1. Dos mundos
"Estoy acostumbrada a mantener posiciones precarias y los músculos tensos al punto de un desgarre, y aún así continuar... ¿Como lo dirías tú? Ah, sí. Una de las ventajas de ser una ramera. Y si lo he hecho por un montón de aplausos y una pieza de oro, por supuesto que también lo haría para salvarme la vida"
—Lydia Ferreira
Siento unas manos adiestradas hacerle nudo tras nudo, por detrás, al corsé que forma parte de mi vestimenta.
Huesos de ballena.
Ni en un millón de años hubiera imaginado que de eso estaba hecha la parte dura de un corsé.
Cuando llegué aquí, había imaginado muchísimas cosas; como que toda la comida se cocinaba en un horno de leña y por lo mismo se tenía que preparar mucho antes, y que no había cosas tan gloriosas y rápidas como los fideos instantáneos, porque todavía nadie los inventaba.
También asumí que si te servían café o leche con cocoa, tenías que acabártelo rápido porque para calentarlo aquí no existían hornos de microondas.
Bueno, no.
Mentira.
Eso no lo asumí, lo aprendí a la mala, después de tener que esperar una eternidad para volver a tener café caliente, u optar por tomármelo frío.
Afortunadamente nunca he tenido que preparar nada, o al menos no hasta ahora.
No me imagino yendo a por leña con un hacha, para comenzar a preparar el horno y el fogón.
Estoy segura de que me volaría un dedo.
Y si no me lo vuelo, entonces me lo rebanaría mientras pico una patata, seguro.
Y después moriría desangrada o de hambre.
Cosa muy normal para la época, ya que la gente se muere como moscas y por cualquier cosa.
La expectativa de vida no es muy alta.
Muchos dicen adiós antes de tener siquiera una cana en el cabello, y... la gente se casa muy joven.
Afortunadamente para mí, el señor Robinson, tiene una posición que le permite tener a un montón de sirvientes a disposición de la casa, para que hagan por mí y por cualquiera de mis hermanas todo lo que no sabemos hacer.
Y de todas formas, esa no es mi función.
Hacer bordados y verme bonita, como una muñeca.
Tratar de no opinar mucho y dejar a los hombres ser hombres.
Tocar el piano.
Y también recitar poesía, sí a algún gran señor le apetece escucharlo.
Ya domino todo eso.
Y bien por mí, así algún día, me casaré dentro de una buena familia y podré ser una buena esposa.
No me faltan propuestas de candidatos decentes que busquen pedir mi mano, después de todo, la parte de la gran herencia que me toca también viene conmigo. Es solo que el señor Robinson está a la espera de un pez gordo.
La chica que está terminando de amarrar las agujetas de mi corsé da un tirón en señal de que va a comenzar a hacer el nudo del talle, y yo en automático, dejo salir todo el aire que tengo dentro y contengo la respiración.
Ojalá no le tome más de lo necesario porque la última vez me puse muy azul, y cuando tenia 12 hubo una vez que me desmayé.
Cuando me llamaba Lydia Ferreira, e iba al cine a ver películas de época con mis amigas, siempre me fascinó la forma que tomaba el cuerpo de aquellas chicas con esas hermosas prendas de ropa.
Pechos exquisitos y muy redondos.
Caderas sinuosas, que le daban aún más vuelo a las faldas de volantes.
Cintura de avispa.
¿Y sabes qué?
Todo eso es real, muy, muy real.
Mis pechos se ven mejor de lo que nunca se vieron cuando traigo puesta esta cosa, hasta parece como si trajera implantes de silicona, cosa que no puedo decirle a nadie porque todavía no los inventan.
Pero... Oh sí, siempre hay un maldito PERO.
Y es éste: Lo que nadie te dice, es que las bragas, las enaguas y los fondos, imposibilitan del todo el poder ir a hacer pipí con facilidad.
Así que tienes que hacer ayuno de agua, medio día antes de la gran fiesta o el evento, y cuando estas ahí debes procurar no beber, pero que tampoco parezca que no lo estás haciendo ya que podría considerarse una enorme falta de respeto.
¡Oh, el arte de llevar la misma copa a todos lados durante la fiesta pero que parezca que es una diferente!
No es tan difícil, solo tienes que verter el líquido de el vaso o de la copa, en alguna maceta cuando nadie está viendo, y luego ir a por ponche, repetir el proceso e ir a por agua, repetirlo e ir a por infusión de frutas, y lo más importante, siempre, siempre debes procurar que las personas precisas te vean mientras sonríes.
Y es ahí el maravilloso momento en el que puedes tomarte un sorbito.
Y al otro día ya harás la plática con las grandes señoras de cómo su infusión de frutas, es la mejor que has probado en la vida.
Oh sí. Se ve muy lindo, pero no se siente tan lindo.
La chica termina de ponerme el corsé y va a por un vestido de gasa al armario de la habitación.
Tengo más ropa puesta, que cuando usaba mis pijamas más pachoncitas en pleno 2021, pero estoy en ropa interior, y si se me ocurriera poner un pie fuera de mi recámara, sería algo muy pero muy escandaloso.
La chica regresa con el vestido y también con varios accesorios.
Un par de aretes de esmeraldas engarzadas en oro, y una gargantilla, con las mismas piedras, pero al centro una que es más grande, que está rodeada de pequeños brillantes que resplandecen aún más en cuanto me rodea el cuello.
Después me sujeta la muñeca y me pone un brazalete, que sólo lucirá cuando los olanes de mis mangas se muevan un poco, y enseñe la piel de los antebrazos.
A veces aquello ocurre durante una danza, o cuando padre me pida que le sirva a algún caballero un poco de ponche o una copa de licor.
Entonces tengo que acercar los pechos, lo más que pueda pero sin parecer indecente, para que el sujeto en cuestión pueda darse cuenta de que padre permite esta coquetería.
Pero normalmente no nos pide hacerlo, porque como dije, está esperando al pez gordo. Es un hombre realmente ambicioso.
Mi cabello está recogido en un moño trenzado, y también la chica que me está arreglando me coloca una peineta.
Siento que es demasiado.
Pero bueno, el Señor Robinson, o como debería llamarlo; padre. Siempre pide que me arreglen un poco más para que nadie note la diferencia en mis rasgos a comparación de los de mis hermanas.
Es un secreto a voces, que todo mundo sabe pero que nadie dice en voz alta, porque a pesar de ser la hija bastarda del gran señor Robinson, igual tengo el apellido, y eso a ojos de la sociedad me vuelve casi tan hija como las otras.
Con la pequeña diferencia de que todas sus cabelleras son rubias platinadas y muy lacias, incluso la de la señora Robinson y la de padre.
En cambio la mía es negra y ondulada.
A mí me parece muy linda...
Hace un contraste muy marcado con el pálido de mi piel.
Pero actualmente eso no es bien visto, ya que incluso se podría llegar a sospechar que mi padre se involucro con alguna indígena o mexicana, y no hay muchos peces gordos que quieran casarse con una mestiza.
Y cada vez que he preguntado, la respuesta del señor Robinson ha sido exactamente la misma:
—"¡Eres mi hija y eso es todo lo que importa!" —después siempre se encierra en su despacho a fumar una pipa.
Y a veces no sale de ahí por días y días...
Así que he optado por ya no preguntarle.
¿Qué importa de dónde vengo o cuál es la sangre que corre por mis venas? No me importó antes y no tendría que importarme ahora.
La chica me espolvorea la cara, el cuello y los hombros, con polvo de arroz y me deja una bandeja con hojitas de menta.
Después sale.
Tomo un par de las hojitas y comienzo a masticarlas, y a pasarlas.
Para el buen aliento...
Estás si las prefiero, la sensación de frescura dura mucho más que la pasta de dientes, aunque de todas formas extraño la pasta de dientes, y los cepillos, plásticos y contaminadores del medio ambiente, pero muy prácticos y duraderos.
Aquí tengo que pedirle a uno de los carpinteros que me tenga listo uno nuevo cada fin de mes, y usualmente son de madera con cerdas naturales de pelo de cerdo.
Así que lo remojo en un poco de alcohol de alguna de las botellas que tomo prestada de la cantina de mi padre, lo dejo reposar tres días enteros y después lo enjuago a consciencia hasta que considero que ya está listo para usarse.
Pongo una pierna sobre un sillón y me doblo la punta del pie, sin flexionar la rodilla...
A veces parece como si mi cuerpo recordara. Como si los músculos y tendones de mi cuerpo estuvieran a la espera...
Pero sé que ya no tengo la preparación.
Aunque no he perdido la costumbre de estirar todos y cada uno de mis músculos por las mañanas
¿Te da curiosidad saber por qué?
Te contaré.
Pero solo a ti porque si lo digo en voz alta, lo más seguro es que me tachen de loca y me encierren en un convento de monjas por el resto de mi vida.
Antes de llamarme Sophie Robinson, me llamaba Lydia Ferreira, y era una bailarina.
Mis familia era la dueña de una prestigiosa academia de danza, y esperaban mucho de mí.
Esa también era la vida que yo quería y por la que me esforzaba a diario.
Ballet, danza de listones, pole dance, danzas árabes y bailables hawaianos.
Debía bailar un poco de todo, porque algún día yo tomaría las riendas de la compañía, pero mi especialidad eran el pole dance y la danza de listones, porque sentía que volaba.
Y un día me fui a concursar, era una costumbre, porque más medallas significaban más prestigio.
El evento fue en San Antonio, Texas. En Estados Unidos.
Así que compré mis boletos de avión, me subí y fui a por ello.
Pero luego de ganarme la plata, porque por terquedad no me atendí una lesión en uno de los meniscos del pie, y mis poses no fueron del todo del todo perfectas.
Entonces por la noche, antes de que cada quien regresara a su ciudad y país, nos invitaron a una cena de clausura.
El lugar era en una pequeña isla artificial en medio de un lago, y llegábamos en canoas.
Y no sé muy bien qué sucedió, todo empezó a temblar y de repente ya estaba en el agua. Incapaz de nadar hacia arriba por culpa de un calambre en el pie.
Se supone que debí haber muerto aquel día...
Pero en vez de eso, desperté aquí, en el oeste Salvaje de 1850, y como la hija ilegítima del señor Robinson.
Una hija que acababa de caerse de su montura de caballo y llevaba más de dos semanas inconsciente.
Fue todo un milagro que yo despertara, o al menos eso le dijeron a la familia.
Y aún más milagroso fue que la única secuela que me quedara a raíz del accidente fuera un chichón y una cicatriz en el muslo.
Tenía 12 años cuando eso sucedió, y ahora tengo 18, una edad casamentera bastante buena para una señorita...
Tengo 6 años aquí, atascada en el pasado.
Y créeme cuando te digo que lo he intentado de todo para regresar a mis tiempos, con mi familia.
Desde volverme a lanzar de un caballo, casi ahogarme en un lago, y también extraños rituales indios que consistían en pintarse la cara con carboncillo negro y pintura roja y negra.
Nada funcionó, y cuando comenzaron a tacharme como demente y a olvidar que aquello podía ser producto del trauma de la primera caída, deje de hacerlo.
Aquella vez fue la primera vez que la señora Robinson sugirió meterme a un convento.
Y después comenzó a buscar un montón de excusas para hacerlo, así que decidí comportarme, adaptarme.
Cuando hablé cuando no debí hacerlo, recibí una bofetada.
Cuando mi opinión no fue lo suficientemente decorosa, recibí azotes en las pantorrillas con una bara embadurnada en aceite de jabalí.
Cuando quise que mi opinión valiera lo mismo que la de un chico, me cortaron el cabello para que pareciera uno.
Así que decidí dejarlo por la paz.
Myriam Robinson abre la puerta de mi recámara sin tocar y me mira con desprecio.
Ella es la mayor de todas.
Yo inmediatamente caigo en cuenta de que había estado estirando la pierna y me pongo en firmes.
Sus ojos azules me evalúan, con cuidado.
—"Madre me ha mandado a decirte que la carroza ya está afuera" —vuelve a detallarme con sus ojos —"Supongo qué hay cosas en la sangre que no se pueden ocultar"
Y con eso cierra la puerta con un azote.
Inmediatamente me ruborizo de coraje.
Sé por qué lo dice.
Porque los únicos movimientos que puede hacer una señorita decente son aquellos que pertenecen a los bailes de salón, y la mayoría son pasos de vals.
El resto de los bailes son para las prostitutas y las mujeres de las tabernas.
Y ella ya me ha cachado haciendo uno que otro paso, varias veces.
Me rocío un poco de agua con flores de lavanda y me apresuro a bajar por las escaleras.
El carro con caballos está afuera.
Me recuerda un poco a la carroza de la cenicienta, pero más cuadrada y más lúgubre.
Adentro están la señora Robinson, Myriam, Sabina y padre.
La señora Robinson me mira de forma despectiva y después se aclara la garganta y aparta la cara.
No me atrevo a culparla porque seguramente ve al fantasma de alguien más cuando me ve.
Me siento en el mismo asiento que mis hermanas.
La señora y el señor Robinson hablan de algunos ataques de Indios en las rancherías aledañas a la ciudad.
—"¡Los salvajes clavaron al señor Russel a la pared con sus lanzas! ¡Y a su mujer y a sus hijas las ultrajaron y luego las mutilaron! ¡Incluso asesinaron a los infantes!" —exclama el señor Robinson.
—"¡Son unos animales! ¡Desde luego un hombre blanco y civilizado jamás haría algo como eso!"
—"¡Desde luego!"
Todos suenan muy alarmados.
Pero yo no.
Yo recargo mi barbilla sobre los nudillos de mi mano, jalo la cortinita de terciopelo y me pongo a observar él atardecer.
No importa qué pase, los Nativos Americanos van a perder de todas formas.
Conozco la historia...
En mis tiempos, están casi extintos, y los que se empecinaron en conservar sus tradiciones, terminaron viviendo en una especie de reservas naturales.
Además, gracias a los derechos humanos, que en esta época tristemente no existen aún, estoy segura de que se les prohibieron esos ritos diabólicos que consistían en comerse el corazón de las personas en la cima de una pirámide, o encoger las cabezas de sus enemigos hasta que fueran del tamaño de una tasa.
Esto no va a durar mucho...
—"Dicen que una de las jovencitas que se llevaron los comancheros, regresó con vida, aunque media loca, ¿Es verdad?" —pregunta Sabina Robinson. Ella tiene 19 y el cabello lleno de caireles.
—"¡Ay sí! ¡Pobre muchacha! Lo único bueno de aquella tragedia es que se llevaron a puras campesinas de las rancherías y a ninguna chica de buena casa... ¡Lo mejor que puede hacer esa pobre criatura es refugiarse en un convento! ¡No hay mejor lugar para los pecadores que buscan redención, ni para las almas deshonradas!"
—"Tal vez..." — comienzo a hablar sin pensar demasiado en las consecuencias —"Tal vez exista algún caballero que esté dispuesto a ayudarla a sanar y a darle una vida normal. Lo que le pasó no fue culpa de ella"
Todo mundo suelta la carcajada.
"¿Algún caballero, dices?" —cuestiona con cinismo la señora Robinson —"Ningún caballero tomaría algo que ya ha tocado un mugroso indio. Al menos no ninguno decente"
Se escuchan más risas.
—"Lo mas decente que puede hacer esa muchacha es acercarse a Dios" —agrega.
—"O bailar" —añade Myriam —"Como tú estabas haciéndolo hace rato pero en las Tabernas"
—"Solo estaba estirando las piernas"
—"¿Practicabas?" —me pregunta con un tono divertido.
Y yo tardo en darme cuenta del mensaje entre líneas, porque aún no me acostumbro del todo a las sutilezas.
Y cuando ya caí en cuenta de lo que me dijo, entrecierro los ojos y la miro, pero antes de que pueda decirle algo, es el señor Robinson quien se aclara la garganta esta vez.
—"Sophie. En la fiesta de la señora Giselle, conocerás a su hijo. Hemos tenido algunas charlas de compromiso con respecto a ti y a su hijo mayor, Paul Slater"
Myriam y Sabina me miran boquiabierta.
Y yo me hago la desentendida porque es mi turno de molestarles y no lo voy a desaprovechar.
—"¿Paul Slater?" —repito su nombre con lentitud y asombro, provocando que las mejillas de Myriam se pongan coloradas de coraje.
—"Es un muchacho alto, de ojos verdes y piel ahem... apiñonada. Seguro que lo habrás visto por ahí..."
Yo finjo ignorancia.
¿Que sí a caso lo he visto por ahí?
Uy.
No solo lo había visto por ahí, también lo había visto comiéndose la boca de Myriam detrás del jardín de vallas.
Claro que nadie lo sabía.
Solo ella y yo porque la caché.
En cuanto él me vió, no pudo evitar bajar los ojos para estudiar mis pechos y mis caderas.
Soy demasiado curvilínea a comparación de mis hermanas, y también mucho más que la mayoría de las jóvenes de raza blanca, probablemente debido a mi sutil mestizaje.
O a mí "sangre de prostituta" como le gusta llamarle a Myriam.
Paul Slater.
Tenía fama de picaflor entre los círculos de las señoritas, pero eso era mejor a terminar comprometida con un vejestorio que tuviera una enorme fortuna.
—"Ah, yo sí que lo he visto. El mestizo con sangre de indio ¡Son tal para cual!" —exclama Myriam cruzándose de brazos.
Me limito a sonreírle.
Así lo llama desde que no la buscó más.
Y mientras el tema de aquella muchacha que perdió su honor a manos de los Comanches vuelve a tomar protagonismo en el carro, yo vuelvo a mirar con aburrimientos él atardecer del paisaje.
Parece que habrá Luna llena.
Y las nubes dejaron un círculo Perfecto alrededor de donde estaba el Sol.
*****
—"¿Tomaremos rehenes?" —pregunta uno de mis hombres, observando a los blancos a los que aún no les hemos rajado la garganta, o atravesado con nuestras lanzas.
Dos mujeres tosi-tivo y un niño pequeño.
Las observo a detalle antes de hablar.
Las mujeres llevan atuendos de sirvientes; faldas con agujeros y trapos sucios en la cabeza.
El niño viste mejor, como esperaba.
Puedo verlo, a pesar de que se esconde chillando entre las faldas de una de las mujeres.
"El que quiera tomar una esclava, puede hacerlo, si no las quieren como esclavas, córtenles la garganta. Los rehenes no contribuyen, los esclavos sí. Nos llevaremos al niño, a él podemos usarlo para negociar territorio" —sentencio.
Nobah, mi guerrero y mano derecha, asiente y va a informarles de lo que he dicho al resto del grupo, que sigue inspección qué más se pueden llevar de la granja.
Usar al tosi-tivo varón como moneda de cambio es lo más lógico.
Es bien sabido que tanto en nuestra cultura como en la de los hombres blancos, los varones son los que tienen el mayor valor, y eso me garantiza que por él, van a pagar una suma más alta.
—"Las esclavas no son mujeres de nadie. Pueden compartirse" —dice otro de mis hombres, ahogando una carcajada, mientras las ve con una mirada llena de necesidad.
Suelto un suspiro largo.
Nos espera un largo recorrido, hasta las llanuras de Staked, donde se encuentra nuestro campamento.
Y necesito que mis guerreros estén lo mejor que puedan estar, porque para llegar al campamento debemos atravesar los bordes de algunas ciudades tosi-tivo. Ya que los malditos incluso se han proclamado dueños de los ríos, y ahora se establecen ahí, y los rodean llenándolos de sus desperdicios.
—"Entonces, compartan" —le respondo, espoleando al inmenso mesteño negro en el que voy montado, y me doy la media vuelta.
Llego hasta un roble, y tomo la trípode que he tupido con las cueros cabelludos de los hombres y las mujeres tosi-tivo, a los que les he recordado demasiado bien, antes de hacerlos partir al reino de los espíritus, quienes son los verdaderos dueños de las tierras sobre las que construyen sus casas de madera, y siembran sus enfermedades.
Los hombres comienzan a acorralar a las dos mujeres tosi-tivo, y ellas comienzan a gritar.
Me bajo del mesteño de un salto, y voy a llenar un balde de agua a uno de esos agujeros profundos que los blancos hacen para extraer agua del suelo, después le doy de beber al semental, y me pongo afilar mis armas de guerra.
Las mujeres siguen soltando alaridos agudos, pero a pesar de que soy de los que más disfrutan matar y torturar a los malditos blancos, prefiero seguir afilando mis puntas de flecha y untándolas con el veneno de serpiente coral, para que sean doblemente letales en batalla.
También llevo dos rifles amarrados a la cintura y enfundadas en un cinto de cuero y gamuza, los obtuve de nuestro más reciente trueque con esos a los que ellos llaman comancheros, aunque yo prefiero tirar con arco.
Cuando tiro con arco no fallo.
Nunca.
Y puedo tirar hasta tres flechas a la vez.
Esbozo una sonrisa absurda de solo pensar que los blancos se traicionan entre ellos. Si no fuera así, no tendríamos armas de fuego.
Más de mis hombres comienzan a aglomerarse alrededor de las mujeres, están tomando turnos para montarlas.
Le hago la seña a Nobah, para que se lleve al niño de ahí, y lo envuelva en una manta y le ate las manos con cuerdas, para que no nos retrase cuando emprendamos de regreso.
A una de las mujeres comienzan a llenarle el cuerpo con objetos punzo cortantes.
Lo merece.
Así su alma no podrá llegar al reino de los espíritus.
Yo podría aniquilar a variar de ellas de muchas formas, pero jamás montaría una.
Las mujeres tosi-tivo son grotescas, nauseabundas.
Con sus carnes flácidas, débiles y de colores mórbidos, me recuerdan más a las pieles de un cadáver que le cuelgan vencidas, que a las de una mujer.
Tampoco tolero el olor que emana de debajo de todas esas ropas que llevan encima, ni su falta de consistencia y musculatura al tacto.
Todo les cuelga.
Les sobra piel.
Y donde debería haber tendones parece como si solo hubiera sangre hecha cuajos, que se aglomera.
Sé cómo lucen aunque no las monto.
Porque me he visto obligado a ponerles las manos encima, cuando les corto la cabellera y las despojo de sus asquerosas antes de clavarles el cuchillo o dejar a mis hombres hacer, cuando he querido que les dan el mismo trato que los blancos le dieron a alguna chiquilla de la tribu a la que encontraron indefensa, y así reclamar su honor.
Nosotros siempre avisamos que vamos al ataque.
Les damos tiempo suficiente para que se preparen.
Ellos atacan por la espalda.
Ah... pero esos malditos tosi-tivos, nunca pierden la oportunidad de compararnos con bestias y con esos animales salvajes que se supone que repudian y que no tienen entendimiento, aunque eso se les olvida convenientemente cada que toman a nuestras mujeres, cosa que hacen siempre, ensañándose con las más jóvenes, con las que ni siquiera tienen cuerpo de mujer todavía.
Son unos cobardes hipócritas.
Ellos hablan de paz y cuando no los miras, te disparan la bala.
Nosotros llevamos los ojos perfilados con grafito negro, y dos líneas rojas en la barbilla, con una blanca justo en medio para que sepan que vamos en son de guerra.
No nos escudamos en palabras de miel para plantar cara.
Comienzo a cargar a algunos de nuestros caballos con los motines obtenidos.
En nuestras incursiones más recientes, nos fue bien.
Robamos unos rifles, y 120 caballos.
30 son para la tribu, y los 90 restantes son para pedir la mano de la que será mi primera esposa, la hija mayor del gram jefe Dequan; Winona.
Una mujer comanche alta, de piernas fuertes y larga cabellera negra que cae sobre sus hombros como cascada.
El gran jefe Dequan nos tomó a mi madre y a mí bajo su protección cuando los blancos asesinaron a mi padre y hermanas.
Nos trajeron su cabeza clavada en un palo y le clavaron estacas como si fueran los cuernos de un espíritu maligno.
Y se rieron de nuestras caras al hacerlo.
Después me colgaron de un árbol, amarrado de las muñecas, y me forzaron a mirar como ultrajaban a mi madre.
No le hicieron heridas externas.
Todas sus heridas se quedaron muy dentro de su cuerpo, pero las tenía, y fueron tan profundas que además de perder a mi hermano que llevaba dentro, nunca pudo volverme a dar ningún hermano.
Así fue que las ramas del destino llevaron mis pies a recorrer los espirales del camino del guerrero.
Y en tiempos de guerra como estos, un guerrero fuerte lo es todo para una tribu.
Y yo soy el más fuerte de todos.
No hay trípode que tenga más cabelleras de tosi-tivos, colgando de ella. Son tantas que ya es imposible contarlas.
Tampoco hay guerrero alguno que haya conseguido más rifles, o que hate recuperado más territorio.
Toda mi ropa está llena de sangre, pero ni una sola gota es mía.
Y lo he decidido.
En cuanto regrese al campamento, tomaré a Winona como mi primera esposa y saldaré mi deuda de honor, honrándola como ningún otro guerrero Comanche ha honrado nunca a una esposa.
Todos en la tribu esperan que la tome, pero lo que marcará la diferencia es el cómo voy a hacerlo.
Winona y yo hemos sido uno solo desde que éramos niños, y ahora por fin ha llegado el momento de gritarlo frente al fuego central para proclamarla mía, y mostrarle a su padre con el regalo que llevo, todo lo que estoy dispuesto a hacer por ella.
El mayor regalo que se ha dado hasta ahora en la tribu, por una mujer, han sido 40 caballos y 30 mantas de piel de búfalo.
Y yo llevo el doble porque no habrá ninguna otra mujer sobre la tierra que reciba más respeto que Winona.
No habrá un brazo más fuerte para darle protección, ni una mejor puntería para que nunca falte sustento.
Y así será por el resto de sus inviernos.
La llenaré de regalos.
Es una mujer dócil y muy hermosa, nunca le faltará nada. Solo necesita decirlo.
Y tendrá al menos a una decena de esclavas bajo sus ordenes directas, como ninguna otra mujer.
Solo que yo no le llevaré esclavas comunes, como las que solemos tomar de nuestros enfrentamientos con otras tribus.
No.
A ella le llevaré al menos tres esclavas blancas.
Y no serán de esas criaturas hediondas con montones de manchas solares en sus rostros, que viven en las fincas a los alrededores de las ciudades tosi-tivo.
Al menos una de ellas será de esas blancas que usan huesos de ballena en sus ropas, y que miran a los míos como si fuéramos nada.
Así voy a demostrarles que mi mujer está por encima de todas ellas y que le deben obediencia y respeto a no ser que quieran ser duramente castigadas, por mí.
La idea de que una de esas blancas a las que todos tratan como intocables, se arrodille ante los míos y sea obligada a andar en cuatro patas, como los animales que ellos dicen que somos, hace que la sangre me comience a hervir con impaciencia.
Observo el camino que debemos tomar.
Lo estudio.
—"Vamos a desviarnos hasta una de esas propiedades grandes antes de llegar al río. Vamos a demostrarles que no son intocables, al contrario, que son muy tocables. Preparen sus armas, atacaremos en cuanto los rayos de Luna estén en lo más alto" —les informo.
Ellos me responden con un montón de gritos y silbidos llenos de entusiasmo y comienzan a prepararse.
A acomodar sus alforjas sobre sus caballos.
A atar sus nuevos bienes, para llevárselos.
Cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que sólo tendremos una esclava más, porque la otra está muerta.
O puede que sólo la lleven para entretenerse en el camino.
Realmente no me importa, porque las escalabas no son mujeres.
Pero el niño... Ah, el niño sí que es de gran valor.
El pequeño Russel.
Mis centinelas lo habían estado observa desde que llegó a la ranchería, y atacamos una vez que confirmamos su identidad.
Su abuelo, que ha tomado muchas de nuestras tierras y a asesinado a nuestros niños sin pensárselo dos veces, seguro que está dispuesto a hacer un buen trato por la vida de la única familia que le queda.
Me coloco mi tocado de huesos de búfalo adornado con plumas, cada una de ellas está acomodada de tal forma que dicen un poco de quién soy y cuentan mi historia.
Dicen que soy buen guerrero.
Buen hijo.
Buen hermano.
Y que mi corazón yace sobre la tierra, por culpa de la raza blanca. Porque las tierras que antes habitaba mi gente ahora están llenas de sus huesos.
Y también dicen que voy a darles caza hasta mi último aliento.
Me subo al mesteño de un brinco y lo espoleo para que avance.
Él también lleva plumas de guerra en su crin, y algunas cuentas para ahuyentar a los malos presagios.
Mis hombres comienzan a saltar sobre sus sementales en cuanto me ven hacerlo.
Las cicatrices que llevo en las palmas de mis manos, en mi espalda y en mis antebrazos, se sienten al rojo vivo.
Cada una ha sido hecha en memoria de los que he perdido en la guerra.
Y son una promesa de que por cada vida que me quitaron, yo les quitaré muchas más.
No habrá tregua.
Los Kwahadi no creemos en sus tratados de paz.
Y las promesas de los tosi-tivos no valen nada.
Lo hemos aprendido a la mala.
Y hemos pagado esa confianza con creces.
Ah... pero las promesas que hace mi gente son diferentes.
Son como el viento, siempre susurrándote al oído.
Como el fuego que marca camino.
Y como el agua; muy claras.
Un hombre es lo que dice.
Un hombre sin su palabra, no es nada.
Y yo digo que esta noche, la luz de Luna está hecha para matar.
Porque todo lo que no baja la cabeza, con el soplar del viento, la corriente del agua y la luz del fuego; se rompe, se ahoga, y se quema.
Aquí está tu viento, tu agua, y tu fuego.
*
*
*
Glosario:
Tosi-tivo: hombre blanco.
Comancheros: maleantes blancos que comerciaban con los comanches y otras tribus.
Mesteño: o caballo Mustang, en caballo nativo de guerra por excelencia.
Nota de autor: Hola. Esta historia independiente me emociona mucho 🙈 veamos qué cosa sucede con Sophie (o Lydia) y con Kai.
Pido perdón si la postura de los personajes hirió susceptibilidades, lo único que pretendo es contextualizar la época.
En fin.
Cambio y fuera.
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