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CAPÍTULO 11

WENDY

La puerta del baño fue aporreada por segunda vez haciendo que me exasperara. Puse los ojos en blanco y maldije para mis adentros.

—Arriba hay otro baño. —grité para hacerme oír.

No quería salir de momento, había huido de Alicia al ver a Adriel entrar en el mismo salón en el que nos encontrábamos con el fin de evitarlos a ambos y ya comenzaba a lamentarlo. Eso le daba vía libre a ella para acercarse a mi novio. Quizás hasta ya lo hubiese encontrado. Noté una punzada de celos atravesarme el pecho y tomé una bocanada de aire para aliviar la presión que sentía.

—Abre, imbécil, llevas demasiado tiempo. —me respondió una voz femenina cargada de odio. Di un respingo.

Abrí bruscamente y la empujé con el hombro al salir disparada hacia el exterior de la casa. La oí insultarme pero no le presté atención. Fuera la gente seguía bailando y bebiendo, algún que otro grupo hablaba en voz alta para hacerse oír  por encima del jaleo. Busqué con la mirada a Eric pero no se encontraba en el rincón donde anteriormente habíamos estado, tampoco había rastro de Paula ni de Rubén. Recorrí el jardín bordeando la piscina y sin saber porqué me fijé en dos personas que había a unos metros de distancia.  Él tenía la espalda apoyada en una de las columnas del porche y fijaba sus verdes ojos en los de ¿Alicia? Fruncí el ceño extrañada por aquella combinación. ¿Adriel y Alicia? ¿De qué se conocían? Sin poderlo evitar me sentí traicionada. Él sabía que en una ocasión ella me había llegado a amenazar.  Desde mi posición no podía escuchar de qué hablaban y sentí tanta curiosidad que no me percaté que alguien se había acercado trastabillando hasta que no me precipité sobre la piscina. Me hundí bajo el peso de aquella persona hasta el fondo. Logré desasirme del chico que me había agarrado y salí a la superficie.

—¡Le ha pasado algo! —gritó alguien tras unos segundos de absoluto silencio.

Miré sin comprender a la gente que se había acercado al borde de la piscina y al volver mi vista hacia atrás mi corazón dio un vuelco. El cuerpo inmóvil del muchacho flotaba a unos metros de mí. Su cabeza estaba sumergida en el agua y no parecía estar consciente de ello. Noté como mi cabeza se embotaba y mi respiración se aceleró. Un impulso me hizo nadar a gran velocidad y cogerlo. Lo hice girar y lo mantuve entre mis brazos hasta que otro chico se acercó y me ayudó a sacarlo del agua. Lo dejamos de espaldas sobre el suelo y aun chorreando me incliné sobre él sabiendo que debía hacer algo rápidamente. Extendí su cabeza hacia atrás utilizando ambas manos, una colocada en el mentón y la otra en la frente, tal como me habían enseñado en clases de socorrismo el año anterior. Pellizqué su nariz y le abrí la boca ajena a que todo el mundo estaba concentrado en mí. Acerqué mi boca a la suya y cuando estaba a punto de insuflarle aire el chico rompió en una sonora carcajada que me dejó desconcertada. Me aparté sintiéndome estúpida.

—Lo siento, Wendy, era una apuesta.

Me levanté como movida por un resorte al tiempo que él se incorporaba. Era un chico corpulento de ojos negros como el carbón y cabellos largos. Sentí mi rostro rojo por la vergüenza y como el calor se extendía por cada recoveco de mi cuerpo. Noté las lágrimas asomar por mis ojos a causa de la tensión que había acumulado a demasiada velocidad.

—Eres un imbécil. —la voz me tembló a causa del disgusto. —Con eso no se juega.

El chico me miró unos segundos hasta que de pronto rompió en una sonora carcajada. Aquello me enfureció aún más. Me había convertido en el blanco de su burla. Su risa se contagió a algunos y comencé hiperventilar por el disgusto y la vergüenza. De pronto alguien salió entre la gente y cogió por la camisa al muchacho que se estaba burlando de mí.

—¡Eres un completo gilipoyas! ¡Pídele disculpas! —Eric lo zarandeó ante mi mirada estupefacta.

Me sentí segura y aunque estaba asustada me alegré de que aquel chico recibiera su merecido hasta que, para empeorar la situación, Adriel salió de entre la gente y empujó a mi novio para que lo soltara. Me percaté que de pronto había empezado a apretar los puños marcándome en la palma de la mano las uñas. Me levanté del suelo a la vez que ambos se encaraban por segunda vez desde que los había conocido.

—¿Quién te crees que eres para tratar así a Roco? —Espetó Adriel con una mirada maliciosa.

