3º Wings.
- ¿Tú qué haces aquí? -le pregunté sorprendido.
El chico se apoyó en la repisa. Detrás suya pude divisar varias cajas apiladas unas encima de otras, fue entonces cuando lo entendí. ¡Oh dios mío, él era mi nuevo vecino! ¿Tan mala suerte tengo? Hubiera preferido mil veces antes a los críos con sus gritos.
-Me acabo de mudar, y tú acabas de salir de una casa vestido de negro y con una mochila...
- ¡No estaba robando! Es mi casa-exclamé intentando que mi voz no sonara muy alta para no despertar a mi madre.
Will se rascó la nuca y echó a reír.
-Parece ser que vamos a ser vecinos, gordito. Pero oye ¿dónde vas a estas horas?
-No te incumbe -solté.
-Deberías de ser igual de contestón con Stephen.
Rodé los ojos y suspiré. William era un cotilla y me sacaba de mis casillas, antes de contestar a su estupidez, preferí salir corriendo hacia la carretera. El bar estaba a cosa de dos kilómetros, una persona normal llegaría como mucho en media hora, luego estaba yo, que tardé casi una hora por no saber utilizar el GPS del móvil.
La taberna se encontraba casi vacía, solo había un par de viejos borrachos charlando de sus problemas. No era muy grande, tan solo había cinco mesas, pero la tenue luz daba la sensación de mas espacio y un ambiente hasta acogedor. Me senté en una de las altas sillas que había en la barra y la camarera, algo mayor que mi madre, se me acercó con una sonrisa.
-Hola, guapo, ¿Qué deseas?
- ¿Qué me recomiendas para olvidar mis ganas de desaparecer?
-Si fuera tu amiga, hablar con alguien, cariño. Pero estamos en un bar, así que, ¿qué te parece una copa de Vodka con limón?
-Pues me tomaré eso, bien cargada, por favor -la pedí y esta asintió.
Como dijo Amber, debía importarla más el dinero que la salud de un menor, porque a distancia podían deducir que yo no tenía veintiuno ni de coña. No era la primera vez que bebía alcohol, ser amigo de Amber y Stephen me había enseñando muchas cosas a edades tan cortas. Me bebí bastante rápida la primera copa, no recordaba que estuviera tan bueno y refrescante.
La puerta se abrió dejando ver a una joven de enormes ojeras y cuerpo extremadamente delgado, junto con una vestimenta sucia y descuidada.
Un hedor bastante desagradable inundó mis fosas nasales al sentarse junto a mí. Me pasó una bolsita por debajo de la barra y la miré sin entender.
-Tengo algo de maría -dijo en voz baja, pero haciéndome percibir su ronquez.
- ¿Perdona?
-Cuatro veinte, mota, soñadora, hierba, Cannabis, Marihuana...como la quieras llamar.
Al oírla tragué la bebida que tenía en la boca y me quedé durante unos segundos mirando al frente sin saber qué hacer. Bajé la vista hacia los cigarros de la bolsa y lo pensé un rato, ¿Por qué no? La mayoría de los adolescentes la fumaban en fiestas y hasta en mi instituto algunos lo hacían a la vista. Por probar no iba a pasar nada.
- ¿Cuánto? -la pregunté haciéndola sonreír. Sus dientes estaban entre amarillos y negros, y uno de los de delante hasta partido. Oculté mi tristeza al verla en la situación en la que estaba.
-Te doy tres porros por cinco dólares, una ganga.
Era algo caro si los fumabas casi a diario, pero si no era el caso y como yo, solo era por probar, no era como que iba a perder mucho por gastarme cinco dólares. La tendí un billete en la mano y ella me dio un papelito con un número junto a la bolsita con los cigarros.
-Ahí tienes mi teléfono, puedes llamarme a cualquier hora de la noche.
- ¡Carrie, te he dicho que no molestes a mis clientes! -la chica al oír a la camera la sacó el dedo y salió por la puerta. -Esa mocosa es una cabezota y un día conseguirá cabrearme de verdad.
