12. Armadijo
Ella se amarra las agujetas de su ropa con prisas, las manos le tiemblan y no intenta ocultar que quiere alejarse, pero yo no la dejo.
La tomo del brazo y la pego a mi cuerpo, sintiendo como su piel arde contra la mía.
Sintiendo como me quema.
—"Pídeme algo" —escupo con desesperación —"Lo que quieras. Puedo darte regalos, joyas."
Ella me mira y sus ojos son una profunda laguna de confusión.
Su respuesta me atraviesa y es una que no había escuchado antes:
—"No quiero nada. No puedes darme ninguna cosa que quiera."
—En algún lugar y en algún momento
de esta historia...
Espera... espera...
¿Si era de esta
o es un fragmento
de alguna otra?
*Carita de confusión confundida*
Sí es de esta.
No me maten.
Si me matan nadie podrá seguir escribiendo 👀
*******
Lydia
—"La guerra tiende a sacar la peor cara de las personas."
El señor Robinson solía decir eso todo el tiempo:
—"Abran muy bien los ojos hijas mías, que uno nunca va a poder estar lo bastante seguro en tierras de nadie. Hay que aprender a conocer más de un camino para llegar al mismo lado, no podemos limitarnos a confiar que un buen día a alguien a quien pensamos conocer, no se le ocurre incendiar o derribar el único puente que lleva a casa"
Durante mucho tiempo aquellas palabras no hicieron ningún sentido dentro de mi cabeza. Yo creía que era muy fácil escoger a las personas buenas de entre las malas. Como cuando uno está haciendo galletas; esta se quemó bastante en el horno; así que ahora solo sirve para ser comida de gallinas, pero a esta otra sí se le puede poner mermelada.
Y siendo muy sincera, ahora pienso que ninguna de nosotras tres, se tomó demasiado en serio sus palabras... aunque tal vez debimos hacerlo.
Myriam como siempre, le hacía la finta de que lo comprendía todo a la perfección, cuando probablemente lo único que comprendía bien eran sus ganas de que el señor Robinson cerrara la boca de una buena vez y se fuera a roncar como toro en engorda, a su habitación, para así poder escabúllase al gran salón, y continuar haciendo dibujos de vestiditos y faldas con la yema de sus dedos, asegurándose de agachar la cabeza en cuanto sonaran tacones cerca, para que nadie fuera a decirle que estaba siendo una vaga por hacer tal cosa.
Sabina, a la que siempre se le salía el tiro por la culata, abría la boca para decir alguna de sus respuestas inteligentes y así poder demostrar que una puede ser graciosa, femenina, bonita y brillante, todas a la vez, pero en lugar de eso, se le salía el erupto más grande del mundo por la boca, y el sonido era tal, que primero la observábamos bien ante la incredulidad de que un sonido como ese hubiera podido salir de las tripas de una chica tan menuda como aquella, y luego era que echábamos a reír.
Y sí, después estaba yo, que solo me limitaba a darle de vueltas a mi tenedor y a escucharlo con la cara de caso perdido, o como solía decir Sabina: con cara de una patata. Las caras de patata te hacen quedar como una gran idiota pero también te sacan de muchos apuros; úsalas sabiamente.
Y a mí, mi enorme bocota y mis comentarios fuera de lugar, ya me había metido en más aprietos de los que se pueden contar con ambas manos, muchos de ellos, considerablemente más grandes que esos en los que te puede meter un erupto, aunque no sepas si se lo echó un hipopótamo prehistórico, o una chica con la cabellera de una muñeca y rizos rubios Perfectos.
Y de todas formas...
La guerra parecía quedar demasiado lejos en el momento en que me encerraba en mi habitación para practicar mis posturas básicas de danza, todo mientras escuchaba a Myriam o a Sabina tocar el piano en la planta baja.
Mis pies se movían por sí solos, y mis músculos se estiraban, y se doblaban con obediencia...
Y el papel tapiz repleto de tulipanes, con el que estaban forradas las paredes de mi habitación, se convertía en un jardín inmenso.
Yo ya no estaba encerrada, ni tenía que ocultarme para hacer lo que me gustaba: era libre.
La guerra de la que todos hablaban se parecía más a un mito, o a un cuento feo de esos que se inventan los adultos para hacer que los niños se comporten como tienen que hacerlo:
Sí dices groserías, te crecerá la nariz, si le levantas la mano a cualquiera de tus padres, se te secará la mano, y si duermes hasta pasadas las 12, saldrá el coco que vive debajo de las camas de los niños que se desvelan y te jalará los tobillos para que aprendas la lección.
En fin.
La guerra, en nuestra cabeza, no era muy diferente a cualquier a de esas historias, e incluso cuando a algún amigo del Señor Robinson, se le ocurría entretener nuestra cena, contándonos alguna leyenda de terror local, aquello tenía muchas más posibilidades de provocarnos pesadillas.
Poco después empezaron los ataques y los saqueos en algunas fincas y rancherías... pero ninguna estaba demasiado cerca de la gran ciudad, así que debía ser por eso.
Aquellas pobres personas tuvieron la mala suerte de construir sus casas y granjas en territorio Indio sin saberlo.
¡Sí tan solo hubieran tenido más cuidado!
Eso era algo que no podía pasarnos a nosotros.
Y como decía la Señora Robinson:
—"No podemos deshacer lo que está hecho y ya hay demasiadas personas en el mundo como para querer salvarlas a todas. Pero podemos ir a Misa de 7:00 y rezar para que aquellas pobres almas lleguen al cielo y que sus seres queridos alcancen la resignación"
Así que nos vestíamos todos de negro y hacíamos lo propio. Y todo mundo parecía pensar que hacíamos bien...
—"¡Todas las niñas Robinson, dedicaron unas palabras a los granjeros muertos! ¡Y cada una rezó tres Aves Marías! ¡Sin lugar a dudas estás formando a señoritas de bien!"
Y en cuanto la señora Robinson escuchaba palabras como esa, se le inflaba el pecho (como se le infla a los pavos) y pasados unos días, volvíamos a nuestras rutinas de siempre.
Aquello había quedado zanjado.
Habíamos hecho lo que nos correspondía.
Y ya no podíamos hacer más...
Cuando comenzaron a saquear y a atacar, las fincas y propiedades aledañas, no fue diferente:
—"Yo ya había escuchado que los Russel se traían muy mala sangre con los indios. Algo les hicieron y entonces, se la están cobrando. Aquello definitivamente no podría pasarnos a nosotros" —decía el señor Robinson mientras se servía otra copa de tinto.
Tenía sentido.
Nosotros (en lo general) éramos buenas personas, y a las buenas personas no les sucedían cosas malas.
Así que terminábamos de cenar con toda la tranquilidad del mundo, juntábamos nuestras manos, y dábamos gracias a Dios por nuestros alimentos y por todas las cosas buenas.