Por unos instantes me dio miedo pero me obligué a recordarme que habíamos sido amigos y que en el fondo él era una buena persona. Pero mis pensamientos quedaron anulados cuando éste echó atrás el puño y lo estampó en la mandíbula de Eric haciendo que trastabillara hacia atrás. Me quedé paralizada mirando estupefacta la extraña escena que se estaba desarrollando ante mí. Dolorido por el ataque me miró antes de volverse contra mi vecino y propinarle otro puñetazo. Los nervios se instalaron en mi estómago y sin saber por qué cometí el estúpido error de ponerme en medio. Cegado por la rabia Adriel no reparó en mi repentina aparición y recibí uno de los golpes que iban dirigidos a Eric. Caí hacia atrás pero mi novio fue mucho más rápido y me atrapó. Le dirigí una mirada llena de resentimiento a mi sorprendido vecino.

—¡Wendy! —exclamó. —lo siento. Déjame que vea.

Me había tapado con las manos la mejilla en la que me había golpeado y lo miraba asustada. En el fondo sabía que no era su intención pegarme pero comencé a sentirme asqueada a causa de verlo. Eric me apartó colocándose delante de mí.

—Vete, por favor. —le dijo, imprimiendo en su voz un tono calmado. Sabía que si éste no le hacía caso acabarían peleándose de nuevo.

Mi vecino se mantuvo de pie, delante de nosotros mirándome preocupado. Y aunque ya me había tranquilizado y no le guardaba ningún rencor decidí ponerme frente a él y fingir que estaba llena de rabia.

—¡Vete de mi vida, asqueroso! —le grité, olvidándome de pronto que teníamos cientos de ojos encima de nosotros. Le empujé con todas mis fuerzas. —¡No quiero verte nunca más! ¡No quiero recordar que una vez fuimos amigos! —mis palabras acentuadas por las lágrimas que comenzaban a surgir de mis ojos fueron veneno para él. Adriel retrocedió y tras dar media vuelta salió a paso ligero.

Me dejé caer de rodillas y rompí a llorar tapándome el rostro. Me sentía mal por él pero era mejor mantenerlo alejado de mí y a la vez me dolía no poder ayudarlo a enderezar su vida. Mi respiración se agitó a causa de las lágrimas y me dejé abrazar por Eric quien me levantó y ambos caminamos fuera de la casa.

—¿Estás bien? —preguntó Eric por segunda vez.

Conducíamos en dirección a mi casa tras haber dejado a Paula en la suya. Ya no me dolía el golpe que me había dado Adriel y me había calmado tras haber pasado diez minutos llorando. Forcé una sonrisa para tranquilizarlo y lo miré. Las luces que desfilaban en la carretera iluminaban su rostro de perfectos rasgos. Me deleité observando su semblante pensativo.

—Estoy bien. —respondí aún con los ojos posados en su perfil.

—Wendy, me cuesta decirte esto pero... ten en cuenta que Adriel no te ha hecho daño a propósito.

—No quiero hablar de él. —repuse hundiéndome en el asiento.

—Me pareció justo recordártelo.

Desvié la mirada hacia la ventana y me entretuve viendo como dejábamos atrás las farolas. El paisaje cambiaba a medida que pasábamos a gran velocidad. Por fin entramos en la ciudad y en cinco minutos llegamos a mi calle. Detuvo el coche frente a la entrada de mi finca e hice un mohín.

—No quiero irme.

Eric esbozó una sonrisa y sus ojos se posaron en mi mejilla. Delicadamente acarició con la yema de sus dedos el cardenal que ya comenzaba a aparecer.

—¿Te duele? —preguntó preocupado.

Negué con la cabeza perdiéndome en su rostro. No me cansaba mirarlo. Nuestros ojos se encontraron y lo rodeé con mis brazos. Busqué con mi boca la suya y lo besé con ansias. Un torrente de mariposas comenzaron a aletear en mi estómago y me aferré a esa sensación, disfrutándola. Mis manos se posaron a cada lado de su cara y rocé con ambos pulgares la barba que ya comenzaba a crecerle, ensombreciendo la parte inferior de su rostro. Estaba locamente enamorada de él y lo necesitaba cada vez más a medida que pasábamos el tiempo juntos. Finalmente me aparté sintiéndome un poco triste.

—El domingo podríamos vernos. —me dijo con una sonrisa. —Mi madre no necesita el coche, pasaré a por ti.

—Vale.

Le di un beso en la boca antes de marcharme.

