20. Palabras de Miel
"Después de aquella mascarada, en la que yo besé los labios de Sophie Robinson usando la media máscara de zorro y robando así su primer beso, me descubrí a mí mismo pensando tanto en ese beso, que fue como si con sus labios; ella hubiera robado todos los besos que yo había dado antes de esa noche, y también, todos los que vendrían después.
¿Puede una mujer que apenas y ninguna vez ha dicho tú nombre, convertirse en tu eje, tú principio y tú fin, en una sola noche?
Porque ella lo hizo.
Y a veces yo me despertaba empapado en sudor y gritándole a ella que no se olvidara de mí.
A veces mis mejillas estaban empapadas por las lagrimas que había llorado en sueños.
¿Estaba esta mujer convirtiéndose en mi karma?
¿Y hasta que punto me aterraba que Sophie se olvidara de mí y me desechara de su vida, con la misma facilidad con la que yo sacaba de mi vida a todo el mundo?
Como si no fueran más que garabatos torcidos que habían arruinado una perfecta hoja de papel, y ahora necesitaba arrugarla con el puño y lanzarla lo más lejos posible.
A veces me sacudía también una risa muy amarga.
—No puede ser que me hagas esto... no puede ser...
Y hubo una noche en que ya no lo soporte más.
Y me puse la maldita máscara de zorro, y me fui en mis peores fachas, a escalar por el balcón de su ventana, y ella estaba ahí.
Mirando como un par de insectos revoloteaban alrededor de las puntas duras de sus zapatillas de ballet.
—¿Que me has hecho? —le pregunté —¿Que me has hecho que ya va más de un mes, y no puedo sacarte de mi cabeza? Porque eres bonita, sí. Y aquí en el pueblo todo mundo habla de tu belleza. Pero seamos sinceros, que eso no puede ser todo. Porque estoy seguro de que la tuya no es mas que una belleza pueblerina, de provincia y en las grandes ciudades debe haber decenas de muchachas que te sacan la vuelta, que de ninguna forma podrían obligarme a escalar un balcón rodeado de espinas.
Y ella levantó lentamente sus ojos.
Unos ojos preciosos rodeados de pestañas espesas.
—Buenas noches señor zorro —me saludó.
—¿Es eso lo único que tienes que decirme? ¿Es que no escuchaste nada de lo que yo acabo de decirte a ti?
—Es que no sé qué decir.
—Entonces di cualquier cosa.
—¿Cualquier cosa?
—¡Lo que sea!
Ella asintió y sus ojos regresaron a los insectos que agitaban sus alas en las puntas de los pies.
—Todos los días, a la misma hora y no antes, aparecen dos insectos; uno azul y otro amarillo aquí en mi balcón. Entonces me siento aquí, estiro las piernas, y el azul siempre se posa en mi pie derecho y el amarillo en el izquierdo. Y luego intercambian lugar, exactamente doce veces, antes de irse. Nunca son once, ni diez. Siempre son doce... Y yo vengo aquí cada que puedo para ver si esta vez sí lo hacen diferente.
Entonces los insectos intercambiaron una última vez lugar y luego desaparecieron en la oscuridad de la noche.
Y Sophie se quedó mirando, perdida en la nada oscura, con los ojos fijos en dónde ella creía que era el camino que habían tomado.
—¿Alguna vez le ha pasado algo así, señor zorro? —su voz me sacó del transe.
—Una vez. Una vez sí.
Y cuando sus ojos volvieron a mirarme, yo ahí acabé confesándole cosas que nunca le había confesado a nadie."
—Paul Slater
Kai
Su cara se siente demasiado pequeña entre mis manos.
Su cuerpo es delicado, frágil... pero no puedo dejar de verla.
Me dijo que cerrara los ojos, y lo hice. Pero luego los abrí y los volví a cerrar demasiadas veces, porque no soportaba sentirla y no verla.
Y ella se dió cuenta y se rió contra mis labios.
Y eso me enfadó un poco porque nunca nadie se ríe frente a mi, y mucho menos de algo que yo haga... así que la besé más fuerte.
Porque tiene que aprender que el que manda aquí soy yo, y que no hay nadie por encima de mí.
Pero ella se limitó a enredar sus manos en mi cabello.
Y a acariciarme con suavidad.
Y mi cuerpo fue respondiendo poco a poco al ritmo que ella iba imponiendo, y lo peor es que me fue gustando.
Una de sus manos se posa sobre mi pecho.
Sus mejillas están sonrosadas.
Su respiración agitada.
Y me gusta que esté así por mi culpa.
Intento regresar a ella, porque quiero terminar de deshacerla en mi, pero su palma está firme, lo más firme que puede.
—"E-Espera..." —me pide.
Y yo agarro su muñeca para intentar apartarla.
—"A mí nadie me da órdenes" —la observo —"Yo soy el que las da, y tú obedeces. Así es como funciona"
—"Sí. Está bien... pero no" —niega con la cabeza —"De verdad tienes que detenerte"
—"No voy a detenerme. Y tú vas a poner un precio. Sabes cómo funciona, y por tu bien es mejor no olvidar lo que eres: una esclava"
Ella frunce el ceño.
Pero no aparta la mano.
Y a mí me están dando ganas de rebanársela.
Lo haría... si no me gustara tanto su mano.
—"Es que estoy viendo estrellitas, y puntos de colores, y mandalas que se hacen pequeñitos y luego se hacen muy grandes, eso... eso no está bien..."
—"Lo que no está bien es que sigas hablando. Me gustas más cuando te callas"
—"Pronto voy a callarme" —me asegura.
—"Bien" —respondo, e intento acercarme... pero ella de todas formas no me deja.
Ahora estoy planteándome seriamente cortarle la mano.
No...
Es una mano que me gusta demasiado... igual que el resto de ella.
Bastará con romperla lo suficiente como para que vuelva a verse como se ve ahora.
Agito los dedos y me truenen los nudillos.
—"Es hora de que entiendas lo qué pasa cuando a alguien se le ocurre que es buena idea llegarme la contraria" —la miro con autoridad.
