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19. El embrujo de la luna


"Puede que haya sido, una forma del destino, o del karma, o del cosmos, o de esa telaraña que es más grande que nosotros y que lleva un registro de todo lo que hacemos.

Porque no encuentro otra explicación, para que una mente tan catastrófica como la suya, se hubiera terminado enamorado de alguien tan distraído como yo.

Porque si no llegaba al claro tan pronto los primeros rayos del Sol, estuvieran acariciando al pasto, o si no me subía a ese peñasco tan pronto la luna había aparecido en el cielo, y emitía un sonido especial, usando aquel artefacto de piedra ónix que él hizo para mí; entonces puede que alguien me estuviera acuchillando, o que una boa hubiera decidido convertirme su cena, o que me mis pies se hubieran enredado y me hubieran hecho caer justo en la fogata del campamento, o incluso que mis habilidades nulas para manejar cualquier cosa con filo, hubiera resultado en que me hubiera rebanado los dedos.

Su mente era un incendio sin precedentes, y puede que yo simplemente hubiera decidido meterme a nadar al río, porqué los peces me habían parecido demasiados bonitos, y puede que me hubiera entretenido nombrándoles y que eso me hubiera hecho olvidar la noción del tiempo.

Y puede que él haya matado a alguien por culpa de eso."

—Lydia Ferreira




Myriam

Una vez que parece que fue hace mucho pero que en realidad no fue hace tanto; había una fiesta a la que quería ir.

"La fiesta a la que más quería ir en la vida" —cosa que variaba, cada medio mes. Mi vida estaba demasiado llena de esas "fiestas a las que más quería ir en la vida" que solo sucederían una sola vez.

Aunque esa tarde la recuerdo muy bien.

Yo iba a la iglesia con mis mejores vestidos; de temporada claro, pero lo suficientemente modestos para así no caer de la gracia de Dios y provocar su ira.

Mis zapatos de la iglesia eran siempre los mismos, no porque no tuviera más, porque yo; Myriam Robinson, la mayor y el orgullo del apellido, por supuesto que tenía un armario y medio repleto de zapatos.

Pero eso Dios no lo sabía.

Ni las monjas, ni los sacerdotes que eran sus ojos en este mundo.

Ellos solo veían a una chica en edad casamentera, bonita y modosa, que cuidaba sus zapatos de la iglesia con su alma.

Y no solamente iba a la Iglesia, era parte del coro y mi voz era principal.

Y acompañaba a madre a esos eventos de caridad.

Obviamente ni yo ni ella nos mezclábamos con esos piojosos, harapientos, malolientes... pero cada quien hace lo que le toca, y nosotras hacíamos donativos y recaudábamos fondos.

Y supongo que en mí entusiasmo de que las tres hermanas fuéramos "bien vistas" que se me ocurrió la gran idea de involucrarlas.

Y no bastaron más de tres eventos del caridad, para que llegara a nuestra puerta, aquella carta que me haría arrojar fuego por los ojos.

Recuerdo muy bien que me la entregó mi doncella; ella ya sabía que todos los días 15 y a final de mes, me llegaban mis tan esperadas invitaciones.

Así que bajaba desde antes ahí donde el mayordomo, a por mi correspondencia.

—"Señorita Myriam Robinson, aquí está su correspondencia" —anunciaba mi doncella a mi puerta, y esperaba a que la hiciera pasar.

Le indicaba que lo hiciera, agitando la campana más pequeña de mi trío de campanas de cristal, porque probablemente, tenía la boca ocupada en ingerir menjurjes carísimos para la juventud y la belleza.

Y es que una debía cuidarse si pretendía encontrar un buen partido, y para eso nunca era demasiado pronto.

Mi doncella entró.

Lo recuerdo bien: porque yo iba estrenando un camisón rosa salmón muy pálido, con volantes en las mangas, todo de seda, y una barita a juego... que pocos minutos después, quedó llena dé menjurjes.

Le estire la mano, mientras hacía gárgaras de claveles con miel y jengibre, para quitarme el sabor de la primera cucharada, y puso en ella el sobre.

De entrada, se veía como un sobre demasiado simple, y no como una invitación, ¡Pero bueno! ¡Ya me actualizaría sobre las nuevas modas de hacer invitaciones sencillas para también aparentar una humildad que no se tiene, por ahí &

Estire nuevamente la mano y me pasó el abrecartas.

Un abrecartas bonito, de plata, con rostros de ninfas...

Despegué con el él sello, que era el auténtico de la casa Winslet porqué yo lo conocía bien, ya que hacía menos de tres meses había sido el cumpleaños de la hermana mayor de las siete que eran, y saqué la invitación.

Que no tenía ninguna pinta de invitación.

Porque no lo era.

Pero sí que decía algo:

"Para la hermana imbécil, la odiosa y la loca.

Me apetece un trío más equilibrado para celebrar mi cumpleaños. Así que voy a prescindir de las Robinson.

Emilia Winslet; embajadora de los eventos que le hagan sentir a una feliz como una perdiz"

¿Más equilibradas, decía?

¡¡¿Más equilibradas decía?!!

Estrujé su estúpido intento de carta con una mano mientras me ponía de pie. El banquillo rechinó sus patas contra el suelo de duela cuando lo hice.

¿Como se atrevía?

¿¡Como se atrevía alguien que ni siquiera perfumaba sus cartas a llámanos a nosotras poco equilibradas?!

Salí a toda prisa, bajé las escaleras, y me dirigí a la sala chica, a donde el resto del trío Robinson solía estar.

Y ahí estaban.

