CAPÍTULO 9
Siete meses después.
Sentí un ligero mareo provocado por el susto en cuanto las patas del enorme perro negro se posaron en mis hombros. Lucky, el perro de Adriel había recorrido la mitad de la calle para saludarme de improvisto. Le acaricié la cabeza al tiempo que notaba su aliento en mi cara. Arrugué la nariz y de pronto caí en la cuenta que quizás se le había escapado a mi vecino y tendría que enfrentarme a él después de siete meses. Maldije al animal al tiempo que trataba de quitarme su cuerpo de encima.
-Vamos, gordinflón, que pesas mucho, vuelve con tu dueño. -le animé. Pero no me hizo caso.
Su cola se movía frenéticamente de un lado a otro y no pude evitar sonreír al verlo tan contento de verme.
-¿Wendy?, ¿lo has cogido?
Exhalé un suspiro de alivio al oír la voz de Miriam quien corría con la correa en una de sus manos.
-Perro, malo. -regañó a Lucky pero no se dio por aludido.
Pensé que se parecía a su dueño y arqueé una de mis cejas observándolo. Tan rebelde, él.
-Lo siento, menos mal que no le tienes miedo. -rió la mujer.
Cogió al perro y con esfuerzo hizo que retrocediese liberándome de su peso. Vi cómo le ponía la correa y sin querer se me escapó la pregunta que tanto había rondado en mi mente:
-Mmm, ¿cómo está Adriel?
Su madre levantó su rostro hacia mí y advertí un brillo triste en su mirada.
-Hace meses que no vuelve por casa.
Por eso nunca veía su moto, pensé. Sentí pena por ella y el corazón se me contrajo sintiéndome culpable. La última vez que lo había visto se había encogido sobre sí mismo y lloraba. Había necesitado ayuda y simplemente le había dado la espalda.
-Espero que vuelva pronto. -le respondí en un susurro. -Tengo que irme, lo siento.
-Hasta luego, preciosa.
Le sonreí antes de darme media vuelta y aceleré el paso para llegar antes a la parada del autobús o más bien para alejarme y no tener que sentirme culpable. Pero claro, eso no es algo que dejas atrás, me acompañó. Llegué y al poco rato me subí al vehículo. Me senté en unos asientos al lado del cristal después de pagar el billete y observé en silencio las calles que discurrían conforme íbamos avanzando. Pensé en cómo había cambiado mi vida en los últimos siete meses. Había conocido a un chico encantador, habíamos hecho multitud de cosas juntos, excursiones, ver películas, asistir a varios cumpleaños juntos, noches en las que teníamos que cuidar de Dayana, pasar tardes divertidas en un parque temático... En fin, muchísimos recuerdos que atesoraba y volvía a evocar cuando lo extrañaba. Estábamos muy unidos. Sonreí al recordar el día en que habíamos ido a una heladería y le había manchado toda la cara con el helado que inocentemente le había ofrecido. Tuve que echar a correr para que no me atrapase, pero claro, él era mucho más rápido y me había acorralado contra una pared para mancharme con el que llevaba en la mano y que ya comenzaba a derretirse. Reconocí la calle contigua donde vivía Eric y pulsé el botón para que el autobús se detuviese. Bajé y tras alisarme el vestido que llevaba me dirigí a casa de mi novio.
Casi sin darme cuenta ya me encontraba entre sus brazos y saboreaba sus labios. Sus dedos se enredaron en mi cabello que en ese momento llevaba ondulado. Nos separamos y me miró con ese brillo en sus ojos en el que se denotaba todo el amor que indudablemente sentía por mí. Antes pensaba que ese tipo de mirada solo existía en las películas, como por ejemplo el modo en que Leonardo DiCaprio encarnando al Gran Gatsby miraba a Daysi Buchanan. Todas las chicas, sin duda, habíamos anhelado que nos miraran con esa intensidad, esa admiración y amor. Y ahora, yo lo había conseguido. Nos quedamos unos instantes ensimismados al tiempo que recorríamos con los ojos nuestros rostros.
-Te amo. -dijo en un susurro de pronto haciendo que mi corazón se estremeciese.
Cuanta dulzura había en él. Esbocé una amplia sonrisa antes de responder:
-Yo también, bichón.
-¡Eh! Odio que me llames así. -replicó tratando de ponerse serio. Yo me reí más aún.
Entramos en el salón y Dayana despegó la mirada de la pantalla para mirarnos. En cuanto me vio desplegó su amplia sonrisa y corrió para arrojarse en mis brazos. La apreté contra mí al tiempo que cubría mis mejillas con besos sonoros.
-¿Cómo has estado?
-Bien, Eric es un aburrido. -se quejó la niña poniendo los ojos en blanco.
Su hermano rompió en una sonora carcajada.
