5º Clouds.
Tras la muerte de mi padre, me di cuenta que daba igual que fueras rico o pobre, porque al fin al cabo, todos acabaríamos en el mismo lugar, ya fuese en un agujero o en un bote. Mi abuela y yo teníamos varias cosas en común, una de ellas el gusto por los cementerios, nos encantaba ver los nombres y fechas de los fallecidos. Y la mayoría de veces que iba a uno, intentaba buscar el que mayor y menor tiempo llevasen en el.
Arranqué un par de flores más del rosal fijándome en que nadie me viera, y abrí la valla de la entrada al cementerio. Hacía algo de aire, llevándose así muchas de las flores que había en las tumbas y nichos del lugar. Me agaché recogiendo algunas y las coloqué en los lugares que no las tuvieran, aunque no fuesen suyas. Podía sonar raro, pero me daba pena ver tumbas sin al menos alguna decoración, sentía como que después de fallecer, la gente les había olvidado por completo.
Me senté en la hierba frente a una lápida con la inscripción «Gracias por dar tu vida por mí, por priorizar mis necesidades a las tuyas y por tu amor incondicional. Vivirás en memoria de tu esposa e hijo, te amamos.» Y dejé las rosas sobre el césped que lo recubría, con una piedra sobre sus tallos para que no salieran volando, y apartando las últimas que le había traído, ya secas.
—A veces me gusta pensar que aquella voz que oí años atrás, eras tú —le confesé. —Me gustaría saber dónde estás ahora, porque no me creo que tras la muerte lo único que quede de nosotros sea polvo y huesos. Debe haber algo más. Puede que no te hayas comunicado conmigo porque reencarnaste, puede que sea eso.
Era ateo agnóstico, no creía en ningún dios, pero si en la reencarnación y espíritus, a veces me gustaba pensar en que hasta los ángeles y demonios como tal existían, algo así típico de novelas de fantasía. Cuando venía a los cementerios la sensación de gente pasando por mi lado se repetía una y otra vez, junto a los escalofríos sin sentido. Era sorprende lo que podía hacer un lugar como este.
Pasé tan solo mi infancia con mi padre, por lo que tampoco recuerdo mucho de ella, se que durante un par de años le lloré día a día, pero llegó un momento en que las lágrimas dejaron de salir, aunque el dolor seguía por su ausencia. Aún así me gustaba venir a visitarle, y aunque en su mayoría solo me quedaba mirando la lápida, sabía que con eso a él le bastaría para saber que aún le pensaba.
Volví a casa poco antes de que anocheciera. Después de visitar el cementerio siempre se me quedaba la misma intriga de qué pasaría después de la muerte, como si la duda me incitase aún más a intentar averiguarlo.
Me tiré en la cama y cogí uno de los cigarros. No podía describir el olor al pasármelo cerca de la nariz, pero si era bastante característico y fácil de descifrar cuando alguien fumaba un cigarro normal o un porro. Busqué uno de los tantos mecheros que tenía y subí el volumen de la música. Como era mi primera vez, me había informado bien de los efectos secundarios y como fumarla adecuadamente. Di una calada y al intentar tragar el humo, comencé a toser. Bebí algo de agua para calmar el ardor de la garganta y preferí esperar unos minutos antes de dar otra calada. Abrí la ventana para que no se quedara el humo y el olor dentro de la habitación. Tras unas cuantas caladas después, comencé a entender el porqué la gente lo fumaba. Sentía como si estuviera en un barco en movimiento, con los mareos leves de este mismo junto a una relajación en el cuerpo y mente, como si todas las inquietudes y problemas desaparecieran dejándome en un estado de paz. Hacía tanto tiempo que no me sentía de esa manera...
— ¿Se puede saber por qué huele a marihuana? —chilló mi vecino desde su habitación, haciéndome saltar del susto de la cama y sentir un fuerte mareo de golpe, que me hizo cerrar los ojos durante unos segundos antes de levantarme.