Unté la brocha con maquillaje y la pasé por encima del cardenal que cruzaba una de mis mejillas. Logré disimularla pero seguía habiendo una sombra que no debía estar ahí. Suspiré resignada y me apliqué brillo en los labios. El timbre sonó indicándome que Eric había llegado y la estúpida sonrisa de enamorada asomó a mis labios. Abrí la puerta y para mi decepción me encontré con Rubén. Lo miré desconcertada tratando de adivinar qué hacía en mi casa y cómo había averiguado dónde vivía. Sacó la mano de detrás de su espalda y me entregó un ramillete de flores. Fruncí el ceño sintiéndome herida por el gesto, ¿qué se creía? Pero antes de que fuera a decirle algo él murmuró con voz aburrida:

—Son de Eric, me ha pagado para que viniera aquí.

Respiré aliviada.

—Gracias, ¿dónde está?

—Se ha encontrado mal de repente y no va a poder verte hoy. Espera.

Extrajo el móvil del bolsillo de sus vaqueros y tras marcar una secuencia de números se lo colocó en la oreja.

—Ya se lo he dado. —me entregó su móvil. —Quiere hablar contigo, no me cree. —me dijo en un susurro.

Reprimí una carcajada. Yo tampoco llegaba a confiar del todo en él, era amigo de Adriel y ambos eran famosos por meterse constantemente en líos hasta el punto que algunos los temían e incluso les guardaban respeto. Sin duda Paula iba a tener pronto una charla conmigo acerca de este chico. Cogí el móvil que me tendía y oí la voz de Eric. Sentí un cosquilleo en el estómago.

—Lo siento, Wendy. —se disculpó enterneciéndome. —creo que me sentó mal algo y me duele la barriga.

—¿Necesitas que vaya a verte?

—No, enserio, no te molestes. Prefiero descansar y que se me pase rápido. ¿Me comprendes?

—Sí, mejórate.

—Te amo, Wendy. —mi corazón pareció detenerse durante una milésima de segundos, me encantaba cuando repentinamente me lo decía.

—Yo también. Hablamos más tarde, descansa.

Pulsé en la pantalla el icono de colgar y le devolví el teléfono a Rubén que se lo guardó de nuevo en el bolsillo. Nos quedamos un rato de pie sin saber qué decir hasta que finalmente él rompió el incómodo silencio.

—Bueno tengo que irme y eso. Hasta luego.

—Muchas gracias. —le respondí. —¿A dónde vas?

Si este chico le gustaba a mi mejor amiga no hacía mal si comenzaba a averiguarle cosas. Me apoyé en el quicio de la puerta y lo miré, analizándolo. Llevaba su cabello de un tono rubio oscuro despeinado con las puntas apuntando en varias direcciones, dándole un aspecto descuidado pero atractivo a la vez. Arrugó su frente al tiempo que me miraba inquisitivamente con esos oscuros y brillantes ojos.

—Voy al Coyote. —respondió con un tono de voz despreocupado.

—¿El Coyote? —inquirí frunciendo el ceño.

—Es un bar, se llama el Coyote porque es el apodo del tipo que lo lleva. No creo que te mole, es demasiado austero para ti. Siempre estamos Adriel y el resto ahí.

Sentí una punzada de culpabilidad al oír el nombre de mi ahora ex amigo pero traté de disimularlo.

—Seguro que no. —admití.

Rubén me dedicó una sonrisa antes de despedirse. Lo vi entrar en el ascensor y cerré la puerta. Acto seguido corrí hacia mi habitación, cogí el móvil y llamé a Paula.

—Adivina quién estuvo en mi casa. —le dije canturreando.

—¿Papá Noel? —puse los ojos en blanco. —No sé, suéltalo.

—Rubén.

—¿Qué hacía ahí? —en su voz denoté cierta molestia.

—¡Tonta! Me trajo flores de parte de Eric. Le pagó para que viniera.

—¡Oh! ¡Qué cuco! ¿Y ya se ha ido?

—Sí, se fue al bar el Coyote. —Comencé a enroscarme un mechón de pelo en el dedo.

—¿Vamos ahora?

—¡¿Qué?! ¡Ni de coña!

¿Se había vuelto loca de repente? Mi respiración se entrecortó y por unos instantes me arrepentí de haberla llamado.

—Voy a arreglarme en cinco minutos y vuelo a tu casa.

—Pero Pau... —comencé a decir pero me colgó.

¡Genial! Ahora mi amiga me quería arrastrar a un antro de mala muerte. La llamé para decirle que no viniese pero no me cogió el teléfono. Los nervios comenzaron a invadirme al pensar que tendría que hacerle el favor e ir con ella. No pasó ni media hora cuando el timbre de mi casa sonó y de mala gana fui a abrir. Era Paula con una amplia sonrisa en su cara maquillada. Estaba guapa, deslumbrante. No pude negarme a acompañarla y salimos en dirección al Coyote.  

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