Sabina, murándose la cara en un plato de bronce con dos zapatos de distinto tono de rojo, pegados a cada lado de la cabeza.

Y Sophie, usando ella sola el sofá más grande, porque estaba haciendo con sus piernas, cosas que jamás debiera hacer una señorita.

Estrellé con fuerza, el papel arrugado que traía en la mano, contra la mesa de piedra lisa de centro, pero ninguna de mis genes had volteo. Cada una siguió en lo suyo.

—"¿Se puede saber qué tanto haces, Sabina? ¿Qué es tan importante como para que no puedas acercarte a mostrarle el debido respeto a tu hermana mayor que está claramente contrariada?"

—"Es que yo te veo igual que todos los días..."

—"¡Pues estoy contrariada!"

—"Es que no sé qué pasa..." —se quejó Sabina poniéndose un zapato en el pie, enfundado en una mediecilla blanca, y luego pegando el otro zapato a su cabeza y mirando su reflejo en el plato —"Es que a mí me gustan mucho los tonos rojos y gránate Myriam. Me gustan más que solo mucho, muchísimo... pero es que cuando me los veo en los pies, los veo bien, pero cuando los pongo cerca de mi cara, me veo toda naranja, ¡Toda, toda naranja! A pesar de que use distintos tonos de rojos y granates... ¡Ay Dios Santo! ¡Y yo llevándome en la cabeza siempre moños y prendedores que hacían juego con mis zapatos! ¡Y a mí nadie me decía, que me veía naranja! ¡Horrorosamente naranja!"

Torcí los ojos.

—"Esto es más importante" —me quejé.

Entonces Sophie se paró con ese par gastado de zapatillas, que tanto había rogado a padre que le comprara, y que no hacían más que sacarle juanetes.

Y así se fue de puntillas, y casi abierta de piernas, como una tijera horrenda sin nada de decoro, hasta donde estaba Sabina.

—"¡Hola señor Platón!" —se dirigió al plato de bronce en el que se miraba Sabina, susurrando la palabra "naranja" en todos los idiomas que conocía —"¿Me permite esta pieza?"

Sabina la miró raro.

Y Sophie hizo la imitación más pobre que había escuchado en la vida, de la voz de un caballero.

—"Claro que sí, bella bailarina"

No puede ser.

Si seguía torciendo los ojos, seguro que se me iban a quedar al revés.

—"¿Me lo prestas, Sabina?" —le preguntó Sophie.

Sabina se encogió de hombros y Sophie se fue a girar con el plato, mientras le regañaba.

—"¡No puede seguir asustando de esa forma a mi hermana, señor plato! ¡Eso no es de caballeros!" —dió otra pirueta —"Usted más que nadie sabe que es de bronce, y que por eso, todo en usted se ve naranja. Usted no hace buena química con mi hermana... haga el favor de presentarle a su primo, el Platón de plata. A él le gusta ella desde hace tiempo, y si a usted no le gusta ella lo suficiente, entonces debe dejar que se conozcan"

Mis ojos se me iban a quedar al revés.

Definitivamente se iban a quedar al revés.

Entonces fue a dejar por allá el Platón de cobre y cogió el de plata.

—"¡Basta!" —les grité —"¡Basta ya de estas estupideces! ¡Que esto es importante! ¡Esto trata de esa tal Emilia Winslet!"

—"¿La de ma fiesta?" —preguntó Sabina.

—"¡Pues sí! ¡Y no! ¡Porque resulta que ya no habrá tal fiesta!"

—"¿La cancelaron?"

—"No, no la cancelaron ¡Pero nos des-invitaron!"

—"¿Y eso se puede hacer?" —pregunto Sophie, mientras le dibujaba una especie de rostro, al Platón de plata, porque había estado guardado por demasiado tiempo y tenía mucho polvo.

—"Pues ella lo hizo" —le respondí —"Dijo que en su fiesta quiere a personas más equilibradas y no al trío de hermanas: la imbécil, la odiosa y la loca"

—"Oh no ¿como puede decir eso? Ninguna de ustedes dos está loca" —respondió Sophie.

—"Aunque a veces Myriam es un poco imbécil" —replicó Sabina.

Y luego de eso... cada una siguió en lo suyo; una hablando con platós y la otra muy contenta modelando moños rojos que no la hacían ver naranja.

Aventé la carta al fuego.

Un fuego que se parece mucho al que tengo en frente justo ahora, pero ahora la que no se parece a esa de antes soy yo.

Siento una mano sobre mi frente.

Kobeh...

Ese estúpido indio que ya tiene la complexión de un chico y uno muy fuerte, pero que aún tiene la cara de un chiquillo.

Sí.

Es él.

Reconocería ese cabello lacio y de un chocolate tan oscuro que parece negro, en cualquier parte.

Y esos ojos negros, tan negros que parece como si no fueran de verdad, como si les faltara el círculo de en medio.

Sus dedos se deslizan por el costado de mi frente, hasta hacerme círculos en la mejilla.

¿Cómo se atreve?

Intento moverme, o decir algo en forma de protesta... cualquier cosa.

Pero mi cuerpo está demasiado débil como para moverlo, y mi garganta tampoco quiere cooperar... porque fui estúpida y me gasté lo que me quedaba de garganta hablando con la iguana de mi hermana, y se me olvidó dejarle fuerzas por si necesitaba gritar.

Así que lo único que puedo hacer es mirarle.

Mirarle con todo el odio y la repulsión que tengo contenidos dentro.

Mirarle deseando que algo pasara que hiciera que de pronto le explotase la cabeza.

