3. Primer incendio
"—¿Alguna vez te has preguntado, qué o quiénes seríamos sí nos hubiéramos conocido de otra forma? ¿Y sí de todas formas nos hubiéramos gustado?
—No.
—Yo sí. Muchas veces.
—Háblame de esas veces"
En
algún lugar
En algún futuro
de esta historia
Tal vez.
O tal vez sólo
me gusta jugar
Y nada es cierto.
Estoy segura de que algo me ha golpeado... o tal vez he sido yo la que se ha estrellado.
Y también estoy segura de que algo más me ha caído encima. Y de que ese algo más es pesado.
Mi cuerpo no me deja sentir mucho gracias a las copas de tinto que me tomé mientras lo único que me preocupaba en el mundo era que no me cacharan... o que al otro día me me fuera a dar una resaca.
Pero aún así me punza un poco la cabeza, como ligeros martillazos que deberían doler más cuando golpean, y doler menos antes de volver a golpear.
A veces al cuerpo humano se le da muy bien eso del humor negro, y se le ocurre que tu dolor tome exactamente el mismo ritmo al que van los latidos de tu corazón.
Si pudiera sentir dolor justo ahora, pienso que ese sería el caso.
Pero como no siento nada, mi mente me opta por jalarme al mundo de las sombras en vez de alentarme a huir por mí vida... y voy y regreso dos veces.
Veo a mamá.
Y a papá.
Y a la abuela en Navidad; horneando su famoso pastel de zanahorias mientras todos los niños corremos alrededor de la mesa que está en medio del salón.
Sí.
Como ya puedes imaginarte, no estoy pensando ni en el señor, ni en la señora Robinson.
Tampoco pienso en Myriam o en Sabina.
Mi lugar feliz está lejos... Muy lejos de ellas.
La tercera vez que recobro un poco la consciencia, me cuesta mucho abrir los ojos, mi cuerpo pesa... Y comenzar a mover la falange de un dedo, me deja exhausta.
A mi alrededor hay un ruido descompuesto; hecho de gritos que te dan ganas de gritar, y de voces por las que me esfuerzo en no encontrar parecido con voces que conozco.
Las pestañas me pesan.
¿Sigo dentro de la casa de los Slater?
Mis ojos comienzan a enfocar con más claridad...
Los cascos de caballos pasan a pocos centímetros de mí.
Y cuando alcanzó a ver el cuerpo de una persona siendo atravesada por una lanza India, es que me doy cuenta de que tengo que salir de aquí.
Pero por sí no me había quedado del todo claro, escucho un grito duro muy cerca, y también escucho como es cortado de tajo.
Como si los gritos fueran una cosa que se puede arrancar de la tierra para que nunca vuelvan a gritar.
Hay una luz naranja no muy lejos.
Pero cuando empiezo a toser, son mis pulmones los que me lo confirman: hay algo aquí que se está quemando.
Necesito encontrar una puerta, o una ventana.
Necesito quitarme todas estas cosas de encima.
Coloco ambas ñ sobre el suelo y pongo en ellas todas mis fuerzas.
Vuelvo a toser porque el humo y el esfuerzo físico se llevan realmente mal, pero logro desplazarme un poco, aunque me corto las palmas de las manos mientras lo hago.
Aprieto los dientes y respiro muy hondo.
Levanto un poco la cabeza para no ir a ciegas.
Las llamas del fuego son tan intensas, que a lo lejos, el aire caliente ha comenzado a distorsionar las imágenes, a descomponerlas; como si pudiera doblarlas.
Decenas de caballos pasan corriendo de lado a lado.
Rompiéndolo todo.
Aplastándolo.
Chillando cada vez.
Ruedo sobre mí misma con éxito, aunque poco, y consigo liberarme de algunos escombros que aprisionaban la parte baja de mi ropa.
Desgarro la prenda en el proceso.
Y vuelvo a avanzar, usando mis codos.
No pasan ni dos segundos cuando algo cae en el lugar del que acabo de salir.
Volteo sobre mi hombro, solo para encontrarme con el cuerpo del señor Slater. La sangre aún le escurre al ritmo de su pulso, en gruesos borbotones.
Las falanges de sus dedos aún sueltan pequeños espasmos reflejos.
Tiene un corte tan profundo en el cuello, que básicamente lo decapitaron; la forma de su tráquea se percibe con claridad, y una mano oscura le sostiene el cabello, mientras otra le rebana toda la piel del cuero cabelludo.
