bad guy
Jamás imaginé entrar a una de las residencias en Hannam The Hill; todo lo costoso, exuberante, lujoso y exagerado se encontraba acumulado en esas interminables hectáreas al norte del Río Han. Había escuchado que muchas celebridades vivían en aquel lugar, sin embargo nunca me detuve a investigar quiénes eran o el teatro que seguro montaban a la hora de aparecer en TV para ganar tanto dinero.
Mientras subíamos el camino de adoquín en el auto de Geum, todo lo que podía hacer era admirar cada una de las residencias tan imponentes, con exóticos diseños modernos arquitectónicos y preguntarme cuántas cadenas perpetuas tendría que trabajar sin descanso para poder adquirir ahí —aunque fuera— el departamento más pequeño y sencillo del lugar.
— La mayoría de las veces, tendrás que venir sola. — Interrumpió sigilosamente mis cálculos. No fue como si me importara... De hecho, en muchas ocasiones, su voz resultaba ser increíblemente reconfortante. — Intenta memorizar el camino y siempre trae contigo el gafete de la agencia.
— ¿No se supone que la compañía impide el acceso de mujeres a su casa? Ya sabes... Los rumores. — Sonreí viendo aún las casas tras la ventana. — Escuché que algunos requisitos para trabajar con ellos es que siendo mujer estés casada. — Musité. — Lo cuál es una estupidez porque el adulterio es muy común.
— Sí, pero... Tú no cuentas como una.
Lo miré con frunciendo la frente, como si con esa expresión pudiese haberlo mandado al purgatorio de una sola vez, exagerando mi gesto de indignación y ofensa. Geum solo pudo removerse un poco en el asiento mientras devolvía la mirada hacia el camino.
Sin embargo lo dejé pasar a los pocos segundos.
Curiosamente, existía cierto juego de coqueteo y cortejo entre ambos, eso sí, siempre con cordialidad y respeto; me refiero a que no íbamos por todos lados guiñándonos el ojo, rozando los dedos de las manos o hablando frente a todos en doble sentido de cosas que solo ambos entendíamos, sino que nos limitábamos a pequeñas sonrisas, comprar un café para el otro solo porque sí o hacer tiempo para esperar al otro al salir de la oficina y "casualmente", caminar juntos hacia la puerta donde él se ofrecía a llevarme a casa y yo me negaba rotundamente.
Aunque al final siempre terminaba aceptando porque ¿Quién no? Mi madre seguramente lo vería como el mejor partido: Alto, guapo, inteligente, amable y con un futuro muy prometedor.
Era seguro que Geum sobrepasaba a los prospectos engreídos con los que salía en la universidad, sin embargo, y no sé decir si afortunada o desafortunadamente, el juego del coqueteo nunca pasaba de ahí; nunca lo veía fuera los horarios exclusivos del trabajo y ni pensar tenerlo guardado entre mis contactos con un corazón al lado de su nombre.
Nadie tenía idea de aquel jugueteo informal y discreto entre Geum y yo.
O por lo menos eso era lo que creía.
Llegar a la residencia "pública" del grupo no fue difícil. En menos de 5 minutos, pasando por un montón de filtros de seguridad evidentemente, ya estábamos bien instalados en una de las salas del lugar. Era tal y como lo imaginé: una casa enorme, costosa y más costosa. Muy lejos de verse como un hogar tranquilo donde puedan sentarse a relajarse de un estresado y pesado día siendo figura pública, su residencia parecía más bien una extensión lujosa y ordenada del trabajo. Personal técnico y auxiliar que muchas veces encontré corriendo por los pasillos de la agencia, igualmente logré reconocerles en aquella casa. ¿Podría haber más de 25 personas en aquel lugar? Claro que sí. No puedo encontrar un número exacto para los racks de ropa de diseñador estacionados en cada esquina, pulcramente cubiertos con plástico fino transparente y con etiquetas de tallas, días, eventos y dueños.