—"¡Y por la mermelada de frambuesa!" —sentenciaba Sabina.
—"¡Oh sí! ¡Definitivamente gracias señor por la mermelada de frambuesa!" —la secundaba yo.
—"¡Y por qué vendan mucha ropa del color de la mermelada de frambuesa!" —agregaba Myriam.
—"¡Y zapatos!" —hablaba Sabina.
—"¡Y medias!" —pedía yo.
—"¡Amén!" —exclamábamos las tres, juntando nuestras manos.
Ojalá que darle las gracias a Dios por adelantado, le hiciera sentir un poquito más comprometido para cumplir los deseos...
Y luego de las gracias, y justo antes de levantarnos de la mesa, la señora Robinson nos recordaba que ofrecer tres Aves Marías en esta ocasión no sería suficiente, y que esta vez cada una tendría que ofrecer un misterio completo por los Russel.
—"¡Y nada de saltarse las Aves Marías, niñas!
—"¿Ni una sola?" —le preguntaba Sabina —"¿Ni una chiquita?"
—"¿Pero como distingues las Aves Marías chiquitas de las que no lo son?" —le preguntaba yo.
Myriam torcía los ojos; como si ya le hubiera hecho esa pregunta antes a su hermana y conociera bien la respuesta.
Entonces Sabina se aclaraba la garganta para crear expectativa en su público de dos:
—"¡Ay! ¡Pues muy fácil! ¡Las que se dicen en voz bajita, son más chiquitas que las otras! ¿Verdad que sí Myriam?"
—"Ujum" —le respondía ella, con esa cara que claramente decía que le estaba prestando la menor de las atenciones, aunque Sabina parecía ser la única que se daba cuenta de aquello.
—"¿Lo ves?" —después se lamía el índice y se lo pegaba a la sien: —"Tsssss" —musitaba —"La cabeza se calienta mucho cuando se utiliza bien"
Luego de aquello, nos subíamos cada una a nuestra habitación a prepararnos para el otro día.
Myriam se disponía a armar el mejor atuendo de luto nunca antes visto, con todo lo que tenía en el armario y siempre lo conseguía.
Sabina se llenaba la panza de dulces, ya que durante los próximos días, sí la cachaban comiendo golosinas la considerarían una mujercita frívola, y ella se negaba fervientemente a ser catalogada como aquello, lo mejor que podía hacer entonces, era llenar sus reservas, y comerse de una, todo lo que no podría comerse en una semana.
Y yo me ponía a practicar algunos pasos de baile mientras miraba la Luna; una luna muy brillante.
Después me preguntaba si mis cortineros eran lo bastante fuertes como para aguantar mi peso, y como una idea mala siempre lleva a otra peor, say ella vez rasgando mis cortinas, partiendo mi corto Beto en dos, y con un moretón gigante en las nalgas, que muy seguramente me duraría mucho más de una semana.
¿Conclusión?: No. Los cortineros no eran lo bastante fuertes como para aguantar absolutamente nada.
Y antes de dormir sacaba del armario un vestido negro, mis zapatos, una chalina y un tocado del mismo color, y luego me iba a dormir, feliz porque al menos ya no cometería el error de escoger mi ropa de mañana y con el cerebro apenas despierto; solo para terminar viéndome como payaso.
Pero todavía recuerdo muy bien una de las pocas conversaciones que tuve con Myriam Robinson, cuando nuestra única preocupación era buscar una forma de estar en nuestro propio mundo sin ser severamente reprendidas por ello; en su caso; dibujando ropa, y en el mío; bailando...
Bueno, no sé si a eso que tuvimos se le pueda llamar una conversación.
El Sol se colaba por los ventanales más altos de la casa, y entraba por un vitral que pintaba algunas partes del piso; como si fueran grietas de colores, en un mundo lleno de tonos sobrios, y yo bajaba por la escalera de nuestra casa, siendo la última en quedar lista, como siempre...
Salir de la cama a buena hora no era para mí un problema, pero peinar mi cabello sin que pareciera que estaba echando competencias con alguno de los espantapájaros más viejos del viñedo del Señor Robinson, esa sí que era mi propia Odisea.
Myriam y Sabina ya estaban en el vestíbulo de la planta baja, y voltearon a mirarme al unísono, los peldaños de la escalera de la casa eran todos de madera y crujían, así que era imposible bajar sin que supieran que lo estabas haciendo.
Me quedé dos escalones arriba y me dirigí a ella;
—"Oye Myriam..." —juguetee con mis dedos, con los detalles tallados en la madera del barandal por puro nerviosismo —"¿Por qué crees que debamos ofrecer en la misa, más del doble de oraciones, por los Russel que por los campesinos que murieron de la misma forma, hace no mucho?"
Myriam levantó sus cejas.
Separó los labios, pero cuando se dió cuenta de que nada salía, cerro la boca de nuevo, y se acomodó un cairel detrás de la oreja.
Su expresión se ensombreció mucho, se cruzó de brazos, y simplemente respondió:
—"Hoy no tengo ni tiempo, ni humor, ni ganas, para tus preguntas estúpidas, Sophie"
—"¿A que es una pregunta de lo más estúpida?" —agregó Sabina —"Es obvio que es porque los Russel harán de unos ángeles muchísimo más monos que esos campesinos pobres y malolientes que nadie conocía, dah... ¿No has visto que un montón de vagabundos se mueren en invierno? ¿Y ves a alguno de nuestros rezar? ¡Por supuesto que no! ¡Porque esos se convierten en unos ángeles horrorosos!"
No fue mucho tiempo después de aquella conversación, que llegó el incendio que acabó con todo lo que creíamos que sabíamos... y que nos hizo quedar a las tres como unas idiotas mimadas.
Aunque Sabina no tuvo tiempo para darse cuenta.
Y yo no era mucho de darle vueltas a todo lo que habíamos perdido, porque me parecía de lo más masoquista y también porque ya lo había hecho por demasiado tiempo y no servía de nada... o sí; era el mejor remedio si tu deseo más profundo era tener los hermosísimos ojos de un sapo: toda una valiosa característica en el rostro de una jovencita casamentera.
Las cosas que más extrañas no regresan, por mucho que las pienses, o les llores.
Pero estando aquí, y habiendo escuchado lo que acababa de decir ese hombre al que Kai Índigo había torturado hasta que se le cansara la mano, no pude evitar darle de vueltas a absolutamente todo: a mi época, a mamá, a los teléfonos móviles, a que me prometí a mí misma que la primera carta que escribiera a puño y letra sería una de amor, a que todavía no lo había hecho, al estofado de patatas que cocinaba la señora Robinson en Año Nuevo, a la obsesión por los zapatos de Sabina, a todas esas veces que nos obligaron a las tres a hacer una pijamada de reconciliación solo para terminar más peleadas que nunca...
