Si la vida te da limones, exprímelos en los ojos de la vida
Comencé el día volando por los aires.
Miren, una cosa buena debo reconocerle a este universo: ese extraño muro de escalar giratorio que tienen es increíble.
Más seguro que el muro de escalar con lava y rocas chocantes del mío, pero igualmente divertido.
Los chicos, como los salvajes que son, se golpeaban y pateaban entre ellos mientras desesperadamente luchaban por asirse a las agarraderas que entraban y salían de los muros en el camino hacia la cima.
Los espectadores gritaban y vitoreaban alrededor de las gradas, lo que me resultaba agradable, aunque un tanto incómodo.
En todo el tiempo que llevaba en ese universo, no había visto una sola camiseta naranja del campamento mestizo, y para ese punto ya me había resignado a que no encontraría ninguna.
Eso sí, entre los espectadores habían chicos que de verdad aparentaban doce años... aunque estaban rodeados de "chicos" de unos dieciséis que parecían pasar de los treinta. Supongo que la sensación de ser un "adolescente" protagonista de Power Rangers no iba a desaparecer mientras estuviese en aquel mundo.
También habían ancianos, lo que, admito también, me agradaba en cierto modo. Ese campamento mestizo parecía un tanto más completo, más multigeneracional, como si más allá de un campo de entrenamiento, realmente se pudiese hacer una vida allí... lamentaba que mi campamento no tuviese eso.
Mientras contemplaba el monumento giratorio que se alzaba ante mí, escuché pasos a mi costado, y Clarisse La Rue entró corriendo al escenario.
—Oye, que bueno que estés aquí para verme ganar—dijo con voz entrecortada, acomodándose las mangas a toda prisa.
Sonreí ladino y señalé la torre.
—Adelante, entonces. Disfrutaré dándote una buena dosis de humildad.
Clarisse en este mundo era... diferente.
No era la mala matona del campamento, sino más bien una jodida repelente.
En mi mundo, era alguien muy dura que constantemente se veía en la necesidad de establecer dominancia por miedo a la ira de su propio padre, aún así, seguía siendo una buena líder cuando no se dejaba llevar por sus emociones y se preocupaba por sus amigos y soldados a su mando. Después de todo, era la luchadora estrella del campamento, nuestra propia Aquiles en la guerra que libramos contra Crono.
Aquí era una hija de puta por el mero placer de ser una mierda de persona... por no mencionar que se veía como alguien bastante promedio, en lugar de la grandullona belicosa que conocía en mi mundo.
De cualquier forma, echamos a correr hacia la pista de obstáculos, salté por sobre la primera barra transversal y me colgué de una de las escaleras de cuerda que giraban alrededor.
Las paredes estaban equipadas con una serie de tubos y palos con punta roma y acolchada que salían disparados cada cierto tiempo, golpeando a los desprevenidos campistas y mandándolos a volar.
Un chico salió despedido y terminó mordiendo el polvo, a lo que la voz de Grover respondió en algún lugar entre el público:
—Allí va otro.
—¡Eso Percy!—animó Annabeth.
¿Debería mencionar que ahora Annabeth tenía el cabello rubio?
Ya ni siquiera voy a preguntar.
—¡Tu puedes Percy!—vociferó Grover, mientras yo seguía trepando—. ¡Aposté cincuenta dracmas a que ganarías!
¿Grover apostando? No debería sorprenderme, considerando como reaccionó al saber que iríamos a un casino en Las Vegas, pero seguía siendo incomodo pensar en mi viejo amigo el chico cabra como un apostador.
Vayamos por otro nuevo añadido, el señor D estaba por allí.
Miren, de entre todas las cosas que este universo había hecho diferente, su omisión en mi primera aventura era lo que menos había lamentado. No estaba especialmente alegre por verlo de regreso, considerando que su gusto en moda era prácticamente el mismo de siempre.
Estaba cerca de la cima cuando Clarisse mostró su cara del otro lado de la torre.
—¿No te cansas de perder, Jackson?