Al final de todo el agobiante proceso para comenzar a trabajar, después repasar temas pendientes con el equipo de Promoción Cultural y Relaciones Externas, Geum y yo encontramos unos minutos de paz. Sentados en una mesa de la terraza que daba hacia el jardín delantero, tecleábamos en los ordenadores sin despegar la vista de la pantalla, estirando ágilmente el brazo para tomar un sorbo de café y seguir trabajando como si no hubiese un día más para terminar nuestro trabajo.
Y la verdad, es que no lo había.
Esa semana debía ser aprovechada al máximo. El grupo tendría que salir del país durante casi tres semanas para cumplir con sus agendas y por lo tanto, al regresar, nuestro equipo presentaría los proyectos de orden social al director general de la agencia y al grupo.
Podría decir que todo estaba resultando perfecto, pero desafortunadamente, pospuse demasiado el hecho de tener que hablarle primero a Yoongi, solo para poder avanzar con mi trabajo; todos habían colaborado gentilmente conmigo dándome una hora de su agenda, pero cuando llegaba a acercarme con su staff o su asistente, él argumentaba tener demasiado trabajo para atenderme y yo, ante esto, tampoco hacía mucho por insistir.
Tras pensarlo profundamente durante varios minutos, sabiendo que la excelencia de mi trabajo dependía de una sola persona, decidí armarme de valor y buscar a Yoongi. Algunas personas en la enorme casa me dieron respuestas vagas sobre su paradero y otras, no tenían mucha intención por colaborar conmigo. Fue hasta que una tímida chica de pecas sutiles en las mejillas me interceptó en el pasillo este del lugar y me sugirió buscar a Jungkook en el área de uso común.
Y así fue como logré encontrarlo, husmeando en la cocina.
Parecía preparar comida, después de haberse ejercitado por lo menos durante dos horas. Y aunque su ropa no delineaba muy bien su silueta, ahora entendía bien la euforia de muchas chicas por los abdominales bien esculpidos que se escondían bajo aquellas holgadas y oscuras prendas costosas que solía usar fuera del trabajo.
Siendo sincera, yo y mi introversión, nos escondimos tras el muro principal por unos segundos, solo para tomar valor. Aparentemente, si bien es cierto que Jungkook era el menor de todos, también se trataba del personaje más receptivo y observador de todos, dejando una pequeña posibilidad al aire de que fuera capaz de notar mi estrés y ansiedad por encarar por primera a Yoongi.
— Hola, Jungkook. — Tosí levemente desde el otro lado de la habitación, para no sonar de sorpresa. — ¿Interrumpo? — Pues claro que sí, idiota. ¿A quién le gusta ser interrumpido cuando está comiendo?
— Ah, Miah — Sonrió al verme, cubriéndose los labios con una mano puesto que aún seguía devorando el bocado. Le devolví la sonrisa inmediatamente y levanté ambas manos en el aire como una señal para que se tomara las cosas con calma. Instantáneamente partió su sándwich en dos partes y me ofreció una de ellas sin pensarlo.
— Estoy bien, gracias. Come tú. — Sonreí conmovida por su gesto y él, se limitó a alzar los hombros y devorar de dos mordidas ambas mitades.
Cuando término, chocó las manos entre sí para retirar los restos de pan en sus palmas y aclaró su garganta al voltear hacia mi dirección. — Y dime Ahn Miah ¿Qué te trae a la... — Entornó los ojos. — ¿Cocina?
Pasé saliva con trabajo y me relajé un poco. A pesar de que podía perfectamente hablar de cualquier estupidez con Jungkook sobre "¿Cómo es que la medicina sabe específicamente dónde te duele?" o "¿Por qué es imposible estornudar con los ojos abiertos?", aún me perseguía aquella paranoia sobre el tema de Yoongi y si es que alguien más lo había notado. Sinceramente, no estaba preparada para dar un respuesta o contar mi versión de la historia... Y conociendo a Jeon Jungkook, no dejaría de insistir hasta tener algo con qué molestar a Yoongi o a mí en cualquier momento.
