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2. Colisión



"Allá afuera, en algún lugar lejos, muy lejos... Hay un mundo en el que el color de piel no importa, y si no quieres tampoco importa de dónde vengas. Aunque no todo es perfecto ¿Sabes? Las personas siempre encontramos razones para pelear. Eso no acaba nunca"

—Lydia Ferreira



Cuando llegamos a la finca de los Slater, el Sol lo está acariciándolo todo con la punta de sus últimos rallos.

Me quedo un rato contemplando el paisaje antes de entrar.

Los árboles, las hojas, el pasto, los caminos... Incluso las personas se ven como si hubieran sido espolvoreados con polvos dorados de hadas... o eso quiero pensar.

Sin toda la tecnología, el tiempo tarda mucho más tiempo en pasar.

—"Da miedo ¿No?" —me pregunta Sabina, situándose a mi lado. A diferencia de Myriam, su cabello está lleno de caireles bien formados y listones, como el de una muñeca rococó.

Brinco sobre mis pies, porque no me había dado cuenta de que estaba ahí, hasta que habló.

—"¿Huh?" —me giro para verla.

—"Si no fuera por esos mugrosos indios... ¡Podríamos hacer muchas cosas! Cómo ir a nadar al lago, o tener un picnic con un elegante caballero... Ya sabes, lejos de los ojos de madre y de padre, ¡Pero por culpa de todo esto, ni siquiera he recibido mi primer beso!"

—"Bueno... No creo que a los Indios les moleste compartir sus lugares secretos para dar besos..."

Una carcajada aparatosa sacude los rosados hombros de Sabina.

"¡Ay, Sophie! ¡Ay, Sophie! ¡Me matas de risa!" —me observa de arriba a abajo con suficiencia, como llamándome estúpida solo con los ojos. Ese es uno de los dones de Sabina. Después se lame los labios y dice: —"¡Todo mundo sabe que los Indios no besan, solo fornican!" —suelta la palabra como si estuviera embadurnada de bilis, y se va.

Yo me abrazo a mi misma, porque prefiero concentrarme en el fresco en vez de pelear con ella.

Sí les siguiera el juego a Myriam y a Sabina cada vez que buscan pelea conmigo, muy seguramente ya estaría calva.

El señor Robinson se aclara la garganta desde el pórtico y me mira.

Lo miro de regreso y asiento.

Ya me acostumbre a que prefiere hacer roncar su garganta, para llamarme, en vez de decir mi nombre.

Me extiende la mano y yo se la tomo.

—"No deberías hacer esperar a quienes están impacientes por conocerte, Sophie" —masculla, mientras avanzamos.

—"Lo siento, padre"

—"Hazme sentir orgulloso" —parece petición, pero es el hombre de la casa y la cabeza de la familia Robinson. Así que se perfectamente que se trata de una orden.

—"Lo haré"

—"Bien"

El señor y la señora Slater están al centro del salón, cada uno con una copa con vino blanco espumoso.

Ella tiene un porte impecable, la piel pálida, y un vestido de terciopelo burgundy.

Y él está vestido de gris pálido y crudos.

Cuando se acerca a nosotros me doy cuenta que cojea.

—"¡Mathew!" —exclama, extendiendo sus brazos en dirección a padre.

"¡Nathaniel!" —contesta el señor Robinson.

"¡Que grato regalo para estos ojos!"

—"¡Ha pasado bastante tiempo, sin duda!"

—"Son tiempos difíciles, tierras salvajes"

—"Pero hay una enorme recompensa para quienes logran domarles"

—"Sin duda, si duda..." —hace un ademán con la mano, para indicarle a un sirviente que le sirva a mi padre una copa, y eso hace —"Y bueno... ¿A quien tenemos por aquí?" —esboza una sonrisa en mi dirección.

—"Ella es Sophie. La más chica de mis hijas"

—"Ahhh... con que esta preciosidad fue la que lanzó un hechizo sobre mí Paul..." —me observa con más detalle y yo no puedo evitar sentirme increíblemente incómoda —"¡Querida! ¡Ven a conocer a nuestra Sophie!"

La señora Slater, se despide amablemente de dos personas que se le habían acercado, y se dirige a nosotros, sonriendo.

