
Capítulo 0.5
N/A: Este capítulo es para explicar lo ocurrido en el prólogo de Irene.
20 de febrero del 2017
I R E N E
Campanas, juro que escuché campanas al mismo tiempo que mis ojos se abrían un día por la mañana y lo primero que vi, fue el rostro de mamá a plena luz del sol.
Mi madre Carina Valtierra era parecidísima a mí, o yo a ella quizá. Ambas compartíamos los mismos rasgos físicos aunque la sonrisa de ella seguía siendo grande y cuadrada cuando la mía era pequeña y triangular. Cuando veo nuestra foto familiar puedo ver su cabello rizado cayendo por sus hombros y sus ojos hacerse pequeñitos cuando sonreía grande.
Mi familia era amorosa y muy unida en mis primeros años de vida pero todo empeoró cuando comenzaba a prestarle atención a cada conversación en casa, a cada mirada sospechosa y cada palabra indirecta. Siempre he pensado que mi cerebro es incapaz de encerrar cada mal recuerdo y así conseguir torturarme cada año cuando se acercan esas fechas, porque inexplicablemente me siento abatida cada febrero o cada noviembre.
Mi madre quería tener muchos hijos para que todos tuviesen un nombre que su inicial fuera la letra C y así crear todo un legado, pero por mala suerte, mi estúpido padre quiso ponerme el nombre de su exnovia y así quedó mi nombre. Irene Catalina.
—Catalina ¿Quieres salir?—mi madre dio suaves caricias a mi cabello, sonreía grande y amablemente con su cabello café claro cayendo por un lado de su cara.
Nos vestimos rápidamente entre risas mientras que cantábamos, bailábamos y reíamos con nuestra canción.
Mamma Mia de ABBA.
Recuerdo que esa tarde fue espectacular, compramos muchas cosas cómo el cárdigan que traía puesto el día en qué mi padre me echó de casa y los pendientes que me robaron el primer día que viví en la calle.
Todo el día estuvimos viendo corazones por todas partes y muchas flores dado que no hace tanto que había pasado el 14 de febrero, mamá siempre fue amante de las flores.
Debí haber estado muy tonta para no notar su rostro culpable o que esa sería la última vez que la vería.
A la mañana siguiente, una carta en mi buró me sorprendió mucho, al punto de quedarme sin aire cuando la leí.
Catalina:
Lamento hacerlo por una carta pero si veía tus ojitos llorosos no podría irme.
Quiero que sepas que no hago esto por ti, sino porque me lastimaba quedarme, no quería arrastrarte a una vida miserable. Te amo tanto tanto que no puedo evitar llorar cuando pienso en ti.
Eres una increíble chica, eres la muchachita más amable que he visto jamás y desearía que tengas todo lo bonito de este mundo. Por favor, deja de pesar que eres inferior, trato de entenderte desde que te escuché llorar en tu habitación porque te sentías inferior a los demás, yo como madre primeriza sé lo que sentías porque también pasé por ahí.
Yo... realmente no sé qué decir, ¿debería escribirlo sin más? Pero heriría tus sentimientos.
Solo quiero decir que no es tu culpa, no fue por ti, ni por tu papá malhumorado, fueron otras cosas que no creo que puedas entender.
Tu papá ya sabía de esto, por eso le pedí que no estuviese en casa hoy, será demasiado para los dos el afrontar esto juntos sabiendo que ambos tienen sus personalidades distintas.
Me ofrecieron un trabajo excelente, el de mis sueños podría decir. Lo malo. Es en otro país.
Tu papá tiene su trabajo aquí, su familia aquí y no podría obligarlo a renunciar a todo por un sueño mío. No soy así de egoísta, pero tampoco me estancaré aquí rechazando oportunidades.
Quisiera llevarte conmigo pero estarás sola, no conocerás a nadie y Dios yo no quiero hacerte eso. Por eso me prometí el crearte bonitos recuerdos, unos que puedas contar cuando tengas amigos y ellos pregunten por mí.
Te amo de aquí al infinito y más allá.
Tu mami Carina.
Mis lágrimas comenzaban a humedecer la hoja, la dejé sobre mis piernas y con las dos manos tapé mi rostro tratando de detener el llanto.
Mi papá entró por la habitación abrazándome susurrando palabras de aliento, cuando levanté mi rostro pude verlo. Él estaba igual de herido que yo.
20 de noviembre del 2019
Un día antes de que echasen a Irene de casa
—No puedo creer que haya personas que de verdad crean que una madre soltera pueda criar a un hijo.—Escupió papá mientras con una mano sostenía el celular y con la otra una taza de café.
—¿Qué ese no es nuestro caso? Solo que con el género contrario.— Murmuré bajo, apenas haciendo un gesto.
—O sea técnicamente sí, pero es igual que con los que creen que la amistad entre un hombre y una mujer existe.— Perdí la poca paciencia que me quedaba y no dudé en contestarle, logrando que desviase su mirada a mí.
—Las mujeres que tienes en tu celular, las que piensan que son tus amigas... No creen lo mismo.— Nos miramos juzgadores, ambos sabiendo que tocamos un tema sensible.
—¿Qué estás insinuando Catalina?— Dejó su taza sobre la mesita de centro.
—Que estás encasillando a las mujeres de débiles por una simple situación. Cuando tú estás en las mismas.
—Pero no es lo mismo, yo te sé criar y seguramente ellas fueron de fáciles con cualquiera.— El celular se me resbaló de las manos e inútilmente traté de enderezarme.
—Aquí tenemos un mero ejemplo de que la maternidad deseada, no es cuestión de edad, sino de madurez.
—Madurez es aceptar que las mujeres no pueden tomar esa decisión, ocupan a un hombre para vivir en comodidad.— Mi cara se transformó a una de molestia absoluta y comencé a ponerme MUY a la defensiva.
—Por dios, no puedo creer que sigas siendo tan... machista, tan de mente cerrada.— Me puse de pie y comencé a manotear al aire.
—¡Irene, cállate. No puedes decir nada, no has vivido nada, no sabes nada!
— Claro que lo sé. ¡Me obligaron a madurar a los catorce años! ¡Dejaste ir a mamá sin decirme, sin preguntarme que opinaba yo!— Me acerqué de manera amenazante y solo sentí el ardor en mi mejilla. Una bofetada.
—Lárgate de aquí.— Espetó por última vez.
N/A: Estaba muy muy enojada cuando decidí escribirlo, tanto que involucré mi situación personal.
Si tú como persona te identificaste, te deseo todo lo bonito del mundo y ojalá puedas salir de ese ambiente tóxico.
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