Cuando terminan de hacer el corte se desploma.
Dios...
Dios mío por favor, no...
Pero cuando escucho un sonido demasiado similar al que escuché cuando cayó su cuerpo, comienzo a arrastrarme lo más rápido que puedo en dirección contraria.
Logro llegar a unas mesas con mi respiración llena de humo, golpeando mi garganta.
Me deslizo como puedo debajo de una.
Los manteles que las cubren están hechos girones.
Sé que me pueden ver en cualquier momento y atravesarme el estómago con una de sus lanzas.
Pero me aferro a la posibilidad contraria y comienzo a gatear.
Aquí abajo hay menos humo y se respira mejor.
Intento enfocarme en salvar mi pellejo, pero cuando veo lo que sucede, no puedo.
Una de las señoras que vi antes platicando en la fiesta con la madre de Paul, corre abrazándose a un pequeño bulto.
Un bebé.
Puedo ver sus pequeñas manitas aferrándose a su ropa.
No sé si grita, porque a todas las voces se las traga el ruido de todo lo demás.
La señora tiene una herida en la pierna, sus faldas no me dejan verla, pero no corre de forma normal, cojea.
Se tropieza con una de las miles de cosas rotas qué hay en él suelo, pero de últimas logra equilibrarse.
Y cuando flexiona las piernas e intenta volver a arrancar hacia una puerta que no le queda a más de unos metros, una flecha le revienta por completo el ojo derecho, atravesándole la cabeza.
La punta afilada le asoma por debajo de su nuca.
Y ella queda con la boca abierta y cae.
Cuando cae, cae sobre el bebé.
Salgo de mi escondite y trato de acercarme para intentar sacarlo de debajo de su cuerpo.
Pero cuando estoy a pocos centímetros de ellos, un jinete les pasa encima, mientras lanza gritos en un idioma que entiendo.
Me aparto de cómo puedo y cubro mi boca con una mano, cuando los vuelve a aplastar.
No queda satisfecho hasta que los deshace.
Mi garganta se llena de nudos duros.
¿Por qué?
¡¿Por qué?!
Necesito cerrar los ojos durante un par de segundos para tratar de recobrar fuerzas.
Pero los termino abriendo aún más, en cuanto escucho de muy cerca, los gritos de una chica.
Reconozco los pedazos del vestido de Sabina, que tiene uno de esos Indios amarrado a la muñeca, como si fuera una especie de trofeo.
Reconozco su voz.
Uno de sus zapatos.
Y también sé lo que significan aquellos movimientos repetitivos de cadera que hace ese hombre, y su respiración tan agitada, mientras levanta el puño y ensarta su navaja en los muslos de Sabina Robinson, una y otra vez, y otra vez.
Cuando ella grita más fuerte, los cortes son más profundos, más largos, más brutales.
Le cuelgan pedazos de carne.
En algún momento su voz se apaga, porque tal vez perder tanta sangre la dejó inconsciente, pero él de todas formas termina lo que ha empezado; abriéndole las piernas por completo, de una forma antinatural, para utilizar el cuerpo de una chica muerta, hasta el último momento.
Trato de dar la cuenta pero algo me pesca del tobillo.
Volteo horrorizada esperando encontrarme con uno de los indios, pero a pesar de que la apariencia del hombre que me tiene es un completo desastre, sus ropas de terciopelo me dicen claramente que es uno de los invitados de la fiesta.
—"¡Mira lo que nos han hecho los de tu calaña, mestiza de mierda!" —me grita mientras me jala hacia él —"Ahhh... pero no te preocupes. No voy a dejar que uno de esos sucios salvajes te estrene. Vas a ser mi último plato. Y voy a morir sabiendo como son las vulgares tetas que se esconden debajo de esas ropas finas que un animal como tú no debería llevar"
Sus ojos están muy abiertos, inyectados de sangre.
Intento zafarme, pero no se lo piensa mucho para propinarme una patada dura en las costillas, dejándome sin nada de aire en el acto.
Me doblo de dolor.
—"¡Este es el único trato que merecen las putas Indias!" —grita —"¡Te enseñaré tu lugar! ¡Te enseñaré que lo único que te mereces es estar ser cogida como un animal y lamer la suela de mis zapato!"
Siento su bota aplastando mi mejilla.
La mandíbula me truena.