—"Oh..." —suelta, apenas verme —"No eres muy parecida a tus hermanas... ¿Verdad cariño?"

—"La sangre de mis familiares austriacos, es fuerte en ella..."

—"Austríacos..." —enuncia la palabra con tanta lentitud que parece que la está masticando —"Claro, por supuesto. Y bueno Sophie, platícame un poco de ti, ¿Que haces en tus tiempos libres"

Un apretón al hombro, por parte de padre, me indica que piensa que puedo responder yo misma a la pregunta de forma gratificante, así que lo hago:

—"Me gusta leer y recitar poesía en mis tiempos libres. También bordo y toco el piano. He comenzado con clases de arpa, pero aún no me tengo la confianza suficiente como para hacer una demostración. Si me lo permite, en cuanto me sienta lo suficientemente preparada, me encantaría tocar para usted"

—"Encantadora, realmente muy encantadora" —exclama la señora Giselle mirándome, mientras le da un sorbito a su copa.

—"Apuesto a que sí..." —suelta una voz suave, juvenil y masculina, que aunque es sutil, se nota en su dicción que tiene las cuerdas vocales adormecidas. Probablemente por culpa del alcohol —"Parece una copia barata de ti, madre. Es encantadoramente aburrida... ¿Como no iba a encantarte?"

Paul Slater se aproxima a nosotros, con una copa de ponche en la mano, pero está llena.

Su andar es felino, fluido, a pesar de que arrastra un poco los pies.

Tiene el cabello revuelto, y la ropa hecha un desastre. Su camisa está abierta hasta el esternón, y su boca puede que haya decidido que es muy floja como para moverse, porque no deja de sonreír.

Sus ojos son verdes, del tono de las uvas, apáticos, y no sé si de momento están más perdidos o son más burlones.

—"Hola" —esboza una sonrisa de lado.

Los adultos, incluido mi padre, me miran como si fuese un ratoncillo que acabara de caer en una trampa. Los tres están a la expectativa de lo que voy a hacer o decir a continuación.

Supongo que, como ya es un trato zanjado, no les queda más que entretenerse.

Pero igual, me siento satisfecha de que dicho trato no hubiera involucrado a un vejestorio, con medio siglo de edad y olor a tapiz viejo.

Observo su copa de ponche, y después deslizo la mirada hasta que llegó a sus ojos.

—"Buenas noches" —le respondo.

Su sonrisa se ensancha.

—"¿Solo, buenas noches?" —ladea la cabeza —"¿No es ese un saludo demasiado frívolo como para tu futuro esposo?"

Sus padres y el señor Robinson sientan una risita, acompañada de un caso inaudible: ¡Jóvenes!

—"Lo siento. No estoy muy acostumbrada a demostrar abiertamente mi afecto para con los caballeros... Pero estoy segura de que podría muy bien aprender una o dos cosas de usted. Soy una estudiante rápida, y al parecer, usted tiene un conocimiento vastísimo de esposos"

—"¡Sophie!" —intenta llamarme la atención mi padre pero Paul levanta una mano para calmarlo.

—"Está bien. Está más que bien..." —masculla Paul, ofreciendo su brazo —"¿Le apetecería un paseo por el jardín de rosas de mi señora madre, señorita Robinson? Las pobres están más marchitas que las amigas de mi madre, pero estoy seguro de que las olvidara en cuanto su frustración por escucharme recitar una y otra vez, los únicos dos versos que me he aprendido en la vida, le gane a todo lo demás?"

Volteo a mirar a padre, pero antes de que asienta o lo apruebe, Paul me obliga a tomarle el brazo.

"No muerdo, señorita Robinson... No lo suficientemente fuerte como para que los cientos de chaperones y centinelas que mi señora madre siempre pone a corretearme, no la puedan escuchar" —dicho esto, me jala y comenzamos a caminar.

Su madre le grita que no se atreva a dejar las etiquetas de lado conmigo.

Y el levanta una mano para contestar. No tengo claro si es un gesto que dice: me estás fastidiando, o te escuché... pero probablemente es un poco de los dos.

Cuando llegamos al pórtico trasero, vacía su copa de ponche dentro de un maceton, con un movimiento perezoso pero certero, que me hace pensar que es algo que hace a menudo.

