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CAPÍTULO 14

WENDY

Pegué mis rodillas a mi cuerpo y apoyé el rostro sobre ellas. Estaba agotada y tenía los huesos entumecidos. Llevaba dos horas en la misma posición, esperando en la entrada de la finca de mi novio a que alguien volviera de una maldita vez. ¿Y si se habían mudado?, ¿y si no volvía a saber de ellos nunca más? Reprimí un escalofrío al tiempo que sentí que me faltaba el aire. Tenía que haber otra explicación, una donde él siguiera enamorado de mí y no pudiera haberse puesto en contacto conmigo. ¿Y si sí lo había hecho? Mi móvil estaba arreglándose porque se me había roto la pantalla por una pequeña caída y aunque lo había llamado desde el teléfono de casa sin que me lo llegase a coger, quizás sí que había intentado ponerse en contacto conmigo. Mañana, cuando me lo devolvieran ya arreglado podría averiguarlo. Dejé que transcurriera media hora y agotada por fin me levanté y me fui a casa. Sentía como una pequeña opresión en la garganta que me dificultaba el respirar bien, todo ello provocado por la preocupación.

—¿Y esa cara? —preguntó mi hermana cuando franqueé la entrada del salón.

Puse los ojos en blanco antes de sentarme frente a Raquel. Nuestros padres no habían vuelto del supermercado y me sentí aliviada por no tener que enfrentarme a esa pregunta delante de ellos.

—Eric ha desaparecido. Llevo días sin saber de él.

Mi hermana resopló antes de espetar:

—¡Menudo subnormal! A saber qué estará haciendo.

—Gracias por los ánimos. —farfullé mirando distraída un hilo que se había salido de mi falda.

—Odio decirte esto pero... quien quiere a una persona no desaparece sin más.

Detestaba admitirlo pero mi hermana podía tener razón. Comencé a retorcer la tela de mi falda entre mis dedos. Necesitaba mantenerme ocupada, no pensar en Eric. Con un suspiro me levanté del sillón y me dirigí hacia la ventana. Mis ojos se posaron en la finca donde vivía Adriel. Tenía que averiguar qué había pasado la otra noche en relación a aquella extraña persecución. Tratar de saber en qué nuevo lío andaba enredado. Cogí las llaves y las envolví en mi puño. Tras despedirme de Raquel bajé a la calle para dirigirme a casa de mi vecino.

Cuando llegué titubeé durante unos segundos. Indecisa por pulsar o no el timbre. Finalmente lo hice y la voz de la madre de mi vecino sonó en el telefonillo.

—Hola, ¿está Adriel? —pregunté.

—¡Hola, Wendy! Sube, estás en tu casa.

Me abrió la portería y entré para subir en el ascensor hasta el cuarto piso en el que vivían. En ese mismo instante ella salía sujetando con firmeza la correa de Lucky el cual se lanzó sobre mí para saludarme. Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa al tiempo que acariciaba su enorme cabeza.

—Buenas, Wendy. —Miriam hizo retroceder al perro. —¿cómo te va en la universidad?

—Bien. —mentí, lo cierto era que había estado faltando desde que no sabía nada de Eric. —¿Con vosotros todo bien?

—La verdad. —respondió ella bajando la voz. —Mi hijo está más raro que de costumbre. Me pone de los nervios.

—Hablaré con él. Quizás pueda averiguar algo. —me ofrecí. Y sin saber porqué a mi mente vino un recuerdo fugaz de cuando éramos niños.

El cielo aquel día era soleado. Recuerdo ese detalle como si lo estuviese viendo ahora mismo. Sentada sobre el césped del parque, con siete años lloraba desconsoladamente por el golpe que me había propinado un niño montado a su bicicleta. Debido a ello había caído sobre el suelo pelándome las rodillas. No sangraba mucho pero el rasguño me dolía aún. Sin saber de dónde mi vecino con el que solía jugar de vez en cuando corrió hacia mí y se acuclilló para que sus ojos quedaran a la altura de los míos.

—¿Estás bien, Wendy? —preguntó preocupado.

Acallé mi llanto para responderle entre hipidos:

—Aquel niño. —indiqué apuntando con mi dedo al niño que me acababa de arrollar. Estaba junto a sus amigos a unos metros de nosotros. —me tiró y encima se burló.

Adriel se levantó como movido por un resorte y cogió una de mis manos para tirar de mí en dirección al grupo de amigos. Mi corazón se aceleró por su repentino cambio de humor. Lo noté molesto, quizás enfadado. Cogió al otro niño de la camisa y lo zarandeó. La bicicleta cayó al suelo y retrocedí avergonzada.

—¿Qué haces? —preguntó alarmado el chiquillo.

—Le has pegado a mi amiga. —gritó mi vecino irritado. —Pídele perdón. —le exigió indicándole mi posición con un breve movimiento de cabeza.

