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4º Hate you.

- ¿Ares, sigues ahí? -me preguntó mi amiga a través del teléfono.

-Sí, sí, lo siento, estaba pensando en otra cosa.

-Bueno lo que te decía, debes aprobar todo. Es tu último año y debes esforzarte más por ti mismo. Siento no poder ayudarte esta vez, pero pronto comenzaré la universidad y estoy preparándome a fondo.

-Lo sé, no te preocupes, aprobaré, aunque sea con simples cincos. No puedo permitirme hacer recuperaciones después de navidades o en verano.

Tras un rato hablando de los estudios, le pedí opinión sobre una nueva idea para una historia. La mayoría de conversaciones en nuestro chat era sobre temas de mis libros o sus problemas amorosos. Le conté de principio a fin de lo que trataría la novela y le terminé diciendo que la iría publicando en Wattpad.

- Amo cada mínimo detalle ¡Qué fantasía por favor!-me dijo y le leí desde el ordenador algunas escenas. -Es que me flipa. ¡Es increíble! Además vamos a sufrir mucho leyéndolo, bueno yo no, porque ya sé toda la historia.

- ¿De vedad? Muchas gracias, llevo años con la idea en la cabeza, pero no ha sido hasta ahora que sentí que debía dar vida a cada uno de los personajes y a sus aventuras.

- Yo te voy a ser siempre muy sincera. Muero de ganas de que la publiques ya, de todas las ideas que has tenido, esta es de mis favoritas por excelencia.

Durante la semana siguiente había estado casi todos los días hablando con mi mejor amiga Sage, y me había venido muy bien, necesitaba hablar con alguien a parte de mi abuela. Pero eran tantas las ganas que como ayer, acabé haciendo los deberes en la noche, casi madrugada y en el día estaba tan cansado que me era imposible si quiera atender en las clases. Con suerte apuntaba los deberes y ya era decir mucho.

Daba las gracias a Sage de seguir siendo mi amiga aun después de dos años sin vernos. Yo era como su hermano pequeño, aunque nos llevásemos tan solo uno año y algo. Ella sabía que yo había sufrido bullying en mis primeros años de instituto y era quien la mayor parte del tiempo me defendía. Pero cuando se fue todo fue a peor. Para no preocuparla decidí mentirle sobre la situación, diciéndola que ya estaba todo controlado. Gracias a dios, me creyó. En esos años en los que me ayudaba a superar esa mala etapa, me dio un consejo. Me dijo que para desahogarme solo pusiera música muy alto y chillase todo lo que me viniese a la cabeza, o si no, que solo gritase. Y la verdad, ahora lo necesitaba.

Mi madre se había ido una semana junto a John a una casa rural, o al menos eso ponía en la nota que me habían dejado. En verdad odiaba quedarme tanto tiempo solo, sobre todo por las noches, lo pasaba realmente mal porque a veces sentía que alguien me vigilaba. Yo y mis paranoias.

Había faltado tanto a clases que John me había obligado a ir a una estúpida excursión que había mañana. Me gustaban los museos, pero cuando se trataba de ir con los inadaptados de mis compañeros, lo sentía innecesario. Recogí mi cabello en un diminuto moño y cerré la ventana antes de subir el volumen al máximo de una canción.

Inspiré... Expiré. 1...2...3.

- ¡Me odio, soy un fracasado que no vale para nada! -grité, pero no conseguí mantener el ritmo por la vergüenza de oírme y bajé el tono. -Un estúpido que no puede intentar adelgazar porque nada de las dietas le gusta. Estoy cansado de la vida, solo quiero parar de luchar y descansar en paz de esta mierda de mundo -no me percaté de como mi brazo sin marcas, apretaba el marcado con más fuerza con cada palabra saliente de mi. Este método ya no me ayudaba como las primeras veces, lo único que conseguía al oírme era odiarme más.

El único desahogo que conseguía calmarme era hacerme daño a mí mismo, era un tipo de alivio en el que sentía que yo tenía el control y podía olvidarme durante unos instantes del dolor personal que tenia sobre mí. Tomé una cuchilla entre mis dedos y me levanté la manga para comenzar a deslizar la cuchilla por mi muñeca.

Me humedecí el brazo repleto de cortes viejos y nuevos para limpiarlo antes de cubrirlo con la venda. El primer día solía taparlos para no rascarme la zona por el escozor y provocarme algún tipo de infección que me hiciera necesitar algún tipo de medicamente y con ello, ir al hospital.

A punto de irme a dormir, el móvil comenzó a vibrar. Coloqué una leve sonrisa en mi rostro al leer el mensaje.

- Buenas noches, cariño -escribió Sage junto a un emoticono lanzando un beso.

- Buenas noches, Sage -respondí.

En la mañana tras replantearme seriamente si ir a la excursión y con apenas ganas de desayunar, me encaminé hacia el instituto con una enorme mueca de asco en mi rostro que nada más llegar cambié por una cara inexpresiva. Los autocares ya estaban en la entrada y como siempre fui el último en subir. Me acomodé en uno de los asientos libres delante de la pandilla de Stephen y me intenté relajar, ya que mi corazón estaba a punto de salírseme del pecho. No me gustaba estar delante de Stephen, no me fiaba ni un pelo.

- ¿Qué pesa más, Ares o un elefante? - oí preguntar a un chico.

- Es obvio que Ares, vaya pregunta más estúpida, Julen - respondió Silvia y todo el mundo rió.