Pero aún así trato de resistirme, de esforzarme por respirar...Entonces me vuelve a pegar donde me había pegado antes, pero más fuerte.
Mis labios quedan entré abiertos, tratando de llevarse aunque sea un poco de aire a mis pulmones lastimados.
—"Vamos a empezar, mestiza de mierda" —lo escucho decir y después comienza a arrastrarme.
Abre mis piernas y sus manos terminan de romperme la falda y el resto del vestido; dejándome únicamente el enaguas, pololos y corsé.
Cuando siento como comienza a tirar de las agujetas, giro la cabeza un poco y le clavo los dientes en la muñeca.
—"¡Agh! ¡Putita de mierda!"
Estoy más acostumbrada a mover mi cuerpo con dolor de lo que me gustaría, a veces creo que reacciono mejor cuando algo me duele que cuando no me duele nada; así que mando la sensación directo a uno de los rincones más lejanos y oscuros de mi cerebro, y se va como si fuera un niño castigado que después de tantas veces ya ha memorizado el camino.
Después aprovecho que el hombre me soltó, para pegarle con mi talón en la entrepierna.
Cuándo le clavo el tacón de mi zapato, se lleva ambas manos al miembro flácido que ya se había sacado de los pantalones y chilla, y yo no me quedo a ver.
Giro y me arrastro, haciéndome pequeñas heridas con los restos de vidrio y cristal qué hay en el suelo.
Algunas partes del techo ya han comenzado a caer por culpa de las llamas.
A este paso, voy a terminar deseando que también me hubiera atravesado una lanzando.
El aire es demasiado para seguir, necesario pero arde mucho cuando entra.
Mis uñas se rompen hasta desgarrarme la carne de los dedos, cuando intento ir más de prisa.
De pronto, un tirón hosco en mi ropa me obliga a buscar cualquier cosa en el piso para defenderme, no me toma demasiado hallar un pedazo de vidrio y me giro con el.
—"¡No te atrevas!" —grito con todas mis fuerzas.
—"Sophie... Sophie, soy yo" —la voz de Paul me saca del transe.
Pestañeo un par de veces.
Le clavé el vidrio en el brazo sin darme cuenta.
—"Oh... Oh Dios, Paul..."
—"¿Estás herida en alguna parte? ¿Te hicieron algo esos animales?" — observa el estado de mis ropas, mientras me obliga a incorporarme y me jala detrás de unas columnas.
Lo miro y niego con la cabeza.
—"Tenemos que salir de aquí, Sophie ¿Puedes caminar rápido?"
—"Sí" —en realidad no lo sé.
Asiente y toma mi mano.
Lleva el rifle en la otra, pero no lo usa más que para abrirnos paso con la cola.
Sí escuchan un disparo de arma de fuego, no tendremos oportunidad. Son demasiados.
Pronto llegamos a una pintura , y le clava el rifle en el centro. Del otro lado hay una puerta y entramos.
Cuando la vuelve a cerrar, se gira hacia mí:
—"¿Te encontraste con alguien más, Sophie? ¿De tu familia o... de la mía? Los he estado buscando. A todos. Por todas partes. Pero no pude encontrar a nadie... Aunque eso tal vez bueno. Tal vez pudieron irse o esconderse antes de que esos malditos indios-" —pero se le corta la oración porque su voz le tiembla y prefiere callarse.
Después de todo, el derecho a llorar, es solo para señoritas.
Un caballero no puede permitirse hacerlo.
Y Paul trae tatuados los valores de la época hasta la médula espinal.
Le limpio la única lagrima que se le escapó con mi dedo pulgar y él abre sus ojos de par en par.
Después es que escucho lo que me ha preguntado, como si su voz se reprodujeran en un efecto retardado dentro de mi cabeza, y me llevo ambas manos a la boca.
—"Sa-Sabina... M-Mi hermana. E-Ella no... Oh mi Dios, y yo... Yo lo vi todo P-Paul... Ellos" — esta vez Paul me detiene las muñecas y me obliga a mirarlo.
—"Escúchame. No hubieras podido hacer nada aunque quisieras, y si lo hubieras intentado habría terminado igual. Son muchísimos Sophie. Nunca había visto a tantos. Ni siquiera cuando he salido a enfrentarme con ellos. No hay forma. No hay una puta forma, ni siquiera con el rifle"
Me muerdo los labios y asiento a regañadientes.