-Quería probar el maquillaje de mi madre conmigo. -se quejó.
-Mmm, no es mala idea. -respondí. -Vamos, déjate.
-Estáis chifladas.
-¿Puedo pintarte a ti? -preguntó Dayana con un brillo de ojos que me enterneció.
-Está bien. -asentí.
No pude añadir nada más porque salió disparada hacia el cuarto de baño y en un abrir y cerrar de ojos se encontraba con el maletín de su madre. Lo abrió frente a nosotros y comenzó a sacar botes, rayas de los ojos, pintalabios, bases. Realmente Clara, tenía un montón de artículos.
-¿Estás segura? -me susurró Eric al oído.
Yo asentí con una sonrisa.
-Será divertido. Luego se quita, señor Aburrido.
-Estáis confabuladas para convertirme en un travesti.
Puse los ojos en blanco. ¡Qué cerrados son a veces los hombres! Me senté en el suelo frente a Dayana y ésta comenzó a cubrirme la cara con una base de maquillaje, que resultó ser un tono o dos por encima del mío. Bordeó mis ojos en una imperfecta raya marrón y terminó su obra colocándome un pintalabios rojo por mis labios, saliéndose. En cuanto me miré al espejo solté una carcajada. Eric volvió de la cocina donde nos había estado preparando la merienda y al verme comenzó también a reír contagiando a su hermana que se sujetaba la barriga y no podía parar.
-Vamos, ahora tú. Dayana, ayúdame.
Sujeté a Eric por detrás tratando de inmovilizar sus brazos. Sé que no utilizó toda su fuerza para desasirse de mi abrazo y fingió luchar para que su hermana no se sentara en su regazo y comenzara también a pintarlo. Me pareció muy tierno por su parte dejar que ella se divirtiera estropeándole la cara con el maquillaje de su madre. Entre risas terminó de aplicarle la pintura y cuando lo solté y lo miré no pude evitar soltar una carcajada. De repente Clara apareció en el umbral de la puerta y estupefacta nos miró. Cuando reparó en nuestras pintas ella también rió.
-Sois tal para cual. -repuso al tiempo que se agachaba junto a su hija para recoger su maquillaje.
-Vamos a limpiarnos. -anuncié y acompañada de Eric fuimos al cuarto de baño.
Mi novio sacó de un cajón toallitas húmedas y comenzamos a retirarnos el maquillaje.
-Prefería tu versión travesti, estabas mucho más sexy. -le dije sofocando una sonrisa burlona.
Él por toda respuesta me apretó contra la pared de azulejos y al tiempo que acariciaba mis mejillas me besó. Rodeé su cuerpo con mis piernas y él me sujetó en sus brazos sin detener ese movimiento sobre mis labios que comenzaba a enloquecerme. De pronto alguien llamó a la puerta y me dejó en el suelo. Arreglé mi vestido que se había arrugado un poco y puse una expresión inocente. Dayana entró para dejar en su sitio el maletín de su madre.
-Gracias por jugar conmigo, Wendy.
-No hay de qué.
Me acerqué a ella y le tendí la mano. Me dio la suya que sobre la mía resultaba bastante más pequeña y me apretó ligeramente. Luego le dio una palmada a su hermano y salió del baño. Nos miramos unos segundos más antes de que él me condujese hacia su habitación.
-Tengo un detallito para ti. -dijo al tiempo que sus labios se curvaban en una enigmática sonrisa.
Entré en su cuarto y él cerró la puerta. Localicé un pósit amarillo sobre su escritorio en esos momentos atiborrado de libros y apuntes de clase y me indicó que lo cogiese. Sorprendida leí:
"Si encontrar el tesoro quieres una búsqueda debes emprender."
Enarqué una ceja y lo miré tratando de averiguar si se trataba de una broma. Él desplegó su encantadora sonrisa.
-Si quieres el detalle debes encontrarlo. Debes buscar la siguiente pista.
Me giró el Pósit y vi que había escrito algo más, una pista que me condujo a otro y este otro a otro. Cuando ya tenía la mano llena de papelitos encontré bajo su colchón una cajita envuelta en un papel plateado. Lo miré sorprendida y no pude evitar soltar una carcajada. Su forma tan original de entregarme ese regalo me encantó. Desenvolví el paquete y extraje una caja cuyo tacto era aterciopelado. Ávida de saber qué había en su interior la destapé y me encontré ante un colgante cuyas blancas piedras minúsculas formaban un corazón que brillaba bajo la luz.
-Gracias. -le dije impresionada.
-Simboliza mi corazón y ahora lo tienes tú. Espero que no pienses que es demasiado cursi lo que he dicho. -pasó una mano por su cabello y yo negué con la cabeza.
Me arrojé sobre él y fundí mis labios con los suyos. Me separé unos centímetros para mirarlo a los ojos y le extendí la cajita.
