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4.1 [Jimin]


Debería estar feliz.

El vecino ha parado con la guerra musical. Por primera vez en casi dos semanas, he podido dormir. Eso ha hecho que me levante mucho más relajado, sin esa irritabilidad que arrastraba, y el maravilloso silencio me ha permitido, por fin, recuperar algo de productividad.

Lo primero que he hecho ha sido fijar el cuadro de la entrada para que no se pueda mover. Ya van dos veces las que Don "Un poquito de nada" me lo tuerce y temo que un día de estos termine en el suelo. También he quitado las cerámicas de la estantería y las he puesto en las repisas más altas del salón, he llevado la gata al veterinario para revisar que todo estuviera bien y he llamado a mi estilista. Me ha arreglado el cabello, me ha hecho una limpieza facial que me ha dejado la piel como la de un bebé, me ha preparado el conjunto la ropa que usaré mañana para el fraude en los grandes almacenes de la señora Choi y, una vez adecentado, me he puesto a preparar el trabajo.

Sin escobazos en el techo, me ha resultado sencillo concentrarme y hackear las cámaras de seguridad del centro comercial, a fin de hacerme una composición del escenario en el que estaré, localizar las cajas de pago, las salidas y los expositores con los objetos más caros. También se me ha hecho fácil clonar la tarjeta de crédito de la propietaria en cuestión e incluso me ha sobrado tiempo para ver una película mientras la máquina que adquirí el año pasado y que apenas he usado un par de veces imprimía una reproducción de la misma.

Tendría que estar pletórico.

Respiro esa ansiada sensación de paz, de orden y de disciplina. El lunes regresaré al club social y el domingo tendré mi maratón de series. Todo vuelve a ser perfecto. Por eso, me sentí tan confundido cuando, al caer la tarde, empecé a encontrarme mal.

Al mullir los cojines del sofá me encontré con el trapo que Yoon Gi me había puesto en la cabeza y la culpa se me activó. Tenía que reconocer que me había tratado muy bien. Y también tenía que admitir que la profundidad de su mirada al ayudarme al levantarme y el sentido de su proximidad me habían dejado embobado un buen rato en el que no había podido quitarle los ojos de encima. Además, me había hecho gachas.

Estaban realmente malas pero, así y todo, las había guardado y me las había comido en el desayuno, sin dejar ni una sola gota a pesar de tener el refrigerado hasta arriba de platos preparados por mi cocinera personal. ¿Qué sentido tenía eso? A mi juicio, ninguno. Y, ¿por qué, con mi apartamento en calma, mi gata en perfectas condiciones y todos mis proyectos recuperados me había asomado a la ventana del tendedero tres veces y sacado la cabeza por portal otras tantas?

—Tiene mala pinta —me dijo Tae Hyung, al comentarle por teléfono lo que me sucedía—. Entre venganzas y desaires, le has cogido apego al vecinito.

—¿Apego?

—"Y el calor de su piel contra la suya imprimió de anhelo su corazón hasta ese momento solo envuelto en desprecio y la soledad dejó de ser el remedio necesario a la felicidad".

Oh, no. Ya empezaba. Me preguntaba quién le animaba a declamar así, con ese tono de tragedia, como si le estuvieran poco más o menos que apuñalando. Solo le faltaba tirarse de rodillas y mirar al cielo con angustia.

—"Ansió alimentarse de su cuerpo, beber de él, gozar con él. Pero ya era tarde pues el objeto de sus pasiones había desaparecido y ni sus mil lamentos pronunciados en el silencio de su dolor lograrían..."

—Ya cállate, por favor —le frené—. ¿Por qué me cuentas tus poesías? No tienen nada de que ver conmigo.

—"Y aquel que se negó a aceptar que había caído en los crueles brazos de Cupido..."

Fuera. Le colgué.

"Te gusta". Por supuesto, me siguió importunando por mensajería. "Por eso te enfadas tanto. No quieres aceptar que te llama la atención".

No. Ya dije que ni en broma intimaría con alguien como Yoon Gi.