El otro niño me miró algo asustado para finalmente disculparse con un leve tartamudeo.

—No pasa nada. —farfullé con las mejillas enrojecidas por la situación.

Por fin Adriel lo soltó y se marchó seguido de mí. Nuestras madres conversaban ajenas en uno de los bancos a unos metros de nosotros.

—Gracias. —musité. —Has estado genial.

El muchacho se volvió hacia mí con los ojos verdes sonrientes. Su pelo alborotado y rizado brillaba bajo el sol formando una corona alrededor de su cabeza.

—Eres mi amiga y te debo proteger.

Dibujó en su rostro una sonrisa enmarcada por unos simpáticos hoyuelos que al momento se me contagió.

—Bueno Wendy, voy a bajar un rato. —la voz de Miriam me devolvió a la realidad.

—Vale, hasta luego. —Lucky me lamió la mano y rápidamente la retiré para secármela en mi falda.

Entré en el piso y me dirigí hacia la habitación de Adriel. Sin llamar abrí la puerta y al instante me arrepentí de haberlo hecho. Sorprendido mi vecino se anudó la toalla a su cintura. Las gotas de agua resbalaban por su torso desnudo donde su tatuaje brilló bajo la luz de su habitación. Tenía los cabellos mojados cayendo sobre sus ojos.

—¡Wendy! Se llama antes de entrar. —me regañó.

Sentí que enrojecía mientras el corazón me latía con demasiada brusquedad. Retrocedí confundida sin apartar la vista de los músculos que se le marcaban en el cuerpo.

—¿Vas a dejar que me cambie asolas o me cambio delante de ti?

Adriel comenzó a quitarse la toalla pero rápidamente reaccioné y me volví. Salí al pasillo y me apoyé en la pared, al lado de la puerta de su cuarto.

—Lo siento. —me disculpé con un leve temblor en la voz.

Mientras él se cambiaba no pude evitar sentir el peso de la nostalgia en mi estómago. Volví a pensar en Eric, a tratar de rememorar sus besos y noté un nudo en mi garganta. Respiré hondo varias veces para calmarme. Lo necesitaba ya. Tenía la misma sensación que tiene un adicto a las drogas por consumirlas y no poder. De repente algo tiró de mí y proferí una exclamación. Oí una risa y entrecerré los ojos para dedicarle una mirada asesina a Adriel. Se había puesto unos tejanos y una sudadera negra.

—¡No ha tenido gracia! —espeté con furia aunque realmente no estaba enfadada.

—Bueno, vayamos al grano, Wendy... ¿A qué has venido? —preguntó poniéndose serio.

Me miró inquisitivamente con esos ojos verdes que seguramente enloquecían a más de una. Cruce mis brazos y enarqué una ceja.

—Quiero que me cuentes quién te seguía y por qué.

—¿Por qué debería contártelo?, ¿qué más te da?

Su expresión se ensombreció repentinamente adoptando una actitud defensiva. Al parecer iba a cerrarse y retraerse con el fin de no contarme su problema. Necesitaba sacárselo. Comencé a reflexionar sobre cuál sería el modo idóneo para sonsacárselo cuando él me dio un suave golpecito en el hombro.

—Pequeña psicóloga, no planees el modo de que te lo cuente porque ya sabrás que soy muy cabezota. No es de tu incumbencia. Preocúpate de Eric, más bien.

Su última frase hizo que sintiera una punzada de dolor.

—¡Está bien! —repliqué molesta. —Ya iré a tu entierro cuando te pase algo porque TÚ no has sabido pedir ayuda.

Adriel se encogió de brazos con una lánguida sonrisa en su rostro. Me dirigí hacia la puerta y sin mirar atrás la abrí.

—Adiós.

Hasta siempre. Pensé. Me fastidiaba que no quisiese que lo ayudase, para qué mentir pero él se lo buscaba. De pronto sentí el peso de mis palabras en mi estómago: "Ya iré a tu entierro..." Había sido demasiado brusca. Me volví justo para verlo en el quicio de la puerta a punto de cerrar. Me devolvió una mirada triste y aprecié un leve temblor en su labio inferior que trató de ocultar apretando la mandíbula. Cerró sin decir nada y al instante oí un golpe fuerte provocado por un puñetazo al otro lado de la puerta. Di un brinco por el repentino ruido. Mi reacción lo había enfadado y dolido a la vez. Decidí bajar por las escaleras con el fin de no esperar en su rellano a que el ascensor subiera y salí a la calle. Me sentía decepcionada conmigo misma por no poder ayudarlo, sabía que él lo necesitaba pero era terco y se negaba a dejarse ayudar.

Prácticamente corría por la larga avenida en dirección a la tienda donde estaban reparando mi móvil. El corazón me latía a cien por hora. No había dormido la noche anterior y me sorprendía la carga de energía que estaba sintiendo en momentos en los que estaba tan agotada. Por fin entré en el establecimiento y me recibió una ráfaga de aire fresco proveniente del aire acondicionado situado sobre la puerta. El interior olía a detergente. Entré y apoyé mis manos en el mostrador.

