere preguntarme antes de que lo haga.
Clavó mis ojos en mis manos que por puro nerviosismo no han dejado de jugar con la crin del caballo desde que me subí.
—"No... aún no..." —le respondo con la voz débil, ronca. Gaste toda el agua que tenía para darle de beber al bebé que encontré dentro de los escombros y no me arrepiento... pero ahora me aterra pensar qué tal vez moriré de sed —"Pero sé que va a pasar en cualquier momento" —regreso la mirada a sus ojos azules y ojerosos —"¿Y a ti?"
Sus ojos se abren de par en par, pero la deshidratación que su cuerpo experimenta no la deja ruborizarse del todo, apenas y le llega un rubor, uno ligero.
Me mira por segundos y luego esconde la cara.
—"¡N-No! ¡P-Por supuesto que n-no lo han hecho! ¡S-Se han cansado de pegarme, p-pero por el momento no se les ha ocurrido algo m-más!"
Mis ojos se deslizan a lo largo de sus piernas.
Aún hay restos de sangre seca que le escurrió desde más arriba, pero no voy a preguntar.
No puedo.
Myriam Robinson es una chica demasiado orgullosa como para admitir algo así.
Y lo poco que me queda de fuerza, se derrumbaría por completo si ella también lo hace.
No la quiero ver deshecha.
La quiero ver fuerte, lo más fuerte que pueda ser.
Porque verla fuerte me ayuda a ser fuerte a mí también.
Y vamos a necesitar mucha fuerza, considerando que esto apenas es el trayecto, aún no llegamos al campamento, donde hay muchos... muchos más de ellos.
Y donde seguramente se encuentra el infierno.
—"¿S-Sophie?" —me llama.
Su carita sigue oculta, entre el lomo del caballo y la crin.
—"¿Hmm?"
—"¿Crees que algún día... que salgamos de esta?"
No.
No con vida al menos.
Eso es lo que quiero decirle...
—"No lo sé..."
—"Bueno... Nada dura para siempre ¿verdad? Eso es lo que solías decir todo el tiempo... en las fiestas"
Sonrío.
—"Me gustan mucho las fiestas. Es solo que nunca me gustaron a las que tú ibas"
Escucho su risa, pero es débil.
—"Calla. Que esas eran las mejores. Es solo que obviamente ibas a ser la comidilla. Tú gusto en vestidos siempre fue... espantoso"
—"No me gustaba parecer una chica enterrada justo al centro de un enorme pastel de betún"
—"No. Tú preferías ser un frutero que solo contenía un par de melones"
Esta vez me río yo.
En este momento solo somos dos chicas, dos chicas hablando de ropa.
Dos hermanas.
Unas que nunca tuvieron una conversación tan amigable como hasta ahora.
Los ojos se me empañan y antes de perder la batalla contra mis emociones, me obligo a regresar a nuestra conversación.
—"Pero era un frutero con dos melones bastante bonito, ¿A que sí?"
Ella suelta una risa.
Pero esta es amarga, muy amarga.
Trae un sollozo oculto que no quiere que note.
Es un reír y llorar al mismo tiempo.
Después de eso se calla un buen rato.
Y yo hago lo mismo.
Un guerrero pasa a lado de mí y me aprieta los muslos con fuerza, mientras saca la lengua de forma lasciva.
Después se va.
No pude contra menos de 10 hombres blancos y mi gran hazaña terminó por romperme las dos piernas.
Y bastó un solo guerrero comanche para matar a todos aquellos maleantes, y lo hizo con nada más y nada menos que con sus armas blancas: flechas y cuchillos.
Y los que traían los rifles no pudieron hacer nada.
Incluso pareció una lucha injusta.
No muy diferente a cuando en los zoológicos sucedían accidentes en los que algún turista curioso se caía dentro de la jaula de un gran felino o de un oso, por andar tomando fotografías...
Y luego...
Y luego nunca salía de ahí.
—"Oye Sophie..." —Myriam me vuelve a hablar.
—"¿Sí?"