—"Así que no te gusta que te toque ¿no?" —sonrió, e inclino la cabeza, y algunos de sus largos mechones lacios, me hicieron cosquillas en la barbilla —"Sí. Ya me lo había parecido antes. Esos ojos con los que me miras son los mismos que tienen todos esos blancos que creen que valen como por treinta personas o más" —el costado de sus dedos continuaron haciendo círculos en mi mejilla.

Círculos ásperos.

Porque seguramente cada centímetro de su cuerpo era áspero.

Como la piel de un campesino.

De un vulgar campesino, que sí antes de que esta manada de salvajes, hubiera osado secuestrarme, habría perdido toda la mano por creerse con el derecho a tocar uno solo de mis cabellos.

Intenté agudizar la mirada.

Mucho más, si se podía...

Pero a pesar de que veía mis ojos, optó por no apartar la mano... en cambio, posó la otra en mi vientre y me sonrió.

Una de esas sonrisas diabólicas, que todos ellos tienen.

Todos, excepto mi renacuajo querido, porque a él le hemos criado la iguana y yo, y ha adoptado nuestras formas.

—"¿No te gusta que te toque Myriam?" —extiende la palma de su mano y me sorprendo al darme cuenta de que ocupa casi todo mi vientre. Lo hace todo a propósito y lo confirmo cuando se ríe tan cerca de mí, que su horroroso aliento a humo y al infierno me acaricia la oreja —"Pues mejor que te empiece a gustar" —me dice —"Porque ahora voy a tocarte mucho, y voy a ser el único que te toque, porque te compré y ahora me perteneces"

Le odio, le odio, le odio, le odio...

Y como le odio tanto, saco fuerzas desde donde ya no las tengo, para intentar apartarme, pero lo único que consigo, es que la cabeza se me vaya hacia atrás, Justo encima de su hombro.

Exponiéndole así, la parte más vulnerable de mi cuello, por si se le ocurre de pronto que tiene ganas de rebanármelo.

—"Y eso no salió como querías ¿verdad?" —se mofa.

Y su mano se enrosca en mis costillas, y las abarca y las aprisiona.

Y ahora huelo a infierno yo también.

Mi espalda está contra su pecho, ni cabeza colgando de su hombro, y su mano apretando mi costado.

Pero sus ojos están fijos en mis pechos, cuya poca carne expuesta, hacen un terrible contraste con la suya, precisamente porque jamás debieren tocarse.

Y como gracias a mi endeble maniobra de huida, terminé aún más dentro de sus brazos, y acercando en demasía, mis senos a su rostro, él sonríe y dice:

—"Sí así van a terminar todos tus intentos por escaparte de mí. Pues entonces espero que se te ocurra escapar muchas veces" —dicho aquello, se acerca... y siento su respiración y su aliento muy cerca de la base de mi cuello.

Y antes de que pueda darme cuenta de lo que va a hacer, recorre con su lengua por rapidez, desde la base de mi clavícula, hasta la punta de mi barbilla.

Y luego se acerca para susurrarme al oído, y de nuevo la cortina lacia que es su cabello se adueña de todo mi campo de visión y se desliza en mi cara, mis orejas y en todas partes.

—"Myriam" —me susurra, también tocando con la punta de su lengua, la parte más sensible de mi lóbulo —"¿Lo notaste? Aprendí a decir tu nombre bien, y como me costó mucho trabajo, entonces debes cambiar la forma en que me miras"

¿Y como más quiere que lo mire?

¡Sí yo lo veo como lo que es y no más!

¡Lo veo como un animal!

¡Un animal feo, idiota, muy grande y muy fuerte!

¡Y me acaba de lamer la cara como si fuera uno!

¡Como si fuera una vaca!

¡Oh! ¡Sí alguna vez uno de los tantos criados de los Robinson, hubiera osado siquiera sacar su sucia lengua enfrente mío! ¡Le abrían ahorcado! ¡Pero primero le habrían cortado la lengua con unas tijeras! ¡Una de esas tijeras grandes, demasiado grandes para cualquier mano!

Entonces, se escucha como se desliza el pedazo de piel curada, que simula una puerta, aquí donde me encuentro yo y todas las demás esclavas.

Lo que me hace pensar que esta sabandija que me tiene entre sus brazos, debe ser Yam escurridiza y silenciosa como una rata, porque a pesar de ser un hombre con promesa de que tendrá una complexión grande, nada de lo que ha hecho, ha despertado a las otras chicas.

Y la luz de Luna que acaba de colarse por esa rendija que abrieron le perfila el rostro.

Un rostro horrible, espantoso, con un color de piel muy parecido al que usan para retratar a los demonios de todos esos cuadros del infierno qué hay en aquella capilla semi-oculta de la Iglesia.

Esa en dónde Paul Slater me dió mi primer beso, y me dijo que sí aquel pedazo de la casa de Dios, emulaba al infierno, entonces cualquier muestra de amor no podía ser otra cosa que buena.

Los ojos negros y brillantes del joven indio me traen de regreso a fuerzas.

Son ojos que te hacen mirarles, a fuerzas.

Ojos que tienen un dueño caprichoso, que todo lo toma a la fuerza.

—"Quien sabe que cosas vayas a ir a hacer con un cadáver. Pero lo que sea que hagas, hazlo fuera de aquí" —siseó Winona desde el umbral de la puerta —"Lárgate. Lárgate ahora"

Kobeh me levanta, y lo hace como si yo no fuera más que un almohadón de pluma, de esos que no pesan nada.

Y mi cabeza queda colgándole casi dolorosamente sobre los bíceps del brazo.

—"Mi señora..." —se dirige hacia la india que está en la puerta.