—Hola. —saludé, esbozando una amplia sonrisa al dependiente que salió de la trastienda.

—¡Buenas, Wendy! Un momento.

El muchacho se acuclilló tras el mostrador y tras unos segundos que se me antojaron eternos volvió a reparacer con su habitual sonrisa.

—Toma, preciosa.

—Gracias.

Le di el dinero con un leve rubor en mis mejillas. Me incomodaban los cumplidos, sobretodo si provenían de alguien a quien apenas conocía. Tras despedirme salí fuera y me senté en el primer banco que encontré en dirección a casa. Coloqué la tarjeta sim en mi móvil y lo encendí con el corazón latiéndome fuertemente. A los segundos un montón de mensajes llegaron. La mayoría eran llamadas perdidas. Otros, eran mensajes o whatsapps. Miré los de Eric.

"Te echo de menos" hacía tres días que lo había recibido.

"¿Por qué no me llamas... estoy en un momento de mi vida que me haces falta..."

"Wendy... ha pasado mucho. No has estado. No te pusiste en contacto conmigo. Ni te habrás preocupado... no eres la persona que necesito en mi vida ya que no has estado en mis momentos difíciles. Adiós, no creo que me llames pero si se te pasó por la cabeza ,por favor no lo hagas. Ya es difícil así."

Sus últimas palabras se clavaron en mi interior como afiladas cuchillas. Noté como se desgarraba mi interior. Las lágrimas acudieron a mis ojos y me encogí abrazándome a mi misma. Tenía que saber que no pasaba de él, tenía que arreglarlo todo. Me levanté y eché a correr en dirección a su casa. Llamé al timbre repetidas veces pero nadie abrió. Me dejé caer en el escalón de su entrada y abrazándome las rodillas lloré como nunca. No entendía nada, quien no estaba en su casa era él...

ERIC

Me revolví en la cama exhausto. Tenía la frente perlada de sudor y el calor se extendía por todo mi cuerpo. La fiebre me había subido aquella noche y apenas podía dormirme. Giré mi rostro hacia la mesa móvil de plástico que había anclada a mi cama y observé el silencioso teléfono. Esa misma mañana había roto con Wendy pero para mi decepción no había mostrado señales de que le importase. ¿Cómo no me había dado cuenta? Cerré los ojos para evitar que las lágrimas se derramasen y al abrirlos tenía la mirada empañada. Oí la respiración acompansada de mi madre que dormía en el sofá. Alicia se había ido hacía apenas unas horas y sin saber por qué echaba de menos su compañía. Al menos me mantenía ocupado jugando con ella a la tablet o simplemente hablando de cualquier cosa. De esa forma conseguía dejar de pensar en Wendy, en lo injusta que había sido conmigo. Me mordí el labio y simplemente comencé a llorar en silencio con la vista fija en el techo.

WENDY

El móvil sonó fuerte haciendo que diera un respingo. Con la esperanza de que fuera Eric lo saqué de mi bolsillo y cuando miré la pantalla me sentí confusa. Miriam, la madre de Adriel era quien llamaba. Quizás era él. Dudé en aceptar la llamada pero descolgué tras unos segundos.

—¿Diga? —titubeé.

—Wendy... —la voz nerviosa de Miriam hizo que me levantara del escalón, alerta. —no encuentro a nadie a quien pedírselo y creo que tú eres la más indicada. Necesito que vayas a calmar a Adriel.

—¿Qué ha pasado?

—Está ingresado en el hospital. Ayer tuvo un accidente con la moto, el casco lo salvó... si no lo hubiera llevado. —noté un nudo en la garganta al imaginar lo que hubiera podido pasar si hubiese muerto. Sentí una nueva oleada de dolor. —Wendy... no quiere ni que entre. Esta muy rabioso.

—¿Pero está bien? —pregunté sin poder contener el temblor de mi voz.

—Sí, sólo se ha roto la pierna y algún punto le han tenido que dar. Pero está fuera de sí. Creo que si te viera se relajaría... Lo siento.

—Iré ahora. No te preocupes.

Sentí al otro lado del teléfono un suspiro de alivio.

—Gracias, enserio.

Colgó tras despedirse y sentí un ligero mareo. Mi vida se estaba desmoronando. Había perdido a mi novio y por poco había perdido del todo a mi amigo. Sentí desazón mientras echaba a correr hacia la avenida principal donde solían pasar los taxis. Necesitaba llegar cuanto antes y tranquilizar a Adriel, aunque no sabía por qué motivo estaba tan alterado. Quizás fuera el motivo de su accidente, al fin y al cabo él siempre había salido bien parado de situaciones similares. Recordé el modo en el que el coche había salido disparado en su dirección y algo me dijo que quizás el conductor fuera responsable de su estado.

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