—"¿M-Me das un poquito de agua? Te lo suplico. Por favor... Me acabé la mía hace un rato y el Sol está cociéndome la garganta"
—"También me acabé la mía" —no le digo en qué o como porque va a odiarme.
—"¿No te queda ni un poco? Prometo regresarte el doble en cuanto vuelvan a darme..."
—"Puede que quede un poco todavía... No sé..."
Myriam estira la mano, para tocar mi guaje.
—"¡Oh! ¡Está lleno!"
—"¿Que?"
—"Ni siquiera lo voltee y ya me moje los dedos. Mira..." —me muestra su palma. Y sí, las puntas de sus dedos están húmedas.
Y ella inmediatamente se las lleva a la boca y se saborea las gotas.
Antes ella que el Sol.
Pero mis ojos se quedan fijos en el recipiente.
¿Por qué?
No tiene sentido.
No lo tiene..
Estoy muy segura de que hace un rato, me acabé toda el agua que me quedaba cuando le di de beber al pequeño Comanche.
—"Tal vez el guaje no es el mío y los confundieron" —llego a una conclusión—"Seguramente es el de la otra chica y a ella la dejaron herida y sin agua" —le preocupación se hace evidente en mi voz.
—"¡Imposible! ¡A Bella y a mí nos dieron sólo uno para las dos! Un poco más grande que el tuyo. Y nos lo acabamos antes de llegar a..." —pero se corrige y no termina la oración —"¡De todas formas, no puede ser de nadie más! Los de los guerreros son mucho más grandes"
Sí.
Lo son.
Y podía ver perfectamente a cualquiera de esos hombres bestiales acabarse de tres tragos mi botellita.
Los guajes se supone que son semillas.
Los conocí porque en la universidad tenía muchos amigos animal-friendly y muy: protejan-al-medio-ambiente-con-estos-maravillosos-condones-hechos-de-algas.
Y usaban los guajes en lugar de usar cantimploras de plástico o botellas, para ser cool y hacerse notar.
Después se hicieron muy caros.
Y los vendían, en esas tiendas naturistas en las que yo también iba a tirar mi dinero a veces para comprar cositas que olían muy rico: como jabones, o velas...
Así que era normal que los guajes variaran en tamaño, porque la naturaleza no hace dos cosas iguales.
Lo que no era normal era el tamaño del mío: que parecía tener intenso enanismo.
Algo que debió parecerle muy divertido al individuo que había decidido dármelo.
Volteo a mirar a Myriam, pero ella tiene sus ojos ojerosos clavados en el recipiente lleno.
—"¡Ten!" —le digo y comienzo a desamárrale los nudos —"¡Claro que puedes tomar! ¡Toma toda la que necesites!"
—"¿En serio?"
—"¡Por Dios que es en serio!"
Sus manos temblorosas se acercan al guaje y lo sujetan.
Después se lo empina con desesperación y yo me lamo los labios.
Tengo sed.
Muero de sed.
Pero no tengo el corazón para negarle nada luego de lo que le ha pasado.
—"Acábatela"
—"Oh... No podría. Sophie, no... ¿Y tú?"
—"¡Sí que puedes! Yo no tengo mucha sed. Antes m tenía uno de esos más grandes, como los de los guerreros... pero lo rompí sin querer"
—"Idiota. Tú siempre rompes todo"
Sí.
Después de beber agua ya se parece un poco más a la Myriam de siempre, y aunque es en verdad odiosa... me alegra.
—"Extraño mucho a Sabina..." —susurra.
No contesto.
—"Estábamos juntas cuando empezó todo ¿Sabes? Pero no nos pusimos de acuerdo y terminamos corriendo para diferentes lados. Y mira donde terminé yo..."
Mejor que Sabina, eso es seguro.
—"¿T-Tú crees que ella sí haya logrado salir?"
El corazón se me contrae y bajo la mirada.
—"Claro que sí, por Dios... estamos hablando de Sabina Robinson, ¡Si alguien podía correr rápido, era ella!"