Pero ella no le mira.

Y yo ahora es que me doy cuenta de que ellos se parecen un poco.

—"¿Dónde está la ramera de tu hermana?" —Winona se dirige hacia mí, pero luego se corrige —"Ah. Pero es probable que la fiebre ya te haya fundido el cerebro y ni siquiera puedas contestar. Es una lástima, Kobeh, porque si sobrevive es posible que ni siquiera te sirva para arreglarte el cabello, ¡y con lo bien que lo hacía! Supongo que, mi esposo tendrá que obsequiarme una nueva..."

Su esposo es ese indio horrible de los cuernos.

Ese al que he visto espiando a mi hermana mientras se ducha.

El peor de todos.

Aunque incluso a este qué me estruja con fuerza contra su pecho, lo he visto mutilar a un montón de personas, sin ninguna expresión de remordimiento en su semblante.

Como si fueran pollos que va a usar para cocinar la comida del diablo.

Lo he visto abrirles la barriga y jalarle una a una las tripas, a esos pobres hombres, y todo, mientras ellos aún estaban vivos.

Así como Susannah, nuestra cocinera, que sacaba tripas de pollo, y de pato, y de puerco, y de res, como dos fueran listones y sin verlos realmente.

Kobeh sale de la tienda conmigo en brazos, pero en este punto apenas si estoy consciente.

Estuve esforzándome mucho, y usando todas mis fuerzas para aguantar a que regresara mi hermana y poder despedirme de ella como se debe.

Iba a decirle que a pesar de que siempre nos llevamos muy mal, resulta que al final sí la quería.

Y que cuando la vida me trataba algo mal, a veces me iba a aquella torre que daba de frente a su recámara, y me escondía detrás del cortinero empolvado y roído y agujerado, por los ratones, y me quedaba ahí solo para verla bailar ballet.

Porque aquí en tierras casi abandonadas por Dios, ella era lo más cerca que iba a tener nunca, de ver un espectáculo como esos.

Y también iba a decirle que aunque me reí en su cara cuando madre mató a su gato para castigarle, la verdad es que por las noches, lloré tanto como ella porque yo también le quería.

No lloré por los peces, ni por los bichos, ni por los pájaros, ni por esos horribles ratoncitos, porque la verdad es que nunca me gustaron mucho los animales...

¡Pero, oh Dios mío! ¡Como lloré por ese gato!

¡Porque yo también le quería, Sophie! ¡Le quería muchísimo!

¡Le quería desde que mi cuerpo de niña decidió que era hora de comenzar a transformarse en el cuerpo de una mujer! ¡Y entonces madre me encerraba con llave para no tener que oír mis alaridos de dolor de vientre, que seguro que no eran otra cosa más que un castigo impuesto por Dios, por algún pensamiento impío que hubiera cruzado por mi cabeza!

¡Y yo de pensamientos impíos tenía por montones! ¡Así que seguro que debía ser así!

Pero entonces ese pequeño gato pardo, se colaba por la ventana y se me subía a la cama, y se acurrucaba sobre mi vientre, y ese calorcito que emitía su cuerpo, iba disipando poco a poco mi dolor, hasta que el sueño me vencía.

Y luego la primera en entrar a mi cuarto, era Sabina.

¡Es que estuvimos toda nuestra vida juntas, Sophie!

Y lo primero que hacía era enjuagar con agua del jarrón de rosas, un pedazo de lino y limpiar los restos de las lágrimas de mi cara, para que no fuera a arderme después.

¡Ay Dios mío!

¿Que habrá sido de la pobre y disparatada de nuestra hermana?

Con su cabellera dorada, y sus ojos mucho más azules que los míos.

Tú eras la menor de las tres Sophie, pero las dos sabemos que la que era la menor de verdad, era Sabina, porque aquella chica parecía como si se hubiera estancado en sus doce, o antes.

¿Sabes, Sophie?

Nunca te lo dije, pero padre a veces decía que Sabina iba a hacerle compañía toda la vida, por lo mismo, porque temía que cualquier esposo que él terminara escogiendo, acabaría por aprovecharse de ella.

Era algo así como un tema tabú entre padre y madre.

Algo sobre una fiebre muy fuerte que no le pudieron bajar, y que después de eso su mente decidió ya no crecer más.

A veces padre azotaba los puños contra algo y gritaba: —¿Por qué me estás castigando de esta forma Dios mío? ¿Por qué con mi hija? ¿Y por qué no conmigo?

Ay Sophie... ¿Qué cosa crees que haya hecho padre que sea tan terrible como para implorarle a Dios que lo castigue?

Ay Sophie... si mañana ya no despierto, por favor quiere a mi renacuajo mucho más de lo que ya le querías.

¡Quiérelo por las dos!

¡Y nunca de los nuncas le reproches el haber nacido indio! ¡Nunca lo hagas, por Dios, que no es su culpa!

Además, le he enseñado a rezar los padres nuestros y las aves Marías ¡y los reza tam bien! ¡Con esas manitas pequeñas y regordetas en las que se hacen hoyuelos ahí en dónde debería abultarse por los huesos! ¡Y con esa carita casi de querubín! ¡Ya te digo yo, Sophie, que si su piel no fuera del color horrible de la piel india, ese Niño sería el más bonito del mundo!

¡No habla bien, Sophie! Salvo algunas palabras que tú y que yo le hemos enseñado... ay, pero cuando rezo, él intenta hacer todos los sonidos parecidos a mis palabras, y reza con sus ojitos...

¡Los ojitos más bonitos del mundo!

Entonces, escucho el sonido de mis ropas rasgándose. Y luego siento mucho frío...