Me asomé a la ventana con el cigarro entre mis dedos y le di otra calada frente a él. Will puso una extraña expresión en su rostro y al percatarse de qué tipo de cigarro era, abrió aún más sus ojos, me miró con desaprobación y me señaló y negó antes de cerrar la ventana. Yo me eché a reír hasta que oí sonar el timbre, me até bien la bata que llevaba encima del bóxer y me dirigí a la puerta. Nada más abrirla y ver su cuerpo repleto de tatuajes entrar de golpe, me hizo caer de culo sobre la alfombra que adornaba la entrada.
— ¿Qué mierda haces? –Se cruzó de brazos haciendo que gracias a la camiseta ajustada que llevaba, se hicieran notar los músculos que tenía por brazos. Me encogí de hombros desde el suelo y desvié la mirada al ver de cerca su cuerpo perfectamente ejercitado.
—Fumar, ¿o es que no lo ves? —le volví a enseñar el cigarro y en un abrir y cerrar de ojos me lo arrebató, apagándolo en su mano mientras lo aplastaba. -¡Oye!
—Gordito, hazme el favor de darme toda la droga que tengas guardada.
—N-O, no —le eché una mirada de arriba abajo y comencé a andar en dirección a mi cuarto con Will pisándome los talones.
—Te lo estoy pidiendo amablemente. ¿Se puede saber qué te ha llevado a meterte esa basura al cuerpo? Tú no eres así.
-No sabía que me conocieran tan bien, William–escupí ante su hipocresía. –No te voy a dar nada y ahora, fuera de mi casa –le ordené. Antes de cerrar la puerta vi como el peliazul apretaba con fuerza sus puños dando visibilidad a sus venas. Tragué saliva y con miedo a mirarle al rostro, cerré la puerta de inmediato y metí en la mochila los otros dos cigarros que estaban a la vista.
—Ares, no me hagas tirar la puerta —dio un par de golpes a la madera de esta.
— ¿Acaso te importa lo que haga? —me tapé la boca con las dos manos al oírme soltar aquella estupidez de pregunta. «Seré imbécil» Me di un golpe en la cara con la palma de la mano.
Los golpes cesaron y no hubo respuesta alguna haciéndome creer que seguramente se habría ido. Abrí la puerta despacio y pequé un gritó del susto al verlo apoyado en la pared de enfrente con los brazos cruzados y mirándome con la ceja arqueada. Apresuradamente intenté cerrar la puerta, pero él fue más rápido y puso el pie.
—No deberías meterte ese tipo de mierda al cuerpo, gordito —sujetó la puerta con su mano haciendo fuerza para que no la cerrase y metió la cabeza dejándola demasiado cerca de la mía. Di unos pasos hacia atrás para dejar distancia entre ambos y me giré para que no viera la vergüenza que estaba pasando.
Siguió insistiendo durante media hora más, repitiendo una y otra vez como cuan adulto, lo perjudicial que eran las drogas y sus efectos negativos a largo plazo. Pensaba que sería el que menos importancia le daría, después de todo parecía el chico malo del instituto, al que siempre te encontrabas en alguna esquina fumando o con expresiones de querer meterse en una pelea. Cedí solo porque esto se estaba volviendo demasiado incómodo.
—Toma, pesado —saqué los cigarros y se los tendí en la mano con rabia.
—Deberías darme las gracias de que haya sido yo el que supiese primero lo de los porros y no tus padres. —intenté no echarme a reír, pero fallé.
—Primero, no sería tan estúpido de fumar estando ellos en casa, y segundo, no suelen entrar a mi habitación, y menos registrarla —me acerqué a él y le sonreí falsamente con expresión de burla.
—No quiero volver a verte con nada de esto, ¿entendido? –dijo con voz autoritaria y cambiando de tema. Rodé los ojos y me cruce de brazos, pero Will se me quedó mirando con aquellos intensos ojos azules —Dije, ¿entendido? —repitió y solté un bufido continuado de un asentimiento.
Caí de rodillas al suelo en cuanto se fue. Había encontrado al fin algo que conseguía evadirme de las cosas, al menos por unas horas, y por mi idiotez, lo había perdido. Comencé a maldecir a todos sus muertos en voz baja, solté un puñetazo contra la pared y un grito de furia salió de mis adentros, esperando que lo hubiera escuchado. Fui hasta el salón dando grandes pasos y sin mirar por donde iba mi pie chocó contra la esquina del sillón. Me llevé las manos a los dedos mientras soltaba un insulto tras de otro. Del cabreo le di una patada al sillón y comencé a tirar los cojines que estaban en este, por la zona.