—"Pero no se va a quedar así. Mi padre conoce a mucha gente poderosa que va a darles caza. Yo mismo lo voy a hacer. No dejaré a ninguno vivo. Es difícil encontrarlos pero una vez que das con sus campamentos es demasiado fácil volverlos nada"
Pienso en su padre pero no le digo una palabra.
¿Como se dicen esas cosas?
No dejo de mirar su mano entrelazada a la mía mientras llegamos al final del pasillo y abre la puerta de una patada.
Al otro extremo de la habitación hay una cocina de servicio con su pequeño caldero y una puerta que da al exterior.
Solo necesitamos llegar.
Sólo son unos pasos.
Y como si mis pensamientos y mis peores temores fueran de dominio público, un jinete llega galopando por detrás y se para frente a nosotros.
—"¡Tabeoh! ¡Tabeoh!" —grita.
Se escucha un disparo.
El cuerpo del Indio se desploma del caballo e impacta contra el suelo, con un enorme agujero entre los ojos.
Paul sostiene el rifle con una mano, después lo veo ponerse pálido.
El relinchar de un montón de caballos se escucha a lo largo del pasillo.
No lo lograremos.
Sé que no lo lograremos.
El disparo les habrá dicho a todos los demás Indios, en qué parte de la casa estamos y además, él que esta en el suelo, estoy segura de que los llamó.
Escucho el sonido de los cascos hacerse más fuerte.
Yo no estoy en condiciones de correr, pero Paul sí.
La única herida que tiene es la que yo le hice con el vidrio en el brazo.
Llego a una conclusión y lo agarro con la guardia baja, empujándolo afuera de la puerta.
Le arrebato la escopeta en cuanto le gana el pie que apoyo en su espalda para hacerlo rodar por los escalones.
Después cierro.
No se trata de que lo quiera o no.
Definitivamente no estoy enamorada de Paul Slater, seria estúpido.
No tengo el corazón de cenicienta como para enamorarme de un Perfecto desconocido con el que conviví un rato en una fiesta.
Simplemente pienso que es mejor uno que ninguno.
Y sé que para que funcione ese uno no debo ser yo.
Intento ponerme el arma sobre el hombro, pero las rodillas me tiemblan.
Una de mis piernas se termina doblando y como no sé usar el rifle , hago un agujero en el suelo.
Así descubro cómo se hace, y vuelvo a hacer dos más.
No es como si pudieran adivinar que tiro hice primero. Y pensándolo bien, es mucho más creíble que piensen que fallé antes de propinarle un tiro de suerte al Indio muerto que yace a menos de un metro de mí.
Comienzan a verse las sombras de los jinetes a lo largo del pasillo, y lo último que hago es agarrar una lámpara de aceite y arrojársela a la puerta por la que tiré a Paul Slater.
La madera no tarda en prenderse casi entera, y pronto me veo completamente rodeada por más de diez jinetes Comanches.
Mi corazón late tan fuerte dentro de mi pecho, que las costillas me duelen.
Temo que no sean lo bastante gruesas y se rompan con el martilleo.
Me cuesta trabajo respirar.
Uno me embiste con su caballo un par de veces hasta, que logra tirarme.
Cierro los ojos y espero el peso del animal en cualquier parte de mi cuerpo, pero no llega.
Cuando los abro, uno me pasa tan cerca que me obliga a rodar. Sabe que voy a hacerlo, y espera que lo haga porque así es como pierdo el rifle.
Y así es como ellos lo obtienen.
Me quitan una vara que cogí para defenderme, y la rompen frente a mi cara.
Uno de ellos me apunta con el rifle, pero logro saltar y esquivar el disparo en el último momento, y cuando lo hago, otro logra pescarme por el cabello.
Chillo cuándo decide qué esa es la forma en que va a subirme a su caballo.
—"Estúpida mujer tosi ¿tú hiciste esto?" —gira mi cabeza hacia donde está el Indio muerto —"Nadie te va a reconocer cuando acabemos contigo"
Tiene la cara pintada con líneas rojas y blancas como todos ellos, los ojos perfilados con grafito negro y el cabello trenzado.
No me queda energía para intentar forcejear.
Pero de todas formas lo hago.
Soy carne muerta de todas formas, y prefiero que me rompa el cuello ahora a que se le ocurra alguna creativa forma de hacerlo después.
Así que le escupo.
