Las gotas siguen cayendo del cielo. He cerrado la puerta. Quisiera decir que te has ido con todo lo que hay detrás de ella, pero sería mentir y no miento, al menos no a ti.

La verdad, estos días sin ti no he estado mejor. Ni siquiera remotamente bien es un término que me defina.

Te has ido, razón de mi vida.

Es gracioso como una puede enamorarse y aún así nada se acerca a lo que sentí por ti.

Recuerdo la primera vez que me dejé engatusar por el amor, y nada se compara a ti.

En mi primer flechazo, creí que podría tocar el cielo.

Eso se acabó. El amor romántico tiende a ser efímero en un mundo en el que todos le temen a la eternidad. Un mundo con miedo al significado detrás de unas pocas palabras que sellan el destino de las personas. Un "te amo" en la actualidad es tan falso como cada mentira que viene después de esas cortas letras.

El segundo amor fue más estable, pero también fracasó. Creía con vehemencia que, tal vez, yo no estaba hecha para amar. Tal vez era una máquina con un corazón destrozado que ya no podría sentir nada más.

Entonces llegaste tú.

Te volviste rápidamente en el pincel de mi mundo monocromático.

Recuerdo tomar tus manitas frágiles y a la vez fuertes entre mis dedos, y el cómo sentí la conexión de madre e hija en cuanto atrapaste entre tus dedos regordetitos mi dedo índice.

Samarí, eras esa niña que con risas atrae a las mariposas. Que con una mirada al cielo lo plaga de estrellas.

Amabas caminar descalza en el pasto porque creías firmemente que así te conectabas con la naturaleza.

Eras una hada de alas cansadas, pero que siempre protegías con valentía las flores de tu jardín.

Vivías oculta en un castillo de letras y tinta y con tus sonrisas la primavera se sentía atraída a plagar de flora etérea la tierra.

Eras un ángel. Un ángel que creció en mi cuerpo. Un milagro que intenté proteger con mi vida.

Odio admitir que fallé.