-¡Oh mierda, mierda, mierda! –exclamé al ver caer el jarrón favorito de mi madre y John, al suelo. Los trozos de cerámica estaban esparcidos por la alfombra, gracias a que había caído en esta, la mayoría de trozos eran grandes, pero otros tantos no habían tenido mucha suerte y eran diminutos. Me agaché corriendo a recogerlos y dándome cuenta de que algunos eran más que pequeños, casi del tamaño de mi dedo, por lo que era casi imposible de volver a colocarlo en su sitio.
Eché todos en una caja y la llevé a mi habitación junto con el pegamento más fuerte que había encontrado en la caja de herramientas de John. La pareja de mi madre me iba a matar, ese jarrón no es que solo fuese su favorito, es que lo ganó en una apuesta y por lo que le había dicho a mi madre, costaba una fortuna.
Estaba muerto de sueño, solo había podido dormir dos horas por culpa del jarrón. Entre que seguía mareado por los efectos del cigarro y que el pegamento era de color negro y debía quedarme diez minutos sujetando cada trozo para que se pegase bien, no había conseguido más que empeorarlo. ¿Cómo hacia la gente para montar este tipo de cosas como si fuera un rompecabezas de lo más fácil? Porque creo que yo coloqué trozos donde ni siquiera iban.
Tenía unas ojeras tan pronunciadas que parecía un oso panda y mis ojos se tornaban de un rojo, como si hubiera estado llorando por horas. A duras penas me podía mantener en pie, no iba a decir que hoy solo quería quedarme en casa y dormir, porque eso era algo que quería hacer siempre. Pero ganas no me faltaban para intentarlo, si no fuera porque siendo lunes, los profesores pedirían más explicaciones que cualquier otro día y llamarían a mi madre, y ya de paso aprovecharían para hablar de todas mis faltas acumuladas a lo largo del poco tiempo que llevábamos de curso, y eso era lo que menos quería ahora mismo. Únicamente me tomé un café, ya que el comer a veces me daba más sueño.
—Vanessa ¿Podría salir a la pizarra y resolver esta ecuación? —la chica tomó la tiza, y mientras la profesora observaba con atención a su alumna, vi la oportunidad perfecta para cerrar durante unos segundos los ojos.
Las primeras dos horas había conseguido mantenerme despierto de milagro, pero ya podía ir notando la pesadez en mis párpados y cuerpo. Noté unos pequeños golpes en mi cabeza, a los que no di mucha importancia, hasta que algo duro me hizo abrir los ojos y mirar hacia detrás encontrándome la mano de Will preparada para lanzarme un trozo de goma de borrar. Le lancé una mirada furiosa y su amigo, que estaba justo tras de mí, le regañó. Coloqué el libro de pie para que ocultase parte de mi cara, que estaba apoyada entre la pared y mi mano.
— ¡Ares Evans! ¡Evans! —me sobresalté al oír la voz de la profesora llamarme y el libro cayó al suelo. Sin darme cuenta me había quedado dormido y ahora tenía a toda la clase observándome. — ¿Tanto le aburre mi clase cómo para quedarse dormido?
—Señora Robinson, no es su culpa. Mírale la cara, lleva malo todo el día, pero le obligué a venir a la clase en vez de ir a enfermería... —comentó el chico que había detrás de mí ¿Por qué mentía?
—Aún así es una falta de respeto dormirse en la clase -le interrumpió la profesora y fijó sus enormes y oscuros ojos en mi —Deberás quedarte en la sala de castigados una hora, así avanzaras con los deberes que no trajiste hoy. Y ahora, hazme el favor, Nathaniel, de llevarle a la enfermería.
Bajé la mirada avergonzado y recogí todas mis cosas antes de salir por la puerta. Perfecto, de nuevo a esa estúpida sala repleta de inútiles como yo. El curso pasado acabé varias veces allí por no hacer los deberes o momentos en los que no pude mantenerme callado y mi boca soltaba alguna perlita a algún profesor.