Después nos adentramos un poco más al jardín, y se saca una hoja de tabaco enrollada de los pantalones, y una vez que se la coloca en los labios, busca dentro de una estatuilla de ángeles, y saca de dentro de una de las canastillas que sostienen, una botella de vino y una copa.

Se gira para extender la copa hacia mí.

—"No tomo. Gracias" —intento ser educada.

—"¿Ni siquiera en tu despedida de soltera?"

—"Está no es una despedida de soltera"

—"Tu siguiente oportunidad para embriagarte será después de que hayas dicho el acepto. Piénsalo..."

Observó unos segundos la copa.

Y después me decido a tomarla.

—"Chica lista" —susurra mientras me llena la copa.

—"Solo una"

—"Perfecto. Más para mí..."

—"Creo que ya has tenido suficiente"

—"Yo pienso que no. Nada puede ser suficiente cuando ni siquiera somos dueños de nuestra propia libertad"

—"Padre me ha dicho que comprometerse conmigo ha sido idea suya"

—"Y te ha dicho bien, Sophie" —hay un montón de velas iluminando el jardín, así que se inclina un poco, sobre un candelabro para encender su cigarrillo con la flama de la vela.

—"Ya. Debe ser una cosa horrible el tener que casarte con quien quieres... ¡Imagina que cosa más fea tener la oportunidad de elegir! ¡No puedo siquiera imaginarlo!"

Él se inclina hacia atrás y suelta una carcajada.

Después se revuelve el cabello, y me mira de arriba a abajo.

—"Tenía que casarme. Ya había agotado todos mis juegos y mis excusas, y no había escapatoria... Y también, eres la chica más bonita que he visto en la vida"

—"¿Le dijiste lo mismo a Myriam?"

Toma el cigarrillo con los dedos, después de aspirar y echar una bocanada, para después empinarse la botella.

El líquido de fruta fermentada le escurre por el cuello y le mancha la camisa.

—"No. A ella solo le dije que tenía las tetas más lindas que había visto en la vida... por supuesto, queda claro que no las he visto todas..." —dice, bajando lentamente su mirada a mi escote.

—"¿Me trajiste aquí para intentar manosearme?"

—"¿Te dejarías si lo intentara?"

—"No."

Vuelve a reír.

—"Ahí tienes tu respuesta"

Me llevo la copa a los labios, pero inmediatamente empiezo a toser.

No sé si este cuerpo es muy débil o sí yo he perdido la práctica.

Él vuelve a reír.

"Contéstame algo, Sophie Robinson"

"¿Qué?"

"¿Es cierto lo que dicen de ti?"

"Supongo que algunas cosas lo son y otras no tanto. Vas a tener que ser un poco más específico"

"¿Es cierto que puedes levantar tanto tus piernas, que tus orejas quedan pegadas a tus rodillas?"

"¿Por qué quieres saber? ¿Tienes fantasías con eso?"

"Demonios, sí"

"¿Que nadie te enseñó a cortejar como una persona normal?"

"¿Ya te diste cuenta de que no nos llevó nada tutearnos?" —sonríe, empinándose de nuevo la botella —"Y por supuesto que sé cortejar. Bastante bien de hecho, pero solo lo hago cuando necesito hacerlo"

El calor sube a mis mejillas y quiero voltearme, pero no puedo porque acabo de darme cuenta de que se enrosco uno de mis mechones en sus dedos.

"Tu cabello no es rubio. Y tus ojos no son azules. Y tú piel es pálida, pero de un pálido diferente, de un pálido que grita que corre sangre de algún otro lado dentro de ti. Pero demonios, de todas formas todo en ti es demasiado perfecto" —suelta el mechón de mi cabello después de llevárselo a los labios e inhalar —"Yo también he sido juzgado por mi sangre Sophie. También susurraban a mis espaldas cuando era un niño y entraba a un salón. Ahora también susurran, aunque me he encargado de darles motivos completamente diferentes para hacerlo"

—"¿Y qué es mejor?"

—"¿Sinceramente?"

Asiento.

—"Ambas apestan. Pero por lo menos tengo el control sobre una de ellas. Adivina de cuál"

—"Ya" —vuelvo a sorber un traguito de tinto —"¿Por qué querías traerme al jardín?"