A la vez en que Sabina dijo algo que me molestó y le derramé mi cocoa caliente en la bota, y entonces ella le arrancó de una mordida, la cabeza a la muñeca que yo tenía en la mano, porque pensó que era mía cuando en realidad era de Myriam, y que, cuando Myriam pegó el chillido, Sabina se atragantó con los pelambres de la muñeca que había engullido, y que solo se nos pasó el enojo hasta que la vimos ponerse de color azul, y entonces tuvimos que voltearla de cabeza y zarandearla como trapo viejo. Pero al final, lo único que funcionó, fue que Myriam se desesperara y le diera un rodillazo en la barriga.
Recordé también, todas esas veces en que caí bailando pero no le dije a mamá, porque quería que siguiera pensando que yo era la mejor, y también la recordé diciendo que sí iba a ver conmigo aquella nueva serie que me obsesionaba, solo para quedarse dormida desde el minuto 15.
Recordé las tartaletas de piña de la abuela...
Recordé las quesadillas de microondas que nos hacíamos papá y yo, cuando mamá se enojaba demasiado con nosotros, y como decidió que nunca mas nos mataría de hambre, cuando por error también metimos a calentar un trozo de aluminio: "Para más sazón"
Y me descubrí extrañándolo todo.
Pero también descubrí algo más mientras las palabras de aquel hombre volvían a mi como un eco con la fuerza de bofetada: y eso era que todo, absolutamente todo eso que extrañaba tanto, por primera vez estaba al alcance de mi mano.
Y también por primera vez podía servirme de algo la bonita cara de Sophie Robinson.
"Los guerreros Comanche suelen hacer algunas incursiones al año; de comercio, de política, o de guerra... Normalmente solo van los guerreros, sin mujeres. A no ser que sea alguien importante, como una primera esposa... o un ángel. Esa puede ser su única oportunidad"
Tragué grueso.
—"¿Es eso posible?" —pregunté, y volví a humectar mi garganta—"¿De verdad es posible para nosotras salir de este lugar?"
El prisionero se rió: —"Te diré un secreto, cariño: todo es posible"
A Myriam se le cayó al suelo el bulto que llevaba en las manos. Este hizo un sonido metálico en cuanto golpeó el suelo.
—"¡Dios Santo! ¿Estas... A caso estás sugiriéndole que se haga cariñitos con uno de esos?" —pero en cuánto fue consciente del volumen de su voz, se llevó una mano a los labios. Y después volteó a mirar a su alrededor, para asegurarse de que nadie más le había escuchado.
El prisionero se burló nuevamente; su risa era débil, cansada y apenas audible, pero sus hombros se sacudían tanto, que aterraba un poco.
—"¿Hacer cariñitos?" —lanzó un escupitajo lleno de sangre al suelo, y al hacerlo algunos hilitos del mismo líquido, le escurrieron por las comisuras de la boca. La piel de sus labios estaba tan reseca que había partes qué le colgaban en trozos—"¿Tú piensas que hacerle cariñitos a un guerrero Kwahadi, es lo único que necesitas hacer para tener la oportunidad de salir de aquí? Oh, no... Lo que tu hermana tiene que hacer, si quiere conseguir cualquier cosa, es abrir ese bonito par de piernas y dejar que ese pobre diablo se la folle hasta que se canse de hacerlo. Y mientras lo hace, fingir que le gusta como nunca antes le ha gustado nada, también estaría bien. Todo eso sin esperar un anillo de compromiso por supuesto; los indios no convierten a las blancas en sus esposas por mucho que les gusten, o por muy buena cuna que tengan, nunca las tratarán como a una de sus mujeres. Pero sí que las usarán para fornicar, que para eso todas las mujeres son buenas" —entonces me clavó la mirada —"Aunque algunas lo pueden ser mucho mejor que otras"
Myriam hizo una mueca de espanto y se apresuró a recoger lo que se le había caído, con la mano temblando, luego se sacudió el polvo de la falda como para disimular.
Èl hombre lanzó otro escupitajo y le sonrió.
Entonces hablé yo:
—"Ya. Pues no creo que se pueda conseguir mucho solo por gustarle un poco a alguien. Además, no necesitan de nuestro consentimiento para hacer lo que quieran con nosotras; ¿Para que hacer favores, por algo que pueden simplemente tomar gratis, sin ninguna represalia?"
—"¡Sophie!"
—"¡Es la verdad!"
—"¿Que le gustas un poco? Ángel, ¿me estás diciendo que así como te ha tratado el infame Kai Índigo, es como suele tratar a todos los prisioneros o como castiga a los esclavos? ¡Menuda cosa de la que recién me he enterado!" —ambas volteamos a mirarlo—"¿Piensas que solo hacen falta un par de pechos para tener comida, y agua, y no dormir encima de donde has defecado y orinado hace más de una semana? ¿O que por tener una polla es que mi tortura se hace más grande?" —sacudió la cabeza —"No hace falta ser blanco o indio para reconocer a una buena yegua"
Nadie dijo nada más después de aquello.
Kai Índigo no se apareció por ahí el resto del tiempo que duró mi castigo.
Y a mí se me permitió reanudar mis actividades a los pocos días.
Miro de reojo a Myriam, mientras ambas lavamos algunas mantas a la orilla del arroyo.
Refregamos la lana contra unas rocas, pero gracias a que en toda nuestra útil vida ninguna de las dos hizo demasiado, tanto sus nudillos como los míos están a carne viva.
No hemos tocado el tema durante estos pocos días, pero sé que ambas lo tenemos más presente que nada, así que simplemente suelto un suspiro largo y le digo:
—"¿Tú crees que nos haya dicho la verdad? ¿Que si hago lo que dice, tengamos una oportunidad de volver a casa?"
Ella me responde casi en automático:
—"¡En absoluto! ¡Ese hombre ya está en sus últimas, y habrá buscado cualquier excusa para divertirse a costa nuestra!"
Tenía sentido.
Alguna vez hice voluntariado en un asilo, y los ancianos que padecían enfermedades terminales, eran los más groseros.
Recuerdo muy bien que en una ocasión, uno de ellos me metió su dentadura en la parte de atrás de mí sudadera, y luego empezó a aplaudir al ritmo en que esa horrible cosa hacía: ñaca ñaca ñaca, porque era de cuerda.
Sacudo la cabeza.
—"Igual, no sé, puedo intentarlo"—ella deja de lavar y me mira —"Aunque no creo que yo le guste tanto como él dice, y no sé si una simple atracción pueda hacer mucho. Si me preguntas a mí, me parece que lo que le excita a ese hombre es matar a las personas..." —siento como el calor se me sube a la cara —"¡Oh, pero estoy muy segura de eso! ¡Solo que por favor no me preguntes cómo lo sé!"