—No debiste hacerlo, podría haberte castigado a ti también —le dije al chico nada más salir del aula.
—Hay una primera vez para todo —las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
—Gracias de verdad, pero no te preocupes, puedes volver a clase. Solo necesito refrescarme la cara para despertarme un poco —la sirena avisando del recreo comenzó a sonar y suspiré del alivio de poder descansar por fin del ruido de las tizas contra la pizarra, que no hacían más que darme dolor de cabeza.
—Ya no creo que haga falta que vuelva —soltó una carcajada seguida de una sonrisa — ¿Quieres comer conmigo y mis compañeros de equipo?
Miré hacía detrás creyendo que se lo decía a otra persona y se echó a reír, me señalé y él asintió. El pasillo comenzó a llenarse poco a poco de alumnos y de gritos y yo me comencé a sentir algo mas despierto tras su invitación.
—No creo que sea buena idea.
—Deberías de dejar de preocuparte de ese trío de paletos —le miré sorprendido porque descifrase tan rápido mi preocupación. —Por cierto, no me presenté, soy Nathaniel, puede que me hayas visto junto al idiota de Will.
—Hacéis una pareja muy cliché, lo típico que yo leería en un libro —le confesé y me pasó su brazo por mi hombro mientras reía.
—Te confieso que yo también leo ese tipo de historias, pero debo negarte tal afirmación. Solo somos amigos de la infancia.
Eso ya no era tan cliché. En los libros que solía leer, las animadoras y chicos populares eran quienes acosaban a la gente, pero en la realidad, o al menos en la mía, ninguno de ellos nunca se burlo de mí, y además, Nathaniel me había ayudado en varias ocasiones. Fui junto a él hasta una zona del patio donde pude ver a varios animadores sentados en el césped. A cada paso que daba, notaba las palpitaciones más cerca de provocarme un desmayo. Hacía tantos años que no me juntaba con tanta gente que sentía que podía ser una broma o un simple sueño. Al verme, las chicas y chicos se levantaron y Nathaniel me presentó, todos ellos me dieron la bienvenida con una sonrisa amigable.
—Nunca aguanté a esos petardos, te puedo asegurar que si tuviera la oportunidad de tirar a Silvia a un mar infestado de tiburones mientras tiene la regla, lo haría encantada —comentó sin pelos en la lengua una de las chicas.
— ¡Jessica! –Exclamó otra — ¿Acaso quieres envenenar a esos pobres animales? –todos se echaron a reír, pero yo solo sonreí feliz por oír que alguien les odiaba igual que yo.
—Si te das cuenta, nunca suelen actuar si estamos nosotros delante. Saben que si les vemos acosar a alguien nos vamos a meter, y la última vez, salieron mal parados, con eso te digo todo —indicó un pelirrojo alzando su delgado brazo y haciendo fuerza para enseñar los músculos de este.
Ellas no eran las típicas animadoras rubias, tontas y salidas de una revista de moda y a excepción de Nathaniel, ellos no eran los típicos animadores con un cuerpo a lo Taylor Lautner. Había chicas y chicos bajitos, rellenitos, con piercings... Hasta una de ellas tenía una prótesis por pierna. Me daban envidia, parecían estar tan seguros de sí mismos y con la autoestima tan alta a comparación de mí.
—Tú no hagas caso a nada de lo que dicen, Ares. Eres perfecto tal y como eres, y no tienes que cambiar solo porque a ellos no les agrade. Recuerda, no es necesario un cuerpo delgado o marcado para sentirse bien consigo mismo —era tan fácil decirlo para Nathaniel, que tenía un cuerpo de escándalo y seguramente a docenas de hombres y mujeres comiendo de su mano.
— ¡A mí me pareces monísimo! —exclamó Ginebra, la chica con la prótesis.
No me gustaban los halagos, hacían que me sintiera incómodo. Nunca sabía que responder y para colmo, sentía que mentían con cada palabra. Sabía que solo me decían lo que quería oír y lo hacían con buena intención para hacerme sentir mejor con mi aspecto, pero al menos a mí, eso no me funcionaba.
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