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7

Lysandro iba caminando por la calle pensativo luego de haber huido de el interrogatorio de Dean sobre el por qué no había asistido a la preparatoria tal y como le había dicho antes.

Ahora sabía que no podía dejar a aquel castaño solo por ni un motivo, pero ¿cómo rayos iba a vigilarlo desde el cielo? No era un ángel guardián por lo que no podía abrir grietas entre el tiempo y el espacio para vigilarlo sin abandonar su hogar, y mucho menos estaba conectado al castaño pese a lo que había ocurrido horas atrás. ¿Ahora qué iba a hacer?

Pronto una loca y estúpida idea se le cruzó por la mente.


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Estaba junto con Lucy sentados sobre una gran nube esponjosa y sólida mientras veían a los pequeños niños con alas juguetear entre el pequeño campo lleno de distintos juegos hechos con oro puro.

Habían veces que extrañaba estar en esa posición.

—¿Qué debías decirme que era tan urgente? —preguntó curiosa la pelinaranja rompiendo el silencio.

Luego de haber tenido esa tonta idea en medio de la calle del mundo humano había ido a un callejón a abrir nuevamente un portal, cosa que no se le había hecho muy fácil, y al instante había llamado a su mejor amiga para que lo ayudara.

Prácticamente lo iba a ayudar a huir.

—Bueno… mira. Necesito tu ayuda, Lucy —la miró con los ojos suplicantes.

—En lo que sea, dime.

—Am… ¿Recuerdas a ese chico castaño con el que choqué? —Lucy asintió algo confundida—. No sé que me pasa —se alborotó los dorados cabellos.

—Tranquilo —le acarició la espalda adoptando un semblante preocupado—. Puedes decirme, quedará entre nosotros.

Ese era el problema, Dios tenía ojos y oídos en todas partes, y si él lo tenía por consecuencia los arcángeles también, en especial Gabriel quien de por sí ya tenía un ojo sobre él.

Aunque a lo largo de su vida había escuchado y visto muchas cosas en el cielo, por ejemplo, hacía alrededor de dos meses, quizás tres, había oído sobre una súcubo que subió para vengar a su difunto novio ya que unos arcángeles lo habían matado por romper las reglas.

No había indagado mucho en el tema ya que era de extremo cuidado, pero sí sabía que le habían cortado las alas a aquel súcubo con el corazón roto a causa de su altanería “sin motivo”. Eso era una muestra de lo que los arcángeles estaban dispuestos a hacer solo por seguir unas reglas sin sentido.

—Necesito que me encubras. Ese humano… tiene algo que hace que sienta la necesidad de protegerlo siempre, necesito estar a su lado —sus ojos se humedecieron al pensar en las probabilidades de que algo le pasara al castaño—, necesito bajar al mundo mortal para cuidarlo.

—¿Qué?

—Sé como hacerlo, pero necesito que me encubras de todos, tú vives sola, puedes decir que me estoy quedando contigo y que estoy extremadamente enfermo, ¿lo harías por mí? ¿puedes?.

La de cabellos naranjas observó como una lágrima salía de los hermosos ojos bronce de su contrario, a la vez que el mismo sentía un hormigueo en sus alas.

Lo meditó un poco mirando el triste, preocupado y nervioso rostro del rubio sin poder evitar sentir tristeza y comprensión por él. De todas formas, ¿no ella estaba haciendo algo similar?

Evitar que su mejor amigo que la apoyaba en todo siguiera a su corazón no estaba en sus planes.

—Cuenta conmigo —su hermosa sonrisa estiró sus labios gruesos y la hizo ver más angelical de lo que por obvios motivos ya era.

El rubio la abrazó.

—Muchas gracias —le susurró entre el hombro y el cuello mientras sus lágrimas mojaban la suave piel de su contraria.

