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1: Antecedentes


1: Antecedentes

Crisis social, inestabilidad política, decadencia económica. Un mínimo de la sociedad lo tiene todo y la gran mayoría se mata para sobrevivir. Cuando parece que la cosa empieza a mejorar, el eterno círculo vicioso comienza otra vez.

No es el mejor ambiente para traer niños al mundo, pero la ignorancia sobre la planificación familiar también es grande. La vida continúa de todas formas, el conformismo se apropia de las grandes masas, que cada vez son más grandes.

La migración a los países vecinos, y a otros mucho más lejanos, separa familias y crea más inestabilidad, esta vez emocional. Los grupos se fragmentan, las personas pelean, las necesidades no se cubren. La calma dura poco y la lucha no acaba.

***

El sonido exagerado de las botellas de vidrio chocar unas contra otras hizo que Kyungsoo se asegurara que no había cometido ningún error que tuviera que pagar. Colocó con un poco más de fuerza de la debida una de las cajas de refrescos sobre otra. El peso le hizo soltarla antes de tiempo, pero nada grave sucedió.

Ese día llegó una hora antes, para poder salir más pronto de lo normal. No quería tener ningún disgusto, para que el encargado del supermercado donde trabajaba le siguiera teniendo buena voluntad, permitiéndole cambiar sus turnos cuando lo necesitaba. De todas formas, no era el único que trabajaba en la bodega.

Poco después, otro de los chicos llegó para marcar justo a la hora. Se puso su mandil y sus guantes, saludó con todos y empezó a trabajar. Kyungsoo lo observó por un segundo con el rabillo del ojo, pero no podía descansar, así que continuó con sus actividades. Tenía que marcharse pronto, no había tiempo para distracciones.

La paga era buena, pero necesitaba más que su sueldo en el supermercado para sobrevivir. La hora de salir llegó y marcó en punto. Caminó entonces hasta su más que humilde hogar, evitaba siempre que podía gastar en medios de transporte, mientras la hora era decente. Descansó por un momento, escondió todas sus cosas preciadas y salió para la construcción. Ahí, se hacía cargo del inventario y, la mayor parte de las veces, de organizar materiales, cargando todo y acomodándolo para que los albañiles no desperdiciaran nada o se confundieran.

Finalmente, cuando empezaba a oscurecer, Kyungsoo se colocaba su gorra y su capucha y caminaba por estrechas callejuelas hasta una parte bastante animada del centro de la ciudad. Entraba por una puerta de metal oxidada y bajaba por las escaleras hasta su último trabajo del día: un bar clandestino.

No servía los tragos, no se encargaba de las apuestas o manejaba a las prostitutas como la mayor parte de la gente que colaboraba con el lugar. Él era el peleador estrella. Entró y avanzó por el desagradable y maloliente pasillo, colocándose una máscara. Jamás permitía que vieran o reconocieran su rostro. No quería incómodos encuentros en durante el día.

Todo era ilegal y clandestino, pero muchos policías se hacían de la vista gorda, especialmente si podían obtener par de las ganancias de la noche, apostar con ventaja o tener un poco de entretenimiento. Por eso prefería el anonimato. Eso, y evitar a toda costa otras peleas, como venganzas callejeras o ser reconocido y perder sus otros trabajos. A penas le alcanzaba para vivir, no podía darse el lujo de dejar de recibir cualquiera de sus ingresos.

Kyungsoo dejó la casa donde nació muy joven. No sólo porque era una carga para sus padres, también porque el ambiente no era el mejor. La miseria convertía a las personas, a veces las hacía más solidaras, a veces las deprimía, a veces las hacía violentas y otras oportunistas o abusivas. Él lo había experimentado casi todo.

***

Con tres trabajos a medio tiempo y uno informal, Jongin era capaz de reunir para un nuevo semestre. Su carrera de cuatro años se convertiría en una de ocho o más, pero no había otra opción. La inexistencia de una educación superior gratuita lo había empujado a tener que trabajar un semestre entero para poder pagar el siguiente.

Su familia lo echó de su casa cuando se enteraron guardaba casi todo el dinero que conseguía trabajando para poder pagar sus estudios. Lo creían un iluso, lo criticaban y lo atormentaban por su decisión. Incluso si hacía más que cualquiera de sus hermanos, sus padres siempre lo presionaban para que dejara sus intentos de superación académica y pusiera finalmente "los pies sobre la tierra".

Fue así como terminó viviendo por su cuenta, en un cuarto pequeño de una casa particular. La dueña era una anciana amable y solitaria que le permitía residir ahí a cambio de una cómoda cantidad de dinero y encargarse de ciertos quehaceres domésticos que ella no podía solucionar por su cuenta. Cambiaba bombillas de luz, regaba las plantas de la parte de afuera, pintaba paredes, arreglaba detalles o colocaba cuadros. Cualquier actividad recibía una recompensa o un descuento en el arriendo del mes. Ese era su trabajo informal.

Los otros tres, colmaba todo su tiempo, pero eran muy flexibles con los horarios y el hecho de recibirlo cuando se ausentaba un semestre entero para asistir a clase. Trabajaba en la biblioteca acomodando libros los fines de semana. Por las noches, lavaba platos y limpiaba mesas de un café y el resto del tiempo cargaba cajas y acomodaba productos en un supermercado. Ese era el único trabajo que no dejaba durante sus estudios.

Su sueño más grande era terminar su carrera y escapar de aquel país, atascado en la pobreza y lleno de situaciones sociales y económicas inestables. También quería huir de su propia crisis emocional. Sólo se iba a sentir satisfecho consigo mismo todos los días si lo conseguía.

Jongin corrió para marcar su entrada justo a tiempo. Se colocó su mandil y sus guantes. Saludó a todos cordialmente y se puso a trabajar. Le asignaron ese día acomodar todos los detergentes y productos de limpieza del hogar. Debía colocarlos en el pasillo cinco, doblar las cajas y marcar los precios de los productos que no tenían. Si lo hacía todo a tiempo, podría salir cinco minutos antes para llegar al café a tiempo. Su jefe en el supermercado era flexible con los buenos trabajadores y él era uno de ellos.

Eran las seis de la tarde cuando llegó a su siguiente destino. Una interminable cantidad de platos, tazas, cucharas y otros cubiertos se paseaban por sus manos, mientras él enjabonaba y enjuagaba de manera casi automática. Marcaban las ocho de la noche cuando todo quedó reluciente y él pudo salir hacia su casa.

El trayecto en autobús no era muy largo, pero prefería tomarlo, porque en la oscuridad, la ciudad se volvía mucho más atemorizante y peligrosa. Llegar a casa y lanzarse sobre su colchón era lo más reconfortante del día.

Y así, el tiempo seguía pasando para todos. 

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