CAPÍTULO 10
ADRIEL
Hace siete meses.
¿Nunca habéis sentido un nudo permanente en la garganta producido por no ver a la persona que os gusta? No es que fuera un psicópata obsesivo pero no verla me producía tal desosiego que ni si quiera la libertad de sentir el viento en mi rostro, la velocidad y el rugido del motor de mi Hyosung Aquila podía calmarme. Y es que sólo contemplar esos ojos azules lograba tranquilizarme.
Me había sentado sobre la moto a las doce de la noche y oteaba desde el mirador que había en la montaña la minúscula ciudad en la que vivía. De fondo los grillos emitían aquella peculiar canción tranquilizándome por momentos. Levanté la mirada hacia el cielo y descubrí un manto de estrellas sobre mi cabeza. A Wendy le gustaría ver aquello, era precioso. Sentí una punzada de dolor en el pecho al pensar en ella, preguntándome por enésima vez qué tenía aquel capullo que yo no pudiera darle. Respiré hondo para mantener a raya la ira que me producía pensar en ese payaso. Sinceramente partirle la cara era uno de los lujos que me obligaba a no permitirme y solamente lo hacía por respeto a mi amiga. Amiga, ese término me mataba. Yo quería ser algo más que eso.
Una hora más tarde volvía a mi casa a gran velocidad tomando las curvas con demasiada confianza. Me encantaba sentir el viento en mi cara, ver pasar rápidamente la carretera bajo mis pies. Bordeé una curva y en ese momento un coche apareció frente a mí. Giré bruscamente el manillar y en el último segundo lo sorteé sintiendo la adrenalina rebosar en mi estómago. Dejé escapar una carcajada nerviosa y le resté importancia al hecho de que hacía unos momentos hubiera podido reventarme contra el parabrisas de aquel automóvil. Llegué por fin a mi calle y detuve mi vehículo frente a mi finca. Mientras me quitaba el casco oí su voz y el corazón me dio un vuelco. Me volví para mirar como Wendy sujetaba del brazo a su hermana quien parecía estar algo bebida. No habían advertido mi presencia. Llevaba un vestido corto de color turquesa ceñido a su cintura y con vuelo a partir de ese punto. Sin querer bajé la vista hacia sus piernas y reparé en los tacones blancos que llevaba. Realmente, prefería su ropa diaria pero había que admitir que estaba sexy. Dejé el casco sobre el asiento y me acerqué hacia ellas.
-Buenas. -les saludé.
Ella se volvió para fijar sus ojos en mí y se detuvo en los puntos adhesivos que cubrían la cicatriz que cruzaba uno de mis pómulos. Me la había abierto recientemente en una pelea en el bar del Coyote, uno de los lugares que más frecuentaba desde que mi vida había cambiado drásticamente.
-Adriel, estás muy bien. -me dijo su hermana.
Ladeé la cabeza y se me escapó una sonrisa. Wendy dio un respingo y la empujó hacia el interior de la finca.
-Raquel, necesito hablar con él... asolas. Ve subiendo.
-Vale, pero no hagáis guarradas. -repuso antes de cerrar la puerta de cristal. Wendy puso los ojos en blanco.
La vimos subir los escalones hacia el ascensor y entonces mi vecina se giró hacia mí, cruzándose de brazos.
-Tu madre ha estado preocupada porque hacía días que no aparecías. -me espetó.
-Estaba por ahí. -respondí encogiéndome de hombros. Mi madre era una exagerada. Podía cuidar de mí mismo.
-Bien, bravo tu madurez y pasotismo. ¿Así vas a ser el resto de tu vida?, ¿aspiras a ser un moterucho y un busca-líos?
Arqueé una de mis cejas sin llegar a entenderla. ¿Qué mosca le había picado?, ¿estaría con la regla? Menuda violencia si ni siquiera le había dicho nada. Traté de parecer indiferente pero lo cierto es que me había herido con sus palabras.
-¿Qué problema tienes? -le pregunté, imprimiendo un tono glaciar en mis palabras.
Me acerqué. Fijé mis ojos verdes en los azules de ella y sentí un cosquilleó en el estómago al sentir su mirada.
-Nada. -respondió aún molesta, mirando en otra dirección. -Me preocupo por ti... pero mira, ya no podré preocuparme más.
-No entiendo...