¿Mocosa? Por su aspecto físico había creído que tendría más de treinta, no me esperaba que fuera más joven. Estaba así a causa de las drogas, miré la bolsita y me pensé por un momento el tirarla a la basura, pero sabía que no llegaría al punto en el que estaba ella, me conocía, así que la guardé. Antes de irme pedí un chupito, seguía recordando mi mierda de vida y si por mí fuera seguiría bebiendo, pero no tenía más dinero conmigo. Me lo tomé de un trago provocándome una cara de desagrado al notar el ardor en mi garganta. No había comido en todo el día, tan solo los cereales de por la mañana, por lo que no fue de extrañar que la bebida me subiese como si hubiera tomado el doble, pero no fue tras ese chupito que la cabeza comenzó a dolerme un poco.
Al salir y oír la voz de alguien gritándome a lo lejos, solo hizo que me desviara de mi camino como si no supiera que se refería a mí. Una mano me agarró y me llevó hasta un callejón oscuro tan rápido que no pude reaccionar.
-Joder ¿has estado bebiendo, gordito? -me crucé de brazos apoyándome contra la pared.
- ¿Cómo mierda me encontraste?
- Te seguí, pero al llegar a este barrio te perdí, por lo que di unas vueltas hasta que te vi saliendo de ese bar.
- Doy asco - admití sin más. Me había dado cuenta de que daba asco como persona, hijo, amigo y como todo, si no fuese así, mi madre no sería una maldita borracha, mi amiga no me habría dejado ir así porque si y no sufriría acoso por parte de mis compañeros.
- Confirmado, estás borracho - colocó su mano sobre mi cabello haciéndome caminar hacia delante. -Anda sube al coche -señaló su auto y abrió la puerta del copiloto.
Apoyó su brazo en la puerta y me miró esperando que entrara. Observé el asiento vacío, ¿Por qué estaba haciendo todo esto? ¿Era una especie de cámara oculta? Fuese o no el caso, había venido hasta aquí, no tenía otra opción que aceptar su propuesta de llevarme. Los diez simples minutos que tardaríamos en llegar a nuestras casas transcurrieron en absoluto silencio, ni siquiera había encendido la radio, por lo que la tensión se pudo notar en el ambiente.
Las luces de ambas casas estaban apagadas, pero ahora sí, el coche de John se encontraba aparcado.
- ¿Se puede saber qué crees que estás haciendo? - murmuré con un tono de voz grave al encender la luz de la mesilla y ver al peliazul dentro de mi cuarto.
- No me voy a ir hasta que te metas en la cama y apagues la luz.
- ¿Estás de broma no? - él negó con la cabeza y se cruzó de brazos sentándose en el marco de la ventana y mirándome fijamente. Me quité los zapatos de mala gana y los lancé contra su persona, pero sin darle. Cuando estuve metido y con la luz apagada, Will se acercó para tomar la sábana y cubrirme con ella. Esto era tan raro, que sentía que debía pellizcarme.
- No digas nada de lo que ha pasado aquí, ¿vale, gordito?
- Sé que no estoy delgado, así que deja de recordármelo todo el santo día al llamarme gordito. -le recriminé y me toqué de nuevo la frente tras notar como volvía el dolor de cabeza. - No diré nada, y ahora fuera.
Will pareció quedarse paralizado tras mis palabras. La silueta de su cuerpo en la oscuridad acompañado de aquella mirada penetrante me hizo girarme, estaba incomodo. El ruido de la ventana cerrándose provocó que me irguiese para asegurarme de que se había ido, y así era. Cogí el pequeño mando de la bombilla principal y la encendí poniendo una luz tenue de color morado. No tenía miedo a la oscuridad, pero después de tener algunas experiencias paranormales, como por ejemplo; oír la voz de un hombre diciendo mi nombre cerca de mi oreja y haciéndome despertar cuando aún mi madre no había conocido a John, y solo estábamos ella y yo en casa. Tras eso y que en una ocasión vi una sombra con silueta de persona en la esquina de mi habitación, me prometí no volver a dormir sin ninguna luz y sin algo haciendo ruido, como la música. Solía dejar Spotify sonando toda la noche mientras el móvil cargaba. Agarré el peluche de tortuga con el que siempre dormía y me acomodé.