—"¿Verdad que sí?" —su voz tiembla.
—"¡Por supuesto que sí!"
Suelta un sollozo.
—"¡Ay mi pobre y pequeña Sabina! Pensar que ella está bien, ha sido prácticamente lo que me ha mantenido viva, Sophie"
*****
Los cinco rangers no desaceleran el paso ni por mí, ni por nadie...
Dicen que lo único que importa aquí es llegar a donde tenemos que llegar.
Aunque de vez en cuando alguno de ellos lanza hacia atrás una mirada sonriente y descarada.
Ya.
No estoy acostumbrado a codearme con hombres de crianza tan dura, pero incluso yo conozco el motivo verdadero detrás de tan galante gesto: Es todo para saber si sigo aquí o si ya me di por vencido.
Hah...
Y lo peor es que estoy bastante seguro de que habrán apostado a mis espaldas.
Por supuesto que lo hicieron:
¿Qué tanto resistirá Slater?
Cinco monedas a que abandona a medio camino.
Tres más a que lo hace antes.
Dos a que no lo hace pero pone cara de que quiere hacerlo.
Diez mas a que llega hasta donde están los cuerpos, y después de orinarse de miedo en los pantalones, se regresa más rápido de lo que ha venido.
Pero no cuentan con una cosa: yo también sé jugar, y juego bien.
Son esa clase de juegos en los que pretendes que ni siquiera estás enterado de la partida, pero igual terminas ganando.
Son los juegos que he jugado toda mi vida, y aunque usualmente mis oponentes fueron más estratégico y verbales, la condición física no me falta.
Así que de vez en vez, desacelero el paso a propósito y cuando voltean a ver varias veces, vuelvo a acelerar.
Ellos le pierden de vista a mí, pero yo nunca los dejo de ver a ellos.
Y por supuesto, los veo pasarse un bulto con monedas y luego regresárselas de mala gana.
Claro que, aquello ha sido que mi galope sea mucho más agotador, pero las muecas que hacen y su cara de gusto o decepción, sondo reemplazada por la contraria a los pocos segundos, valen cada maldita gota de sudor.
Y lo mejor es que cuando me mal miran, lo único que tengo que hacer es bajar el ala de mi sombrero y decir:
—"Lo siento mucho caballeros, ustedes comprenderán que un hombre de mi posición social, no está realmente del todo acostumbrado a cabalgar por esta clase de senderos" —mis palabras suenan honestas, tengo bastante práctica para que suenen así cada que miento.
Con mis ojos tengo menos control, pero ellos no alcanzan a ver el brillo de suficiencia y victoria que irradia de ellos.
Me escuchan y uno hace una mueca de disgusto.
Otro escupe la pajilla y un gargajo.
Y otro sonríe sin muchas ganas mientras se guarda el bulto con monedas en la bolsa.
Los otros dos son más grandes y tienen la astucia de un zorro.
Y no sé muy bien si logran ver a través de mis juegos, pero no dicen absolutamente nada. Simplemente se voltean a ver, y uno se acomoda el sombrero.
Se las juego varias veces, todas las que se pueden hasta que llegamos, de hecho.
Puede que haya algo que este mal conmigo... no sé.
Pero gracias a mi mestizaje, aunque no es tan evidente, me quede con el sabor de la derrota en la boca muchas veces, sobretodo de Niño.
Pero no sucedió otra vez desde que aprendí a ganar.
Ahhhh...
Y el sabor de la victoria se volvió tan adictivo, mucho más sin que una buena botella de vino tinto.
Y mucho más dulce que el merlot mezclado con chocolate, en los labios de una mujer.
Sí.
Me gusta tanto el sabor, que una vez que lo pruebo ya no me detengo, no puedo... y cada vez gano mejor; en menos tiempo.
