11.1 [Jimin]
Hackear el sistema de la policía ha sido más difícil de lo que creí. Tienen una seguridad bastante buena así que, aunque al principio me ha resultado sencillo meter el pie, después me he encontrado con un bloqueo que me expulsa cada cinco segundos con lo cual tengo que volver a empezar.
Qué cansancio.
Me he quedado sin comer, con lo riguroso que soy con las horas, y he tenido que conformarme con masticar las barritas de salchichas cocidas que tanto detesto. Todo por no apartarme del ordenador. Menos mal que Tae Hyung se ha ofrecido a ayudarme. Con su apoyo, he logrado sobrepasar las líneas, visualizar las cámaras de las oficinas y entrar en los archivo de notas de los equipos. Y, entre todo eso, he podido encontrarle. ¡Seguía de turno! ¡Menos mal! Ya pensaba que no lo lograría antes de que se fuera.
"¡Yooooooon Giiiiiiiiii!" Lo primero que se me pasó por la cabeza fue escribirle como un poseído. "¡Por fin! ¡Tienes que escucharme! ¡Yo...!"
—No irás a delatarte de forma lamentable, ¿verdad?
La apreciación de Tae Hyung me hizo frenar y morderme el labio.
—No, por supuesto que no. —Me hice el digno—. Estaba iniciando la comunicación con un vocabulario y unas formas muy diferentes a las que normalmente utilizo.
—Qué suerte que te queden neuronas no alcoholizadas, "mon amour" —comentó, con la mirada fija en su monitor—. Por un instante creí que te lanzarías como un desesperado: "¡Oh, amante anhelado, mi piel está impregnada en añoranza! ¡Mi cuerpo vacío marca mi despecho por tu ausencia!"
—Para nada.
Borré una a una las letras del mensaje, despacito y con disimulo, no me fuera a descubrir, y me esforcé por centrarme en alguien opuesto a mí. Entonces recordé a uno mis viejos amigos de Busan, un tipo simpático pero algo ordinario y con un aire de chistosa molestia, y decidí imitarle.
Todo salió fenomenal aunque, para qué engañarnos, me molestó bastante delatar a mis clientes y aún más devolver el dinero. Me sentí como si estuviera tirando sacos de jugosos wones por un acantilado. Wones con los que podía seguir viviendo como un rey. Wones que me abrían las puertas de casi todo. Wones que me permitían mantener mi piel y cabello perfectos y una tecnología por voz envidiable. Wones que...
Dios mío. Me dejé caer sobre el teclado y escondí la cabeza entre las manos.
Yo estaba de manicomio. ¡De manicomio! ¡Les había dado mi dinero! ¡Mis hermosísimos ahorros! Todo para que Yoon Gi me perdonara. De verdad, qué asco daba esto del amor. Me iba a convertir en un desarrapado pobretón sin clase por él. Qué desastre. Qué horror. Qué espanto. Qué hecatombe. Un drama. ¡Una tragedia! ¡Y tanto! ¡Si por estar con lo del hackeo hasta se me había olvidado asearme y todo!
—Tu amorcito ya me ha llamado.
Di un salto de la silla.
—¿Y qué te ha dicho?
—Me ha pedido la dirección para recoger al gato.
—¿Y yo? — inquirí, nervioso—. ¿Y yo qué?
—No te ha mencionado.
¿Ah? Un terrible enojo me sacudió de arriba a abajo.
—Pues mejor, yo tampoco quiero ver a ese cínico maleducado. —Me volví a sentar—. Que venga a buscar a su bicho y que luego se largue. Así aprovecho y me doy un baño relajante.
—Ya, ya. —Tae Hyung apagó su ordenador, se colocó sobre los hombros un chal de piel sintética que se había encargado a medida, y se dispuso a salir—. Haz lo que consideres. Yo me voy.
—¿Te vas? —Los ojos se me quedaron como un par de canicas—. ¿Cómo que te vas?
—Después del numerito que has montado, entenderás que me niegue a darle el animal —respondió, desde la puerta—. A diferencia de ti, quiero seguir en el oficio. —Iba a protestar pero se me adelantó—: Le he dicho que vaya a la casa uno así que ya sabes dónde disfrutar del reencuentro si decides hacer uso de él. Solo evita pasar por la zona trasera, que no he visto a Chiqui, e infórmame de tus progresos.