No alcanzo a darle en la cara, pero sé que el mensaje ha quedado claro cuando se mira el pecho con disgusto, y me propina un golpe duro con la parte posterior de su mano.
Mi cara se voltea por completo y me rompe más los labios.
Saboreo mi propia sangre y él se ríe.
Todo sin soltar su agarre de mi cabello, lo cual lo hace aún más doloroso.
Mis lágrimas luchan por asomarse pero me resisto.
Sé que a este tipo de escorias, lo que más les divierte es ver a una mujer gritar, llorar, o resistirse.
Hace una mueca y me vuelve a pegar, esta vez en la otra mejilla.
—"Para que tu cara esté como espejo"
Y cuando de nuevo no hay una reacción de mi parte, aprieta su mano alrededor de mi cuello y me obliga a mirarlo a los ojos.
No puedo respirar.
Y no lo intento.
"Voy a meter tantas hojas de cuchillo a este cuerpo tuyo, que ya verás si no gritas tosi" —entonces toma uno de mis senos con sus manos y lo estruja—"¿Debería empezar por aquí? ¿O debería empezar por algo más pequeño ¿Ah?"
Comienzo a marearme.
Me suelta y me vuelve a golpear.
El golpe me desploma sobre su caballo y entonces espolea y avanza.
Atravesamos el pasillo de regreso, las llamas.
Sé que estamos afuera cuando el aire frío golpea mi piel sin piedad. La muselina de mi ropa interior es extremadamente delgada.
El caballo se detiene y vuelve a levantarme de la misma forma.
Todos los Indios están alrededor de otro más.
Uno que sobre la cabeza lleva un enorme tocado con plumas y cuernos de búfalo.
Su caballo es completamente negro, mucho más robusto e impresionante que los de todos los demás.
Inmediatamente se me contrae el estómago.
Han formado a los hombres que sobrevivieron al incendio, y les van cortando el cuello con la misma indiferencia, con la que uno se coloca un sombrero o un calcetín.
Después les cortan las cabelleras, y cada vez que obtienen una nueva, el resto grita.
Le clavo un mordisco al indio que me sujeta, prefiero que me mate aquí y ahora, pero en lugar de eso vuelve a pegarme, esta vez, mucho más fuerte.
El de los cuernos de búfalo voltea.
La forma en que se mueve, hacen que parezca como si él y el animal en el que va montado fueran la misma cosa.
—"¡Kai!" —grita el que me sujeta del cabello —"Tres herbis blancas para servir la hija mayor de Dequan ¿Ah? Aquí está la tercera" —me jala con más fuerza del cabello para alzar mi cabeza —"Es pequeña y flaca. No tiene músculos. Pero tal vez haga que el camino a casa sea menos largo" —se ríe.
El del tocado de búfalo se acerca más para observarme con una mueca de disgusto y la boca torcida.
Todo en el grita que me desprecia: de pies a cabeza.
Lleva un arco grande en la mano, y a la espalda lleva tres palos amarrados con sogas de cuero, repletos de cabelleras humanas, algunas aún escurriendo.
Si eso es una especie de trofeo, triunfo o denota la brutalidad de un guerrero Comanche en batalla, me queda claro de que entre todos los que están aquí, el debe ser de lejos, el peor.
—"Es verdad" —le responde el de los cuernos, luego tienta mis muslos, como si estuviera escogiendo ganado —"La llevaré como obsequio o la venderé en el camino. Si en casa Winona decide que no le sirve, puedes darla a los hombres"
Sus ojos parecen negros a simple vista pero cuando les pega la luz, se ven dorados.
Igual que el tipo más raro de obsidiana.
Son ojos fríos, acostumbrados a ver morir a la gente como si fuera cualquier cosa, a matar, son ojos que no quieres que te vean mucho tiempo.
El Indio que me capturó, inclina mi cabeza hacia atrás y me susurra en el oído:
—"Ahhhh... tú y yo nos vamos a divertir mucho herbi, solo hay que esperar un poco"
Cierro los ojos tratando de ahuyentar sus palabras pero cuando los vuelvo a abrir es por el golpe que recibo del suelo.
Me ha tirado de su caballo así; como si fuera algo que le sobra.
El cuerpo entero me duele.
—"Levántate" —me ordena el de los cuernos, sin voltearme a ver.
Apoyo las palmas sobre la tierra y lo intento.
Lo intento con todas mis fuerzas, pero caigo, caigo cada vez.