Sus mejillas sé encienden... y eso provoca demasiadas cosas en mi, entre ellas, que de pronto ya no quieta hacer lo que creía que quería hacerle.
—"¡Eres tú el que no lo entiende!"
—"Explícate o muere"
Tuerce los ojos.
Y estoy seguro de que se los sacaría con los dedos, si no me gustaran demasiado sus ojos.
—"Es que creo que voy a desmayarme"
Una mirada de confusión atraviesa mis ojos.
Y ella, como siempre, lo interpreta con explicaciones que me dejan muy en claro que ella cree que mi intelecto está muy por debajo del suyo.
—"Significa que a veces, de la nada, me quedo dormida y me caigo... porque hago muchas cosas y como muy mal... por tu culpa" —me mira con enfado.
Y yo me enredo uno de sus mechones con ondas, alrededor de mi muñeca.
Esta pequeña criatura a la que podría romperle el cuello con tanta facilidad, piensa que puede darse el lujo de enfadarse conmigo.
—"Se lo que significa" —le respondo.
—"¿Voy a morir?"
—"Puede..."
—"Oh..."
¿Y eso es todo lo que tiene que decir?
¿Es que a caso para ella la muerte no significa nada?
Eso me enfada.
—"¿Solo vas a decir eso?" —le pregunto, sorprendiéndome de que la pregunta pase directamente a mis labios, porque burló todas las trampas mentales que siempre pongo dentro de mi cabeza, para solo decir lo necesario.
—"Sí... pero... hay algo que me da mucha curiosidad" —comienza a tantearse la ropa, como buscando algo y lo encuentra: es el otro par del pendiente de piedras verdes y brillantes, que yo traigo colgando en la oreja derecha, y que ella me dió, la primera vez que nos conocimos.
Ella sigue sobre mí.
Y hay una parte de mi cuerpo, dura, caliente, y golpeando contra mi vientre, que bombea tanta sangre que es casi insoportable no voltearla en ese momento y hacer lo que me plazca.
Pero la parte que gana, es esa a la que le da curiosidad ver todo lo que ella hace.
—"¿Puedo?" —mece el pendiente frente a mis ojos, mientras me observa la oreja.
Y yo no le respondo, pero inclino la cabeza, para facilitarle eso que piensa hacer.
Se muerde los labios.
Y pone una mirada de concentración que me gusta, una muy distinta a esa siempre distraída, aunque no puedo decidir cuál es mi favorita.
Ella acerca el pendiente a mi, con los reflejos de las piedras verdes y brillantes, bailándole en el rostro.
Pero se detiene justo cuando siento el metal, acariciándome el lóbulo.
—"¿Qué pasa?" —quiero saber.
—"E-Es que..." —se muerde los labios de nuevo. Parece algo habitual en ella. Y también parece que ignora completamente todo lo que provoca cuando lo hace —"Es que no tienes el lóbulo de la oreja perforado"
—"Perfóralo con el arete"
—"Es que no puedo"
—"Hazlo"
Pero en vez de hacer lo que le digo, su mano comienza a retroceder, y entonces, exasperado, la rodeo con fuerza, la regreso a donde estaba, y no dejo de sostenerla con firmeza, mientras soy yo el que le hace a mi propia carne, ese agujero que rompe la y atraviesa el lóbulo de lado a lado.
Y durante toda la faena, mis ojos están fijos en ella, en su cara, observando cada una de sus reacciones aniñadas y su nerviosismo.
—"Es algo muy fácil de hacer, tosi-tivo" —la suelto.
Sus ojos se quedan abiertos de par en par y fijos ahí en dónde debe haber comenzado a escurrir un poco de sangre.
Y cuando retira su mano y se aleja para verme mejor, noto que también las puntas de sus dedos están impregnadas del líquido rojo.
Solo un poco.
Solo lo suficiente para que la luz que suelta el fuego de la fogata, las haga brillar.
—"No puedo creerlo..." —suelta.
—"La carne se rompe y sangra todo el tiempo, y luego se vuelve a curar. Aquí no hay nada que sea imposible de creer"
—"No es eso" —su mirada no se despega un solo segundo de mí, y eso me gusta. También me gusta tenerla encima de mi, para poder observarla toda —"La primera vez que vi esos aretes... parecían delicados por todas esas figuras que tienen talladas sobre el oro, a pesar del tamaño de las piedras. Y nunca me sentí más bonita que cuando me los ponía y veía mi reflejo en el espejo" —la luz de la lumbre acentúa sus pequeñas facciones y baila en sus ojos de forma especial —"Pero tú... tú pareces un mito"
Me gusta ser lo único que se refleja en su pupila.
Y que haya momentos que parece que le cuesta tanto como a mí, ver cualquier otra cosa.
A veces trato de mantenerla lejos... pero en cuanto esta mujer entra a mi campo de visión, es como si una enfermedad se expandiera por todo mi cuerpo.
De esas que son sentencia de muerte desde el principio.
Quiero volver a morderle los labios.
Es una sensación urgente.
De esas que sí no satisfacen, se las cobran con un malestar.
Sí. Voy a volver a saborear sus labios hasta hartarme, no importa si sus manos intentan empujarme con todas sus fuerzas.
Esta mujer es estúpida o demasiado ilusa si cree que puede hacer algo para detenerme.
Poso mi mano en su cuerpo y la extiendo, para confirmar nuestra diferencia de tamaño.
Me basta una sola mano para abarcar casi toda su caja torácica.
Pero justo antes de comenzar a impulsarme hacia ella... se desploma encima de mí.
Y la sorpresa me deja unos segundos quieto.
Creo que voy a desmayarme...
A veces, de la nada, me quedo dormida y me caigo...
Su voz es un eco en mi cabeza, e inmediatamente mi índice y mi dedo medio, viajan a su cuello para buscar su pulso.
Está ahí.
Y una sensación de alivio que detesto sentir por una mujer blanca, me abraza.
Así que me la sacudo de encima, como si no fuera más que un bulto de cualquier cosa, y me levanto, dejándola caer sobre mi cama.
Esta mujer es como un roedor, uno que cree que puede entrar a la casa de un felino grande y que no va a pasarle nada.
Sus cejas están arqueadas, sin una gota de tensión.