Y cuando abro los ojos, lo primero que veo es la luna.

Esa luna redonda y gigante en el cielo, a la que todo mundo le tiene miedo.

Que porque es un mal augurio.

Que porque es amiga del diablo.

Que porque guía los pasos de todos los demonios, incluidos los comanches, para que den con nosotros y nos maten.

Aunque así, sintiendo mi cuerpo flotar entre tanto, tanto frío, la verdad Sophie... es que esa luna no me parece tan mala.

Y hasta me parece bonita.

Entonces la luna queda oculta detrás de unos ojos negros y brillantes como el mármol, o el granito, o el alquitrán, que me miran, mientras un par de manos me sujetan la cabeza por ambos lados y la mantienen sobre la superficie del agua.

Frunzo el ceño porque yo quería seguir viendo la luna.

Pero el primero me ve a los ojos, y luego me mira al resto del cuerpo.

Sé que estoy desnuda porque lo siento, pero no tengo fuerzas siquiera para imaginarme las nuevas torturas y vejaciones a las que este salvaje piensa someterme porque cree que soy suya, que le pertenezco, porque me compró... porque el imbécil piensa que puede hacerlo, aunque la realidad es que va a tener que nacer cien veces más antes de que alguien como yo quiera mirarle.

—"Nunca había visto a nadie como tú, o que se te parezca" —lo veo tragar grueso —"Eres como si la luna hubiera decidido convertirse en mujer y luego meterse en el agua"

Intento enfocarlo para mirarlo con odio pero no puedo.

Mis ojos ya no enfocan bien.

¿Sabes, Sophie?

Aquí entre nosotras, hubo muchas veces en que imaginé cómo moriría.

Y a qué edad.

Y de qué forma.

Muy pocas veces me imagine como anciana... siempre he creído que tú y yo vamos a morir muy jóvenes.

Como esas flores que tú y Paul suelen meter entre las páginas de los libros y que se quedan jóvenes para siempre aunque pierdan su color.

Me imaginé rodeada siempre de cosas bonitas.

Pero jamás me vi rodeada de lirios acuáticos, y mucho menos en medio de un lago, que está ahí en las tierras de las que ya se olvidó Dios.

Creo que me faltó imaginación Sophie... esa que a ti te sobra.

Siento unos brazos rodearme...

Y hay una voz que me advierte que no crea que me he librado de él, que estoy cansada y que voy a ponerme bien, y que si mañana no abro los ojos él mismo va a ir a por mí, ahí a donde los blancos nos vamos cuando ya no queremos volver a abrir los ojos nunca.

¿Tú crees que los Kwahadi puedan forzar las puertas de San Pedro, Sophie?

Porque cuando viene a mí, la imagen de un montón de indios, con el cuerpo mitad hombre y mitad caballo, y cuernos, y lanzas con filos que miden más de lo que mide una persona.

Yo creo que sí.

Yo creo que pueden.

Yo creo que el día que den con las puertas doradas de San Pedro, no solo van a forzarlas, van a romperlas, a quemarlas, y a convertirlas en... nada...

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Kai

'Lydia...'

Es como si hasta su nombre y solo su nombre me debilitara.

Tal vez nunca debí preguntárselo.

Los esclavos no tienen nombres, los pierden cuando llegan aquí y les llamamos como queremos, pero yo quería saber el suyo.

Y la obligué a decírmelo casi tan pronto como la traje.

Porque ella me había dicho uno, pero cuando la llamaban de otra forma, también respondía.

Y a mí me bastó con decirlo una vez, para saber que no debería nombrarla nunca más... porque desde esa primera vez que me escuché a mí mismo decirlo, sentí como si todos los músculos y los tendones de mi cuerpo, se anudaran los unos con los otros.

'Lydia...'

Pero aunque cuidaba que si nombre nunca subiera a arañarme la garganta, lo pronunciaba muchas veces al día dentro de mi cabeza, más que el mío, el de mi madre, el de mi padre, el de mi gente, y mucho más que cualquier otro nombre que hubiera pronunciado nunca.

'Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia,Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia,Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia,Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia,Lydia, Lydia, Lydia, Lydia, Lydia'

Y es que mientras más ruedo ese maldito nombre entre mis dientes y mi lengua, con ganas de escupirlo en su cara, más me parece el nombre de una flor venenosa, porque mi boca no quiere sacarlo de ahí.

Y si nadie le ha puesto a ninguna flor de la muerte así todavía, alguien debería ponerle.

Alguien tiene que ponerle así.

A veces sueño con esa primera vez que apretó sus labios contra los míos, y eso que yo normalmente no sueño... pero con ella sí.

A veces mi sueño se alarga y la tiendo contra la hierba y la hago mía ahí mismo.

Otras veces solo es mi voz, que dice constantemente su nombre, pero cada vez con más y mas desesperación, como si lo gritara.

A veces mis labios comienzan a hormiguear solo de pensar en ella.

Y cuando eso sucede, me molesta todo en ella, su rostro, las ondas negras de su cabello, el color de sus ojos, su voz...

Pero por otra parte, desde que nuestros labios se tocaron esa primera vez, es como si algo inhumano me atara a ella.

Cuando la tengo lejos, necesito verla, y cuando la tengo cerca, la detesto y necesito que se vaya y no vuelva.

Pienso más en ella que en cualquiera de las mujeres que voy a tomar por esposas, e incluso que en Winona, de quien creí haberme encaprichado desde que supe lo que era una mujer para un hombre.