Mis huesos están convertidos en gelatina.
—"¡Que te levantes herbi! ¡Namiso!" —vuelve a gritar.
—"E-Eso intento..."
Su caballo se acerca.
—"Caminarás o te cortaré el cuello" —baja de su montura y me toma de la cabellera para levantarme—"¿Que prefieres, herbi? Elige rápido y elige bien"
Las puntas de mis pies ya no tocan el suelo.
Se queda un momento ahí, mostrando todo su desprecio y su soberbia.
—"Aprenderás a dar una respuesta cuando hay una pregunta" —sentencia, después de saca una cuerda de cuero y me la pasa alrededor del cuello, como si fuera una correa —"Y aprenderás rápido"
*****
Cuando mi mano derecha, Nobah se acerca para decir que ha encontrado a una tercera mujer blanca, en un principio no le tomo la mayor importancia.
Puede quedársela si quiere, sé que le gusta montarlas y que siempre ha querido de esclava a una de esas mujeres adineradas que se vuelven esposas de los hombres blancos más viejos y débiles.
Terminamos las ejecuciones y escucho a la mujer quejándose, cuando me giro, me sorprendo mucho al ver que se trata de la mujer pequeña y débil a la que le hice una herida en el cuello.
Ya no lleva tantas ropas, y su cara y su cuerpo están sucias y tienen más golpes, pero yo no olvido una cara: sé bien que es ella.
Su color pálido y el cabello tan negro no es algo común en las mujeres tosi-tivo. Y al ser tan pequeña, y tener casi toda la piel pegada a sus huesos de pájaro, es menos nauseabunda que aquellas otras a las que la piel les sobra.
Y aunque no parece menos inútil, estoy seguro que sí baja la cabeza y se deja montar por algún guerrero, no le faltará techo ni carne, en nuestro campamento.
Sus caderas son muy amplias incluso comparándolas con las de nuestras mujeres, y sus pechos también lo son.
Eso es bueno.
Podrá darle muchos hijos al guerrero que la tome como esclava, en caso de que Winona no la quiera.
Y nunca he visto a una mujer blanca que no sea fértil.
Se reproducen como conejos.
Por eso son demasiados.
Cuando le pongo la soga alrededor del cuello, ella abre aún más sus ojos que ya de por sí son grandes.
Y yo me tengo que concentrar en que mis manos hagan un bien nudo, que no la rompa.
Lo he hecho muchas veces, pero mis manos no se están moviendo a su ritmo usual.
—"¿Qué pasa herbi? ¿Piensas que sí no caminas a mí paso te voy a jalar hasta que ese pequeño cuello tuyo se rompa?" —tiro un poco de la cuerda, porque decido que me gusta como se ve el terrorífico en sus ojos—"Aprendes rápido tosi. Camina o rómpete el cuello"
Dicho eso, subo de un brinco a mi mesteño y lo hago avanzar.
Ella trata de seguirme el paso con todas sus fuerzas.
Espoleo al animal para que vaya más rápido, lo hago a propósito para que tropiece y se le caiga con el barro ese olor que me pone de nervios.
Mis hombres se ríen de ella cada que se cae.
Y yo no la miro.
Simplemente tiro de la cuerda cuando quiero que se pare, y lo hace.
Sus ropas son muy delgadas y luego de unas diez caídas están llenas de tierra y de barro.
Pero su olor me sigue atormentado; revolviéndome el estómago cada vez más.
Aumentando mi rabia.
A las otras dos mujeres las llevan amarradas en las alforjas sobre los caballos.
Pero a esta la llevo yo, y me gusta poner el ejemplo.
Cabalgamos hasta que la Luna cambia por el Sol.
Y cuando el Sol está tan alto que se ha tragado nuestras sombras, abro una jícara con agua y se la vacío encima.
Ella se limita a intentar lamer las gotas de agua con mugre que le escurren a lo largo de su cara.
Pero mis hombres se entretienen al ver como el agua le pega las ropas que le quedan al cuerpo y exponen sus curvas.
Al final, por eso lo he hecho.
A veces los hombres blancos hacen que sus mujeres se ganen la vida siendo montadas, así que en el campamento le espera algo igual.
Eso hacemos con las blancas.
Y eso nunca lo haríamos con nuestras mujeres.
Las honramos, y tomamos por esposas a todas las que podamos darles lo mejor.