-¿Sigues con la idea de querer irte de Salem? -me preguntó mi abuela como todas las veces que venía a visitarla.
-Sí, sigo con la idea, después de tantos años no creo que cambie de parecer.
Hacía años que mi sueño era vivir en California. Nunca nadie me tomó en serio, pero lo entendía, viendo cómo iba en la vida, ni siquiera sabía si llegaría a estar con vida de aquí a cinco años, eso solo lo depararía el destino.
-¿Hay alguna chica a la vista ya? -otra de sus preguntas frecuentes. La sonreí y me reí.
-No y no necesito a ninguna, estoy perfectamente solo-realmente no sabía si eso era cien por cien real.
-Eso está muy bien, ¡Ay niño, recuerdo cuando conocí a tu abuelo siendo más joven que tú! Yo acababa de mudarme y estaba ayudando a subir las cajas, y ahí estaba él. Me dijo "Guapa, ¿quieres qué te ayude?" -Casi siempre que la veía era más o menos la misma conversación, pero no me cansaba de oírla, notaba su felicidad de poder hablar y desahogarse con alguien. -Qué pena de vida, niño. A día de hoy sigo sintiéndome culpable por divorciarme.
-Después de todas las cosas que te hizo pasar, mejor tarde que nunca, abuela.
Mi abuelo, aunque intentaba evitar llamarlo así, había tratado fatal a los padres de mi abuela, sobre todo a mi pobre bisabuelo. Ya no digamos a mi abuela, aunque la pobre de buena era tonta y se lo permitía constantemente. Siempre que iba a verla estaba en la cocina, no paraba nunca aun teniendo las rodillas mal, pero todo por tenerle complacido. Mientras él, se la pasaba en su salita viendo la televisión, montando maquetas y comiendo todo lo que mi abuela le servía. Obviamente siempre intentaba pasar aunque fueran diez minutos con él, pero me callaba como monje ante sus comentarios racistas, homófobos y machistas que hacía a todo el mundo, mi abuela por su parte, no hacía más que sentir asco por el comportamiento de este. Tras un problema de salud que tuvo mi señor abuelo, y con mi abuela habiendo superado su segundo cáncer, él no paraba de intentar tener protagonismo y dar pena diciendo cada vez que le iba a ver cosas sobre su salud, que gracia me hacían cuando se comía platos con mas carbohidratos que otra cosa cuando lo tenía más que prohibido. Mientras, mi abuela solo se preocupaba de no morir antes para no dejar a mi abuelo solo. Pero fue cosa de años atrás que con la ayuda de mi padre y mi madre, la convencieron de divorciarse tras mucho tiempo intentándolo, como ahora, se sentía culpable. Me daba mucha rabia eso, merecía ser libre y vivir como ella quisiera, pero por la mentalidad de su época, solo podía pensar en su marido y en que estuviera viviendo como un rey.
-Tu madre me visitó la semana pasada, noté en su rostro el cansancio del trabajo. Deberías intentar convencerla de que se tomase algunos días libres.
-Lo intentaré -miré el móvil viendo que la hora de visita había terminado - Vendré a verte lo más pronto que pueda, te quiero mucho, no lo olvides.
-Y yo cariño -la di dos besos y cogí la mochila antes de salir - ¡Y come algo, que te estás quedando en los huesos, niño!
Odiaba ver a mi abuela en una residencia, pero tal y como estaban las cosas en casa, lo prefería a que viera a mi madre sumergida en alcohol y al idiota de su pareja deambulando por ahí. Ella no sabía lo que realmente pasaba en casa tras la muerte de su hijo, y prefería que siguiese siendo así, no quería que tuviera más preocupaciones en la cabeza. Ahora era momento de que solo pensase en ella y en nadie más.
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