Así que al llegar al lugar que buscamos, lo cual no resulta del todo fácil, debido a que las muertes de los hombres, han sido tan recientes que no le han dado el tiempo necesario a los cuerpos de hincharse, y comenzar a despedir el inconfundible hedor de la carne en descomposición... Yo llego con una sonrisa radiante plasmada en la cara y con muchas más energías que antes, pues he estado bebiendo de mi propio elixir de la vida sin cesar, pero tres de ellos no pueden decir lo mismo, llegan con el humor de haber cabalgado con estreñimiento, el doble de lo que cabalgamos.
Los más viejos señalan el lugar y giran a sus caballos.
Me adelanto a ellos y hago lo mismo.
Reconozco que de haber venido solo, jamás habría dado con los cuerpos. Hay mucha hierba, y plantas grandes... pero también soy de los que aprenden rápido y la próxima vez no los necesitaré, al menos no para una tarea de esta índole.
De lejos solo se ven algunos colores impropios de la naturaleza, que se cuelan a través de los angostos espacios qué hay entre las hojas.
Azul, rojo, y naranja.
Pero conforme nos acercamos se va revelando a que cosa pertenecen cada uno de los colores:
Azul; por la mezclilla en sus pantalones, las partes que no están llenas de sangre y de fango.
Naranja; por la franela y la pañoleta que llevaba alrededor del cuello en el momento en que fue asesinado.
Y rojo; por la piel viva y grasienta qué hay en su cabeza después de que le rebanaran la cabellera entera, y también por la rajada profunda que le hicieron en el cuello, muy parecida a la que hicieron en el cuello de mi padre.
Uno de los rangers desmonta y yo hago lo mismo.
Mis botas se entierran en el fango hasta las espuelas, y observo.
Se agacha y desentierra con una mano, una de las flechas que están clavadas en el cuerpo muerto. Es un hombre bastante fuerte, corpulento, y me atrevería a pensar que es el líder de todos ellos, pero de todas formas le cuesta, le cuesta bastante y tiene que subir la base de su bota a una roca para hacer una especie de palanca.
Al parecer, la flecha estaba demasiado enterada, además de que le atravesó uno de los huesos de las costillas.
A un lado del cuerpo hay una botella de alcohol barato.
Típico.
Los maleantes a veces se pasan de ineptos. Sí bien en el Norte del país o en Europa, lo bosques les sirven bien para ocultarse y regodearse de sus hazañas.
Todavía se les olvida que aquí un bosque es aún más peligroso que pasearse con su oro y que bienes robados a un lado de la comisaría.
Y que un animal grande y feroz como un oso, o un lobo, es de lo que menos tienen que preocuparse.
Él ranger desentierra la flecha, y se saca otra del bolsillo para compararlas.
—"Sí. Ambas son flechas Comanches y también pertenecen al mismo grupo: los Kwahadi. Los mismos malditos animales que le cortaron el cuello a tu padre y se llevaron a tu prometida, Slater" —me mira.
—"Eso quiere decir que vamos por buen camino" —le digo. Aunque es más una pregunta pero no me rebajo a preguntarle.
—"Puede..." —se encoge de hombros —"Esas alimañas son bastante escurridizas. Saben moverse bien en sus madrigueras. Necesitarás de un Indio para rastrear a otro Indio... cosa que por suerte, tenemos"
Lo miro perplejo y él sonríe, mientras se saca un puro del pantalón y lo enciende.
Después se lo lleva a la boca.
—"Ah... Este tabaco cubano que nos dio ti madre cuando fuimos a por ti. Es muy bueno la verdad, no se sí es el mejor que he probado, pero sin lugar a dudas está dentro de los mejores"
Ya sé por donde va, así que le contesto lo que quiere escuchar, lo cual, no es mentira.
Y conozco mis límites muy bien, sé medir mis alcances entre un hombre y otro; para empezar, no se pueden jugar los mismos juegos con uno que apuesta unas cuantas monedas a tu suerte, que con otro que tiene el temple de fumarse un cigarro con toda la calma del mundo, a lado de un cadáver y en medio de territorio indio.
