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6

—Vaya, vaya, vaya. ¿A quién tenemos aquí? —uno de los tres tipos que golpeaban a Dean se acercó al rubio.

El castaño al instante reconoció a aquel rubio que brillaba con una tenue luz dorada y se sorprendió y preocupó a partes iguales de verlo ahí, parado y enfrentando a esos que se le habían acercado a robar.

Iban en su escuela, pero nunca habían hablado, y tampoco sabía de su existencia hasta ahora.

Lysandro no respondió a la pregunta del chico, pero se le quedó viendo con el ceño fruncido. La chica sacó su cigarro de entre sus labios exhalando todo el humo de su boca.

—Idiota, responde cuando se te pregunta algo —dijo la chica de cabellos negros.

Se le acercó al rubio notando la gran diferencia de alturas. Al igual que la gran apariencia del contrario.

—Pero que lindo, sería una pena destrozar está preciosura, ¿no creen, chicos? —mostró una media sonrisa.

La joven acomodó un rebelde mechón del rubio y él movió su cabeza para que lo dejara de tocar, cerró sus manos en puños conteniendo el golpe que quería darle a aquellos tipos.

—Sigan en lo que estaban —ordenó la pelinegra alejándose de Lysandro y provocando que los otros siguieran golpeando al castaño.

Y ese fue el límite.

Lysandro se acercó a los atacantes y le dio un fuerte golpe en la mandíbula al que estaba más cerca haciendo que cayera al piso. Los otros dos le prestaron total atención y se acercaron a él con intenciones de golpearlo.

Al ser un ser sobrenatural poseía más fuerza que los humanos, tenía más habilidades que los mortales y podía controlar cierta cantidad de magia que para los ángeles inferiores como él eran comunes.

Golpeaba, esquivaba y contraatacaba, si descubrían esto estaría acabado, sus alas serían removidas por completo o peor aún, al romper las reglas celestiales sus alas empezarían a tornarse negras hasta volverse un ángel caído. Por desafiar a Dios.

Admitía tener miedo, pero todo aquello le importaba muy poco cuando recordaba el por qué de sus acciones.

Peleaba por salvar una vida, arriesgaba su vida por otra y no entendía cómo aquello podía ser un pecado. Permitir la muerte de alguien debería ser el pecado, y más aún siendo ángeles, seres que según existían para proteger a los humanos.

Pero a fin de cuentas, él no elegía las reglas, solo le quedaba seguirlas. O en este caso, romperlas.

Si corazón se agitó cuando uno de los dos consiguió darle un golpe en el estómago y sacarle el aire que retenía de forma brusca.

Un quejido de preocupación salió de los labios de Dean por el dolor que sentía.

Lysandro se tambaleó levemente y los otros aprovecharon para golpearlo en el rostro y tirarlo al piso lleno de mugre y por consecuencia manchar la blanca ropa del rubio con tierra.

De un momento a otro, el rubio esquivó los golpes y alcanzó a pararse para volver a golpearlos y finalmente dejarlos en el suelo quejándose por el dolor.

Se acercó a la pelinegra que ya había tirado su cigarro y se mantenía apartada y con cara de molestia.

—Te vuelves a meter con Dean, o con cualquier otra persona una vez más, y no tienes idea de lo que soy capaz de hacer. Ya estás advertida —susurró para que solo ellos dos lo escucharan.

Se volteó y ayudó a Dean a levantarse, pasó el brazo del castaño por su hombro y salieron del callejón con algo de dificultad.

El corazón de Lysandro se apretaba continuamente avisándole del dolor que su contrario sentía, ¿cómo podían estar conectados a tal punto? De hecho, ¿era posible que estuvieran conectados?

—¿Dónde vives? —preguntó el rubio con preocupación.

—A dos cuadras de aquí —susurró.

Siguieron caminando durante unos cinco minutos y finalmente llegaron a la casa del castaño, abrieron la puerta y fueron directamente a la habitación del chico.

Lysandro recostó a Dean en la cama y al instante empezó a buscar algo para curarlo. No sabía muy bien que debía hacer, principalmente porque tenían poderes curativos pero no podía usarlos con él.

En primera, descubriría que no era humano, y en segunda, eran contados los poderes que funcionaban con humanos, y los curativos no era uno de ellos.

—En mi baño hay un botiquín —mencionó el castaño.

Lysandro asintió y fue al baño, buscó algo que dijera “botiquín” pero no hubo resultados, encontró una pequeña lata blanca con una cruz roja, la abrió y suspiró de alivio al ver las vendas, medicamentos y demás.

Salió del baño y se sentó en la orilla de la cama. Sacó un poco de algodón y alcohol, mojó el suave y blanco material con aquel líquido transparente y lo pasó por las heridas en el rostro de Dean. Tenía un corte en el pómulo derecho, una ceja partida y algo de sangre en la comisura de su boca.

Intentó incorporarse luego de que el rubio le curara el rostro, pero el abdomen también le dolía.

Se quitó la camiseta observando su abdomen lleno de moretones y uno que otro corte. Se sintió intrigado al notar que su contrario se sonrojó.

Lysandro reaccionó y agarró una pomada del botiquín, se puso un poco en los dedos y con las manos temblorosas y la cara roja a más no poder fue esparciéndola con delicadeza sobre el no tan marcado abdomen de Dean recibiendo una que otra queja por el dolor.

Al terminar envolvió su torso con una venda y finalmente ya estaba curado, o bueno, sus heridas ya no corrían riesgo de infectarse.

—¿Y tú? También estás herido —mencionó el castaño.

—Ah… sí, no te preocupes. Luego me las arreglo —sonrió encantado al castaño.

—Muchas gracias… amm…

—Lysandro, me llamo Lysandro —se presentó.

—Muchas gracias por ayudarme Lysandro, yo soy Dean.

—Mucho gusto.

Y ahí lo supo. No podía dejar a Dean solo, debía cuidarlo a toda costa y estar ahí para él cada que lo necesitara, no lo iba a abandonar, no ahora que finalmente lo conocía “bien”. Iba a estar con él pase lo que pase, no por nada era un ángel.

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8,015 palabras.

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