"Es policía informático" argumenté.

"¿Ves?" me señaló. "Acabas de aceptarlo".

¿Eh?

Jamás.

Apagué el teléfono pero de poco me sirvió. El manipulador de mentes que tenía por amigo ya había conseguido sembrar su germen en mí y no tardé en empezar a darle vueltas a la idea de que Don "Un poquito de nada" de verdad me pudiera gustar.

Vaya desastre. No, era peor que un desastre: era una catástrofe. El final de mi dignidad. De mi estilo. El final de todo. ¿Cómo me iba a interesar alguien como él? Era impulsivo, torpe, desdeñoso con los objetos de valor y enemigo de Kaos. Y descuidado, también eso. Y llevaba camisetas con calaveras y frases malsonantes. Y no sabía cocinar ni...

El reloj dio las ocho. Era la hora designada por la comunidad para tirar la basura y, aunque mi asistenta solía ser la que se ocupaba hacerlo, en esta ocasión me sorprendí con las bolsas en la mano, en la calle frente a los contenedores, mirando con cara de estúpido a mi alrededor por si acaso tenía la suerte de encontrármelo. De verdad, ¡pero qué pasaba conmigo!

Conté los botes. Azul. Amarillo. Negro. Verde. No tenía ni idea de para qué servía cada uno. Abrí el último. Cristal. ¿Y el del papel? Tenía muchos folios para reciclar. ¿Amarillo? ¿Negro?

El manojo de papeles me desapareció de las manos y terminó en el contenedor azul. Me volví, con el corazón poco menos que a mil por hora y las irracionales palabras de Tae Hyung retumbando en eco en mis oídos.

—Ho... —Hasta la voz se me cortó—. Hola...

Yoon Gi se limitó a echarme un vistazo hostil antes de darme la espalda.

—Esto... —¿Se iba? ¡Se iba!—. ¡Gracias! ¡Gracias por tu ayuda!

Se metió al portal. Corrí detrás. Intentó cerrarme la puerta en las narices pero estuve más rápido y la paré con la bolsa de basura.

—¡Ey, maleducado! —protesté—. ¡Hazme caso, que te estoy hablando!

Resopló. Pulsó el ascensor.

—¿Estás enfadado? —insistí—. ¿Por lo de ayer?

El ruido del ascensor al detenerse me agobió.

—Si es por lo de las gachas, quiero que sepas que me las he comido.

Me devolvió otra mirada ofuscada. Las compuertas se abrieron. No, un momento. Un...

Un líquido frío y pastoso me caló en el pie e interrumpió mis pensamientos. Bajé la vista. La presión de la puerta había roto la bolsa y los restos del caldo en mal estado que mi asistenta había tirado caían como cascada en mis zapatillas de diseño exclusivo Laines London, en medio de un mar de restos de comida y un mal olor increíble procedente de los huevos podridos del guiso.

Mis chanclas. ¡Mis preciosas chanclas! ¡Qué horror!

Me descalcé, sin darme cuenta de que, al hacerlo, pisaba el charco asqueroso con el pie desnudo. Resbalé, caí, me di un golpetazo épico en el trasero y mi delicado pijama de algodón puro se tiñó de líquido apestoso.

Ay.

Para rematar, Yoon Gi se echó a reír a carcajada limpia y luego se largó. ¡Me dejó ahí y se fue! Y entonces recordé eso de "los lamentos pronunciados en medio del dolor" de Tae Hyung.

Ver para creer. ¡Cómo podía estar pasándome esto a mí!

—¡Jovezuelo desvergonzado! —La señora de la limpieza, que a veces hacía rondas de tarde, me dio un escobazo en la pierna que me hizo ver las estrellas—. ¡Mira como has dejado el portal! —Me puso el mechudo en la cara—. Más te vale que lo limpies, ¿me oyes? Lo quiero deslumbrante o haré que te tragues la fregona.

¿Limpiar? ¿Yo?

Yoon Gi, todo esto era por tu culpa.

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