Pero cuando lo comparo con eso que me hace sentir esa maldita tosi-tivo, entonces no sé qué es lo que siento por Winona o por ninguna otra, sé que daría mil vidas para protegerla, y también sé que cortaría mil gargantas, y creía que con eso bastaba.

Pero esa sensación que me deja es... algo que de ninguna forma puede apoderarse de ti.

Debe ser una magia, o un hechizo, y yo debería saber muy bien qué debería acabar con ella con mis propias manos.

Porque ningún sentimiento humano te distrae tanto como para hacerte una cortada en medio el índice, mientras afilas tu arma, como lo has hecho todos los días, por años y años, tan pronto se miran los primeros rayos de Sol en el suelo.

Ni tampoco te hace quemarte la mano, por estar recordando sus suaves curvas bajo tu tacto, como si su piel fuera diferente a cualquier otra piel, y las ansias, y las ansias tanto que olvidas que aquel recipiente de metal lleva horas bajo el fuego, y es la herida que te hace el calor y no tu mente afilada, lo que te hace apartar la mano de golpe.

Y tampoco te hace perder el equilibro, y apoyarte ahí donde no debiste hacerlo, solo porque escuchaste a uno de tus hombres, decir que haría lo que fuera para poseerla, y que estaba cerca, y que antes de que fuera luna nueva sería suya.

Y entonces fingiste que no te importaba y acabaste tropezando y siendo mordido por una serpiente que debió haberte mandado al mundo de los muertos... y todo por una mujer que es apenas solo un poco más alta que esas niñas Kwahadi que aún no se convierten en mujeres.

Es una esclava —te repites cada vez que la miras y no puedes apartar tus ojos de cada uno de sus movimientos. Incluso los pequeños; como cuando se pasa un largo mechón negro detrás de la oreja porque le estorba, o la ropa se le mueve un poco, revelando su carne lechosa, y a ti te gustaría que en ese momento un fantasma, la terminara de desnudar, solo para que tú pudieras verla.

O cuando escuchas su risa... y descubres que te molesta demasiado cuando dejas de escucharla, pero agradeces que el embrujo pierda poder cuando se calla.

—Es solo una esclava —te repites —Y yo no puedo ni debo rebajarme a tomarla —

—Una esclava no es una mujer. Es un bien. Un objeto. Una posesión que se puede reemplazar en cualquier momento.

Ha habido demasiadas mujeres jóvenes, fértiles, nobles, y todas Kwahadi, que han ofrecido para mí sin ningún esfuerzo por mi parte, eso que ansío tomar de ella.

Pero es que en ellas nunca me provocó nada que yo no pudiera controlar, porque yo ya había decidido desde mucho antes, quiénes serían las mujeres a las que tomaría por esposas y cualquier otra, era una pérdida de tiempo.

Y esta mujer... me provoca todo.

Ni siquiera en otros tiempos, hace muchos inviernos, cuando era difícil no pensar en cualquier mujer, mi cuerpo amaneció, como amanece desde que no la tomé cuando vino a mí.

Cuando se dió cuenta de que tenía un poder especial sobre mi cuerpo y yo no podía hacer más que renegar de ello.

Y estos días, cuando veo mi reflejo en cuáles parte, y veo en mis labios y aún lado de ellos, las cortadas que me hizo con sus dientes, cuando yo le hice las propias... me molesta que vayan desapareciendo.

Y me molesta más ver que se le van borrando las mías.

Pero entonces confirmo que esa mujer venenosa solo puede ser una maldita bruja blanca y no otra cosa, porque las heridas deberían servir como una lección y una advertencia... y no ansiar hacerte y hacerle unas nuevas.

Y si antes me molestaba que creyera que era digna de mirarme a los ojos, ahora me molesta que me rehuya la mirada. Me molesta que no me vea.

Y me molesta más que sean mis ojos los que busquen a los suyos, cuando ahí están todas esas mujeres en fila, esperando que yo quiera murarlas un poco.

Y una de esas mujeres, la hermana más pequeña de mi esposa pero la más osada, se coló en mis aposentos una noche, algunos días después del incidente con el veneno.

Llegó envuelta en ante, y me pidió que la tomara, porque de todas formas ella también iba a ser mi esposa.

Así que lo hice. Hice lo que ella quería y me tomé mi tiempo, porque el embrujo de la gacela se debe de quitar de alguna forma.

Ademas, es una mujer hermosa, probablemente una de las mujeres Kwahadi más hermosas del campamento, y de todos los asentamientos comanches... y aunque sentí placer, y el tamaño de sus caderas fue complaciente a los ojos, y su voz me hizo sentirme poderoso de una forma diferente... mis ganas de tener solo para mí a esa pequeña tosi-tivo, no hicieron más que aumentar, hasta volverse insoportables.

Y así pasaron más días.

Ella con la soga que lleva al cuello por ser una esclava, y yo con esa soga invisible, apretada, y que asfixiaba, que ella con sus manos había puesto en mí.

Y los entrenamientos que puse sobre mis hombres y sobre mí, se volvieron imposibles.

Y yo terminé deseándole la muerte y luego corriendo hacia ella, entre las sombras, para evitar que la muerte llegara.

Acabando con mis manos con todo lo que pudiera dañarla, porque primero me tocaba a mí decidir qué cosa quería hacer con ella.

No los animales salvajes, ni las monturas desbocadas de mis hombres, ni los Kwahadi que suelen castigarles con el látigo. Solo habría de decidir yo, por encima de todos ellos.

Y luego llegó la noticia de que habían dado con un pequeño asentamiento comanche más al sur, y los blancos habían hecho con ellos, lo que siempre hacen.

