Epílogo.
Amber Williams
Observo a John descansar bajo la sombra del árbol mientras miles de pensamientos rondan mi mente sin cesar. Menos mal que él no sabe leer pensamientos, sino ya estaría actuando en defensa propia, pues lo que merodea por mi cabeza refleja fuerza, traición, competitividad...pero también otorga el puesto ganador en supervivencia.
Zarandeo mi cabeza y empapo mi rostro con el agua recogida del río para intentar deshacerme de esos malos pensamientos. Si permito que vaguen y me torturen, conseguirán volverme rematadamente loca. Si no lo estoy ya.
Comienzo a preparar algo para cenar. Esta mañana emprendí una búsqueda de setas comestibles, y dicho y hecho, encontré. John me había comentado que me fijase en el color, la forma y la textura para saber si serían o no venenosas. Y así hice.
Las coloco a la brasa sobre el ardiente fuego que desprende la hoguera que construimos el primer día y las muevo con un trozo de madera para que se cuezan correctamente.
Escucho pasos detrás de mí. Alzo la vista y veo a John frotarse los ojos, y acto seguido echarse agua en el rostro.
—¿Qué estás cociendo? —pregunta confuso.
—Setas —me limito a decir.
Él traga saliva temeroso. Su mirada se clava en la mía y lo aparta del fuego.
—¿Qué pretendes?
—¿Qué? —frunzo el ceño.
—¿No querrás envenenarme no? —abro los ojos como platos ante su pregunta y me pongo en pie.
—No creo que te envenene cuando tú mismo me diste las indicaciones para la selección de las setas. Pero si dudas de mí, busca algo que comer, porque yo no pienso hacerlo.
Mis palabras le pillan por sorpresa. Y sin articular palabra alguna, se sienta en uno de los troncos que incorporamos alrededor de la hoguera para simular un campamento y simbolizar la unión entre campistas, algo que entre nosotros ha dejado de existir.
Comienzo a comer. El sabor y la textura de las setas resulta verdaderamente delicioso con tan sólo llegar al paladar. Nunca pensé que las probaría cocidas de este modo pero están de vicio. Devoro algunas más hasta quedarme realmente llena y siento que mi estómago va a estallar en cualquier momento. Por ello, decido recostarme bajo mi lado de la caseta. Cierro los ojos pero con disimulo los abro pudiendo observar a John comer. Está hambriento.
—¿Ahora también piensas que están envenenadas? —cuestiono desde mi postura de confort.
Me observa en silencio y sin más dilación, prosigue su labor. Devora las setas de un modo inexplicable, a una velocidad realmente incontable. Parece un animal salvaje, un vil león que ha atrapado a su presa y le hinca el diente sin darle tregua.
Decido ignorarle, ya que no presenta intención alguna de contestar. Vuelvo a repetir la maniobra pero esta vez no los abro, quedándome prácticamente dormida.
Unas horas más tarde...
Me desperezo y abro los ojos frotándolos con mis manos. Siento una especie de cuerda apretar mi cuello y rápidamente llevo mis manos a él.
—J...John —intento gritar pero me resulta imposible.
Sin más, opto por alzar la vista mientras intento deshacerme de este agarre que puede acabar con mi vida en milésimas de segundo. Y ahí está él, sujetando la cuerda a punto de ahorcarme.
—¿Qué...qué haces estúpido? —gruño procurando zafarme del agarre que tanto me imposibilita.
—Hago lo que tú misma estabas pensando hacer.
Abro los ojos como platos y no sólo por la sorpresa que su contesta me acaba de producir, sino porque verdaderamente mi sospecha era cierta.
—Suéltame —suplico.
—Si pensabas que ibas a deshacerte de mí tan fácilmente, te equivocaste bonita.
Intensifica aún más el agarre cortando prácticamente mi respiración y comienzo a flaquear. Mis fuerzas se tambalean. De repente, me levanta sosteniendo mis manos mientras intento crear un forcejeo. Pero es imposible. Aprieta y siento dolor, mucho dolor. Y sin esperar lo mejor, me suelta lanzándome contra el húmedo suelo de tierra.
Llevo mis manos a mi cuello y sollozo realmente aterrorizada. Acaba de intentar asesinarme, no sé si para darme miedo y que le tenga más respeto, o porque quería acabar conmigo mientras dormía.