Admiré el paisaje desde la ventana haciendo caso omiso al chiste pasado de moda. Pero me sorprendí cuando la voz de una de las profesoras les mandó callar. Era la primera vez que veía a un adulto que no aceptaba aquel comportamiento tan despectivo hacia el físico de uno de sus alumnos. Sonreí para mí mismo al notar el silencio que se quedó.

Tras un tranquilo paseo por todo el museo con los guías y profesores, estos nos dieron permiso para ir por nuestra parte hasta la hora de volver a casa.

Fui a una de mis zonas favoritas, que estaba llena de ropa de época. Saqué mi móvil e hice una foto y apunté la información sobre los que me resultaban más llamativos para saber que estilo buscar para mi futura protagonista. Me senté en un banco frente a ellos y admiré uno de los maniquís con cuerpo de hombre, estaba tan bien formado, todo su cuerpo tenía equidad con el resto. Hasta podía notar bajo aquella tela que cubría sus brazos, los músculos que le habían creado.

«Ojalá yo fuese así» me repetía una y otra vez en mi cabeza.

«Deberías intentar darle una oportunidad a tu cuerpo. Y si tanto lo odias, obligarte a probar esos alimentos saludables que tanto aborreces, junto con ejercicio. Deja de quejarte y haz algo para cambiar» Oí decir a mi subconsciente y en señal de respuesta agaché la cabeza.

Me acerqué a la cafetería del museo a la hora de comer. Odiaba la comida que no fuera hecha por mi o mi madre, era bastante raro con ese tema. Fui directo a las neveras donde vi a varios chicos coger ensaladas y demás comida sana. Me fijé en el cuerpo de uno de ellas en concreto, era el del animador tan amable del baño. Me parecía tan perfecto, sin una gota de defecto en el, así que me obligué a coger lo mismo que ellos, aunque fuera solo por probar.

Durante unos instantes me quedé mirando al cuenco y su no tan agradable olor a vinagre. Pinché una de las hojas con el tenedor y con cara de asco me lo pensé antes de metérmela en la boca. Observé en la otra zona del lugar al animador junto a Will, moví la cabeza de lado a lado al recordar lo que estaba a punto de hacer. Di un mordisco a la lechuga y al notar el sabor ácido y el ruido de esta rompiéndose en mi boca al masticarla, tuve que escupirla en una servilleta antes de que me provocase una arcada o algo peor, como el vomito. Miré de nuevo al chico que se comía su ensalada alegremente como si estuviera comiendo un plato de pasta a la carbonara.

Tiré la ensalada a la basura y miré el monedero, ya no me quedaba más dinero. Puede que fuese mejor así, moverme y no comer a lo mejor me hacía perder alguna caloría. Me llevé las manos al cabello para peinarme la parte de detrás, cuando noté algo pegajoso en este. Sabía que no había sido de mis mejores ideas sentarme cerca de Stephen, pero intenté mantener la calma hasta saber con exactitud qué era lo que tenía pegado en la parte trasera de la melena. Corrí buscando el baño más cercano, hasta que uno de los guías me lo señaló y para mi suerte había uno de minusválidos en frente, así que entré a ese. Al verme en el espejo se confirmaron mis mayores temores, un enorme chicle rosa adornaba mi oscura melena. El cabello me llegaba por debajo de las orejas, y aquella masa pegajosa no estaba exactamente en las puntas, si no a una altura que después de intentar retirarla con agua y no funcionase, la única solución era cortar tanto, que dejaría todo mi rostro al descubierto. Me había traído el estuche y en este tenía unas tijeras, no de las mejores, pero al menos servirían para solucionar este estropicio. Me mojé el cabello y cerré los ojos antes de comenzar a cortar rezando por no fastidiarla más de lo que ya estaba la cosa.

- ¡Está ocupado! -grité al oír unos golpes en la puerta. La persona del otro lado siguió insistiendo. - ¿No me está oyendo? ¡Está ocupado!

- ¿Te encuentras bien? Te vi salir corriendo.

Mi cuerpo se movió involuntariamente y sin saber porqué, abrí la puerta dejando entrar al chico. Puede que no fuera del todo capaz de hacerlo yo solo y necesitase ayuda. Will al ver lo que ocurría, sin decir nada, me arrebató las tijeras de la mano. Se quedó pensativo un instante y entonces cogió de mi muñeca la goma del pelo, no supe que hizo con ella porque cerré los ojos y al oír el sonido tras cada corte, los apreté aun más. Me devolvió el coletero y me despeinó el cabello para que me viese en el espejo el resultado. Como predije, ahora mis facciones se veían con más claridad, cosa que odiaba. Di una ojeada a lo cortado que estaba esparcido por el suelo y me mordí el labio con rabia.

-Es solo pelo, volverá a crecer, Ares.

Fijé mi mirada en él a través del espejo, sorprendido porque nunca había oído salir de su boca mi nombre. Pude notar a mi corazón acelerarse por primera vez por un chico, ¿por qué mi cuerpo reaccionaba de esa manera? Me encogí de hombros y asentí.

-Lo sé, no hay problema, estoy bien.

-Mentir es malo -se cruzó de brazos y alzó una de sus perfectas cejas negras.

-Aparentar que te interesa el cómo me siento de verdad, también. Gracias por... esto, pero me tengo que ir -me señalé el cabello y me aparté de él.

- ¿Se puede saber qué te pasa? Solo intento ser amable -frunció su entrecejo.

-No hace falta que lo seas -me limité a decir y salí del baño cruzándome con su amigo, que me dedicó una tierna sonrisa que yo intenté devolverle.

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