— Busco a Yoongi. ¿Lo has visto? — Traté de sonar natural, pero temía que el rubor de mis mejillas cuando me pongo nerviosa se expandiera a todo mi rostro dejándome como un Santa Claus delatado.
Jungkook dejó de beber el vaso con jugo que había tomando segundos antes. Levantó una ceja y sonrió de lado con cierta intriga y diversión, despeinando los mechones de cabello castaño claro que caían como serpentinas gloriosas por su frente casi descubierta.
— ¿Por qué estás roja, Miah?
Mierda.
Jungkook soltó una carcajada ruidosa, que bien pudo escucharse en toda la casa.
— Es alergia estacionaria. — Reclamé, tocando mi rostro como si eso fuese a quitar el color escapando de mi piel. — Hay mucho polen en esta época del año.
Jungkook hacia trotó hacia mi lugar y tomó mis hombros para observarme de cerca. Al parecer, le divertía demasiado verme en tal situación. Y... respecto al tema de los hombros, sí. Tal vez para otras personas el contacto tan casual entre dos individuos de casi la misma edad podría llegar a reflejar demasiada cercanía, pero como Geum dijo, yo significaba todo excepto una amenaza latente o interés para ellos. Es cierto que los primeros días mi comunicación con él fue carente debido a nuestra introversión latente pero ¿No así nacen las mejores amistades? Fue cuestión de un par de bromas de Seokjin y un poco de nuestro sentido de humor en común para soltar las palabras y poco a poco, pasar de extraños a dos personas con más intereses afines de lo que podríamos aparentar.
— En mi casa le decimos de otra forma. — Suspiró insinuante, haciendo énfasis en su dialecto.
Fue entonces cuando, tal vez sin ser consciente de ello, entorné los ojos preparándome para lo que venía. Realmente, jamás entendí por qué las personas calificaban a Jeon Jungkook como un chico tímido porque, para aquel entonces, parecía haber nacido solo para divertirse a expensas de mi constante sufrimiento.
— ¿Te diviertes, Jungkook? — Alcé una ceja, intentando salvar un poco mi dignidad.
— Por su puesto no que no. Jamás. — Respondió divertido, intentando recuperar su postura.
Suspiré para evitar disipar el hecho de que yo también estaba a punto de estallar en una carcajada junto a él...
Pero por nervios.
— ¿Has visto a Yoongi? — Solté procurando regresar el tema de una forma casual. — Lo necesito un momento para-
Pero era evidente dicha meta sería más complicada de lo que imaginé.
— Espera — Apretó levemente sus labios, abultando las mejillas de una forma terriblemente encantadora. — Esto es en serio... ¿Por qué te ruborizas cuando dices el nombre de Yoongi? — Jungkook al parecer, estaba fascinado con la idea de hacerme sufrir.
— Claro que no. — Tapé mi rostro con la mano en un intento inútil por no ser evidenciada. — Deja eso ya porque únicamente logras-
— Min Yoongi. — Susurró cuando me interrumpió, luchando consigo para no soltar otra carcajada.
Sentí el rubor subir desde mi pecho hasta el borde de mi frente. De repente, aunque era Noviembre, comencé a sentir mucho calor. Sonreí de forma boba mientras negaba con la cabeza, me daba la vuelta sobre los talones para huir de Jungkook e intentaba probar suerte con alguien más para encontrar a Yoongi.
— ¡Espera! — La carcajada no dejaba que Jungkook pudiera mantenerse derecho. — Ya ... Ufff ya. Genius Lab.
— ¿Eh? ¿Aquí hay otro?
— Es como una extensión. Pasa más tiempo ahí que en su habitación. — Asintió. — Piso de arriba, al fondo a la izquierda. Hay un tapete con un gatito blanco que dice " Go away". Se parece mucho a Yoongi. Es ahí. — Luchaba por permanecer sereno.