Y los que sobrevivieron; algunos niños, mujeres, enfermos, y ningún guerrero, serían traídos al campamento por nuestros rastreadores, en el transcurso de los días.

En una incursión que lideraría Kobeh, el único hijo varón vivo de Dequan.

La decisión no fue fácil.

Se discutió muchos días y muchas noches.

Porque a mí no me gustan los movimientos de los Osage, con Ukiah como líder. Pero tampoco puedo ir a poner orden sobre todos ellos, si habrá menos Kwahadi para proteger las llanuras de Staket.

Y aunque estoy acostumbrado a que mi cabeza parezca que libra una guerra por sí sola, llego con todas las venas qué hay en mi cuerpo palpitándome; producto de esta nueva asfixia, y con el sudor escurriendo de mi cuerpo, producto del entrenamiento, y con las manos llenas de la sangre de algún enemigo y de la mía... y entonces parece una burla del destino o de algún Dios que me odia, que justo aquí me encuentre a esa mujer.

Esa mujer que aún lleva el cabello salpicado por perlas de agua, porque debió haberse dado un baño hace poco, y que esta tatareando cualquier cosa por que ella no se asfixia como lo hago yo.

Y las heridas a lado y encima de su boca, ya están completamente curadas, olvidadas, y como si nunca hubieran estado ahí.

Y yo no puedo evitar sentir como me hierve la sangre.

Así que sin más, la tomo por un brazo, y me la llevo sin darle tiempo de protestar y la introduzco a mi tienda, y la azoto contra una de las maderas gruesas que sostienen el lugar, y la aprisiono, poniendo mis palmas a cada uno de sus costados para no dejarla escapar, mientras ese maldito olor a flores que despide su piel, inunda mis fosas nasales, y me gusta, y me marea, y desearía que no lo tuviera.

El largo de sus pestañas, nunca me deja ver del todo sus ojos, pero aún así no me mira.

¡No me mira!

—"¡Mírame!" -le grito, desconociendo mi voz, porque yo hace mucho tiempo que no le grito a nadie, pero es esta necesidad de ella, de toda ella, hasta de olerla, lo que me tiene así: duro, tenso, como un animal ansiando una hembra, y como si la única hembra en el mundo fuera ella.

Y para colmo. En vez de obedecerme, lo que ella hace es cerrar sus ojos, apretarlos hasta que diminutas arrugas los rodean.

—"Si no me miras ahora tosi-tivo" —la última palabra la pronuncio de forma peyorativa para que entienda cuál es su lugar —"Le haré daño a tu hermana. Le haré tanto daño que ya no se parecerá en nada a como la ves ahora. Así que piensa mejor si quieres desobedecer"

Entonces es que me mira.

—"Creí que no te gustaba que lo hiciera. Creo que lo dijiste... pero es que cada vez que te apareces frente a mi, quieres una cosa completa diferente"

—"Yo decido lo que me gusta y lo que quiero en el momento en que yo quiera y tú no eres nadie para cuestionar nada. Ni siquiera eres una mujer aquí" —ella intenta bajar los ojos de nuevo, pero le advierto —"No te he dicho que puedes dejar de mirarme todavía tosi-tivo"

Y sus ojos regresan a mi, renuentes, pero regresan.

Y me ve de forma nerviosa, incómoda.

Sé que no está a gusto, pero lo disfruto, porque es lo menos que se merece, después de hacerme todo lo que me hace.

—"Ya no iba a tardar en irme. La próxima vez me iré antes" —me dice, creyendo que sabe lo que quiero y que es eso.

Entonces la mano que está cerca de donde ella podría intentar escapar, la dejo ahí, para evitar que lo haga, pero la otra la muevo hasta aprisionar un mechón de su cabello.

—"Te he visto" —le informo —"He visto y oído todo acerca de ti... y cada cosa que sale de esa boca tuya, no son más que palabras de miel, ¿sabes que aquí cualquiera puede arrancarte la lengua por ello?"

—"¿Palabras de miel?"

Suelto el mechón de su cabello emulando desprecio, y mi pulgar va directo a sus labios, rozando la carne suave y rosada, que está demasiado sana y falta de heridas, para mi gusto.

—"Mentiras, tosi-tivo... ustedes les llaman mentiras. Esas que usan tanto y todo el tiempo. Esas que les sirven de arma y a ti te sirven para engatusar a los niños del campamento"

La mujer frunce el ceño:

—"Yo a los niños les he tratado mejor que a nadie en la vida." —se defiende.

—"¿Ah, sí?" —chasqueo la boca en desaprobación —"¿Y entonces por qué cuando quieres que hagan lo que tú quieres que hagan, sabes usar muy bien esta boca tuya para conseguirlo en vez de usar la verdad? Y así eres tú; de la cabeza a los pies" —uso un poco de fuerza, para apretar su labio inferior, intentando confirmar que solo es un pedazo de carne blanda y sin poder evitar recordar como se sienten pegados contra los míos —"Los que son como tú no le tienen ningún valor a lo que dicen. Ninguno. Y por eso no valen nada"

—"Pues yo todo lo que digo, lo digo muy en serio."

—"¿Muy en serio?" —ladeo la cabeza y me le acerco un poco —"¿Entonces cuando los niños más pequeños están jugando con alguna cosa: palos, insectos, rocas, o lo que sea, pero para ti es más importante que vayan a donde tú dices, y les dices que ya está oscuro y que las rocas ya están muy cansadas de tanto jugar? ¿Y que los palos ya tienen ganas de irse a dormir? ¿Y les mandas a despedirse uno a uno de los insectos? ¿Eso es algo muy serio para ti?"