—Eres un amigo horrible.
—¡Ánimo! —me ignoró—. ¡Suerte, tesorito!
Y ahí me dejó, sin darme pie ni a preguntar quién era ese Chiqui que, a juzgar por el nombre, debía de tratarse de un perrito encimoso y enano, ni a informarme sobre dónde estaba el edificio uno y, claro, así me fue.
No quería ir así que me preparé un baño pero me metí y salí a los tres minutos. Me intenté poner el pijama y terminé arreglándome lo mejor que pude. Fui a la cocina a prepararme algo de comer pero lo que hice fue coger al gatucho feo y salir. Pero, como ni tenía ni idea de dónde ir, me perdí y a las nueve de la noche todavía no había encontrado el dichoso lugar y rastreaba la zona trasera. Sí, la de tal Chiqui, que no resultó ser ningún perrito adorable, no. Era un pedazo de doberman con cara de muy mala leche que, en cuanto vio al gato, salió despedido a por él.
Y a por mí. De paso.
¡Ay, madre!
Me tocó correr como nunca en la vida con el perrazo pegado al trasero hasta que encontré una estructura de piedra que parecía una fuente. Me metí dentro. Por lo menos no tenía patos. Pero sí restos extraños flotando en el agua y un mal olor increíble. Era un abrevadero para animales.
Qué bien. Qué suerte todo.
—Hola, ¿qué tal? Perrito bonito... —Traté de congraciarme con el bicho, que me miraba desde el otro lado, con todos los dientes por fuera—. Qué guapo eres. No te enfades. Si se ve que eres un amor... Una dulzura...
Me ladró. Ay.
—¿No quieres jugar? —seguí en mi empeño–. Mira que se me da muy bien lanzar los discos esos.
Me gruñió.
—Tam... También... Pode.. Podemos jugar a la pelota...
—¿Crees que le va a importar algo sin conocerte? Los perros se ganan con comida.
Me quedé más tieso que un espantapájaros cuando Yoon Gi apareció detrás del animal y más aún cuando le ofreció lonchas de beicon y el Chiqui del infierno voló a comérselo moviendo el rabo como si fuera un caniche encantador.
—¿Llevas beicon en los pantalones? —Los nervios hablaron por mí—. ¿Pero cómo puedes tener tan poco estilo?
—No lo llevo. —Frunció el ceño—. Lo he traído solo porque es lógico que en una mansión haya perros de vigilancia.
—¿Lógico?
—De sentido común.
Entrecerré los ojos. Vaya.
—¿Me estás diciendo que yo no tengo sentido común?
—No demasiado. —Señaló al gato—. De lo contrario no te he habrías metido en un abrevadero para caballos con mi desvergonzado asalta gatas de raza a la nueve de la noche y con un doberman suelto.
Uy. Mal íbamos.
—¿Pero cómo puedes ser tan impresentable? —le solté—. Tu fuiste el que llamó a Tae Hyung y pediste de regreso la mascota.
—¿Y?
—¿Cómo que "y"? —El enojo me salió por los cuatro costados—. ¡Que esperaba que, después de lo que he hecho, al menos tuvieras un poco de tacto, maleducado!
—Usted disculpe mis formas hoscas e inadecuada de salvarle de que un perro le muerda en el culo, divinidad —respondió—. Haré mi mejor esfuerzo para dejarle solo ante el peligro la próxima vez.
—Te he dicho mil veces que no me llames divinidad.
—Excelencia.
Salí del agua y le planté el gato en los brazos. Mejor dicho, se lo tiré. Ala, ahí que iba. Yo me largaba. A las Maldivas o a dónde fuera. Con yate o sin él. Era el colmo.
—Esto... —Yoon Gi se las arregló para recoger al animal antes de poner su famosa cara de "no es para tanto"—. Gracias...
—¿Gracias?
Le miré, con la ira propia de un volcán al erupcionar. Así que solo "gracias". Nada de abrazos efusivos ni el gran beso de las películas ni el "te quiero con todo mi corazón", no. Solo "gracias".
—Muchas —añadió.
Uf.
—Sí, ya —Desvíe la vista al edificio. Si seguía así, me creía capaz de asesinarle con los ojos—. Un placer.
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