—Siendo franco, creo que ya gané suficiente por un tiempo. Hubiese preferido quedarme en casa durmiendo, pero el trío de viejas del destino tenía otros plan...
Ella empujó una de las barras que atravesaban la estructura con fuerza suficiente como para romper mi agarre con el brazo izquierdo, dejándome colgado de una mano.
—Grosera...—murmuré.
Empujó otra barra, haciéndome caer ligeramente hasta que logré asirme de una nueva barra, de la cual tiré con fuerza. Clarisse estaba apoyada en la misma en su lado, por lo que su pie resbaló y terminó cayendo mientras soltaba un chillido.
—Consejo—reí—. Siempre mantén tres puntos de apoyo en la pared mientras trepes. ¿A quién se le ocurre poner todo su peso en un sólo sitio?
Concluí mi ascenso llegando a la cima de la torre. El público comenzó a vitorear más fuerte, aunque, como no, no era a mí a quién aclamaban.
—¡CLAAARISSEEEE!
—¡Clarisse!
—¡Clarisse!
—¡Clarisse!
Entonces, un pobre diablo resbaló al mero principio del circuito y se las arregló para acabar con una pierna atada entre las cuerdas de una escalera de mano, comenzando a ser arrastrado por el aire.
—¡Ayúdenme!—chilló.
El sujeto se revolvía de una forma muy dramática, pero perfectamente podría haber sido hijo de Zeus, porque tanto teatro era excesivo. No había nada con lo que pudiese golpearse, no estaba en peligro de perder la pierna, y la carrera terminaría antes de que perdiese el conocimiento por la sangre en su cabeza.
Miré la medalla que funcionaba también como linea de meta. Si ganaba, el mecanismo del circuito se detenía y el desgraciado era libre. Era un ganar ganar.
"Ayúdalo"—dijeron las Moiras en mi cabeza.
—Oh, buenos días, ¿cuánto tiempo sin vernos?—dije con fingida emoción—. Si están aquí, asumo que es porque mi siguiente misión está a punto de comenzar. Qué gracioso, pensé que nos tardaríamos un año para ello. Avanzamos rápido, ¿no creen?
"Ve y ayúdalo"—insistieron las viejos.
—Lo ayudaría sin pensármelo si estuviese en peligro, pero yo lo veo bastante bien. Por no mencionar que ganando logro que...
"No era una pregunta"
Suspiré.
—Ya sé que no lo era...
Eché a correr y me arrojé de la torre con un salto.
En cuento hube caído en una de las múltiples plataformas giratorias, me así a la escalera de cuerda y tiré de ella para acercarla a mí mientras extendía la otra mano.
—Por el amor de los dioses... ¡Deja de ser tan dramático y toma mi mano!
El sujeto (creo que se llamaba Tereo), se las arregló para sujetarse y con un tirón lo volví a poner sobre sus pies.
¿Había desperdiciado mi tiempo?
Sí.
¿Había perdido la carrera?
Definitivamente.
¿El sujeto realmente necesitaba de ayuda?
En lo absoluto.
Pero me sentí un poco realizado. Era bueno ser bueno, y a la gente buena... siempre le pasan las peores cosas.
Una barra transversal me golpeó en cuanto me puse en pie y me mandó a volar.
¿Hola, reflejos de semidiós?
¿Instintos de batalla, están allí?
¿Qué pasó con mi hiperactividad y déficit de atención?
Rodé por el suelo y terminé echado mirando hacia arriba tumbado sobre un montón de grava.
—¡Gracias!—gritó burlón el imbécil al que acababa de ayudar mientras se alejaba.
—Vete al Hades...—gruñí.
—¡Percy!
Annabeth y Grover se acercaron para ver cómo estaba.
Entonces, andanadas de confeti cayeron del cielo, y el público comenzó a ovacionar por todo lo alto:
—¡Clarisse!
—¡Clarisse!
—¡Clarisse!
Me puse en pie con ayuda de Grover y Annabeth. Me dolía un poco el costado, pero había recibido golpes mucho peores, estaría bien.