-Estoy... -por un momento vaciló pero finalmente lo soltó. -estoy con Eric.
Retrocedí sintiendo un ligero mareo por la noticia tan repentina. Esta vez no pude contenerme y mi voz tembló cuando le pregunté:
-¿Es eso verdad?
-Sí y me ha pedido que no te vea nunca más. Ya no podemos ser amigos. Lo siento.
-¿Es eso lo que quieres?
Me acerqué a ella, sintiéndome ya desesperado. ¿Cómo podía perderla de ese modo?, ¿por qué simplemente no se fijaba en mí? Sin pararme a pensar la cogí de las muñecas para que no retrocediese. Sentí un torrente de rabia emerger de mis entrañas y puede que mi rostro lo reflejara porque ella me miró asustada. Dio un paso hacia atrás pero mantuve mi puño cerrado, sujetándola. Un pensamiento provocado por la desesperación que aplastaba mi corazón me dijo que la besara, que quizás así se diera cuenta que realmente me quería a mí y no a él. Sin previo aviso aplasté su cuerpo contra la pared bajo el peso del mío y mis labios buscaron los suyos. La besé tratando de decirle de ese modo todo lo que sentía por ella, sin embargo, ella logró zafarse de mí y el sonido de una bofetada rompió la quietud del lugar. Me sujeté con la mano la mejilla en la que me había golpeado y ella aprovechó para empujarme haciendo que trastabillara hacia atrás.
-Wendy... -mi voz sonó demasiado débil. No quería que me viera así pero mantuve mi mirada firme.
-Nunca vuelvas a dirigirme la palabra. -me espetó con un odio que atravesó mi pecho como si me hubiese apuñalado.
Abrió la puerta de su finca y se metió dentro sin darme tiempo a pedirle disculpas. Yo me volví para esconder las lágrimas que de pronto se derramaron. Me senté aturdido en el escalón de la entrada y me encogí para ocultar mi rostro. Mis hombros se convulsionaron en un vergonzante llanto que no podía detener. Hacía muchísimo tiempo que no lloraba de esa forma. Desde que mi padre había nublado nuestras vidas cuando yo era un crío.
Siete meses después.
Me ofreció un cigarrillo y decliné la oferta con un movimiento de cabeza. El bar del Coyote estaba inusualmente vacío y la razón era que Rubén había convocado a la mayoría de gente a su fiesta en el chalet. Sólo nos encontrábamos un par de rezagados como yo que había decidido empezar con un par de cervezas allí. Marta, la camarera, se inclinó sobre la barra para depositar dos jarras y, sin duda, exhibir el generoso escote que llevaba. Sus pechos rozaron el banco y me lanzó una mirada descarada. Menuda guarra, pensé.
-Después podríamos dar una vuelta con tu moto. -me dijo curvando sus labios pintados de rojo en una sugerente sonrisa.
-¿No vas a ir a la fiesta, Martita? -le pregunté evadiendo su proposición.
-¿Me llevas?
-No tengo un casco para ti, bonita. -le respondí tratando de controlar mi voz. Ya comenzaba a exasperarme.
-En el almacén tengo uno que se dejó un cliente.
¡Mierda! Huida fracasada. Esbocé mi mejor sonrisa y asentí.
-Entonces está bien.
Mi plan era nada más dejarla volatizarme como el humo. Marta cogió las solapas de mi chaleco vaquero y pasó prácticamente su cuerpo por encima de la barra. Cuando ya me quise dar cuenta me estaba besando. La aparté con delicadeza sintiendo aún la humedad de su boca en la mía.
-Mira, Marta, te estás equivocando. -le dije enfadándome. Enserio, ¿qué se creía esta tía? Encima me había manchado de ese asqueroso pintalabios. -No me molas, tía. -le espeté limpiándome la boca con el dorso de la mano. -No me van las tías fáciles y a ti ya te ha follado medio bar.
La chica dio un paso atrás herida. Cogió mi jarra y me tiró el contenido sobre mi ropa pero yo fui más rápido y me aparté a tiempo. El líquido pasó por mi lado y tan solo unas gotitas salpicaron mi cara y el chaleco.
-¿Estás loca? -le grité.
-Tranquilo, machito. -Roco, un amigo mío se levantó para ponerse frente a mí.