Sus labios entreabiertos.
—"¿Crees que puedes venir aquí y hacer lo que tú quieras conmigo?" —le pregunto aunque es más para mí mismo, porque ella está inconsciente—"¿Piensas que no va a pasarte nada si cierras los ojos?"
Me giro hacia ella para verla mejor, y me molesta que incluso me guste así, sin hacer nada.
Aunque sonríe.
Sus labios se curvan un poco como burlándose entre sueños de mis preguntas.
La odio y me odio.
Y me inclino...
Y le aparto el cabello del rostro, porque me estorba para ver, su diminuta nariz curva y afilada, y esos labios que son solo un poco más prominentes para el resto de su rostro, y que me obligan a morder el interior de los míos.
—"Eres solo una esclava" —le susurro —"Y puedo hacer contigo lo que quiera, cuando yo quiera. No importa si sueñas que te ríes de mis palabras, porque cuando despiertes, el que habrá ganado, soy yo gacela"
Así que le arranco las ropas, a tirones hoscos, desgarrando la tela con furia, demasiada furia.
Pero antes de ponerle un solo dedo encima, me detengo, porque me golpea demasiado fuerte en hecho de que cada pequeño rincón del cuerpo desnudo de esta mujer, es como si hubiera sido hecho para mí.
Como si los Dioses me la hubieran sacado de la cabeza, y luego la hubieran creado; pieza por pieza, como una especie de venganza.
Esto debió haberlo hecho ese Dios al que le rezan los blancos, porque definitivamente no fue ninguno de los nuestros.
Y a pesar de que podría tomarla aquí mismo y a la fuerza... su semblante posee demasiado paz.
Solo he visto a los niños pequeños dormir con esa tranquilidad... porque para el resto de nosotros, durmiendo se libra otra guerra.
Y soñar casi siempre, solo sirve para ver una y otra vez, todas las muertes que necesitas cobrarte.
Sí. Tu cuerpo podrá descansar, pero la mente no lo hace.
Por un momento me quedo ahí, porque no tengo idea de qué hacer... así que solo la miro.
La miro muy lentamente, y de pies a cabeza.
Y me pregunto cuando fue la última vez que me quedé quieto, mirando cualquier cosa, sin estar pensando en mil formas y mil estrategias más, para matar al enemigo o debilitarlo.
La cubro con una manta y salgo con mi arco en una mano y un montón de flechas en la otra.
Pretendo tirar hasta que me sangren las manos y eso hago.
Y cuando regreso... ya no está, ni la manta tampoco.
Dejándome muy claro que cualquier cosa que yo tome de ella, ella va a cobrarse. Como cualquiera de las demás esclavas.
Los siguientes días, una tarde aparece en mis aposentos la hermana menor de Winona, y la vuelvo a montar.
Incluso introduzco a mi tienda uno de esos Lagos congelados a los que los blancos llaman: espejos.
Y lo hago para verme hacerlo.
Pero a pesar de que nuestros cuerpos terminan empapados de sudor y ella prácticamente tiene que arrastrarse de regreso.
El rostro de la gacela es lo único que vuelve una y otra vez a mis pensamientos.
En otra ocasión, aparece una esclava, con la clara intención de entregarse a mí, y también la tomo.
A cambio pide cualquier cosa.
Y no me importa.
La tercera vez, soy yo el que busca a otra esclava, una de la que hablan muchos de mis hombres.
Después es una mujer Kwahadi.
Pero lo único que tienen en común todas esas veces, es que en mis horas más bajas, salgo de cualquier parte, en busca de mi gacela, y cuando la encuentro, la jalo del brazo y llevo a mi oscuridad para comerme su boca.
Ahí donde nadie puede vernos, y dónde ni siquiera llegan los rayos de la luna para descubrir nuestros secretos.
—"E-Espera" —dice contra mis labios, provocándome un cosquilleo en todas partes.
—"No."
—"D-De verdad... de verdad espera"
—"No puedo esperar. Ya esperé demasiado"
Y me como su boca.
Y le agarro la cara.
Y la exploto completa... obligándolas a mantenerse en las puntas de sus pies para estar a la altura.
Y cuando su garganta suelta un sonido especial, es como si algo dentro de mí explotara, y la beso con más ganas.
—"Debes parar un poco. Me tiemblan los pies... no puedo estar así tanto tiempo..."
—"¿Ha?" —inquieto contra sus labios tibios sin soltarla —"Te he visto permanecer horas en las puntas de tus pies, ayudando a ese hombre blanco a beber agua. Lo hiciste por la mañana y también ayer, y el día anterior. Y ¿sabes, qué? si pudiste hacerlo en esos momentos, lo harás ahora ahora"
Intenta decir algo, pero no la dejo.
Le muerdo, le lamo y engullo sus labios.
Pero no quedo satisfecho.
Quiero más.
Pero también quiero, necesito preguntarle algo.
—"¿Cuantos hombres hubo antes tosi-tivo?"
—"¿Huh?"
—"Responde. Responde ahora o vas a lamentarlo" —le susurro al oído porque me gusta sentir como se estremece contra mis labios.
—"He... he dado muchos besos antes..." —me contesta, provocándome un gruñido —"Pero nunca antes ha habido un hombre en mi vida... aunque eso ya lo sabías"
Sí. Ya lo sabía.
Pero quería que ella me lo dijera.
La beso con más fuerza, y luego me separo un poco, para mirarla, pero los ojos de ella están en el cielo.
Y cuando extiende la palma de su mano, las gotas de lluvia comienzan a caer.
Y el cielo comienza a tronar, y a rugir, y el agua comienza a caer sobre nosotros con tanta fuerza, que no pasan más de dos segundos antes de que estemos completamente empapados.
Y ella comienza a reír.
Y se ríe con tanta fuerza que se dobla.
Y desde abajo me mira, por entre las cortinas espesas de ondas mojadas que es su cabello.
Con esa sonrisa que me hace nudos todo el cuerpo.