"Ewww. No te preocupes, nadie en su sano juicio quiere saberlo" —Una sonrisa de labios cerrados se dibuja en la cara de mi hermana —"¿Que si le gustas? Bueno. No lo sé... La verdad es que con ese cabello de estropajo, y con la piel de la nariz pelada por el Sol, la ropa rasgada, y el montón lleno de polvo, sí que te ves de lo más encantadora... para un simio incivilizado"
Me lo tomo a broma y pongo la cara más seductora que tengo.
—"¡Rawrrr!"
Ella me echa un poco de agua y yo se la regreso.
Entonces estallamos a carcajadas.
Pero ambas cerramos el pico cuando pasa cerca una mujer Kwahadi y nos mira mal.
Después volvemos a reírnos pero en un susurro.
Y antes de irnos, algo me hace arrancar unas rosas con la mano, y guardármelas dentro de la ropa.
No sé muy bien por qué lo hago, pero cada vez que las espinas se clavan en mi piel, me muerdo los labios y me aguanto.
Myriam tose un poco en el camino de regreso, y cuando la miro, ella agita la mano como diciendo: no es nada.
Yo de verdad espero que no sea nada.
Cuando estamos de vuelta en la tienda de Winona; ahí está ella, como es usual, pero lo que no es usual es que esté acompañada de ese guerrero al que llaman: Nobah.
—"Hasta que están todas aquí..." —nos dice ella y se acerca a nosotras, después desliza una mano a lo largo de los mechones de Myriam antes de hablar: —"Ustedes tres" —nos señala a Myriam, Bella y a mí —"Hagan una fila y quítense la ropa"
La orden nos aturde; y ni Bella, ni Myriam, ni yo, somos capaces de movernos.
Pero cuando se saca una fusta de la cintura y le pega un latigazo a Bella, que le levanta la piel del tobillo, las tres comenzamos a sacarnos la ropa con tanta rapidez que aquello se vuelve torpe.
—"¿Cuál crees que les guste más?" —le pregunta Winona al guerrero.
Él no lo duda un instante e inmediatamente me agarra de la muñeca y me pega contra él.
Su otra mano se encaja en mi espalda baja con fuerza.
—"Esta" —sentencia —"Esta es la que más me gusta a mí y definitivamente es la que más les va a gustar a ellos"
Winona sonríe, y me observa con algo que interpreto como odio.
Comienzo a marearme.
Mí respiración me raspa la garganta.
Y los segundos que pasan se vuelven muy sofocantes y muy largos
Ella habla de nuevo:
—"Eso pensé."
—"Bien"
Aprieto los ojos.
—"Pero no puedes llevártela..." —añade —"La primera vez de esta esclava, la usaré para algo más... especial. Escoge a otra"
Él guerrero gruñe en desaprobación.
—"Dije que quiero a esta"
—"Y yo dije que no. Los comancheros del norte pagan mejor que los del sur, y son... exigentes" —ella sonríe, con alguna imagen mental —"Y el único que hace tratos con los del Sur, es mi esposo. Ningún otro. Ni siquiera tú"
Él parece furioso, pero igual me suelta de una forma tan brusca que caigo al piso.
—"Entonces les llevaré a esta otra" —jala a Bella.
—"¿La manca?"
—"Sí"
—"Es una elección rara"
—"No tan rara. Estoy seguro que a un blanco le gustan tanto los arañazos como a un indio"
Ella parece divertida:
—"Como quieras..."
Bella se va gritando, y me estira la mano como intentando salvarse.
Cuando intento tomársela; Winona me da un latigazo en la mano; y luego me da dos más; que me caen en la espalda y la pantorrilla.
Cuando eso no me detiene, le suelta un latigazo en la cara a Myriam y eso me deja quieta.
Después nos ordena vestirnos de nuevo y nos hace atenderla, con toda la naturalidad. Como si un hombre no acabara de llevarse a una mujer llorando y gritando por la entrada de su tienda.
Cuando se sienta en el banquillo forrado de gamuza, aún se escuchan los gritos de Bella lejos.
—"¿Cuál es el color de las cuentas que el día de hoy, decoran las plumas de mi esposo?" —le pregunta a Danae.
—"Son negras, mi señora; todas de ónix"
Ella sonríe frente al espejo y le ordena a Myriam abrir el cofre de sus alajas.
Una docena de lágrimas silenciosas escurren a lo largo de la cara ensangrentada de mi hermana.
Winona se gira hacia ella y le toma la barbilla para acercar su cara.
La observa con un gesto que yo misma interpretaría como tristeza genuina si no fuera porque vi lo que acabo de ver:
—"Si tan solo esa hermana tuya fuera un poco más obediente..."
A través del espejo me ve con una especie de furia contenida.
Y antes de marcharse, cuando saca semillas de un costal y las deja caer en cada uno de nuestros platos como merienda, se salta el mío.
También se lleva la que era la manta de Bella, la mía y la de Myriam.
—"Siempre es bueno tener más basura para avivar el fuego"
Después sale de la tienda.
—"¿A donde se la han llevado?" —le pregunta Myriam a Danae, pero esta evita mirarla.
—"No sé de que hablas"
—"No me tomes a loca. Sabes perfectamente bien de qué cosa hablo"
—"No. No lo sé"
—"¡Sí que lo sabes!"
—"Déjalo Danae. Igual se van a enterar" —Kajika se gira hacia Myriam —"El caso es que no volveremos a verla..." —añade, y después me mira a mí —"Y a ti igual te dejaremos de ver, poco después de que termine el Invierno. Sabrá Dios que cosa habrás hecho pero debió ser malo..."
—"No entiendo..."
—"No le gustas a nuestra princesa Kwahadi. No le gustaste la primera vez que te vió y cada vez le gustas menos. Y luego has regresado aquí sin una sola herida y de una pieza; usando una camisa vieja de su esposo." —me mira fijamente —"Eso no suele pasar. Por mucho que un Kwahadi respete a su esposa. Incluso Kai Índigo llegó a asesinar a las esclavas favoritas de su propia madre, por una ofensa menor. Los esclavos no somos más que objetos, y comerciar es una forma inteligente de deshacerse de ti sin ofender a su esposo. Pero no puedes ser la primera, porque sería muy evidente que se siente deshonrada y busca anunciarlo, y una mujer Kwahadi jamás le declara abiertamente la guerra a su esposo"
—"Los comancheros..." —repite Myriam, y luego pone cara de horror cuando recuerda todas las veces en que escuchamos esa palabra.
—"Trafican con armas, con joyas, con caballos y personas. Los Comancheros del sur a veces venden a las mujeres en la frontera, a las que llegan al menos. Las violan entre 15 o 20 cada que quieren y no todas logran llegar..." —se encoge de hombros —"La excursión de comercio con el grupo del sur sale en dos días, pero esta es la primera vez que los Kwahadi se llevan a una mujer para comerciar. Normalmente se llevan hombres, porque pagan más por ellos que por las mujeres. Pero tenía que ser alguien antes de que fueras tú"
Es mi culpa.