Una mujer comanche solo puede ser Montada por su marido, pero las esclavas son de todos.
Sonrío cuando fija su mirada llena de expectativa en mi recipiente de agua.
—"¿Más, herbi?"
Pero aunque sus labios están secos y partidos o dice nada.
Simplemente desvía la mirada.
Eso me enfurece y tiro fuerte de la cuerda para obligarla a que me vea.
—"Antes o después aprenderás a contestar. Es una promesa que te hago" —ella se limita a verme y yo espoleo con fuerza mi caballo, haciéndola tropezar otra vez.
Cae sobre un montón de rocas y se lastima las rodillas.
Veo como su carne se abre, y como la tela delgada de sus ropas se pega al líquido rojo.
Tiento la navaja que llevo enfundada en el cinturón.
No creo que pueda seguir avanzando.
Tal vez lo mejor sea cortarle el cuello y en el camino intercambiar algunos de nuestros caballos buenos, por una mujer, con esos a los que llaman comancheros.
Puede que no sea de las que aprietan su cuerpo con huesos de ballena, pero igual será blanca.
Y ya llevo a dos de las otras.
Pero cuando saco el cuchillo de la funda y me giro para rebanarle el cuello, ella ya se puso de pie.
Y eso no es todo.
Tiene el mentón levantado, lleno de altanería y terquedad.
Y me observa con una ceja levantada.
—"Pensé que ya nos íbamos..." —se cruza de brazos —"¿O es que su gran majestad el gran y todo poderoso indio emplumado con cuernos de diablo, necesita de repente tomar un descanso porque se ha agotado? Puedo esperar todo lo que necesite señor, por mí no se preocupe. Y también puedo hacerlo de pie si gusta, y usted puede buscar la roca que tenga la forma más conveniente para sus nalgas" —me sonríe.
Por un momento me deja sin habla.
Esperaba encontrarla llorando o tirada en el suelo.
La parte baja de su pie está doblada en una forma que no debería, pero en su expresión no hay ni un atisbo de dolor.
Trueno la boca y jalo la cuerda.
Ella vuelve a caer.
Y luego vuelve a levantarse.
—"¿Quiere que me caiga de nuevo señor? Porque puedo volver a hacerlo sin necesidad de que usted se vea obligado a cansar su oh-tan-pobre-muñeca"
Me limito a volver a tirar de la cuerda y a mover a mi mesteño, para que la mujer caiga de nuevo.
—"Si quiero verte en el suelo lo sabrás" —le digo sin verla, y seguimos avanzando.
De repente mis hombres le arrojan agua para volver a verle la forma del cuerpo.
Ese no es un cuerpo usual ni en nuestras mujeres, ni en las mujeres blancas.
Porque mientras nuestras mujeres son de huesos fuertes, grandes músculos y formas redondas.
Las mujeres blancas suelen tener huesos delgados, piel blanda en donde debería haber músculos y caderas estrechas.
Esta criatura es una mezcla de ambas.
Cuando la luna vuelve a ponerse en el lugar del Sol es que nos detenemos a acampar.
En algún momento del trayecto, alguno de mis hombres tuvo que cortarle las cuerdas altas de sus huesos de ballena, porque ahora sus pechos están casi completamente expuestos.
Su ropa solo le tapa en donde le tiene que tapar, y cuando le paso a un lado me doy cuenta de que ni todos los baños de tierra que le di, pudieron quitarle ese olor exasperante.
Amarro la cuerda de su cuello a un tronco y hago fuego.
Ella se queda de pie, cruzada de brazos, con su pequeña naricita tan levantada que me dan ganas de rebanarla.
En vez de eso, busco mi arco, me saco una flecha de la espalda y disparo.
La flecha pasa a centímetros de su cara.
Y puedo ver sus rodillas blanquecinas balancearse.
¿No que no tenías miedo, tosi?
Le paso a un lado, dándome cuenta de nuevo de su pequeño tamaño, y busco rápido aquello que acabo de matar.
—"Haz la cena" —me giro y le arrojo un conejo.
Sus reflejos son lentos, y el animal le golpea la cara.
Un hilillo de sangre le escurre por la nariz, mientras fija sus grandes ojos en el animal que ahora está a menos de un metro de sus pies.
—"¿No escuchaste?"
—"No sé cómo se hace" —tarda en contestar pero contesta.
—"Entonces aprende rápido"
—"Voy a necesitar un maestro"
—"¿Quieres que yo te enseñe?"
—"No quiero aprender en absoluto. Pero no está dentro de mis planes próximos morir de hambre. Hay mejores muertes"
—"Las únicas muertes buenas son las que se hacen con honor" —le respondo. Después me acerco, recojo al animal, lo sostengo del pellejo a nada de su cara, y desenfundo uno de los cuchillos que llevo en el cinto —"Empiezas cortando el cuello, y luego le quitas toda la piel" —con un movimiento ágil le muestro como se hace—"Cuando terminas, haces un corte largo y sacas lo de adentro"—corto los músculos y tendones del abdomen y le saco las tripas.
Sacudo mi cuchillo para que caigan al suelo.
Ella me observa con la boca entreabierta, sus ojos viajan del conejo, a la hoja de mi cuchillo, a los intestinos del animal en el suelo, de nuevo al cuchillo y finalmente se mira sus propias manos, horrorizada.
Pero no llora, o hace una mueca.
—"Ah pues es bastante fácil. No es nada del otro mundo en realidad" —vuelve a levantar su diminuta barbilla.
Y yo me quedo viendo los golpes y cortes que tiene en los labios.
No sé por cuánto tiempo los miro, pero cuando me descubro haciéndolo, me enfado tanto conmigo mismo que azoto en conejo frente a su pecho y la obligo a tomarlo.
Gruño cuando sus ojos se abren aún más y parece como si se hubiera congelado.
—"Nada del otro mundo ¿No, tosi?" —le repito lo que me acaba de decir y ella me ve furiosa.
Se tambalea con el empujón que le doy al conejo contra su cuerpo. Ya no resisto la forma en que se descompone mi estómago cada que la tengo cerca.
Lo agarra con ambas manos.
—"Atraviésalo con una estaca y ponlo en el fuego" —le ordeno, pasándole de lado—"Hoy será así. Mañana veremos si aprendiste bien o sí te quedarás con hambre"
La dejo amarrada al árbol y me voy con mis hombres.
El círculo habitual se ha formado alrededor del fuego.
Comemos carne seca de venado y bayas.
El viento sopla frío y fuerte, lo que indica que pronto estaremos moviendo el campamento para seguir de cerca las huellas de los búfalos.
No me doy cuenta de que la pequeña mujer tosi tuvo la osadía de robar uno de mis cuchillos mientras yo estaba demasiado concentrado en no verla.
Y no es hasta que luego de un rato largo, me digno a buscarla con los ojos esperando que ella ya haya cerrado los suyos, cuando para mí sorpresa, no hay nadie amarrado al árbol.
La cuerda está ahí; con un corte limpio.
Y el conejo que maté para que comiera, yace exactamente igual a como se lo di, en el suelo.
También ha hecho pedazos mi jícara de agua.
Frunzo el ceño.
Debió escuchar a mis hombres decir que retomaríamos la marcha temprano porque los caballos estaban sedientos y el río más cercano no está al final de la pradera.
La sangre me hierve.
No sólo la atraparé y la traeré de regreso.
Oh, no.
En cuanto la tenga, le daré un castigo ejemplar frente a todos mis hombres. Necesita aprender de una buena vez, que hasta pensar en desobedecer al líder de los guerreros Kwahadi, tiene sus consecuencias.
Y también que cuando una esclava no responde con obediencia, pierde la lengua.
Winona recibirá una esclava adiestrada o no la recibirá.
Cuando me acerco y miro sus huellas sobre la hierba seca, sonrió al darme cuenta de que me será mucho más fácil que atrapar a un conejo.
Una mujer debe saber quien tiene el brazo más fuerte; a la buena o a la mala.
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Glosario:
Herbi: mujer
Tosi: diminutivo de tosi-tivo que se refiere a las personas de piel pálida
Tabeoh: enemigo
Nota de Autor: Holiiii, aquí Marluieth. Muchas muchas gracias desde ya a todas las que ya empiezan a seguir este nuevo proyecto. Sus comentarios y estrellitas me llenan de vida!
Y pues, es un capítulo fuerte, la guerra no es bonita y como ya les dije, no de una historia rosa 👀
Dedico este capítulo a ✨Josmarieth✨ una de mis lectoras más activas que también está en mi grupo de facebook y de WhatsApp.
¡Feliz cumpleaños bonita! 💓
¡Te deseo lo mejor!
Besitos 💕
Marluieth 💕
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