La veo tragar lento, pero contesta:

—"Sí"

—"Ya. Así que los tuyos tienen por costumbre desearle un buen descanso a todo lo que ni siquiera tiene orejas."

—"Los insectos sí que tienen orejas. Pero son chiquitas y no parecen orejas. Y no, no es costumbre de los míos... solo soy yo. Y no veo como eso puede hacerle daño a nadie."

—"Cualquier mentira es un crimen aquí"

—"Tú también mientes" —responde.

Y yo no puedo evitar jalarla de ahí de donde está y arrastrarla a mi cama, y subírmela encima a horcajadas, con sus muslos abiertos, y mi cuerpo entre el suyo.

Y ella abre mucho los ojos, y yo no le doy tiempo de responder, porque la tomo del cabello y la estrelló contra mi, y comienzo a devorar sus labios, a morderlos, y a exigirle que se defienda y haga lo mismo.

—"Aquí las palabras de miel, se pagan con sangre" —le susurro con una voz agitada, mucho más agitada que en cualquiera de mis entrenamientos.

Y entonces regreso a ella y la muerdo, aprisiono su labio ingerir, y lo corto un poco con uno de los caninos para saborearla.

—"E-Espera" —pide, abriendo las palmas de sus manos sobre mis hombros y empujándome hacia atrás.

Parece desorientada.

Sus labios sangran y quiero que haga sangrar los míos.

Y su corazón late a toda prisa, porque puedo verlo en el escote que revela un poco de sus senos turgentes.

—"Vuelve" —le ordeno —"Ahora"

Pero ella niega con la cabeza.

—"No voy a pedírtelo dos veces"

Ella vuelve a negar.

—"Es que así no se hace" —sus ojos están fijos sobre los míos —"Los besos. No se supone que deban ser así"

Entonces observa mi cuerpo, como buscando algo, y dirige su mano hacia uno de mis cuchillos, y antes de que pueda siquiera tocar el mango, mi mano está ahí; aprisionando y deteniendo su muñeca como en un arco reflejo.

—"¿Qué crees qué haces?" —la cuestiono.

Entonces ella cambia de idea, deja el cuchillo, y pone mi mano sobre el mango, y me hace sacarlo, porque ahora su mano es la que está alrededor de mi muñeca y la guía.

Traigo un montón de Armas encima y podría acabar con ella en cualquier momentito si quisiera, pero me da curiosidad ver qué hace y hacia dónde va lo que esta haciendo, así que la dejo.

Y ella dirige la punta de mi cuchillo a su propio cuello.

Con el filo amenazante descansando encima de su piel.

—"Déjame enseñarte..." —me dice.

Y yo frunzo el ceño pero no hago más que mirarla.

—"Lo primero que debes hacer es cerrar los ojos"

—"Jamás he cerrado los ojos frente a un maldito blanco"

—"Y por eso esto está aquí" —me dice mientras presiona solo un poco, el filo de mi arma contra su garganta, provocando que le escurra un listón rojo a lo largo del cuello —"No tienes que confiar en mí. Está mi vida en tus manos"

Entonces la miro, y ella asiente.

—"Yo decidiré en qué momento voy a abrirlos"

Una risita extraña se escapa de sus labios.

—"Claro que sí. Yo no puedo decidir ese tipo de cosas por ti"

Cierro los ojos.

Mi mano sigue encajada en su muslo y la otra sostiene el cuchillo.

Ella se acerca y con su mano libre me acaricia el rostro.

Y su respiración comienza a mezclarse con la mía.

Y sus labios comienzan a hacerme caricias de forma muy suave, más suave que las alas de una mariposa cuando te pasa volando de cerca.

Pero con cada aleteo me deja necesitándola mas.

—"In crescendo" —murmura contra mis labios —"Así es como comienzan las mejores cosas; el teatro, la danza y los besos... y nunca con furia desde el principio"

Y sus labios regresan a mí.

Y me trata como si la piel de mi boca supiera deliciosa, y como si mi piel fuera un manjar del que ella nunca pudiera cansarse.

Y yo hago lo mismo.

Y la velocidad aumenta.

Y me arranca jadeos de la garganta y sonríe contra mis labios.

Y no sé en qué momento dejé caer el cuchillo porque necesitaba sostenerle la cara para que no se fuera a ninguna parte.

*

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Nota de autor: Hola chiquistrikis 🫶🏻✨

Yo sigo de vacaciones 😅 así que las actualizaciones seguirán algo lentas pero seguirán 💕

Muchísimas gracias por apoyar esta historia. Cuando comencé a escribirla no tenía idea de que recibiría tanto apoyo... todo mundo estaba a la espera de la secuela del reloj, pero yo quise descansar un ratito del universo del reloj y empezar a escribir esto.

Me siento contenta porque creo que la personalidad de Kai, ya tiene toda su forma, pero también me he dado a la tarea de definir a Myriam, Kobeh, Winona y Lydia y creo que todos son muy diferentes entre sí 😅

Myriam es súper fresa y mamona hsgsgsgs pero me cae rebién 🥴

¿Que les pareció el cap?

Esta vez fue de esas veces en que no le di muchas vueltas y todo salió solito, creo que es como cuando los personajes te piden que suceda algo y te dejas llevar por ellos y pasa.

Recuerden qué hay grupo de WhatsApp y de Facebook en donde aviso actualizaciones y doy adelantos...

Pero mis mensajes por Wattpad están fallando, así que si gustan pueden pedírmelos en mi Instagram.

Soy @Marluieth en todos lados 🤓

PD: al rato intento corregir errores de dedo 😘

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