Por su parte, la chica observaba asustada la pequeña pluma negra que terminaba de teñirse en la ala izquierda de su gran amigo. Se la arrancó con cuidado y no mencionó absolutamente nada, no quería que sintiera lo mismo que ella al ver la primera pluma oscura entre las puras.

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—Ya nos vamos mamá, voy a estar con Lucy por un tiempo indefinido, ya sabes, por cosas de la escuela y eso —sonrió.

—De acuerdo cariño, te quiero mucho —le dio un beso en la frente.

—Adiós Ly —su hermanita sonrió.

El ángel las miró con amor y subió a su cuarto nuevamente para terminar de acomodar sus cosas. Playeras, camisetas, chaquetas, sudaderas y demás eran lanzadas a una maleta igualmente blanca sin orden alguno. Había decidido comprar más ropa apenas llegara al lugar, solo debía hacer uso de uno de sus pequeños dones como ángel inferior.

—Te quiero mucho, no lo olvides. Y ten muchísimo cuidado, que nadie te vea con tus alas, ¿ok? —advirtió Lucy teniendo por su amigo.

—No puedo revelar mis alas ahí —se carcajeó.

—Cierto, que tonta ¿no? —un sollozo salió de sus labios mientras lo intentaba ocultar con su comentario burlón.

El rubio la atrajo a su pecho acariciándole la espalda mientras calmaba el llanto de la que era su única y mejor amiga.

—Ya, ya, tranquila. Nada malo va a suceder, ¿ok? —ella asintió y el chico le dio un beso en la frente.

Con la misma, Lucy salió de la habitación por la ventana entre llantos mientras se sorbía la nariz, estaba muy preocupada por su amigo pero no le quedaba más que apoyarlo en su decisión como él lo haría de saber la suya, o en los problemas en los que ya estaba metida por gusto propio.

El rubio abrió el portal con un poco de esfuerzo al ser apenas la tercera vez que lo hacía y lo cruzó no sin antes observar a su alrededor.

Había estudiado un poco el mundo humano, sabía algunas de sus costumbres y las cosas básicas para sobrevivir y no causar algún momento de vergüenza.

Con algo de ayuda había conseguido algo de dinero mundano, unos cuantos ángeles que habían sido exiliados del cielo le habían ayudado con un poco de dinero e indicándole dónde podría cambiar los pequeños trozos de oro que llevaba con él.

También le habían dicho que podía trabajar para conseguir más dinero y poder comprar comida y pagar su matrícula de inscripción para la preparatoria.

Esperaba que aquello fuese suficiente.

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Ya había cambiado el dinero como le habían dicho y por casi doscientos trozos de oro puro, el cual era con lo que se compraban las cosas en el cielo, le habían dado alrededor de cien mil pesos mexicanos, más el dinero que había reunido de los otros ángeles contaba con una suma total de ciento dos mil pesos.

No sabía que el oro valiera tanto.
Una mujer ya mayor, pariente de uno de aquellos ángeles, le había ofrecido que se quedara con ella en lo que buscaba una casa y se acostumbraba al entorno a si alrededor.

Todo era tan nuevo y extraño que se preguntaba el por qué de aquella decisión tan abrupta de separar ambos mundos por completo.

—Señora Julia, le agradezco por haberle recibido en su casa —mostró su más grande y sincera sonrisa a aquella ángel de ochenta años.

—No te preocupes hija, esta casa ahora también es tuya —sus ojos brillaron llenos de calidez.

Lysandro soltó una risita al notar que le había llamado hija y no hijo, suponía que la edad ya le estaba haciendo de las suyas a la dulce mujer que tenía enfrente.

—Gracias señora, por soy un hombre —mencionó algo divertido.

—Muchas gracias por decirme, nena, deja te ayudo con eso —ofreció confundiendo nuevamente el género de su invitado especial y temporal, no a propósito, claro.

Pasaron a la sala y la sonrisa en el rostro de Lysandro no se despegaba con nada, la emoción suponía él.

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