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3

Lucy se acercó algo nerviosa al par de chicos a sabiendas que si su superior los veía iban a ser castigados de la peor forma.

—Lysandro… —llamó en un tono bajo—. Debemos irnos.

Una extraña sensación recorrió el pecho del castaño y se recriminó a sí mismo, él no era gay, y ya tenía novia, aparte de que no conocía a ese rubio. Se estaba volviendo loco.

—S-sí —volvió a la realidad—. Adiós.

Dean intentó detenerlo mientras le hablaba, le tocó la muñeca y una calidez lo envolvió como si los rayos del sol le acariciaran hasta cubrirlo con su agradable calor.

—¿Te veré en clase? —preguntó ilusionado.

—Lysandro, vámonos —insistió Lucy preocupada mientras veía a su grupo alejarse.

Al rubio me le dio tiempo de responder ya que fue prácticamente arrastrado por su amiga hasta que llegaron nuevamente a la altura de su grupo dejando la pregunta de Dean sin responder.

¿Qué había sido aquello? No podía dejar de pensar en los ojos verdes del castaño que lo había atrapado, y sabía que estaba mal, aún no olvidaba el castigo que recibiría si aquel momento salía a la luz o llegaba a los oídos de los demás.

Siguieron viendo a su alrededor durante un rato hasta llegar a un parque un tanto solitario.

—Pueden descansar —informó le arcángel Gabriel—. Nos quedaremos aquí una hora, pueden comer o algo así, pero nada de acercarse a los humanos.

Sin más que decir el hombre se alejó con sus compañeros dejando a los ángeles en el parque a una no muy grande distancia.

—¿Qué rayos fue eso? —preguntó Lucy en un susurro alejándose de sus compañeros.

—¿Qué fue qué?

—Eso, lo del castaño ese…

—Ah, no sé, es que chocamos y luego… no sé que pasó —respondió nervioso—. No le digas a nadie, por favor. Mucho menos a mí mamá —puso las manos en la posición para rezar suplicando con ojos de cachorro.

—Por Dios, ¿me crees una soplona? Eres mi mejor amigo, obvio que no te voy a delatar —le dio un pequeño zape con una sonrisa dulce.

—Eres la mejor —sonrió.


.°• † ‡ † •°.


El día había pasado bastante rápido, habían ido a uno que otro lugar de aquel mundo tan diferente al suyo y habían descubierto una fase nueva del mundo que su padre había creado.

En ese momento, Lysandro se encontraba nuevamente en su cuarto mientras miraba el techo acostado. Jugueteaba con su colgante que siempre llevaba al cuello y pensaba a la vez.

No entendía que había pasado con aquel humano, no tenía ni idea de porqué su tacto le había parecido helado pero cálido a la vez.

Los ángeles irradiaban un luz muy leve que provocaba calidez, por lo que el tacto de otros seres como en este caso un humano les resultaba helado y se les hacía imposible soportar aquel cambio de temperatura.

Pero sorprendentemente, a Lysandro no le había molestado ni lastimado el agarre de Dean. No podía dejar de pensar en eso.

Se alborotó sus mechones de cabello con una mano mientras suspiraba, tenía tanto que descubrir aún.

El mundo humano le había parecido muy diferente a como lo había visto hacía apenas unos años, y eso era porque el tiempo en el cielo pasaba mucho más lento que en el mundo humano, era algo raro y difícil intentar calcular la diferencia del tiempo ya que habían veces que era diferente.

Abrió el libro que tenía al lado de su cama y lo abrió, era aquel libro sobre los ángeles guardianes.

Los ángeles guardianes poseían la habilidad de abrir pequeñas gritas entre el mundo celestial y el mundo de los humanos para supervisar al humano que le tocaba cuidar.

Algunos ángeles comunes también son capaces de tener esta habilidad pero no es muy común que esto pase.

Cada página que leía le daba más ganas de ser un ángel guardián, volvió a leer el último párrafo y se paró de su cama algo ilusionado.

Puso el libro sobre su cama y extendió sus manos mientras cerraba los ojos. Imaginó aquella grieta como pensaba que se vería y apretó sus ojos, luego de unos segundos los abrió y observó lo que había frente a sus palmas abiertas.

Nada, no había absolutamente nada frente a sus manos.

Resopló algo frustrado mientras volvía a su cama con los brazos cruzados y volvió a agarrar el libro.

Una cualidad que todos los seres celestiales poseen es la habilidad de abrir portales entre el espacio y el tiempo, o sea, de transportarse a cualquier parte del mundo.

Resulta complicado y cansado abrir uno. Solo basta con dejar la mente en blanco y cuando una luz aparezca significa que haz tenido suerte.

Se levantó de nuevo emocionado, extendió su mano y dejó su mente en blanco, sintió una energía recorrer su cuerpo y un pequeño destello apareció, parpadeó un par de veces y luego despareció.

Lysandro volvió a resoplar y cuando estaba volviendo a intentarlo Lucy apareció en su ventana.

—¿Qué haces? —preguntó divertida sobresaltando al castaño.

—Nada —suspiró—. ¿Qué haces aquí?

—Bueno… noté que estuviste algo desanimado hoy ya que no pudiste seguir hablando con ese humano, y adivina qué —sonrió abiertamente—. ¡Tengo la solución para que puedas ir al mundo humano durante unos minutos!

—¡¿Enserio?! —una sonrisa apareció en sus labios y fue a abrazar fuertemente a su querida amiga.

—Sí, sí, lo sé, soy la mejor —dijo en broma.

—¿Cómo funciona?

—Bueno… según lo que me dijeron solo te pones este collar y debes imaginar el lugar o la persona a la que quieres llegar y apareces ahí. Pero tu cuerpo se queda aquí por lo que nadie ahí te puede ver u oír y aquí estarás en estado físico en una apariencia dormida. Así que nadie notará tu ausencia —explicó.

—Genial —murmuró.

—Sí. Bueno, supongo que quieres ir ya. Procura no volver muy tarde, nos vemos mañana —se despidió dándole el collar y saliendo por la ventana.

El collar era de oro, tenía una pequeña espada grabada en él que parecía resplandecer y tenía pequeños raspones mostrando lo antiguo que era.

Sin más preámbulos se lo puso en el cuello, se acostó en su cama y con una mano cubriendo el collar se imaginó aquella calle en la que había visto al chico castaño.

Sintió desvanecerse y de repente ya estaba ahí, bajo las luces de los faroles que lo alumbraban tenuemente. Ahora solo debía buscarlo.

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