-Pónmelo.
Con cuidado sacó el colgante y lo anudó en torno a mi cuello. Acaricié el pequeño corazón sintiéndome de pronto especial y volví a refugiarme entre sus brazos pero tuve que volver a apartarme en cuanto su móvil sonó. Se levantó y lo recogió de debajo de los papeles de su escritorio. Me tumbé en su cama mientras hablaba por teléfono con la persona que lo había llamado. Un minuto después volvía a sentarse a mi lado.
-Mi primo celebra su cumpleaños mañana y aprovechando que mis tíos no están va a hacer una "mega-fiesta", como él la ha llamado, en su chalet, ¿te apuntas?
-Está bien. -aunque en el fondo no me gustasen las fiestas estar con Eric hacía que cualquier lugar mereciese la pena. - ¿Puede venir Paula?
-Claro, ella siempre es bienvenida.
Sábado por la noche. Paula y yo sorteamos a varias personas que bebían cerca de la piscina del primo de Eric. Mi novio se había separado de nosotras para buscarlo y presentárnoslo. Observamos entre risas como un par de amigos se empujaban y caían a la piscina, salpicando a los que estaban en el borde.
-¡El móvil! ¡Llevaba el móvil encima, tío! -exclamó uno de los chicos que se habían precipitado sobre el agua.
Miré a mi amiga y su risa se intensificó más aún. Cruzamos el jardín para llegar a una larga mesa donde habían colocado bebidas en cuencos con hielos para mantenerlas frías. Cogí una lata de Coca-cola y ella cogió una Shandy.
-Por fin. -dijo a nuestras espaldas Eric.
Al volvernos observamos que se encontraba acompañado por un chico de cabello rubio oscuro. Clavó en nosotras su oscura mirada y de pronto sentí que me era familiar.
-¡Vaya, te vi en el concierto! -soltó de pronto Paula, aclarándome el por qué me era conocido, aunque me parecía que había algo más. -¿Te acuerdas, Wendy? Lo saludamos.
-Sí. -dije solamente.
-Bueno. -Eric pareció confundido. -Este es mi primo, se llama Rubén.
De pronto, todo encajó y me quedé petrificada. No solamente lo había visto en aquel concierto sino que alguna que otra vez lo había visto con Adriel. Podía poner la mano en el fuego a que ambos eran amigos.
-Eres amigo de Adriel, ¿verdad? -le solté.
Percibí que Eric se ponía tenso y me arrepentí de haber nombrado a mi vecino.
-Sí. -respondió Rubén esbozando una sonrisa bastante atractiva. -Es uno de mis mejores amigos y me ha hablado bastante de ti pero como eres la novia de mi primo no voy a favorecer a ninguno de los dos.
Un chico alto y delgado se acercó a Eric y lo saludó, salvando la incómoda situación. Ambos se apartaron del grupo para conversar un rato. Miré incómoda al primo de mi novio y observé que Paula lo miraba con interés. Supe que debía marcharme.
-Voy a ir al servicio. -improvisé, sí, no había ninguna excusa más creíble. Por supuesto mi amiga supo que no iba a ir a ningún cuarto de baño. -Ahora vuelvo.
Los dedos de Rubén se cerraron de pronto en torno a mi brazo y me detuvo. Se inclinó hacia mí para decirme en voz baja.
-Adriel sigue muy pillado por ti, la verdad. No sé qué es mejor para él que no os habléis o que seáis amigos como antes.
-Lo siento. -atiné a decir.
Seguía sintiéndome culpable por haberlo dejado desamparado aunque realmente no fuera así. Quería ayudarlo más que a nada en el mundo pero... esta vez no podía hacer nada al respeto, no mientras él siguiese sintiendo algo por mí. Lo confundiría aún más y sería peor. Exhalé un suspiro y me marché. Entré en la casa que también resultó estar repleta de gente. Sorteé a un par de personas que bailaban al son de la música que emanaba de la minicadena que había en el salón y acabé chocando contra una chica. Cuando se volvió el corazón se me congeló y se me hizo un nudo en la garganta.
-Vaya. -dijo ella.
Alicia me miró como si fuese una montaña de estiércol arqueando una de sus peinadas cejas. Me sentí molesta y a la vez aliviada por haberla visto yo antes. No quería que viese a mi novio, no quería que viejas heridas llegasen a abrirse. Reparé en su vientre plano y suspiré de alivio al comprobar que tal como había intuido el embarazo había sido una de sus patrañas. Y... en el mismo instante en que iba a abrir la boca para decirle algo oí el inconfundible sonido de unas motos llegar a la casa. Me quedé en silencio, escuchando y al cabo de unos momentos oí su voz por encima de la de sus amigos que se intensificaba a medida que se acercaba a la entrada del chalet, a escasos metros de mí.
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