—"Eres un mito, Kai Índigo. Pero la lluvia te vuelve tan humano como a cualquiera de nosotros. Y justo ahora, con tu mal genio y tus ojos eternamente enojados, te pareces mucho, mucho a mí. Solo que tú eres una sopa grandota y yo soy una sopita"
Se ríe más fuerte, y yo aprieto la mandíbula, y rompo toda la distancia que había entre nosotros.
—"A los mitos el frío de la lluvia y el aire no los hace temblar" —agrega.
Le sujeto la barbilla con fuerza, le levanto la cara y la obligo a mirarme.
—"Cállate" —le ordeno, mientras capturo sus labios mojados con autoridad y vigor. Y ella me deja hacer porque no tiene de otra y a mí me encanta, aunque no se lo digo.
—"Pronto voy a callarme ¿sabes? Muy pronto en realidad..." —me susurra como si cantara una pequeña victoria, y después se desvanece.
Pero yo alcanzo a sujetarla antes de que se acerque un solo milímetro al suelo, así que todo lo qué pasa es que su frente rebota un poco contra mi pecho.
Y aunque la siento respirar, no puedo evitar buscarle el pulso con mis dedos, porque se me ha vuelto una especie de costumbre.
Después, pongo mis labios contra su frente, para confirmar su temperatura, que es normal.
La levanto, la llevo a mi tienda, y avivo la fogata, y me deshago de sus ropas, de todas.
Y la envuelvo en una manta, y la pego a mí.
Estoy sentado frente al fuego y ella está inconsciente en mis brazos, con su espalda pegada contra mi pecho, y una de mis manos juega a deshacerle todos los nudos que se le formaron en el cabello mojado, mientras ese maldito olor a flores me marea.
Pronto comienza a despertarse, me doy cuenta por el cambio que hay en su respiración... así que cuando sé que puede escucharme, me inclino para hablar lo más cerca que se puede de su oído.
—"Tú y yo no somos iguales. No te confundas tosi-tivo. No hay nada entre tú y yo que se parezca un poco. Y el día que yo quiera, puedo tronarte el cuello y matarte" —le doy un tirón consistente al lazo que lleva alrededor del cuello, lo que provoca que se sacuda su cabeza.
Ella no hace ademán de moverse, pero contra todo pronóstico y con la voz aún débil me responde.
—"Lo odias ¿verdad? Pero sigues temblando... ¿Alguna vez te habías mojado tanto como hoy? Yo nunca, así que creo que siempre me voy a acordar de hoy. Tal vez sea de esas cosas que me hagan reír después, cuando sea vieja. Si es que yo llego a un después en mi vida... ¿Hay algo que te haya pasado alguna vez hace mucho, que te haga reír? ¿Tú te ríes? ¿O hay músculos que le faltan a tu cara que sí tenemos los demás? Una vez leí qué hay gente que nace con el corazón del otro lado, o sin algún órgano, o con uno demás... así que no se me haría raro si los músculos de tu cara que sirven para sonreír fueran u-"
No la dejo seguir hablando.
Le acerco un cazo repleto de líquido caliente y lo pego contra sus labios.
—"Bébelo o muérete ahogada" —le digo mientras lo inclino y la forzo a engullirlo.
Ella lo bebe lo más rápido que puede, y yo noto el esfuerzo que hace su garganta.
Cuando termina y después de un rato, le pregunto, con mi mejilla pegada a la suya, buscando calor:
—"¿Qué vas a tomar hoy?"
—"Ropa. Necesito ropa"
La dejo ahí adentro y me salgo a lidiar con todos mis demonios.
Cuándo vuelvo ya no está, como de costumbre, ni tampoco están dos ropas de ante, porque los dos tenemos muy en claro lo que es esto qué hay entre nosotros,
Pero lo que sí está, es un mensaje que traen mis hombres para mí, uno de parte de Ukiah el jefe de los Osage.
Al parecer lo mandó con tres guerreros Osage, que acabaron malheridos por nuestras flechas, pero él ya sabía desde el principio que hacer algo así no acabaría bien, porque yo se lo advertí la última vez.
El mensaje lo arranca Nobah, de una de las manos fracturadas de los hombres, y este último no opone resistencia, porque el veneno ya ha comenzado a hacer de las suyas en su organismo.
Saliva de forma espumosa, sus ojos están perdidos y las venas que le marcan el cuello abultadas.
Nobah me tiende el mensaje.
Desdoblo el papel y lo abro.
Kai Índigo, te saludan los Soles y las Lunas de las tierras que están un poco más al norte.
Las llanuras de Staket siguen tan imponentes de cerca como de lejos.
La tierra buena, suele engendrar buenos guerreros.
Sé que prefieres los mensajes claros. Así que no daré más vueltas.
¿Conoces a esta mujer?
Se llama, Sophie Adaline Robinson.
Tiene 17 inviernos en su haber, y es la esposa de uno de esos infames rangers de Texas.
No tiene mucho que recibió la maldita estrella que usan en el pecho, como si fuera licencia para dar cacería a nuestra gente y arrebatar nuestras tierras, pero por lo que dicen, no ha perdido el tiempo, tan es así que incluso los Sioux han venido a tierras Osage a ofrecernos una alianza temporal.
Esa mujer puede tener más uso como moneda de cambio que como esclava.
Ukiah.
Y unida a la carta, hay una imagen en grises, de una mujer joven. Es una imagen tan exacta que debieron haberla hecha con uno de esos aparatos que tienen los blancos.
La mujer está de pie, y lleva ropas oscuras que cubren hasta la mitad de su cuello, sus ojos miran al frente y un peinado demasiado alto que hace que las puntas de su larga cabellera, caigan a los costados de su cara, le enmarca el rostro.
No es una imagen nítida y esta desgastada... pero no importa, porque yo a esa mujer podría reconocerla de cualquier forma, y con cualquiera de sus disfraces; la gacela.
La mandíbula me truena cuando la juego para contener una furia que me escala como un animal espumoso a lo largo del cuello, y la carta desaparece en mi puño cuando rompo la carne de mi palma con mis propias uñas.