—"¿Necesito una razón para pasar un tiempo a solas con la futura señora Slater?"

—"¿Es porque te vi besando a mi hermana?"

—"Es porque también eres una mestiza"

Mis ojos se abren de par en par.

Tal vez porque no estoy acostumbrada a que nadie me lo diga a la cara.

La época esta llena de sutilezas, secretos y susurros.

Comienzo a atragantarme con el trago de vino.

—"Ey... ¿Estás bien?"

Asiento sin poder hablar aún.

—"Lo siento. Pensé que lo tenías presente todo el tiempo. En mi caso es así..."

—"Lo tengo. Pero... no estoy acostumbrada a que alguien que no sea mis hermanas, sea tan directo. Ni siquiera la señora Robinson"

Me retira la copa de la mano.

Me siento un poco mareada, así que mis dedos simplemente ceden.

Después se saca el pañuelo del bolsillo frontal y lo frota contra la comisura de mi boca.

—"El mundo está cambiando señorita Robinson. Cada vez hay más como nosotros, pero todavía no son ricos ni poderosos. Seamos los primeros ¿Está bien? Seamos los primeros mestizos a los que aquellos pálidos insípidos les tienen que rendir cuentas con el debido respeto"

Sonrío.

Esta vez es una sonrisa honesta.

Se las que aparecen en la bonita cara de Sophie Robinson, cuando se me sale la Lydia Ferreira que llevo dentro. Con todo y la ceja arqueada.

Después me cruzo de brazos e inclino la cabeza un poco.

—"Ah... Ya veo. Así que esa es la razón por la que me escogiste"

—"Sí. Pero no mentí cuando dije que eres la chica más bonita que he visto en la vida"

—"Claro"

—"Sus palabras hacen que me duela el corazón, señorita Robinson" —coloca una mano, de forma cínica, sobre el costado izquierdo de su pecho.

Vuelvo a soltar una carcajada.

—"Está bien. Tienes una oportunidad y solo una oportunidad para probar que eres digno de confianza. Se creativo y no la desperdicies" —me extiende nuevamente su mano.

La miro y antes de tomarla agrego:

—"Y por pedirte creatividad, no te estoy dando en consentimiento para que me beses. Que te quede claro"

—"Auch" —esboza una sonrisa de lado y se termina la botella. Después la arroja dentro de una de las fuentes, provocando que el cristal se haga pedazos —"Lo prometo"

—"Bien"

Él se apresura a sujetar mi mano, cuando la impaciencia le gana, y comienza a caminar.

—"Y para su mayor información, señorita Robinson, además de ser un maestro bastante talentoso en él área de los besos, resulta que también soy un excelente tirador"

*****

—"Teh-naw..." —con una sola palabra les indico a mis hombres el camino a seguir y ellos me siguen.

Somos más de 30 guerreros, y aún así somos uno con el bosque.

Las pisadas de nuestras monturas apenas se escuchan, se funden con el barro y la maleza, dejando que el cantar de los insectos se deje oír a la perfección.

Los hombres blancos tienen la costumbre de poner metal en las patas de sus caballos, y eso siempre delata su posición.

Nosotros no somos tan estúpidos.

Yo voy al frente, porque ser un líder que no marca los pasos de aquellos que le siguen, es de cobardes.

Seguimos la corriente baja del Río.

Tanto la mujer tosi, como el niño Russel, ya van camino a las llanuras de Staked, donde se encuentra nuestro campamento grande.

He asignado a tres de mis hombres para esa tarea: Nobah; mi mano derecha, y dos más.

No puedo arriesgarme a que nos retrasen. Y menos estando tan cerca de las casas de madera de los tosi-tivos.

—"¡Kaaaah!"'—demando su silencio en cuanto visualizo lo que estoy buscando —"Voy solo. Esperen mi señal"

Asienten y se quedan sobre sus monturas.

Yo bajo la colina sobre mi mesteño negro. Es un animal ágil y musculoso en la misma medida; hecho para cualquier camino.

Ellos no trajeron los caballos hace mucho tiempo, pero nunca supieron dominar el arte, al menos no como nosotros.

Las sombras de la noche, nos sirven de camuflaje.