—"Me alegra que el tabaco haya sido de su agrado" —esbozo mi sonrisa de chaval iluso —"De regreso me encargaré de hacerle llegar dos, no; tres cajas de ellos. No son muy fáciles de conseguir por aquí pero por suerte mi padre, que en paz descanse, era un gran fanático del buen tabaco"
Sonríe.
Le gusta mi respuesta.
Por supuesto que sí.
Sé elaborar con bastante precisión, las respuestas que le gustan a la gente.
Se quita el sombrero y se pasa los dedos por entre los mechones de cabello que se le pegaron a la piel por el sudor.
Yo debería hacer lo mismo.
En estos momentos soy la peor versión de mi mismo, que nunca había sido hasta ahora.
Tengo la ropa de dos días y la barba de media semana.
—"Hace poco capturamos a uno de esos Indios. Está pudriéndose en una de las celdas de la comisaría... pensábamos colgarlo en dos semanas, pero al parecer ya no"
—"Ah..." —comienzo —"Tal vez sí deberían colgarlo después de todo. No me malinterprete, pero sé de buena fuente que esos animales no hablan por nada del mundo, y que prefieren que les arranquen todas las uñas y los dientes antes de delatar a los suyos"
El me ve y le da otra calada al cigarro, después suelta el humo de forma muy lenta.
—"Ha... si algo tengo que reconocerle a esas malditas alimañas es que son más leales entre ellos que un perro con su amo. El perro cambia de dueño si otro le ofrece bocado, pero a ellos puedes romperles todos los huesos y no se doblan"
—"Entonces es inútil" —le digo.
—"Muy, muy inútil, sí... Eso sí nuestro prisionero fuera un guerrero Kwahadi. Cosa que para nuestra suerte no es" —le da una última calada a su puro y lo arroja a la tierra, después lo deshace con la pinta de la bota —"Es un apache, y para nuestra suerte se llevan muy mal pero saben seguirse los pasos. Sí lo traemos aquí encontrará el rastro sin problemas, lo hará si le prometemos no matarlo" —suelta una carcajada —"Por supuesto que, eso no significa que vayamos a cumplirlo, pero qué más da, no hay pecado cometido si la promesa no se le hizo a un cristiano, y esas bestias son mas paganas que el diablo. Como sea se irán al infierno" —el hombre comienza a subirse a su caballo y yo me giro para volver en mis pies y hacer lo propio.
No tenía idea de lo que hacían los otros cuatro, no hasta que veo acercarse a uno de ellos con algo que yo conozco muy bien, en la mano.
Mis ojos se abren de par en par.
—"Ehhh... al parecer es nuestro día de suerte, a ojo de buen cubero: ¿Cuanto crees que valga esto, Slater?" —me pregunta uno de los que estuvo apostando a mis espaldas, mientras agita frente a mis narices, la gargantilla de esmeraldas que llevaba mi hermosa Sophie Robinson en la fiesta.
Sí.
Es esa.
No podría equivocarme.
No con algo como eso...
Y muchísimo menos si se trata de ella.
Así que con un movimiento rápido se la arrebato.
—"Te pagaré por ella, tres veces lo que valga"
*
*
*
Nota de Autor: perdónenme la vida por hacerles leer capítulo doble. Pero me sentía muy incómoda con el anterior.
Resulta que para escribir este novela investigue mucho pero para que fuera divertido, lo hice leyendo otras novelas de la misma época y... sin darme cuenta la versión pasada del capítulo tenía una escena calcada de uno de esos otros libros.
Pero no me di cuenta hasta que lo subí.
Y no podía con eso, así que borré 8k de palabras y lo reescribí desde cero.
Este es más corto pero me gusta más.
Tengo el cerebro deshecho y seguro qué hay mil errores de dedo, intentaré corregirlos al rato pero si ustedes los ven, por favor márquenmelos.
Les dejo por aquí una foto de Kai que también compartí en el grupo y que dejo aquí para que las que aún no están en el grupo de fb vean qué hay cosas bien cools y se unan al lado oscuro:
El Kai:
Besitos.
Marluieth 💕
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