-No iba a zurrarle, tranquilo. -repliqué molesto porque mi amigo había pensado que iba a atreverme a levantarle la mano a una mujer. -Vámonos a casa de Rubén.
Me di la vuelta y Marta gritó.
-La cerveza no la has pagado.
Le fulminé con la mirada antes de replicar:
-Chúpale la polla a tu jefe para que te perdone la cerveza que tú has tirado.
-¡Serás imbécil!
Roco rio haciendo que me relajara al contagiarme su carcajada. La puerta se cerró de un golpe tras nosotros y me subí a la moto.
-Se lo tiene bien merecido. -me dijo mi amigo mientras nos poníamos los cascos.
Aceleré el vehículo y ambos nos dirigimos a gran velocidad a la reunión que sin duda cumpliría nuestras expectativas. Adelanté a Roco y éste se picó apurando su Harley para sobrepasarme. El trayecto pasó volando y finalmente él llegó antes que yo a la fiesta. Aparcamos frente a la casa y le di un puñetazo que no tardó en devolverme. Entre risas avanzamos hacia la verja. Una pareja salía en el mismo momento en que íbamos a llamar al timbre y nos colamos.
-Das fuerte, cabrón. -se quejó Roco frotándose el brazo en el que había recibido el golpe. -eso es de meterte en tantos líos, ¿no?
Solté una carcajada. Tampoco me metía en tantos barullos. Puse los ojos en blanco siguiendo a mi amigo que se metió dentro de la casa. Fuimos hasta la cocina pasando por el salón. La gente bailaba al son de la música que emergía de la mini cadena, aferrando vasos largos con bebidas alcohólicas. Observé distraído a una chica que se contorneaba levantando en alto su cubata, mientras un par de salidos la miraban con ganas de liarse con ella. La pobre estaba demasiado borracha y probablemente acabaría en la cama con alguno de ellos. Agité la cabeza y empujé a Roco que se había quedado boquiabierto mirándola. Llegamos a la cocina y abrimos la nevera en busca de una cerveza. Alguien nos agarró por detrás haciendo que diéramos un respingo. Rubén carcajeó al notar nuestro aspaviento. Nos rodeó con sus brazos y acercó nuestras caras a la suya.
-He visto a la chica más bonita del mundo. -anunció. Su aliento olía a alcohol pero no estaba borracho... aún. -se llama Paula y es amiga de tu Wendy.
Al oír aquel nombre mis músculos se tensaron. Apreté la mandíbula al tiempo que mi corazón se aceleraba. ¿Ella estaba aquí?
-¿Dónde está? -pregunté y mi voz sonó demasiado exaltada para mi gusto.
-No lo sé. -respondió mi amigo encogiéndose de hombros de manera exagerada. -Con mi primo, son novios, ¿lo sabías? Pero yo no estoy de parte de nadie.
Nos soltó y yo aproveché para alejarme de ellos y buscar a Wendy. Repasé con la mirada todos los que habían venido pero no la encontré en ninguna parte. Ni rastro de ella en el jardín ni en ninguna habitación. Me sentí decepcionado pero aliviado a la vez. Realmente no estaba preparado para verla y por ello hacía tiempo que no volvía a casa con mi madre. Había estado viviendo con Roco durante estos siete meses. Aun así mantenía el contacto con ella. Me apoyé en una de las columnas del porche y miré distraído a la gente que bailaba. De pronto noté que alguien se paraba a mis espaldas.
-¿Adriel? -preguntó una voz femenina, titubeando.
Me volví lleno de curiosidad para ver el origen de aquella voz. Se trataba de una chica de cuerpo esbelto vestida con unos pantalones ceñidos y una camiseta pegada que dejaba adivinar sin lugar a dudas sus generosos pechos. Su cabello sedoso y castaño caía sobre sus hombros enmarcando un rostro ovalado de tez morena. Me miró de manera altiva con sus ojos marrones bordeados de espesas pestañas a la vez que formaba una sonrisa con aquellos labios carnosos llenos de gloss. Ladeé la cabeza ya que no la conocía.
-¿Qué pasa? -pregunté frunciendo el ceño, extrañado.
-Soy Alicia, encantada. -Me plantó dos besos en cada mejilla y un olor a lavanda inundó mis fosas nasales. -Tú no me conoces pero he oído hablar mucho de ti.
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