La lluvia caía y deseé ser ella.

Gotas y gotas, cayendo inalcanzables, fluyendo todas a la vez, como si fuesen una sola entidad. Y es que, tal vez lo sean; digo, se les llama lluvia, aunque esté compuesta por incontables gotas de agua, se les llama por un solo nombre que las globaliza.

Es como a las personas, a todas se nos nombra como humanidad, aunque seamos millones de personas, tan distintas que no parecemos de la misma especie.

Un solo nombre, para denominar miles de cosas. Me parecía tan extraño. Tan innecesario. Pero supongo que todo debía poseer un nombre, para evitar confusiones.

Observé como las gotas, una por una, se estrellaban contra los techos, los pisos, las personas que deambulaba por la calle, caían sobre sus ropas, mojando la tela, incomodando a la gente, como burlándose de ellos. Sonreí un poco, y deseé ser una de ellas, de esas gotas inalcanzables que parecían no agotarse, que fluían y caían, que mojaban y reían, viviendo sus cortas existencias, felices. Sentí la envidia colarse en mí y que patético me pareció. Pero es que, nada más pensar en que podían caer libremente, sin preocupaciones, sin impedimentos, sin pensarlo… y yo deseaba ser una de ellas.

Fue insoportable, casi hasta desquiciante. Y quise llorar de frustración. No era justo. Pero, ¿qué lo era?. Aquí, vivía el que menos lo merecía, y que nos jodan a los demás.

Los pobres trabajaban y los ricos ganaban por nuestro esfuerzo. Los criminales gozaban de libertad, y los inocentes eran encerrados. Las buenas personas morían con enfermedades espantosas y los que realmente merecían morir… gozaban de salud.

Nada era justo y a veces, me encontraba imaginando como sería ser una cosa. Algo inanimado. Sin pensamientos, ni sentimientos. Cosas que solo existen para cumplir la misión para la que fueron hechas y ya.

Era insoportable, saber que mientras uno tenía que sobrevivir, ellas solo existían.

Yo deseaba existir.

Me levanté de la silla del local donde me encontraba refugiado y salí a la intolerable lluvia. Frustrado y casi tan furioso como si esta me fuese insultado.

Caminé, empapándome, sin rumbo fijo, solo andando. Daba zancadas fuertes contra el suelo, con el cabello goteando como si acabara de salir de la ducha. Y después de un rato, me detuve mirando alrededor, estaba oscureciendo, y comenzaba a hacer frío, sin embargo, la lluvia seguía, y no parecía que fuese a detenerse en un futuro inmediato. Me encontraba en una especie de parque, y no había casi nadie, no veía a nadie más a parte de unos cuantos caninos escondidos en las casitas para juego de los niños, tratando de escapar del agua. Alcé la mirada, el cielo ennegrecido, y las gotas chocando directamente en mi rostro. Y grité en frustración. Casi podía escucharlas reírse de mí. Burlándose, orgullosas de ser, de existir sin impedimentos.

Pateé el suelo y grité, como un crío enojado porque no le daban lo que quería.

Las aborrecía, las odiaba.

No podía soportarlas.

Horas más tarde me encontraba tirado en mi cama con las sabanas hasta la cabeza, temblando del frío, seguro me daba un resfriado por actuar como un niño de cinco años.

La lluvia seguía fluyendo afuera, podía escuchar el golpeteo constante de las gotas contra el techo. Cerré los ojos.

Estúpida, insoportable lluvia.