—Maldito capullo —musito con un hilo de voz.
Me observa desde las alturas con una actitud de superioridad impresionante, pero a pesar de lo ocurrido, no me acojona. Ahora más que nunca, mis pensamientos han de llevarse a cabo cuanto antes. Si vuelvo a perder el hilo, amaneceré con el pie puesto en la tumba.
Las horas siguen pasando con una lentitud interminable. Comienza a anochecer y procuro no bajar la guardia. Preparo algo de comer como disimulo mientras planeo lo que quiero hacer. Esto sí que no se lo tolero.
Giro mi cabeza y le encuentro afilando la lanza que fabricó el primer día. Trago saliva y me dispongo a seguir con mi labor. Sirvo la comida sobre una piedra lisa y bañada en agua, y se la coloco ante sus ojos. Alza la vista para observarme y no dudo ni un solo segundo en desafiarle.
—¿Ahora sí me quieres envenenar no? —musita riendo a carcajadas.
—No —contesto.
—¿No?
Giro sobre mis talones y le miro fijamente a los ojos. Su mirada fría y calculadora me reta, pero la mía tampoco se queda atrás. ¡Duelo de titanes!
—No, aunque quizás debería —digo sarcásticamente— pero lamentablemente existen mejores formas de asesinar a alguien. Envenenar es de novatos.
Le guiño el ojo y me dispongo a coger mi comida. El silencio que cubre el ambiente es asolador. Arrasa con todo, pues ni siquiera se escuchan los ruidos naturales que las noches anteriores solíamos oír.
Devoro la comida nuevamente mientras mi cabeza maquina cómo he de acabar con esto. Al fin y al cabo, él me enseñó todo lo que necesitaba saber de supervivencia. Sé cazar, construir objetos, buscar cualquier cosa que pueda ser comestible. Ya no peco de ingenua. Mis conocimientos se han amplificado con sus clases acerca de cómo hay que sobrevivir en una situación de tal calibre.
Lamentablemente, no todas las historias acaban bien y esta es una de ellas. Tras el hecho anterior con su intento de homicidio hacia mi persona, por mi mente no han dejado de deambular ideas sobre cómo podría acabar con su vida de golpe y porrazo. Sin embargo, mis pensamientos van más allá.
Observo cómo duerme con la lanza recién afilada a su lado. La miro con detenimiento y algo en mi interior me dice, o más bien, me grita que me apodere de ella. Y así lo hago. Me acerco de puntillas, sin apenas hacer el más mínimo ruido, y la cojo justo cuando se mueve. Gira sobre sí mismo quedando de espaldas a mí. Este es el momento.
Una sonrisa se esboza en mi rostro mientras sujeto con fuerza y precisión su valiosa lanza. La alzo sobre mi cabeza y cuando ya estoy dispuesta a clavársela, vuelve a girarse quedando con su corazón al descubierto, apuntando al cielo.
Cierro los ojos y con toda la fuerza que mi alma me permite, clavo la lanza en su corazón justo cuando abre los ojos y ahoga un grito de dolor.
—Lo siento, John.
Observo su figura que ahora yace desangrada y pálida. Aparto la lanza ensangrentada de su cuerpo y la lanzo al río. Asimismo, realizo la misma acción con él, pues prefiero vivir sola, atrapada y perdida en una selva amazónica de la cual jamás podré escapar, que vivir acompañada por alguien que clavó la estaca cuando menos lo esperaba.
Y sí, sonará egoísta e incoherente. Pero tengo claro que jamás habría hecho realidad mis pensamientos si él no hubiese atentado contra mi vida.
Por otro lado, considero que la supervivencia es un juego, y quien mejor juega, gana la batalla. Y en este caso, gané yo. Pero es cierto lo que dicen las leyendas urbanas que tanto narran los ancianos de Tennessee: el amor también puede ser traicionero, pues siempre te clava la espina quien menos te lo esperas.
Esta historia va especialmente dirigida a la Editorial_Lion, pues es la historia que he realizado de mi puño y letra para la tercera fase del concurso.
Con respecto a mis lectores/as, espero que os haya gustado esta trágica historia. Fue un tanto complicado para mí escribirla porque jamás había escrito una historia corta, pero...¡para todo hay una primera vez! Y la experiencia ha sido bastante intensa.
PD: Gracias por seguir aquí.🥀
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