Es mi culpa que se la llevaran.
—"Entonces, Bella..." —Myriam no termina la oración.
—"También pudiste ser tú. Los Comancheros no pagan mucho por las Indias o por las negras. Pero los del norte le pagarán bien. Porque tú hermana es muy bonita, y porque hay un grupo de Comancheros que solo compra virgenes. Ellos no las comercian. Las compran para ellos. No les duran mucho. Y no sé qué cosa es peor"
Myriam y yo nos quedamos en silencio: cada una se concentra en lo suyo; ella en desenredarse el cabello con la mirada perdida en algún lugar, y yo en agarrar fuerzas para ir a con los huérfanos.
Abro el cofre de madera que tiene mis pertenencias y saco el pendiente de esmeraldas.
Lo pongo en la palma de mi mano, y lo observo.
Pienso que lo veré cuantas veces sean necesarias para recordarme a mí misma quién soy, si salgo de aquí...
No.
Cuando salga de aquí.
Lo vuelvo a guardar y cierro el cofre, y la tapa hace un sonido muy fuerte cuanto azota contra el resto de la madera.
No pienso acabar así.
Y tampoco quiero eso para Bella.
Myriam me mira con los ojos muy abiertos pero yo no logro sostenerle la mirada:
—"S-Sophie..."
—"¿Alguna vez has estado con un guerrero?" —le pregunto a Kajika.
Ella sonríe.
—"Muchas veces"
—"¿Y pagan bien?"
—"Depende de que tan buena seas"
—"Ya"
—"S-Sophie no, no..." —vuelve a hablar Myriam —"No puedes"
—"¿Qué estas planeando hacer?" —me pregunta Kajika.
—"Nada"
—"Porque para que lo sepas, sería muy estúpido que le ofrecieras tu cuerpo a Kai Índigo. Esta no es la primera vez que nuestra princesa desaparece a un par de esclavas por celos" —agrega —"Pero eso no importa, porque Kai Índigo jamás ha aceptado el cuerpo de ninguna otra mujer. Ni siquiera antes de que Winona fuera su esposa"
—"¿Por qué me dices todo esto?" —le pregunto en un tono mucho más duro del que pretendo emplear —"He dicho que no planeo hacer nada. Simplemente tengo curiosidad. Nunca está de más saber cómo funcionan las cosas" —la miro muy fijo —"¿Está penado?"
Kajika tiene una mueca llena de curiosidad pero responde:
—"No" —ladea la cabeza —"Si el Kwahadi con el que te metes no ha tomado ni una sola esposa, no te tiene por qué pasar nada. Y si tiene esposas, siempre que ellas no sepan que su marido estuvo contigo, tampoco habría por qué pasarte nada..." —sus ojos adquieren un brillo extraño —"La historia es muy diferente si te descubren. Porque no eres su igual, eres una esclava y entonces pueden hacer lo que quieran contigo sin que nadie se meta. Y muchas veces eso ha sido todo un espectáculo, ¿No es así, Danae?"
Danae se tensa y se abraza a sí misma, pero no contesta.
Yo tampoco digo nada más, pero procedo a buscar mi túnica más delgada y más reveladora.
Rasgo un poco la tela del cuello para crear un escote accidental, y salgo de la tienda enrollada vestida con otra, y con la primera guardada entre mis pechos.
Llegó a la tienda de los niños Kwahadi y hago lo de cada noche.
Al principio me encargaba solo del pequeño, pero ahora lo hago un poco de todos; cantamos, y los más grandes cenan un poco antes de irse a la fogata central.
El pequeño Kwahadi ahora sabe decir una palabra, y la dice siempre que me ve:
—"Pía"
No sé muy bien que significa, pero me gusta... aunque no sé muy bien qué contestarle de regreso.
Cuando los niños Kwahadi están todos dormidos, les dibujo una cruz con mis dedos en la oscuridad de la noche. Nunca me consideré muy Cristiana, pero en tiempos como estos, pienso que no está de más que tengan de su parte a todos los Dioses que existen.
Respiro muy hondo para armarme del poco valor que tengo y me escabullo a la tienda de Kai Índigo.
La fogata que está dentro, está a nada de apagarse, así que se me ocurre aventarme algunos palitos, para intentar avivarla, pero creo que los escojo terriblemente mal; porque en lugar de que la luz se haga más brillante, casi la mato.
Decido entonces que lo mejor es no tocarla, porque no sé si voy a ser capaz de hacer, eso que pretendo hacer, si estoy totalmente sumergida en las tinieblas.
Jalo la palangana con agua, y dejo caer dentro los pétalos de las rosas que recolecté cerca del Río, después la acerco al fuego y me espero a que el calor haga que suelten su fragancia, y una vez que lo hacen, comienzo a pasarme el trapo húmedo por todo el cuerpo.
El calor del fuego, hace que el frío del agua sea un poco más llevadero, y a pesar de que el joven líder de los guerreros Kwahadi no llega hasta que ya está bien entrada la madrugada, la resolución que siento, no me deja sentir cansancio o tener sueños.
Tengo los ojos muy abiertos; como canicas fijas e inertes.
Parecidas a esas que les ponen a los animales disecados para simular sus ojos, y ahora que lo pienso, no creo que su mirada haya sido del todo muy diferente, antes de que los mataran.
Por primera vez pienso que es una ventaja eso de que a mí no me vuelva el querer conservar a toda costa la virtud.
Solo es una capa de piel delgada, Lydia.
Hay chicas a las que se les rompe solo por montar a caballo y ni se dan cuenta.
Al menos eso me han dicho...
Igual soy un nudo de nervios.
Pero sí algo tengo muy claro, es que prefiero morirme por haber hecho algo que por no haber hecho absolutamente nada.
Una suave corriente de aire me acaricia la piel del hombro, y eso me hace girarme y clavar la mirada en la entrada.
Sí no fuera porque cada célula de mi cuerpo está de lo más alerta, no me habría dado cuenta de su llegada, porque no solo son sus ojos los que son muy iguales a los de un felino, sus pisadas son las mismas de una bestia nocturna, acostumbrada a cazar sin hacer sonido alguno.
Se va acercando poco a poco, y la luz del fuego le baila en los músculos; definidos, tensos, marcados y algunos embadurnados en pintura de guerra que lo hacen ver todavía más salvaje y mucho más imponente.
Mis rodillas tienen la misma consistencia que una gelatina mal cuajada... pero afortunadamente eso él no lo sabe, y eso es muy bueno para mí, porque es un hombre tan sádico, que si lo supiera, estoy segura que se aprovecharía de ello.
El penacho de los cuernos oscuros y afilados le adorna la cabeza: lleva las cuentas negras y opacas que dijo Danae, y las plumas pintas y muy largas.
También hay un pendiente largo y metálico que le cuelga de una oreja; con la forma de algún jeroglífico, o alguna deidad; tallada en un trozo de hueso, con dos cuentas color turquesa que le preceden.
Se detiene en cuanto advierte de mi presencia y esos ojos exóticos y calculadores me penetran como algo afiliado, como un arma más. Y a pesar de que tengo el impulso de bajar la cara, y clavar mis ojos directos al suelo, decido apretar los puños, armarme de valor y mantener la cara en alto.
Se acerca más, en un movimiento fluido y esa mirada suya, oculta tras una línea de grafito negro que le pinta la piel, de vd mucho más oscura cuando está sumida entre las sombras, pero apenas la rica un mísero rayo de luz, y eso es suficiente para pintarla de dorado completa.
Se detiene a pocos pasos de mí.
—"Habla" —su voz suena muchísimo más profunda que como la recordaba.
Separó los labios para hablar pero mi voz no me responde; es como si sus ojos tuvieran alguna especie de poder o encantamiento y me hubieran dejado completamente inmóvil.
No es un hombre de paciencia, y lo ha demostrado.
Así que en vez de hablar, me pongo de pie, dejando alrededor de mis tobillos, la ropa gruesa que me había puesto a modo de capa para cubrirme del frío, y quedo únicamente vestida con la túnica delgada y extremadamente reveladora.
Veo como su cuerpo adquiere una nueva tensión.
Y lo observo apretar la mandíbula.
—"Y-Yo..." —comienzo a decir, pero antes de que pueda terminar de hablar, me tiene contra la pared, con una de sus navajas pegada en el cuello.
—"No me interesa nada de lo que puedas venir a ofrecer tosi-tivo" —suelta, de forma muy lenta; mientras su rostro es ese mismo inexpresivo de siempre.
Y yo me vuelvo a perder en sus ojos.
Ah...
Sí...
Ya lo había pensado antes.
Son iguales a mi prendedor de obsidiana dorada, y teniéndolos así de cerca me pregunto, si no estarán hechos de lo mismo.
Una gota tibia de mi propia sangre mi escurre a lo largo del cuello a modo de advertencia.
—"No lo entiendo..." —susurro.
—"Creo que sé hablar bastante bien el idioma que habla la plaga blanca" —escupe.
Niego con la cabeza, por costumbre, y el filo de su arma me corta un poco más.
—"No lo entiendo, porque se supone que los monstruos deben ser aterradores, pero... no sé si también deban tener unos ojos así de raros e impresionantes o sí solo eres tú..."
Un rayo de confusión atraviesa sus ojos, pero es algo tan breve, que me hace preguntarme si en realidad estuvo ahí.
Lo que sí pasa, es que el agarre de su cuchillo se afloja por completo y luego lo aparta, dejándolo caer.
Así que doy un brinco hacia él, cuando siento la pequeña ráfaga de aire que hace el arma antes de clavarse perfectamente de manera vertical, a milímetros de mi tobillo.
Y a pesar de que estoy muerta de miedo, le digo la siguiente mentira de la forma menos convincente posible:
—"No me da miedo nada de lo que puedas hacerme"
Y, acto siguiente, le rodeó el cuello con mis brazos, y pego mi cuerpo al suyo.
Él se tensa mucho más; lo siento ponerse muy rígido bajo mi piel.
Está tibio.
Y yo me siento increíblemente vulnerable, porque sé que este hombre puede destazarme en cuestión de segundos, sin parpadear.
Su cuerpo es lo completo opuesto al mío; él es duro como una roca allí en todas las partes donde yo soy blanda.
Lo siento tragar grueso.
Veo su manzana de Adán subir y bajar, porque tengo el cachete pegado a su pecho.
Él es un monstruo y los monstruos no tienen corazón, así que eso que martillea con fuerza contra mis orejas definitivamente tiene que ser el mío.
Al menos sé que eso me pasaba durante mis entrenamientos, cuando acababa tirada sobre el piso de duela, con mi corazón retumbándome hasta en los ojos.
Pum, pum, pum, pum, pum...
Sé que está a punto de decir algo; cualquier cosa, pero el problema es que yo no sé qué contestar, no importa lo que diga.
Mi mente no es tan ágil cómo para formular una respuesta que me salve, así que después de evaluar todas mis opciones e imaginar los peores escenarios posibles; que van desde que mi cabeza termine encajada en un palo, frente a esa fogata... hasta que decida usar mi cuerpo como tiro al blanco para afilar la puntería... aunque no lo necesite realmente.
Decido pegar mis labios contra la piel de su cuello (porque eso es lo más alto que alcanzo si me paro dé puntillas) y comienzo a besarlo, y ante mi inexperiencia, me permito imaginar que la piel de este hombre es la cosa más deliciosa que existe en el mundo; un helado, una paleta de caramelo, un dulce, uno de esos postres que nunca me dejaban comer...
Alguna vez, alguien me dijo que cuando le besas al cuello a un hombre, se vuelve loco, así que más me vale hacer buen uso de toda la poca artillería que tengo.
Y así mis labios comienzan a moverse de forma casi rítmica, pero aún muy temerosa.
Sé que el cuchillo está en el suelo; pero el cuerpo de este hombre ha sido entrenado para ser un arma por si solo, así que sé que no lo necesita para asesinarme.
Siento sus manos sobre mis hombros, tal vez pretende empujarme, pero no le doy tiempo para hacerlo porque le doy un mordisco en la base del cuello;
Allí en esa pequeña unión donde empieza la clavícula...
Es un mordisco de desesperación, así que no sé si se lo di como pretendía hacerlo o si fue un poco más fuerte, pero-
Kai suelta un gruñido que me saca de mis pensamientos y que manda un montón de deliciosas y poderosas descargas de calor intenso a lo largo de toda mi espina dorsal.
Y mis ojos se clavan, ahí en dónde le dejé la mordida marcada en la piel.
Creo que eso... va a dejar un moretón.
Uno muy feo.
No me atrevo a voltear hacia arriba porque me da terror verle la cara.
Lo mordí. Oh, Dios mío, Ohh Dios mío...
La canción de Dumb ways to die comienza a resonar en mi cabeza (acá traducida para los que suelen escuchar música mucho más sofisticada que yo: formas estúpidas de morir)
Su piel sabe a sal de mar y a humo.
Y su sabor no me desagrada.
De hecho me gusta.
Y lo confirmo otra vez cuando me descubro a mí misma pasándome la punta de la lengua por el labio inferior, para saborearlo.
Por un momento me olvido de quién soy y de quién es él, y a pesar de que se supone qué hay grandes científicos y químicos impresionantes detrás de las lociones más emblemáticas y costosas en el mundo de la perfumería, su sabor, su aroma y la forma en que se siente me parecen un afrodisíaco mucho más potente.
Sus ojos están clavados en mi lengua y en la forma en que la paseo por mi labio inferior.
Los míos: todavía en la marca que le dejé en el cuello.
Y entonces; suelta algo muy parecido a un gemido, pero mucho más salvaje y animal, y me sujeta de las muñecas, pegándome con fuerza contra uno de los pilares de su tienda.
—"¿A qué piensas que estas jugando, gacela?" —sus palabras tienen su tono duro habitual, y sus ojos siguen teniendo ese tinte demasiado frío y cruel, pero su respiración está agitada, descontrolada, y va mucho más rápido que la mía.
Lo miro a los ojos y me muerdo los labios antes de hablar.
Dumb ways to die...
So many dumb ways to die...
—"Hay algo que quiero..." —digo lo obvio y siento el mundo entero palpitar con fuerza. Tal vez así se siente antes de que te mueras—"Y yo puedo darte s cambio algo que creo que tú también quieres"
—"¿Ese es tú juego?" —me cuestiona—"¿Adivinar lo que crees que quiero?"
Sí.
—"¡N-No!" —le respondo de una manera tan aguda que hasta a mí me duelen los oídos. La voz me queda ronca después de eso. Pero no ronca-sexy, es más ronca-enferma terminal de un enfisema pulmonar. —"No es un juego. Yo voy muy en serio"
—"Largo de aquí. Antes de que cambie de opinión y te destroce el cuello con las manos. No me llevaría más de un par de segundos... pero no acostumbro a llenar de cadáveres el lugar en el que duermo" —responde —"No hay nada que alguien como tú pueda ofrecerle a alguien como yo"
Su agarre sobre mis muñecas sigue muy firme.
Es como si sus labios dijeran una cosa y su cuerpo hiciera todo lo contrario.
Y no de de donde agarro valor, y utilizo lo único que tengo libre, que son las piernas; me cuelgo un poco de su agarre en mis muñecas y me impulso para enroscarcelas alrededor de la cintura.
Después empujó mi pelvis contra la suya, y me encuentro con su dureza.
Y él vuelve a gruñir.
Y si ceño se frunce mucho más.
Sé que lo detesta; que detesta eso que le hago sentir, y al mismo tiempo, su voz cargada de placer desata toda clase de sensaciones que me resultan demasiado eléctricas, y cuando, víctima de un impulso involuntario (porque puedo ver la confusión y la lucha en sus ojos), restriega su pelvis contra la mía, provoca que ese lugar húmedo entre mis piernas comience a palpitar.
No sé si es la adrenalina, o si son los nervios.
Pero puede que sea un poco de todo.
Y mi piel se diente como si le estuvieran prendiendo fuego ahí donde me toca.
—"Si estas así..." —le digo refiriéndome a la parte dura y evidente de su cuerpo —"Solo por algo como esto, entonces no puedes decirme que no sé lo que quieres, porque entonces tal vez tú eres el que no lo sabe" —aprieta los dientes, pero no lo niega ni lo desmiente.
Y yo decido como buena suicida, seguir tentando a mi suerte: —"A menos que quieras mentirme, pero a mí me dijeron que los Kwahadi no mienten"
Él suelta una de mis muñecas para apretarme el muslo con fuerza y la rapidez con que lo hace, me obliga a arquear la espalda hacia él.
La tela de mi ropa, se desliza un poco por mis hombros, cubriendo solo lo necesario.
Pero aunque la tela está ahí, sus ojos me desvisten.
—"Cuidado" —me advierte —"No tienes idea de lo que le he llegado a hacer a hombres de tu triple de peso... y por insolencias menores" —vuelve a apretar la carne de mi pierna, y yo siento que el corazón me palpita en la garganta, y esta vez mi pelvis se levanta contra la suya en automático, como si supiera dónde y como tocarme para que mi cuerpo haga lo que él quiere.
Él también parece confundido, pero es breve, y yo sé que mi única oportunidad de acercarme a lo que quiero es aprovecharme de esa confusión y seguir hablando.
Seguir recitando lo más parecido a los diálogos que me aprendí de memoria de todas mis tardes de soledad y películas románticas:
—"¿Por qué no compruebas por ti mismo, lo muy en serio que voy príncipe Kwahadi?" —deslizo mi mano libre, desde su cuello, trazando lentamente un camino, utilizando únicamente las yemas de mis dedos, hasta que llego un poco abajo de su ombligo, solo un poco... y decidí delinear ese tenue camino de vellos oscuros que lleva más abajo.
Él agarra con fuerza mi mano y se la lleva bajo su propia ropa.
Creo que me reta.
Creo que ve el miedo en mis ojos, o la inexperiencia... o ambos.
Vuelve a mirarme con ojos frívolos y calculadores, y sube la mano que tenía alrededor de mi muslo, hasta una de mis nalgas, apretándola con la misma fuerza.
Después es que siento su dureza entre mis piernas, y cuando frota su miembro dos veces contra mi parte más sensible, y se da cuenta de qué solo hay una tela delgada que nos separa del contacto directo, me ve a los ojos mientras la aparta.
Yo contengo la respiración y le sostengo la mirada de regreso.
Y él no pide permiso cuando empieza a frotar la cabeza de su miembro duro contra mí humedad.
Mi carne más sensible le responde al instante.
Y él parece satisfecho cuando me frota más y más rápido sin llegar penetrarme, pero me está preparando para hacerlo: para recibirlo.
Lo que siento cuando me toca me hace estar tan húmeda que su miembro se desliza sobre los labios de mi entrada cada vez con más y más facilidad.
Lo siento clavarme los dientes en el hombro, en un claro: ahí va la mía.
Y yo intento hacerme la valiente y soltar un gemido, pero se parece más a un grito péqueño, mientras tanto él mueve mis caderas a la misma velocidad con la que él mueve su miembro, aún sin penetrar pero estimulando todo mi cuerpo.
Descubriendo lo bien que encajan sus palmas en los huesos de mi pelvis.
Su otra mano, sube de mis nalgas a mi cintura, apretando un poco cada tramo de carne con fuerza.
Estoy segura de que mañana por la mañana, amaneceré con sus manos marcadas sobre mi cuerpo.
Sube aún más, hasta que finalmente captura uno de mis pechos, y rasga con demasiada facilidad, la poca tela que lo cubría, dejándolo expuesto por completo a sus ojos.
Unos ojos llenos de hambre.
No tarda en capturar con su índice y su pulgar, mi punta más sensible y comienza a rodarla entre sus dedos, cada vez con más fuerza, y presión.
Y mi cuerpo intenta pegarse mucho más a él, a pesar de que no podríamos estar más cerca.
No tiene ningún cuidado conmigo y me toca como quiere; como suele hacerlo con todo, con brusquedad y posesión.
Como lo hace un animal que sabe que ya venció y que está listo para tomar lo que merece.
Me da la vuelta para que mi espalda quede pegada contra su vientre, y amasa mis pechos con sus manos.
No estoy pensando con claridad; solo estoy sintiendo.
Calor... mucho calor; y un par de manos rudas que me tocan y me aprietan a su antojo, y que parecen no tener conocimiento alguno de con qué fuerza se debe tocar el cuerpo de una mujer.
Aprieta con fuerza mis dos pechos mientras la cabeza de su miembro sigue deslizándose con mucha rapidez en mi entrada.
No sé si soy yo, o es el, eso que siento escurriéndome entre las piernas, y eso que no me ha penetrado aún, y que está aún más duro que antes.
Sube una de sus mano hasta mi garganta y la rodea.
La aprieta; cortándome el aire y la vuelve a bajar a mi seno, haciendo lo mismo.
—"¿Te gusta?" —me pregunta al mismo tiempo en que su mano se cierra sobre mi garganta.
Hago el esfuerzo, pero no puedo contestar.
—"Respóndeme gacela"
Es inútil.
Lo hace a propósito porque hasta en un momento así necesita ser un sádico y tener el control de todo.
Gruñe y amasa mi cuerpo a su antojo.
Sus manos son muy grandes; y las desliza por el largo de mi espalda.
—"Me vas a recibir de rodillas" —me susurra al oído y me muerde la oreja, y yo hago lo que dice.
—"Pon tus manos sobre el piso. No será suave pero vas a resistir" —me amenaza.
Sus ojos están inyectados de lujuria, de deseo.
—"Ahora" —su voz esta ronca y llena de necesidad animal.
Extiendo las palmas sobre el piso de la tienda.
Y escucho como se desamarra lo que le queda de ropa, y el sonido de la misma cayendo y golpeando el suelo.
—"¿Qué es lo que quieres?" —pregunta mientras se sitúa detrás de mí.
Los dos sabemos que esto es solo un intercambio.
Y aunque por un momento mi mente queda en blanco, le agradezco a mí cerebro por procesar su pregunta lo más rápido que puede.
—"Quiero que no vendas ni a mi amiga, ni a mi hermana, ni a mí a los Comancheros"
No responde de inmediato.
Pero en cuanto siento un fuerte tirón en el cabello, que me pone de nuevo de pie, es que obtengo mi respuesta.
—"Lárgate de aquí" —sus palabras son tajantes—"¿Piensas que tu cuerpo vale suficiente como para pedir algo como eso?"
Pero no me muevo.
Así, sosteniéndole la mirada le pregunto:
—"¿Mi oferta te ofende?"
—"No. Las ofertas de las mujeres esclavas son siempre las mismas. No hay ofensa en tu oferta, pero no vale lo que pides. Agarra una manta y lárgate."
—"Ya te dije lo que quiero"
Su mirada se vuelve afilada.
—"No lo vales. No puedes dar más que cualquier otra esclava y no recibirás algo más que ellas"
—"No tiene nada que ver con ser o no una esclava. Soy una persona, en una situación en la que tú me pusiste, que me deja sin ninguna otra cosa que ofrecer."
—"Lárgate de aquí por las buenas. Si me obligas a decirlo una segunda vez, te agarrare del cabello y te arrastrare por todo el campamento para que todos vean el lugar sucio al que perteneces" —añade.
Suelto una risa absurda, una mezcla de nervios, miedo, enojo e indignación:
—"¿Y que otra cosa puedo hacer? ¿Tengo que quedarme sentada y callada, viendo como hacen negocios con la vida de una chica? ¿Me quedó cruzada de brazos y luego me quejo cuando me toque a mi? Eso es hipócrita"
—"Sí quieres culpar a alguien, culpa a los tuyos. Demasiado cobardes como para rescatar a uno de los suyos. Yo mismo me he metido a la casa de mis enemigos para traer de regreso a los míos, pero ¿Qué hacen los tuyos por ti? ¿Ves a alguno de ellos? Yo no veo a nadie" —satisfecho con mi reacción, añade: —¿Por qué no te ensucias las rodillas para preguntarle a ese Dios del que tanto hablan?"
—"Eso no es justo."
—"Esto es la guerra."
*
*
*
*
*
Nota de Autor:
Holaaaa, aquí Marluieth ✨
Desde ya les digo que antes de leer esta nota de autor, que va a ser un poco diferente a las otras, piensen si quieren conservar el torrente de emociones que les dejo el capítulo, porque esta es una nota algo Sad, y pues después de leerla, se van a sentir un poquito Sad...
Así que mi sugerencia es que salgan de aquí, disfruten las emociones del capítulo y más al ratito vienen a leer la nota, que no se va a ir a ningún lado.
Bueno...
Comenzare dándoles les gracias por seguir esta historia que ha sido todo un reto para mi porque es muy lineal y por la investigación qué hay de fondo.
Y porque narrar en primera desde muchos personajes me hace sentir como una nueva versión de fragmentado...
👁👄👁
No soy Malu, soy Patricia ...
Bueno, pues antes de que se asusten, no voy a dejar de escribir ninguna historia, pero sí voy a hacerlo mas lento, je.
Como muchas de ustedes saben (y las que no, pueden aprovechar para enterarse)
Yo tengo un hijo con una discapacidad cerebral. Es una leuco-Malasia.
El primer diagnóstico que nos dieron, hace casi un año, es que era algo leve.
Pero hace 1 mes más o menos hicimos el papeleo para ser candidatos de ingreso al centro más especializado de México para tratar con niños con discapacidades, y aquí los diversos especialistas nos han dicho que es mucho más grave que lo que nos habían dado a entender por fuera.
Ahora incluso ya está en jaque la posibilidad de que mi hijo pueda ser un Niño escolarizado y eso para mí ha sido una especie de duelo.
Cuando no estoy corriendo a las terapias o a los especialistas, o siendo mamá de mi otra hija a la que he descuidado mucho por esta situación, estoy llorando...
Y eso no me deja escribir al ritmo de siempre, porque para hacerlo, necesito salirme de mí y entrar a los personajes pero últimamente estoy tan preocupada, que me es imposible hacerlo.
Necesito un tiempo para asimilarlo, como sucede en todos los duelos, así que mis actualizaciones serán lentas y les pido mucha paciencia.
Les cuento esto porque llegar a la plataforma naranja para mí ha sido motivo de mucha felicidad, y siento que merecen que sea muy transparente con ustedes.
Ya saben que por cada estrellita y comentario, la plataforma posiciona mejor las historias, así que denle amor al capítulo sí les gusto.
Las quiere, Marluieth.
💕
PD: puliré los errores de dedo después 🥸
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro