8.1 [Jimin]
No puedo creer que Tae Hyung me haya manipulado. He sido su alumno, su amigo y su compañero de trabajo un montón de veces. Sin embargo, con la excusa de mis supuestos sentimientos por Yoon Gi, ha estado tonteando con ese Jung Kook y, a la mínima oportunidad, me ha echado de mi propia casa para poder invitarle.
Entiendo que no pueda llevarle a la suya. A parte de que vive a la afueras, en una zona aislada que, por no tener, no tiene ni nombre, su residencia es tres veces más grande que mi mansión y la tiene llena de ordenadores y de habitaciones repletas de ropa, maquillaje y pelucas para sus caracterizaciones. No debe meter ahí a un policía.
Pero eso no cambia el hecho de que debería de habérmelo dicho. Debería haberme pedido el apartamento en vez de echarme a empujones y en pijama. Debería haberme confiado que le gustaba Jung Kook y más porque yo sí que he hablado con él de mis cosas. De verdad, qué mal amigo.
Por su culpa he terminado en casa de Yoon Gi. Eso tampoco puedo creerlo. El día que le llevé las facturas comprobé el desastre que tenía y juré que jamás de los jamases pondría un pie dentro. Y, sin embargo, aquí estoy, rodeado de cosas desperdigadas de lo más variopintas como tazas de distintos tamaños, papeles de colores que a saber para qué los quiere, un secador del pelo, tijeras... También hay una sartén encima del sofá. Vamos a ver, ¿una sartén?
A parte, la manía que tiene de dejar objetos en el suelo me deja atónito. Nada más entrar me he tropezado con una lámpara, se me ha enredado el cable en la zapatilla y por poco me caigo. Menos mal que estaba cerca de la pared, aunque pegarme a ella ha supuesto que le haya dado un golpe al cubo de fregar y que me haya pringado el delantal, el pijama y hasta los calcetines de un agua turbia llena de pompitas marrones.
Ay; esto me supera.
—¿Estás bien? —Yoon Gi, que se había metido en la cocina con los bombones, si es que a ese habitáculo minúsculo que te obliga a guisar de medio lado se le puede llamar así, asomó la cabeza—. Ten cuidado.
—Y lo tengo pero, ¿por qué tienes el cubo aquí en medio?
—No he tenido tiempo de quitarlo.
—¿Y la lámpara? —Le señalé la mesilla vacía a escasos metros—. ¿Por qué no la pones en su sitio?
—Porque por las noches me tumbo en el suelo. Así estiro bien la espalda y, de paso, leo novelas.
Revisé el entorno. Había cientos de libros apilados en las esquinas.
—Es increíble que leas tanto. —Esa faceta suya me agradó—. Es un hábito genial. Dice mucho de ti y de tu mente.
—Madre mía, se me van a saltar las lágrimas de la emoción —bromeó—. Es la primera vez que te escucho decir algo bueno de mí.
—Que no te lo diga no quiere decir que no lo piense.
—Sí, de eso me he dado cuenta. —Se recargó en la puerta—. Gracias a tus maravillosas galletas he entendido que, después de todo, no te caigo tan mal.
Maravillosas. Un nudo extraño me agarrotó el pecho. ¡Le habían gustado! Había bajado el pie de guerra, tal y como había supuesto, y me había dado el margen que tanto quería. Aunque, ¿y ahora? ¿Ahora qué?
Me quité el delantal, lo doblé sobre la mesa y me dispuse a dejarme caer en el sillón, con la mente puesta en el libro de la Repostería del Amor.
"Paso dos: Después de dar los dulces, adopta una pose sugerente y sensual".
Pose sensual. ¿Y eso qué era? ¿Poner ojos de "devorador"? No, eso no. ¿Cara de "hazme tuyo, papucho"? Ni de broma iba yo a hacer eso.
—¡No! —Me enfrasqué tanto en mis tonterías que no atendí al aviso de Yoon Gi—. ¡No te sien...!
"Sientes".
Tarde.
El aparente mullido cojín resultó estar hueco por dentro así que me hundí, literalmente, en un agujero. El culo se me quedó encajado entre las tablas y las piernecitas me colgaron, indefensas, como patitas de pollo. Si ya lo sabía yo, que estar ahí no podía terminar bien.
—Menos mal que el sofá era cómodo —usé sus propias palabras.
—Y lo es —se reafirmó—. Pero en el lado derecho, ¿sabes?
—Ya.
Me tendió la mano.
—No hace falta, puedo solo. —Me entraron unas ganas tremendas de apartarle de un manotazo pero me limité a lanzarle una mirada desagradable—. Si de verdad quieres mejorar la relación conmigo, hazme el favor y a partir de ahora quédate a tres metros de distancia.
Se rascó la nuca, en una de sus típicas expresiones de meditación, y me dispuse a salir del cajón de gomaespuma pero, para mi frustración, estaba bien atascado y no lo conseguí. Cogí más impulso. Solo logré patalear como los bebés en las piscinas. Busqué agarrarme al reposabrazos y, ya estaba por lograr levantarme del todo, cuando la madera crujió y me volví a caer. Ay; por Dios. ¡Pero qué mueble de vertedero!
No me llegué a sumir de nuevo en el hoyo porque Yoon Gi me sujetó aunque, al hacerlo, se me pegó tanto que, cuando logré recomponerme, su rostro estaba a muy pocos centímetros y su aliento, cálido, me acariciaba los labios.
—Lo siento. —La oscuridad de sus ojos me dejó extasiado—. ¿Te has hecho daño? ¿Necesitas un...?
—¡Estoy bien!
Me faltó tiempo para separame. El corazón se me había puesto a mil por hora y eso no podía ser bueno. Estrés. Era el estrés.
—¡Estoy muy bien! ¡Súper pero súper bien!
Huí a la zona que usaba como alcoba, un recoveco al fondo en donde se encontraban la cama y el impresionante ordenador con el que se debía dedicar a seguirme la pista.
—Como lo de Tae Hyung me ha conmocionado, mejor me retiro a descansar —esgrimí lo primero que se me ocurrió—. Me voy a dormir.
Me tropecé un par de veces más. Una con los botes que sabía que estaban ahí pero que la ansiedad me había hecho obviar y otra con unas zapatillas de deporte.
—Adiós. —Me metí en la cama sin mirar el estado de las sábanas—. Hasta mañana.
No tardé ni cinco minutos en sentir que el somier se hundía a mi lado. Me subí la manta hasta los ojos. ¿Y ahora qué? No vendría con la intención de la piruleta esa, ¿o sí? Esperaba que no. Como se acercara, le golpearía o... O... O...
—A ver, divinidad, una cosa es que hayamos firmado una tregua y otra muy diferente que te dé la cama. —Me arrancó la manta de un tirón—. Te prepararé algo en el suelo. El colchón es mío.
Me incorporé, ardido en frustración. Me estaba mandando a dormir al piso, con el frío y la incomodidad correspondientes. ¡Y encima no tenía ninguna intención de intimar conmigo! ¡Qué tipejo! Ahora recordaba que me había empujado en la lavandería como un apestado.
—Como se nota que eres un inculto y que no tienes ni idea de modales ni de educación. —Le solté, a las bravas—. Por lógica, a los invitados se les da lo mejor de la casa.
—Pero tu no eres mi invitado —replicó, sin pestañear—. Te acogí por la situación.
—No te mereces mis galletas.
—Ni tu mi colchón.
—¡Pues me da igual porque no me pienso ir al suelo!
Di un salto y me abalancé sobre la manta, con la intención de recuperarla.
—¿No dices que te encanta estirar la espalda? —Tiré de la tela—. ¡Duérmete entonces tu ahí!
—¡Una cosa es estar un rato y otra la noche entera!
—¡Eres un insensible y un desconsiderado!
—¡Y tu muy egoísta!
Forcejeamos, cada uno en una dirección, hasta que la suerte se puso de mi lado y se tropezó con los zapatos tirados. Perdió el equilibrio. Tiré. El edredón volvió a ser mío pero, cosas de la vida, le arrastré también a él.
Me cayó encima. Justo encima. Y la sensación de su contacto me abrumó.
—No... Pienso... —Yoon Gi, azorado como yo, titubeó—. Ceder...
—Ni yo.
Sus labios se me aproximaron, tanto que creí que iba a besarme. No, mejor dicho, no lo creí. Lo aseguré. Lo vi con claridad. Lo di por hecho. Y, estúpido de mí, no solo me quedé como un pasmarote sino que, para colmo, cerré los ojos. ¡Cerré los ojos! Pero el muy cínico se aprovechó de eso y me empujó, haciéndome rodar como si fuese un barril, hasta que me vi en el suelo con una rabia más grande que la erupción de un volcán metida en el cuerpo.
Uf. Cómo le odiaba.
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