En ese momento, mi persona menos favorita en el campamento bajó de la torre deslizándose en una cuerda y se volvió hacia mí.
—Oye, tengo una pregunta, Percy—dijo sonriente Clarisse, parándose frente a mí, arrogante—. Lo de tu primera cruzada, suerte de principiante, ¿no?
Annabeth colocó los brazos en jarras.
—Clarisse, salvó el Olimpo, es más de lo que has hecho tú.
Clarisse se le quedó mirando en silencio por varios segundos antes de largarse echa una furia, empujándonos a Annabeth y a mí hacia un costado.
—Me da igual.
Mientras la mirábamos alejarse, Grover frunció el ceño.
—Aunque sea la hija del dios de la guerra, esa chica es una maldita perra.
—No le hagas caso, Percy—dijo Annabeth.
No pude hacer más que reír, más que nada porque Grover maldiciendo no es algo que se vea todos los días en mi universo.
—Siendo franco, creo que tiene razón en una cosa—sonreí con cierta nostalgia—. Tuve mucha suerte en mi primera misión.
Suspiré recordando aquellas épocas más sencillas, en donde, para empezar, estaba en mi propio universo.
—Pero has completado más de una cruzada—insistió Grover—. Recuperaste la carroza robada de Ares.
Me quité los guantes, recordando como, en mi mundo, esa misión no había sucedido sino hasta después de mis quince años, bastante más adelante en la línea temporal que donde se supone me encontraba en ese momento.
En esa ocasión, habíamos sido Clarisse y yo la que recuperamos el carro robado de las manos de Deimos y Fobos. No obstante, en este mundo...
—No, en realidad fue Clarisse—señalé.
—¿Qué me dices del torneo pasado? Tú lo ganaste.
Negué con la cabeza.
—¿Clarisse?
Annabeth y yo asentimos.
—¿Los juegos del solsticio también? ¿La misión del dragón de bronce?
Annabeth le hacía señales en silencio a Grover para que se detuviese, pero a mí no me importaba.
En mi mundo, habíamos sido Annabeth, yo, Silena Beauregard y Charles Beckendorf los que lidiamos con el dragón...
Suspiré con cansancio y algo de tristeza. Aún tenía recientes las muertes de ambos, Silena y Beckendorf, víctimas de la guerra contra Crono.
Sea como fuere, me alegraba que alguien más se hubiese hecho cargo de aquellas misiones en esa realidad. No me molestaba en lo absoluto el poder hacerme un lado y descansar mientras otros lidiaban con ello, en especial si nadie había salido herido.
—No te preocupes, chico cabra, ya hice más que suficiente para toda una vida. Soy feliz teniendo algo de paz.
Annabeth asintió.
—Además, no importa que haya hecho Clarisse. Quirón y Dionisio saben que tu eres la estrella.
"Dionisio"
¿No había nadie en ese maldito universo que supiese pronunciar el nombre de Dioniso?
—¡Perry Johnson!
—Hablando del rey de roma... ¡Hey! ¿Qué tal, señor D?
El dios me rodeó cuello con un brazo y me llevó aparte tomándome por el hombro.
—Sí, como sea. Oye, tengo una muy importante tarea que encomendarte.
Parpadeé dos veces.
—¿En serio?
—Sí, es una crucial encomienda. Será agotadora. ¿Puedo confiar en ti?
La verdadera pregunta es, ¿puedo yo confiar en usted?
—Eh, claro.
—Bien, necesitarás esto.
Me tendió un rastrillo.
Miré la herramienta, preguntándome si no debería usarla para metérsela al dios por donde el carro de Apolo no brilla.
—A veces estos... estos eventos ensucian demasiado—dijo, y sin decir más se fue.
Me quedé un largo rato en silencio, mirando al suelo cubierto de confeti y al cielo que se oscurecía en las alturas.
—¿Por qué les gusta tanto joderme?—pregunté.
El destino no me dio respuesta alguna.
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