— Gracias. — Dije a punto volver a tornar mi rostro de color rosa.
— Por nada. — Sonrió una vez que pudo tranquilizarse. —Ah, y no te preocupes. — Susurró cuando ya me retiraba. — Tu amor secreto por Yoongi está a salvo conmigo. — Guiñó un ojo descaradamente.
Esa no era la impresión que quería proyectar ante Jungkook, pero sinceramente, no tenía el ánimo para gastarme otra conversación incómoda y ambigua sobre el pasado con Yoongi, como la tuve con Namjoon.
Asentí mientras comenzaba a alejarme con rapidez antes de que Jungkook decidiera volver a hacer aquella escena de las hienas con Mufasa del Rey León.
"Arriba, al fondo y a la izquierda". Esa instrucción parecía sencilla de seguir pero en realidad, fue mucho más compleja de lo que imaginé, principalmente porque las escaleras de mármol asemejaban ser interminables y, a cada paso, algún cuadro aparentemente costoso o una escultura de proporciones asimétricas e inquietantes, acaparaba mi atención en un intento por deslindar un poco mi mente de Min Yoongi.
Después de seguir el camino que me habían indicado, llegué a la puerta con el letrero y el tapete que mencionó Jungkook en la cocina.
Sin embargo, al encontrarme a pocos segundos de llamar a la puerta, un extraño hormigueo comenzó en la punta de mis pies, subió por las piernas, invadió gran parte de mi torso y culminó en mi garganta.
¿Lo hacía o no lo hacía? ¿Sería más sencillo hacerle llegar un correo con lo que necesitaba? ¿Reflejaría demasiada inmadurez?
No recordaba cuándo fue la última vez que estuve tan nerviosa, que mis palmas sudaban como si me encontrara al borde de un precipicio hondo y siniestro y que corazón parecía querer salir inmediatamente de mi pecho. Gran parte de ese miedo, de esa ansiedad desmedida era consecuencia de la incertidumbre y otro porcentaje, aunque fuese por motivos de trabajo, lo atribuía al hecho de tener que dejar mi orgullo de lado, para ser yo quien lo buscara.
Y ahí estaba yo, parada frente a la puerta con código y un evidente mensaje de "Vete", con las manos sudorosas y el estómago vuelto un zoológico en época de celo. Era claro que no estaba lista para permanecer más de dos minutos a solas con él. En mi mente, repasaba mil veces cómo llamaría a la puerta, qué cara pondría, qué le diría, cómo lo diría y en el caso extremo, cómo pediría perdón sin llorar o hacer el ridículo frente a él.
Min Yoongi no es el tipo de persona que te demuestra su desprecio y eso es lo peor de todo esto. Seguramente respondería limitadamente a mis preguntas sin tan siquiera cruzar su mirada con la mía, seguiría pretendiendo se encontraba demasiado ocupado con su trabajo como para darme importancia y aún así, no caería en lo descortés.
Tal vez, esa era otra parte de mi miedo.
Muy en el fondo, y recalco, muy en el fondo, tal vez sí quería hablar con él, saber cómo estaba, felicitarlo por conseguir todo lo que soñaba y quizá, solo por milagro, escuchar que toda esta tensión entre nosotros era por falta de comunicación y que, en realidad, nuestro pasado quedó como un recuerdo absurdo del instituto.
Fue entonces cuando, de algún lugar rotundo en mi corazón, junté la fuerza y el valor suficiente para encarar la situación. Procuré no pensar demasiado y solo dejarme llevar esperando el mejor resultado.
Toqué el timbre una sola vez. Esperé dos minutos — que parecieron como 10 — y volví a tocar.
Con un café —que ya era más hielo que café— y su celular en la mano, Yoongi abrió la puerta, pestañeando inexpresivo un par de veces antes de hacerse a un lado y dejarme pasar.
—Hola, Yoongi. — Me escuché decir.
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