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Perfect Crime: A Goodbye.

Yoongi entró tranquilamente a la comisaría.

—Vengo a poner una denuncia —anunció al policía en la recepción, quien le indicó que lo acompañara.

El espacio era reducido, por lo que pronto se sentó frente a otro oficial que lo observó con curiosidad.

Yoongi, sin decir nada, colocó el cuaderno frente al otro adulto. Y antes de que este pudiese decir algo, Min abrió la boca para hablar.

—Mi novio se suicidó —comenzó, ignorando la mirada de lástima del policía—, fue culpa de su padre.

—Los adolescentes se suicidan porque sus papás les gritaron, chico.

—Ahí está la prueba —ignoró sus comentarios estúpidos y apuntó al libro entre ambos. El hombre mayor lo tomó y lo hojeó rápidamente antes de burlarse.

—Está vacío. Si ya terminaste con tu broma, te pido que te va-

Yoongi sacó su encendedor, lo activó y, abriendo una página cualquiera, lo acercó para revelar las palabras. Hizo que el oficial le leyera y, finalmente, obtuvo seriedad de parte de aquel tipo.

—¿Nombre de la víctima y de su padre?

—Jeon Jungkook y Jeon Jinhyuk.

—Bien, procederemos con la investigación antes de que se cierre el caso.

Sin decir nada más, Yoongi se retiró.

Era extraño, se sentía ajeno a su cuerpo, como si nada de lo que estuviese haciendo fuese por su decisión.

Se detuvo frente a una tienda, observando su reflejo en el escaparate. Ojeras rodeaban su mirada y sus ojos carecían del brillo que, en algún tiempo, Jungkook le había otorgado.

Su cabello era una maraña negra y sus labios estaban resecos. Los rastros de lágrimas terminaban de completar la imagen de un hombre que ya no tenía ninguna clase de esperanza en la vida.

Siguió su andar, sin tener conocimiento del camino que estaba tomando pero sabiendo dónde quería llegar.

El cuerpo tirado en la banca de aquel parque infantil se lo confirmó.

—Señor Jeon.

El borracho, perdido en su mente, simplemente lo observó con una ceja alzada y se rió de él.

—Eres el novio de Jungkook, ¿no?

—Así es.

—Eso es bueno, él es bueno.

Yoongi supo al instante a lo que se refería, pero no sucumbió ante el cosquilleo de su puño que pedía proporcionar una paliza.

—Murió por tu culpa, ¿por qué le hiciste eso?

—Porque no merecía haber nacido. Porque su muerte me beneficiaría más —respondió, sonando sorprendentemente sobrio—. Fui un hombre de negocios, contraté un seguro millonario para la esposa y el hijo que amaba y, cuando lo perdí todo, matarlos fue mi salida. Es una lástima que hayas descubierto las piezas con las que armé ese rompecabezas. De otra forma hubiese sido un crimen perfecto.

—Entiendo —respondió. No entendía—. Espero que te hagan lo mismo que tú a él en la cárcel. Dicen que las personas que se suicidan terminan en el infierno, así que Jungkook y yo esperamos verte ahí.

Se despidió con eso y se retiró, siguiendo su camino casi en automático.

La culpa de no haber estado a su lado le consumía.
El miedo de haber sido una de las causas de su muerte.
El dolor de haber perdido a su amor.

Eran sentimientos que le ahogaban, le dolían, le quemaban. Era como experimentar el infierno que las personas describían que existían. Llamas surgiendo de su alma y abrazando todo su ser.

Había vivido una vida sencilla, solitaria y, hasta cierto punto, conformista. Al menos hasta que había conocido al menor que se había convertido en su novio.

Era verdad que era luz y pureza. Yoongi lo había amado tanto.

Y le dolía y se reprendía de que Jungkook hubiese encontrado un refugio en un diario y tinta invisible más que en él.

Pero también estaba aliviado, porque con eso conseguirían una venganza.

Él tampoco era buena persona, así que de corazón deseaba que a ese hombre que le esperase una vida infernal en la cárcel.

En cuanto a él, no estaría para verlo. Sería un cobarde y tomaría la decisión que dolía menos.

Sonrió suavemente al llegar al puente que Jungkook y él solían admirar, el del río Han.

Se detuvo en medio, observando el cielo y el río inusualmente tranquilo. Eran ya cerca de las 17 horas y pronto caería el sol.

No estaría para ver su último atardecer.

Trepó con agilidad la barandilla y, sonriendo al cielo como si estuviese viendo a su amado, saltó.

En la página final del diario, justo debajo de las últimas palabras de Jungkook, estaba escrito con tinta invisible:

Perdóname, Jungkookie. Estaré contigo pronto y está vez sí te protegeré.

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