Los ojos de mis hombres están fijos en mí, esperando mi respuesta, así que no demoro en hablar:
—"A nosotros no nos competen los tratos que quieran hacer los Osage, con la plaga blanca" —me giro hacia Nobah —"Vamos a limpiar la zona. Si encuentran a más Osage merodeando en nuestros alrededores, los quiero con vida"
Nobah siente tanta necesidad como yo de acabar con cada maldito blanco que se le atraviese, o en su defecto, con cualquier indio que tenga alguna relación con ellos.
En la guerra no hay grises: solo hay blancos y negros.
Así que sonríe, y se saca uno de sus cuchillos de la cintura, pasando el pulgar sobre la punta, para comprobar su filo.
—"No sé si sea capaz de traerlos de una sola pieza, pero respirarán" —me asegura —"Y también gritarán"
Después, Kobeh y dos guerreros más jóvenes, se llevan a los guerreros Osage, ahí a donde solemos interrogar a los prisioneros.
Y me basta un silbido, para hacer que Niebla salga de entre la maleza, y me acompañe a cazar a los indios que creyeron que era una buena idea acercarse a las llanuras Kwahadi.
Si hay algún otro Osage cerca, será mejor que comience a alejarse, porque de lo contrario le espera un destino peor que la muerte.
Después de unas horas, Niebla, Humo y yo regresamos con un Osage, y Nobah lleva arrastrando con su caballo a otro.
Los cuerpos lacerados de los hombres son una mezcla de tierra y sangre, y frente a ellos, están sus otros tres compañeros que aunque sucumbieron por el veneno de nuestras flechas; no se fueron de este mundo sin escupiré algunas verdades gracias a Kobeh, que tiene las manos llenas de sangre Osage, y salpicado el rostro.
—"Habla" —la ordeno a Kobeh.
Éste está en el suelo, afilando su cuchillo y desde ahí me responde.
—"Soltaron dos nombres: Bartholomew Wilburn y Paul Slater" —el sonido del metal de su arma, saca fuego cuando lo golpea repetidamente con la roca volcánica para sacarle filo—"Ukiah ha recibido amenazas"
—"¿Eso es todo?"
Asiente.
Me giro y arrastro a los dos Osage con los puños. Los lanzó sobre la tierra maniatados, y ordeno que se haga un roble amarre de manos y pies, a las patas traseras de dos caballos que van a correr en dirección contraria en cuanto silbe.
Les abro el estómago a los dos hombres, y les rompo las costillas con las manos, prometiéndoles mucho más dolor si deciden callarse todo lo que saben.
Kobeh y Nobah se encargan de que no quede un solo hueso entero, en todas sus extremidades. Conocen perfectamente todos los huesos que conforman los brazos y piernas y no se les olvida trozar uno solo.
Algunos huesos se astillan y les atraviesan la carne.
A uno de ellos se le rompe una arteria mediana en el brazo, que escupe líquido tibio y rojo, al mismo ritmo en que va su respiración.
Y a pesar todo, no nos dicen algo diferente a la información que ya obtuvo Kobeh de los otros hombres.
—"Ukiah necesita a la mujer o al prisionero blanco" —grita uno de ellos, pero cuando presiónanos el motivo del por qué Ukiah necesita a la mujer o al prisionero, ninguno conoce la razón —"¡Los necesita! ¡Los necesita vivos!"
Al final son Humo y la montura de Kobeh, los que corren en dirección contraria, desmembrando a los hombres.
Y Niebla salta en cuanto ve vísceras y carne fresca, para darse un festín, empapando su hocico de sangre Osage.
La luna está en lo más alto, y alrededor de los hombres envenenados se hace una fogata, una de guerra.
El ambiente se llena de olor a humo y a carne quemada.
Y yo mismo, cerceno del craneo las cabelleras de los hombres de Ukiah, aún unidas a su cuero cabelludo, y escurriendo de sangre.
Después las amarro a uno de nuestros trípodes, y lo clavo con fuerza sobre la tierra.
—"Nunca me gustó que esas alimañas estuvieran demasiado cerca de nuestro territorio" —me dice Nobah —"Pero solo hay una forma en que pueden acabar los débiles" —patea con fuerza uno de los cráneos, trozandolo y provocando que la mandíbula vuele directo al fuego y arroje chispas —"¿Y cuando nos toca a nosotros hacerle una visita amistosa a Ukiah?" —pregunta.
—"Muy pronto" —respondo y mi respuesta le gusta. Y lo demuestra pasándole un brazo a Kobeh alrededor del cuello, y atrayéndolo para decirle —"¿Ya oíste? ¡Tendrás carne buena para practicar!"
Algunos de mis hombres sueltan gritos y alaridos de guerra alrededor de la hoguera.
Y es que a final de cuentas, ya tiene tanto tiempo que los Kwahadi estamos en guerra, que todos nosotros nacimos dentro de una y para ella.
No hay otra forma de vida.
Y nuestras caras están pintadas de los colores de la decisión que tomamos esta noche: con la sangre del enemigo y grafito negro.
Pero a pesar de que cantamos victoria, el fuego me baila en la pupila y yo no puedo dejar de darle vueltas a la misma cosa:
¿Así que Ukiah decidió sentenciar a muerte a cinco de sus hombres, solo para buscar a la gacela?
La esposa de un blanco, y de la peor clase.
Una esposa, que me negó la existencia de ese esposo en la cara, mirándome a los ojos.
Me trueno los nudillos de la mano, únicamente moviéndola y poniendo fuerza dónde se debe.
A mí nadie me miente mirándome a los ojos.
Nadie.
*~~~*~~~*~~~*~~~*~~~*~~~*~~~*~~~
Lydia
Tengo pequeñas heridas en forma de circulo, en todas las yemas de mis dedos.
Porque... Hum... pues es que encontré un hueso de pescado e improvisé una aguja, para coser a lo que quedó de mi vestido de fiesta, un pedazo de ropa de ante que me quedaba muy grande.
Y... la verdad es que yo en mi vida agarré una aguja para absolutamente nada.
Ni siquiera para hacer pequeños hombrecitos vestidos de hojas y pétalos de flores como hacía Myriam, cuando se desesperaba con la modista, y ese era el único recurso que le quedaba para enseñarle exactamente cómo era que quería su vestido.
La verdad es que cuando se enfadaba sí que era bastante ingeniosa con las agujas y los alfileres.
Pero yo no.
Era más probable que resolviera mi vida platicándole a las agujas y a los alfileres mis penas, que aprendiendo a usarlos.
¡Ay, pobres de mis dedos!
Aunque la verdad, no se ven tan infelices ahora que he estado enseñando cómo usar una pluma de tinta, a los niños más pequeños, y ellos decidieron que era una buena idea practicar en mis dedos.
Haciéndoles caritas.
Los observo con detenimiento mientras un pequeño niño Kwahadi se acerca a mí y me pregunta:
—"Sophieeee.... ¿Verdad que los borrachos son personas que sirven para regar a las flores con su pipí?"
—"Sí" —le respondo —"Así es"
—"¿Ves?" —el Niño se dirige al otro.
Y ellos se enfrascan en una discusión que no alcanzo a escuchar porque un tirón demasiado brusco, me saca de ahí de donde estoy, con fuerza.
El viento me revuelve el cabello.
Y veo primero el cielo lleno de estrellas antes de adivinar la identidad de la persona que me lleva a rastras a dónde sea que me lleve.
—"¡O-Oye!" —me las ingenio para decir, con todo y la respiración agitada, y la cabeza dándome de vueltas, porque es imposible que un par de piernas de la longitud de las mías, puedan moverse tan de rápido.
Estoy aturdida... muy aturdida...
Y todo da vueltas.
Como un carrusel.
Pero de todas formas alcanzo a verle los cuernos en la cabeza al hombre que me arrastra a cualquier parte, casi a la par que escuchó su voz profunda decir:
—"¿Así es como escupes tu veneno con todo el mundo tosi-tivo?" —el tono que usa es duro y más gélido de lo habitual, y envía varias descargas directo a mi espina dorsal.
Pero intento mantener la calma, porque desde la primera vez que lo vi, supe que se trataba de alguien a quien jamás podría acostumbrarme.
Porque su presencia es demasiado poderosa y diferente a la de todas las personas que conozco.
Aunque esta vez se siente... diferente.
Muy diferente a todas las otras veces.
Lo noto incluso en la forma en que agarra mi muñeca. Porque aunque normalmente me agarra con fuerza, pero jamás lo hace al al punto de cortarme de lleno la circulación e inmovilizarme toda la mano.
No puedo mover ni siquiera el dedo meñique.
—"Kai—" —intento decir, pero al parecer no le interesa nada de lo que tenga decir, porque inmediatamente su voz furiosa, ofusca a la mía, poniéndose por encima, borrándola...
—"Cierra la maldita boca si valoras tu vida, bruja"
Sí.
Lo he escuchado llamarme de muchas formas.
Y ninguna de esas formas es bonita.
Pero la manera en que pronuncia esa última palabra tan llena de odio, me obliga a intentar forcejear.
Y lo hago por pura desesperación a pesar de saber que no importa lo que haga, él no va a soltarme.
Y puede que ni siquiera esté notando, que intento oponer resistencia...
Dioses...
Pronto estamos dentro de su tienda.
Y me arrastra hasta su cama.
Y me jala aún mas, y me pone encima de él.
Y sus ojos de fuego me penetran.
Si en este mundo las personas fueran divididas por los cuatro elementos, siento que yo definitivamente pertenecería a los atolondrados que vuelan con el viento y él, sería de los que nos incendian a todos.
—"Todo lo que pueda salir de aquí, es vil veneno ¿no es así, gacela?" —me susurra de cerca, mientras sostiene mi cara con sus dos maños, y me besa como si me devorara, sus labios son húmedos, y su lengua me prueba en todas partes con brusquedad —"Pero yo voy a enseñarte que tu veneno también puede envenenarte a ti"
Y cuando intento decir cualquier cosa, me responde con un mordisco un poco más fuerte, y con otro, y uno más.
Y aunque estamos vestidos; él con su atuendo de guerrero, los huesos, y los cuernos enormes, y yo, con las garras que hice con lo que quedó de mi vestido, de todas formas í puedo sentir su virilidad presionando entre mis piernas.
Una parte dura y caliente que se yergue contra su estómago con fuerza, aprisionada por su propia ropa pero queriendo salir.
Kai mueve sus caderas por debajo de mi, sin soltarme la cara.
Pero por los sonidos que suelta, pareciera que lo hace porque es demasiado doloroso no hacerlo.
Y yo no puedo pensar en algo más que no sea en él mordiéndome, y succionándome, y mordiéndome un poco más fuerte, y succionándome tanto más que empieza a arder.
Yo que siempre cerré los ojos para dar besos, no puedo evitar abrirlos, y fijarlos en sus labios; en lo enrojecidos, e hinchados que están... y en lo necesitados.
Y enfadados.
Tan enfadados que tiran un poco hacia abajo y esa es la expresión más genuina que le he visto hacer.
Kai también tiene abiertos los suyos, sus labios... aunque muy poco, y su mirada está
perdida y desorientada, pero no del todo. No completamente.
Es como si él estuviera obligándose a mantener la cabeza fría y a ir en contra de lo que siente su cuerpo.
Algo no está bien.
Y algo no está bien tampoco conmigo, porque mi cuerpo también está buscando al suyo.
—"¿De dónde saliste, bruja?" —me pregunta, rozando mi oreja con la punta de su lengua. Pero no espera respuesta, porque antes de que yo pueda dársela, me separa los muslos con su poderosa rodilla, y se frota más y más en mi, mientras me sigue mordiendo y me rehuye cuando yo intento morderlo de regreso, anticipándose con una mordida nueva, y más dominante que la anterior.
Son mordidas obscenas, crueles y llenas de enojo.
Intento cerrar los ojos e irme... irme lejos... pero los gemidos que brotan de la garganta del hombre inmenso que me tiene en sus brazos, me hacen volver a él.
Entonces se despega un poco, y mientras tiene una mano enredada en mi cabello y aún me sostiene la cabeza, la otra la posa en mi cadera, abarcándola toda, y girándome para que yo quede por debajo de él, y él, irguiéndose ante mí en todo su tamaño y esplendor.
Mi pecho sube y baja con fuerza.
Tengo el corazón en la garganta.
Y él saca un cuchillo de alguna parte, y me acaricia el rostro con la parte plana de la hoja, y parece que le complace mi expresión asustada.
Luego comienza a tronar, uno por uno, los lazos improvisados que hice con gamusa, en lo que quedó de mi corsé.
Cada uno de los lazos truena por separado, porque él se toma su tiempo, pero una vez que truena el último, abre con violencia el corsé, y sus manos prácticamente saltan sobre mis pechos.
—"¿Qué cosa vas a querer esta vez, gacela?" —pregunta mientras comienza a magrear mis senos, a aplastarlos y amasarlos, todo presa de sus impulsos.
Extiende sus manos por el largo de mis costillas, y las abre y las sube para abarcarlos por completo y magrearlos sin piedad, todo mientras su rodilla sigue haciendo presión contra mis muslos, para mantener separadas mis piernas. Para tenerlas a la distancia que él las quiere tener.
Magrea mis senos sin tocar mis pezones, porque aunque sus ojos no se despegan de ellos, es como si les estuviera aguardando un destino diferente.
—"¿Piensas seguir diciéndole tus palabras de miel a todo el mundo tosi-tivo? ¿Crees que no va a haber consecuencias?" —me pregunta con una voz, grave y gutural —"Conmigo siempre hay consecuencias"
No suena a él.
Al menos, nunca como lo he escuchado antes.
Y de nuevo, no espera respuesta.
Porque antes de que yo pueda siquiera agarrar fuerzas para responderle lo que sea, con una o dos palabras, o un gesto... algo... Es que siento derramarse en mis pechos un líquido caliente que se expande sobre mi piel.
Y luego me inunda un aroma dulce.
Sus ojos siguen con atención todas las formas y caminos que recorre ese líquido, sobre mis pechos.
Kai sacó miel, de alguna parte, y la dejó caer en mis pezones, con la mano temblándole, como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano para no aventárseme encima, porque primero él quiere ver, todo lo que quiera ver, y eso es lo que hace.
Ve la forma en que mis pezones y mis aureolas, se llenan de líquido dorado y brillante, y luego se lame y se muerde los labios, cuando la miel comienza a escurrir hacia abajo, primero en gotas gruesas que encuentran su camino, pero pronto, mis dos senos están completamente cubiertos.
Y también siento un poco de miel en mi espalda y en mi vientre, porque fue demasiada.
Y está demasiado líquida, porque aquí dentro de la tienda, la fogata y la proximidad de nuestros cuerpos, han hecho que estemos como a miles de grados.
Tanto, que creo que voy a derretirme en cualquier momento, a convertirme en miel.
Y su piel también brilla, aunque de forma diferente.
Y puedo notar un poco de sangre fresca, en sus manos, su dorso y su cara... ahora que puedo verlo yo también con detenimiento.
Kai observa mis senos cubiertos de miel.
Y arroja el frasco que la contenía, con tanta fuerza, que truena en alguna parte.
Y cuando intento moverme (con la intención de acomodarme, aunque eso él no lo sabe) de un movimiento rápido... demasiado rápido, me pone ambas manos bajo la espalda y las mantiene ahí, sujetándolas por la muñeca de una forma casi dolorosa.
Sus manos son muy grandes, y sujetar con una sola mano, mis dos muñecas, para él es nada.
Entonces con la otra mano, me recorre con los dedos la clavícula, el largo del cuello, mi barbilla, mi oreja, y luego enreda su mano en mi cabello y me sostiene la nunca.
Y jala, al principio un poco, y luego un poco más, para volverme la cabeza hacia atrás.
En menos de un segundo mi mundo quedó de cabeza.
Y lo último que pude ver del hombre que está haciendo conmigo lo que quiere, fueron sus ojos. Ese par de ojos que parecían más de fuego que ninguna otra vez.
Más de fuego que incluso la misma fogata.
Como si se les hubiera metido un río de lava que se encontró algunos trozos de oro en su camino y decidió que quería apoderarse de ellos y fundirlos.
—"¿Cuantas palabras de miel les has soltado a los oídos de este Kwahadi, gacela?" —me pregunta —"¿¡Cuantas?!"
Su voz es una mezcla de furia contra sí mismo y otras cosas, y al mismo tiempo, siento un nuevo tirón en el cabello (mas fuerte que los otros dos y por mucho), que deja mi cuello completamente arqueado hacia atrás, y que levanta mis senos para que estén lo más cerca que se puede, de su cara.
En este punto lo único que puedo hacer es ver la fogata, porque me tiene aprisionada de todas partes.
Ni siquiera puedo cerrar un poco las piernas, cuando comienza a devorarme los pechos con demasiada brutalidad: atacando y engullendo mis pezones con mordidas y dientes.
Succionandolos con tanta fuerza y tan meticulosamente, como si esperara que también saliera miel de ahí.
Y a pesar de que todo aquello lo hace con demasiada bestialidad, y sé que cada pequeña cosa, dejará una marca firme por varios días, es como si mi espalda actuara por sí sola, porque no puedo evitar arquearme hacia el todo lo que puedo, y ofrecerle todo lo que tengo... aunque igual va a tomarlo de todas formas.
Sus succiones se registran con fuerza en todas partes. Y muerde, y aprieta, y rueda de nuevo mi pezon entre sus dientes, y se lo mete a la boca, y succiona, y succiona y succiona.
—"Voy a arrancarte toda la miel que tienes. Eso te lo prometo" —habla contra mi carne mientras succiona. Y el aire caliente que suelta su voz sobre mi piel sensible, me obliga a mis muslos, a apretar con fuerza su rodilla.
Y parece que a él le gusta, porque vuelve a hablar.
—"Tu piel es tan suave y tan lisa, gacela... es perfecta para que yo la marque y le haga lo que yo quiera ¿no? Porque no ha habido nadie más" —susurra entre mis pechos antes de irse a succionar el otro con fuerza.
Y mientras tanto, el tirón que mantiene a mi cabeza en sitio, sigue tan solemne como desde el principio.
Y Kai me muerde los pechos, y los lame, y muerde entre ellos, y les pasa la lengua por todas partes, y los vuelve a morder tanto que los rasguña un poco con sus dientes.
Y su virilidad sigue tallándose de forma furiosa contra a mí.
Entonces... me da la vuelta.
Me gira, de forma en que mi espalda queda completamente pegada contra su vientre y sus pectos.
Y su barbilla queda recargada en mi hombro.
Y frente a nosotros hay un espejo enorme, uno que antes no estaba ahí, y que es mucho más grande que ese que tiene la princesa Kwahadi en sus aposentos.
Debe de haberlo traído de su última incursión. Y debieron haberlo cargado varios caballos, porque sus bordes son barrocos, y se ven pesados, y tienen el color del oro.
Y el reflejo de los ojos hambrientos de Kai Índigo, encuentra el reflejo de los míos, y luego baja, y baja, y baja...
Y encuentra a mis pechos hinchados, y rojos, y llenos de rasguños y de humedad, y sonrosados por todas partes, aunque probablemente mañana todo eso se convierta en algo muy parecido a los moretones.
Y aún tiene mis muñecas sujetadas detrás de mi espalda.
Y el lazo que tengo amarrado al cuello, por ser esclava, cae entre mis pechos.
Y aunque su mano primero magrea uno de ellos, y se rueda con fuerza el pezon, entre el índice y el pulgar, como mostrándome que puede hacer conmigo lo que él quiera... no se detiene ahí...
Le da un último apretón, y luego le da el mismo trato al otro, a veces mirándome a mi, y a veces mirando lo que sus manos me hacen, y luego baja, y baja, y baja, y...
Y comienza a apartar la ropa que tengo ahí, y no me deja cerrar las piernas, porque se las ingenia para meter su brazo por debajo de una de ellas y apartarme el muslo encajándome sus dedos y apretándolo hasta enrojecerlo.
Y aunque él no sonríe nunca, sus ojos parecen contentos de mostrarnos todo lo que él va haciendo... le gusta verme.
Y le gusta que vea el como se deshace de toda la ropa que me cubre, y con extrema facilidad...
Le gusta obligarme a separar las piernas.
Le gusta que vea como su mano, se acerca a mis pliegues y los abre.
Y aunque sé que le gustaría ver mi cara cuando los tiene así, abiertos.
La verdad es que sus ojos se quedan completamente perdidos en el reflejo de mi humedad.
Y en la forma en que sus dedos la acarician.
—"Eres del color de las flores que aún no abren" —me muerde el hombro por puro instinto, mientras sus dedos me separan y me frotan y me vuelven a separar —"Un veneno muy dulce ¿no?" —susurra contra mi piel, clavándome más los dientes.
Y sus dedos siguen masajeando mi zona más sensible, hasta que no solo se ve, también se escucha.
Y el restriega sus caderas contra mi espalda y mi coxis.
Y aunque no puedo verlo, siento el tamaño de su virilidad contra mi cuerpo, y sé que no podría ser de otra forma, porque este es el hombre más grande que yo he visto en mi vida.
Y por eso puede tratarme así, y hacerme como quiere, como si yo fuera un juguete.
Un juguete al que le gusta, hasta el punto de ser algo vergonzoso, que jueguen con el.
Y yo gimo, y digo su nombre, y gimo otra vez, cuando alcanzo el punto más alto, con sus dedos jugando contra mi botón.
—"Espera..." —le pido —"Para... si sigues haciendo eso qué haces... me volveré loca..."
Pero parece como si lo que le hubiera dicho en lugar de lo que le dije fuera: —"Sigue, sigue por favor, aumenta lo qué haces, y hazlo lo más rápido que puedas, hasta que mi cabeza solo pueda sentir, pero ya no sea capaz de procesar ninguna palabra en ningún idioma"
Y me derrito y me convierto en un cuerpo que solo sabe sentir y responder a lo que él hace... y llevo un tiempo así, cuando lo siento desparramarse con fuerza en mi espalda.
Siento ese líquido tibio y caliente bajar los mls piernas, y él está aún mordiéndome el hombro cuando sucede.
Y un delgado hilo carmesí me escurre a lo largo del hombro.
Pero yo apenas y lo siento.
Y aunque doy cuenta de que está ahí y porque lo veo en el espejo, estoy segura de que a diferencia de todo lo demás que me ha hecho, la marca de sus dientes no desaparecerá como las demás; quedará impresa en mi piel, para siempre...
Y algo me dice que eso era lo que él buscaba.
*
*
*
*
*
Nota de autor: Hola. Aquí Marluieth.
Dios mío... estoy experimentando con este género y de verdad nunca creí que el capítulo quedara tan... DIOS MÍO.
Pero dejando eso de lado (Aunque DIOS MÍO) considero necesario decir lo siguiente. Muy necesario.
1. Las advertencias sobre todo lo que contiene esta historia estaban ahí desde el principio. Así que advertidas estaban y las que no abandonad toda esperanza de que sea diferente. Porque aquí hay de todo, sangre, cosas históricas y cosas sexys en la misma licuadora.
2. Para mí el arte es libre. Yo disfruto escribir pero no pretendo en ningún momento que lo que escribo te deje alguna moraleja, solo espero que disfrutes y te entretengas así como yo me entretengo mientras escribo. Intento hacer a mis personajes lo más humanos posible, pero en este mundo hay miles de vidas que nunca fueron a ninguna parte. Eso.
3. Kai es rudo y aquí hay una relación de poder muy clara. Pero Lydia en ningún momento se negó. Entre ellos ya hay un tipo de acuerdo... ¿Un acuerdo que hará estragos con su vida? Pos sí. Pero eso ellos se lo buscaron.
Dicho todo lo anterior dejo aquí la imagen que me encontré en internet que me sirvió de inspiración para el capítulo.
Cha-chaaaan✨
Dicho todo lo anterior, les recuerdo que siempre doy adelantos en mis grupos y que pueden mandarme mensajito en Instagram, donde también estoy como @Marluieth para pedirme los links de esos grupos, porque aquí en Wattpad me están fallando los mensajes.
Muchas gracias por leerme.
Marluieth 🫶🏻💕
PD. Al rato edito errores de dedo 😘
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro