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9.2 [Yoon Gi]


Como iba diciendo, mi vida imperfecta mejoró de forma notoria en el momento en el que Jimin aceptó estar conmigo.

Como es muy organizado, desde que se ha trasladado a mi casa, mis horarios han mejorado. Ya no me quedo dormido de más ni llego tan tarde a los sitios. Bueno, matizo que sigo sin ser del todo puntual pero no mucho. Solo un poquitín.

Mi insomnio también se ha reducido. Cuando empiezo a dar demasiadas vueltas en la cama, Jimin me abraza y su contacto me relaja. Entonces me habla, me cuenta cosas intrascendentes sobre las series de televisión que le gustan y al final me quedo dormido. Suelo amanecer con su cabeza en mi hombro. Eso me encanta.

Pero aún así, hay cosas que todavía no logro cambiar.

La torpeza es una constante de nacimiento de modo que continúo tirando cosas por accidente y a veces mezclo la colada. Todavía me cuesta medir la distancia al aparcar y no darle el roce de turno al porsche y, aunque estoy trabajando el orden, creo que sigue sin ser suficiente. Lo deduzco porque Jimin recoloca a menudo las repisas y los cajones, anda detrás de dónde tiro la ropa, barre y friega el suelo dos veces al día y, de vez en cuando, me suelta su bufido característico:

— ¡Yooooooon Giiiiii! ¡Pero qué te pareceeeeeee que haceeeeeeees!

Ante eso, solo me río. Estoy enamorado y él siente lo mismo. Estoy dispuesto a convivir con sus dramas y con su tendencia a la pulcritud extrema. Me da lo mismo. Soy muy feliz a su lado.

Detrás de su fachada de estiradillo se esconde una personalidad cariñosa y bastante más humilde de la que creí que se niega a dejar que los demás vean. Es atento hasta decir basta, se preocupa mucho por mi bienestar y su forma de mirarme y de reaccionar ante mis besos y caricias me hacen sentir especial. Por eso he hecho unos cuantos cambios en mi desorden semanal y creo que todos han salido de fábula.

Todavía salgo con mis amigos los lunes, más que nada para matar el tiempo porque es cuando Jimin se va al Club Divinities a hacer cosas de Divinities. Los martes vamos a comprar y el resto de la semana trato de acomodar mi trabajo al suyo para poder pasar ratos juntos.

No puedo decir que sea fácil. Mi jefe Nam Joon, un tipo joven pero inteligente como pocos, dice que la criminalidad no tiene horarios así que mi nueva tendencia a la rutina le ofende e incluso ha amenazado con echarme de la sección en más de una ocasión. No lo ha hecho solo porque sabe que soy bueno y porque Kaos ha vuelto a las andadas. Por cierto, es hacker se mueve por la red justo cuando yo estoy. ¿Se puede tener más suerte?

Pensaba que no. O... No sé.

Los números que extraía de su localización con cuentagotas indicaban que operaba en una zona próxima a mi calle pero no supe darle la importancia que tenían hasta que la gata se puso de parto y la llevamos a la mega casa de equipamientos ovnis.

También me había parecido raro que Jimin hubiera dicho eso de "me prometí que haría lo que fuera necesario para no volver a dormir en el suelo". Tampoco me cuadró que se empeñara en mudarse a mi pocilga cuando su casa es mucho mejor pero le eché la culpa a las vasijas de la Era Joseon y a que no quería que perturbara su sagrado templo de la moda. Sin embargo, todo cobró un sentido diferente cuando accioné la falsa pared y un ordenador enorme apareció ante mí, con unas pantallas que mostraban las interminables ristras de números propias del que está hackeando claves de seguridad.

Entonces entendí por qué le había encontrado en el centro comercial y por qué el delincuente que tantos dolores de cabeza me daba tenía los mismos horarios que yo.

Jimin era Kaos.

¡Era Kaos!

Y me dolió. Me dolió mucho el corazón.

—Yoon Gi... —Hizo ademán de acercarse pero me aparté—. Yoon Gi...

—Debería arrestarte ahora mismo. —Me sentí a punto de estallar en llanto de modo que evité mirarle a los ojos—. Has estado años estafando y robando lo que te ha parecido, acumulas cientos de delitos a tus espaldas y yo juré ante mi placa cumplir con la ley y atraparte.

—Ya. —Agachó la cabeza—. Lo sé.

Tendría que haberle detenido. Era un ladrón, un manipulador y también un mentiroso. Pero los sentimientos me pudieron de modo que lo único que hice fue sobrepasarle, sin detenerme, hasta que salí al rellano de la escalera.

—Supervisa que los gatos nazcan bien —me escuché decir—. Me iré a pasar la noche fuera. Así podrás sacar tus cosas de mi casa con tranquilidad.

Jimin abrió los ojos, estupefacto.

—Cuando regrese llamaré a mi unidad así que espero, por tu propio bien, que ya no te encuentres aquí —finalicé—. Y espero también no volver a verte nunca más.

—Pero yo... —Me pareció que temblaba—. Yoon Gi, yo... Te quie...

—Ahórrate las dulces palabras, divinidad —zanjé—. No me relaciono con delincuentes y, además, ya no te creo nada.

Me parece que rompió a llorar. No estoy seguro porque, como yo también lo hice, me fui antes de que me viera y busqué refugio en la compañía de Jung Kook. En eso y en...

¿Dos botellas de soyu? ¿Cuatro? ¡Qué sé yo! En la madrugada, pasé de tener un amigo preocupado a tener tres clones y varios vasos que, por alguna extraña razón, veía pero no podía coger. Ah, y el tipo de las sandías estaba ahí, con su hermano gemelo. Idénticos eran, por cierto. Hasta vestían igual. Qué cosas.

—¡Te quiero muchoooooooo! —Me dio por gritar al salir del bar—. ¡Muchooooooooo! ¡Así como un mar oceánicooooooooo! ¡Océanos y mares! —Me agarré a la solapa del abrigo de Jung Kook—. ¡Amigooooooo! Oye, qué guapo eres. —Le tiré de la nariz—. Mira que naricilla tan gracioseta... Qué simpática...

—Sí, sí, sí, gracias. —Me sujetó; mi cuerpo empezaba a bailar y tenía todas las papeletas de darme de bocas contra la acera—. Ponte recto, ¿quieres? Colabora un poco.

—Yo "sempe corraborro" —arrastré las palabras—. Me esfuerzo "muxo".

—No lo dudo.

Me giré hacia Seok Jin, que me acababa de coger por el otro lado.

—¡Uy, el frutero! — Me eché a reír—. ¿Te has hecho amigo de JK? Tu también eres muy guapo. ¡Muchooooooo! Pero te falta esa naricilla.

—¿Qué le pasa? —El aludido dirigió a Jung Kook—. ¿No decías que si quedábamos para tomar algo no habría peligro porque no le gusta emborracharse?

Jung Kook abrió la boca pero me adelanté.

—¡Es culpa de los ovnis limpiasuelos! —exclamé—. ¡Esos platillos volantes me dieron un golpe en el pie! ¡Y me cargué el jarrón de un emperador! ¡Así! ¡Bum! —Simulé el gesto de tirar algo—. ¡Buuuuuum! ¡Y la ropa! ¡Y nadé un rato en una fuente con patos mientras buscaba tangas! —Volví a Jung Kook—. Tu también escuchas a J- Hope, ¿sí? ¿Verdad que es bueno?

—Ha tenido un problema con su novio. —Mi amigo me ignoró y se centró en el de las sandías—. Pero no sé mucho más porque se niega a contarme lo que ha ocurrido.

—¡Ah, ese estiradillo! —Arrugué la nariz—. El rey de las modas ya no es mi novio. Me cae muy maaaal.

—Yoon Gi, hasta esta misma mañana estabas entusiasmado con él.

—Suuuuuuuuuuu... —Me salió eso, sin significado ninguno—. Suuuuuuuuu....

—¿Y qué hacemos? —preguntó a Seok Jin—. Está fatal. ¿Le llevamos a casa?

—Na, na, na. —Me detuve, me deshice de su sujeción y le agité el dedo ante la nariz—. A mi alcantarilla no, que le he dejado marchar, cultivador de sandías.

Seok Jin arqueó las cejas, en un desconcierto que me causó mucha risa.

—¡Me cae mal pero le quiero como el mar oceánicoooooo! ¡Y por eso permití que se fuera! ¡Aunque en verdad no quiero que se vaya! ¡Es imperfecto en perfección! ¡Y es más guapo que tu y que mi colega de la naricilla chistosa! ¡Es el más guapo!

Por supuesto, al día siguiente, al margen del impresionante dolor de cabeza y de las náuseas con las que amanecí, espatarrado en el sofá de Jung Kook con la pierna colgando por encima del respaldo, mi mente lo razonó todo de forma mucha más organizada.

Estaba enfadado, frustrado y triste al mismo tiempo. Jimin había resultado ser mi enemigo a batir pero también la persona que amaba. Y por eso le había dejado ir. Había renunciado a mi ascenso, a mi prestigio y a mi ética y, al mismo tiempo, le había perdido.

Lo comprobé horas después, cuando me atreví a poner el pie en el portal, subí andado por las escaleras y me detuve ante su puerta. La había dejado abierta y sus estancias, antes tan llenas de glamour y de objetos caros, estaban completamente vacías.

Se había ido.

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