No necesito de una de sus sillas para que el semental se mueva a mi antojo. Lo guío con la fuerza de mis músculos y me responde con la fuerza de los suyos.

Siento las ráfagas nocturnas, pasar a través de nosotros, colarse en los espacios de nuestro cuerpo.

Es el padre viento que ha decidido acompañarnos a nuestro destino.

Él también está aquí en son de guerra.

Hago al mesteño saltar en cuanto nos topamos con la primera hilera de troncos muertos que los tosi-tivos utilizan para delimitar la tierra.

Para decirnos en dónde termina su tierra y donde empieza la nuestra.

Ellos no entienden todavía que la tierra no se puede comprar.

Pero lo entenderán.

Cuando salto la segunda hilera, lo hago también burlando fácilmente a uno de sus centinelas.

Y al que me ve de lejos, lo tiro con una flecha.

No volverá a hablar.

No existe mejor acompañante que un arco y una flecha.

No hacen sonido.

Y son rápidos.

Y si tú brazo es lo suficientemente fuerte, un arma tosi no tiene nada que hacer frente a un arco.

Las voces de los blancos cada vez se escuchan más cerca.

Hay una casa de madera grande con mucha luz.

Salto de mi montura y le acaricio el rostro, pegando mi frente con la suya.

—"Ohhh Toquet..." —lo tranquilizo con palabras porque un compañero de guerra no necesita sogas.

Me responde de un soplido.

Y yo sonrío y me aparto.

Después comienzo a adentrarme, para evaluar la situación.

Hay suficientes hombres como para dar pelea, pero no creo que la den. En la sociedad de los tosi-tivos, los hombres más importantes mandan a otros a pelear sus propias batallas.

No existe el honor, no lo tienen.

Yo mismo los he visto refugiarse detrás de las faldas de sus mujeres.

Son seres despreciables en todos los sentidos.

Sigo moviéndome dentro de sus jardines y camuflándome con la maleza.

Una mujer de edad avanzada sacude sus hombros y ríe sin saber que estoy a menos de tres meteos de ella, y que solo me basta un salto para torcerle el cuello.

Resisto el impulso y continúo avanzando, explorando.

Necesito evaluar incluso las zonas menos transitadas de los jardines que rodean la casa de madera.

Todos mis sentidos trabajan en sincronía perfecta, cada músculo está atento incluso al sonido más insignificante.

Entonces, escucho la risa de una mujer.

Y mi piel se eriza como si me encontrara ante un peligro inminente, a pesar de que es solo eso; una risa.

Mis pies me guían hasta donde su voz se escucha más cerca, y yo debo que se muevan, no si dejar de estar en alerta.

Obligando a cada uno de mis sentidos a salir del trance.

—"¡Vamos! ¡Déjame intentar!" —vuelvo a escuchar esa voz.

—"Las armas no son para las manos de una dama, señorita Robinson"

—"¿Señorita, Robinson? Sé equivoca, soy la futura señora Slater... ¿Y no es el deber de un futuro marido complacer a su futura esposa?"

—"Bien. Pero va a tener que permitirme ayudarla"

—"¿No me cree capaz de sostener un rifle por mí misma, señor Slater?"

—"¿Honestamente? No"

Dos figuras emergen de entre las sombras.

Una mujer tosi-tivo y un hombre.

La mujer está luchando por sostener un arma de fuego, parece que lo consigue, pero los músculos de sus brazos están tensos, y alterna su propio peso entre ambos pies para no caer.

Su pecho sube y baja con cierta agitación, a pesar de que su rostro se muestra serio, impasible, se esfuerza en demostrar que no siente el agotamiento.

Tiene el cabello muy oscuro, como yo; como mi gente, pero el de ella es mas ligero, porque se curva sobre sí mismo de vez en vez.

Es una mujer delgada y muy pequeña.

A pesar de que sus caderas y sus pechos son amplios.

Su cuello es alargado, como el de una gacela, y alrededor de este lleva uno de esos collares por los que los comancheros nos darían al menos una docena de armas, puede que más.

El hombre se acerca a ella.

A su lado se ve diminuta: como un ave siendo rondada por un felino. Una de esas aves de colores con los que a los hombres blancos les gusta adornar sus casas de madera, y que cuando salen de su jaula, se mueren.

Ambos se mueven con torpeza.

Los tosi-tivos tienen por costumbre, beber para volverse aún más estúpidos en sus fiestas y celebraciones, sí es que eso es posible, a veces pienso que ni siquiera ellos mismos pueden tolerar sí compañía estando en sus cinco sentidos.

Y a diferencia de ellos, nuestras celebraciones son sagradas. Se nos exige estar en todos nuestros sentidos.

La chica se acerca mientras da de vueltas, creo que intenta bailar, pero cada vez se le enredan las piernas.

Y todas las veces que está a punto de caer, se ríe.

Mi piel se vuelve a erizar.

Y mis ojos quedan fijos sobre sus senos casi desnudos, que suben y bajan con rapidez, muy redondos y apretados por culpa de los huesos de ballena, por lo demás, va cubierta de ropas hasta los pies.

—"¿No le da miedo bailar con la muerte, señorita Robinson? ¿O es que pretende salir de la fiesta de mi madre con un agujero en la mano?" —pregunta el hombre.

—"Mentiroso. Me dijiste que eras un buen tirador, pero solo te he visto fanfarronear de tus hazañas con los Indios y presumir una herida de bala en la panza, que ya es tan vieja, que puede que te la hayas hecho tú mismo y por eso piensas que todo mundo tiene tu misma habilidad para hacerse agujeros en el cuerpo"

El hombre la acerca, sujetándola de la cintura, y le quita el arma de las manos.

—"¿Quieres una demostración? Bien. Pero acierto con los tres tiros, te acabas una botella de espumoso conmigo"

—"Media"

—"Media" —asiente él.

Entonces da dos tiros al aire y uno muy cerca de donde estoy. No me muevo aunque me roza la mejilla.

Un escarabajo y un ave se desploman a sus pies.

—"Casi" —sonríe ella.

—"¿Por qué no buscas a la ardilla muerta en lo que traigo la botella?"

—"Bien. Pero si no encuentro el cuerpo, bebes solo"

—"Me parece que tenemos un trato, señorita Robinson" —dicho aquello, el hombre se coloca el arma de fuego sobre el hombro y se va canturreando, hacia donde hay más luces.

La mujer blanca comienza a buscar el cuerpo de la ardilla, poniéndose de puntillas, sin atreverse a acercarse demasiado.

No me muevo.

Sé que no va a acercarse de más porque todas las mujeres tosi son unas completas inútiles.

Cualquiera de los míos, ya hubiera advertido de mi presencia, incluso los niños.

Pero ella ni siquiera puede encontrar a un animal muerto.

Moriría de hambre allá fuera sin dudas, lo cual estaría bien, porque el mundo es para los que saben ganárselo.

Suspira y se acomoda el cabello.

En cuanto se aleje un poco, le daré la señal a mis hombres.

Ya vi todo lo que tenía que ver.

Y mi decisión está tomada.

Intenta girar sobre su peso, para alejarse a perder su tiempo cerca de otro arbusto, pero se le enredan las piernas y cae.

Justo enfrente de mí.

—"¡Oh por Dios!" —exclama en un susurro entrecortado.

Sus ojos quedan abiertos y fijos.

Yo desenfundó rápidamente la navaja que traigo amarrada a los pantalones y la presiono de lleno contra su garganta.

Sus labios quedan entre abiertos. Son carnosos y tienen el mismo color que las flores de un cactus.

—"¡Señorita Robinson!" —se escucha la voz del hombre —"¿Ha encontrado a la dichosa ardilla y por eso ha decidido huir de mí?" —se escucha cada vez más cerca.

Presiono aún más la navaja contra la piel de su cuello, para que entienda lo que es mejor para ella.

No necesito más que un ligero y rápido movimiento de muñeca para que no vuelva a hablar.

Y aquí entre la hierba y los arbustos pequeños, también es muy probable que se tarden días en encontrar su cadáver.

La observo, sintiendo como se queda quieta, y llego a la conclusión de que sin duda es mucho más fácil de matar que cualquiera de los animales a los que he cazado.

Incluso las bestias más débiles tienen cierto instinto de supervivencia, luchan, tratan de huir.

Tienen una muerte digna.

Pero esta mujer se queda tan inmóvil como una roca o un tronco, mientras una gota gruesa, color carmesí le escurre a lo largo del cuello y tiñe mi navaja.

—"¡Señorita Robinson!" —el hombre la vuelve a llamar.

Sus ojos se mueven hacia dónde proviene la voz, y luego regresan hacia mí.

Ah.

Así que por fin piensas reaccionar...

Para tu mala suerte es tarde.

Pero no te preocupes, morirás con el honor que te mereces.

Te honraré con una muerte rápida.

Sujeto con más fuerza el mango de hueso de mi navaja, dispuesto a terminar con lo que he empezado.

Pero...

En contra de todo pronóstico.

En vez de que la mujer intente emitir algún sonido, para hacer algo por salvar su mórbido pellejo, utiliza sus pequeñas y delicadas manos para cubrirme los labios, golpeando mi cara.

Cuando lo hace, el corte sobre la piel de su garganta se hace un poco más profundo.

—"Shhhh... No digas nada" —me dice, con un claro pánico en sus iris del color de la tierra —"Paul odia a los Indios y tu disfraz está tan bien hecho que estando así de ebrio, ¡Seguro te disparará! ¡Los sirvientes no deben estar en el jardín! ¡Tu holgazanería te puede costar muy caro! ¿Lo sabías? Y tu disfraz se ve demasiado real, incluso te ves muy sucio y hueles raro. A humo"

Aparto la cabeza de su tacto, y la miro con desprecio.

Todo en ella me parece completamente vomitivo; desde el color cadavérico de su piel, el tono débil de su voz, hasta su mirada aturdida.

Tal vez sea más fácil simplemente torcerle el cuello.

La empujo con fuerza y cae de lleno sobre la tierra.

Pero también puedo destrozar ese delgado cuello de un pisotón. Sería más rápido.

—"¡Ayy!"

—"¡Señorita Robinson! ¿Es usted?" —se escucha como el hombre carga el arma. Está aún más cerca.

Son dos, pero tengo la ventaja.

Están completamente solos y soy lo bastante rápido como para acabar con ellos, antes de que puedan gritar.

A él le meteré una flecha entre los ojos, y a ella la matare con mi cuchillo.

Visualizo mi arco.

Pero antes de que pueda flexionar la rodilla para impulsarme, la mujer tosi-tivo, me pega con algo en la articulación de la rodilla, obligándome a doblarla y caer.

Y lo siguiente que sé es que tengo sus brazos alrededor del cuello, sus senos contra mí pecho y sus labios contra los míos.

Aunque yo también pude reaccionar lo suficientemente rápido como para volver a pegar el filo de mi cuchillo contra su cuello.

Había escuchado antes que los hombres blancos tenían por costumbre pegar sus bocas y probarse.

Hombres y mujeres.

Y la sola idea me parecía repugnante, como todo lo que hacen.

Y lo sigo pensando.

Pero...

Me da un ligero mordisco y eso me obliga a entre abrir los labios.

Se me escapa un gruñido.

Mi mano que sostiene la navaja contra su cuello, pierde fuerzas, la mano me tiembla y la piel de mis labios hormiguea, se adormece.

Tal vez tiene veneno en los labios.

Mi cuerpo se endurece en donde no debería, y termino respondiéndole de una forma en que odio hacerlo: dejando que haga lo que quiera.

Porque estoy demasiado contrariado como para actuar.

Su lengua recorre mis labios.

Acumulo toda mi fuerza de voluntad y vuelvo a empujarla.

El empuje resulta mucho más suave de lo que pretendía.

Y siento enojo, rabia.

Es peor cuando mi cuerpo extraña de inmediato el calor del contacto.

Su compañero tosi-tivo ya no se escucha cerca, se ha ido a buscarla por otro lado aunque yo todavía oigo sus pisadas.

—"No necesitas agradecerme por salvarte la vida..." —su aliento golpea de lleno contra mis labios. Sí. Debe ser veneno porque mis rodillas se sienten muy débiles de pronto—"Pero ahora que has recibido un beso de una chica tan bonita como yo, definitivamente no puedes comerte mi corazón ¿Está bien?"

Me limito a observarla con odio, y ella se ríe.

Se ríe sin saber que en estos momentos podría abrirle e vestido y después las costillas para que se calle.

También le cortaría la lengua.

Y haría que viera como se la comen las alimañas carroñeras.

Y su cabellera se vería bien colgada de mi trípode.

Sí.

La pondría abajo de todas y oculta, para que nadie advierta de su existencia o muerte, pero la pondría.

—"¡Llevaba tanto tiempo sin besar a nadie que me preocupaba que me hubiera vuelto mala!" —habla con ella misma —"Una señorita decente no puede hacer ese tipo de cosas, así que no puedes decirle a nadie ¿Está bien? Como solo eres un sirviente, por supuesto que no te creerían pero sí se esparcirían algunos rumores. Sobretodo porque he estado lejos de Paul todo este tiempo y desaparecida a la vista de todos" —inclina la cabeza, exponiendo su cuello de gacela y se lleva ambas manos hacia una de las joyas que le cuelgan—"Hagamos un trato ¿De acuerdo? Te daré dos obsequios por tu silencio..." —No sé si su voz es naturalmente pausada porque es naturalmente estúpida, o sí esta mujer habla de esa forma porque no está en sus cinco sentidos —"El primero es este pendiente" —Toma mi muñeca y coloca la joya que se acaba de quitar sobre mi palma, después ella misma me cierra los dedos.

El contacto me revuelve el estómago y quema mi piel.

También voy a cortarle las manos.

—"El segundo es un secreto" —me jala del colgante de cuero, cuentas y plumas que llevo alrededor del cuello como símbolo de líder, y me acerca a ella. Sus labios venenosos intoxicándome ahora la piel del oído, generando un cosquilleo que detesto.

También voy a cortarle los labios.

De hecho, será lo primero que le corte.

—"No sé quién es la señorita Robinson. No sé quién es Sophie... improviso todo el tiempo, pero mi verdadero nombre es Lydia. Lydia Ferreira" —sonríe —"Y ahora además de borracha, también podrás reírte de que estoy loca"

Después se aparta de mí, se pone de pie y me le unas cuantas palmadas a sus ropajes para sacudirse la tierra.

Tiene ramas en el cabello.

Y no sé de qué forma la miro, que está estúpida mujer sin una gota de sentido de supervivencia, se vuelve a reír.

Y yo resisto el impulso de sacarle todos los dientes, y convertirlos en un collar, para colgármelo alrededor del cuello.

—"Y para que lo sepas, eso también es un secreto" —hace un movimiento sutil y extraño con uno de sus ojos; como si le hubiera entrado polvo.

Y luego se da la vuelta y se va.

Me quedo en sitio y en silencio, esforzándome en procesar lo que acaba de pasar, y odiándome por no haberla matado.

No importa.

Antes o después, pero esta noche.

Una mujer estúpida, que ni siquiera me llega al hombro, no tiene ninguna posibilidad ante cualquiera de mis hombres.

Me limpio la boca, sintiéndome asqueado.

Después me pongo de pie y busco un lugar alto desde donde llamar a mis hombres.

*****

La cabeza me da vueltas.

Siento que tardo años en llegar al salón, a buscar a padre y a la señora Robinson.

El cuello me duele un poco, pero no tengo idea de por qué.

Mis manos están llenas de tierra, y me las enjuago en la fuente.

En mi reflejo advierto un tono carmesí al rededor del cuello, pero debo de estar imaginándome cosas.

¿Donde estaba?

Mis labios están hinchados.

Desde que llegué aquí no había probado una gota de alcohol, pero supongo que no importa el cuerpo, es a mí estúpida cabeza a la que le dan lagunas mentales, cada que me paso de copas.

Una lechuza se escucha cerca.

Pero no es ese sonido lo que desata él infierno.

Es la voz de un lobo, a lo lejos, respondiéndole a la lechuza, como un sonido que se eleva en un claro in crescendo para acabar después en un montón de gritos que se multiplican.

—"¡Indios! ¡Son los indios!" —alguien me empuja muy fuerte contra la pared de una columna porque le estorbaba.

Y todo se vuelve negro.

*

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Nota de autor: ¡Bienvenidas al segundo capítulo! Me emociona mucho esta historia. Comenten mucho 🙈💕

Corregiré los errores de dedo en la noche y así...

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