Luke cría vacas
Había olvidado lo incómodo que fue llegar con Tyson por primera vez al comedor.
Esta vez no fue diferente, las miradas poco discretas y los murmullos abundaban, aunque por fortuna nadie gritó sobre el asunto, por lo que tampoco tuve que fulminar a demasiada gente con la mirada.
Tyson, por su lado, comía... raro...
Claro, tenía el apetito de un cíclope. Pero había algo en su forma de moverse, en sus expresiones y en cómo se llevaba el tenedor a la boca que parecía actuado, ensayado para verse extraño y antinatural.
—Tú eres el súper-héroe, ¿no?—preguntó entre bocado y bocado—. Salvaste el mundo y así.
Grover nos observaba en absoluto silencio, comiendo lentamente mientras estudiaba nuestra conversación.
—Sí, más o menos—murmuré. No me sentía cómodo hablando de mi estancia en ese universo, pero tampoco podía no seguir la corriente.
Annabeth tenía sus ojos clavados sobre nosotros, sentada más lejos en otra mesa. Hacía tiempo que no pensaba en ello, pero era cierto, Annabeth aborrecía a los cíclopes por norma general, y supuse que, al menos en eso, la listilla que no es mi listilla se parecería a su yo de mi universo.
—¿Tu comida tiene pimientos?—preguntó Tyson a mi lado, un poco demasiado cerca de mi espacio personal para mi gusto—. ¿Los quieres?
Me encogí de hombros.
—Todos tuyos.
Sin esperar absolutamente nada más, tomó mi plato entero y lo vació sobre el suyo.
Parpadeé dos veces. ¿Para qué demonios me preguntaba por los malditos pimientos si iba a secuestrar todo mi desayuno?
No me gusta que se metan con mi desayuno.
—¿Es alguna clase de broma?—murmuré mirando al cielo.
—No, sólo tiene hambre—repuso Grover.
Rodé los ojos.
—El grandullón no, el trío de viejas que hilan mi destino. Puedo soportar tener un cíclope como hermano. Me alegro de ya no estar solo en mi cabaña. ¿Pero tenía que dejarme sin desayuno tan gratuitamente?
Tyson se mostró avergonzado, mientras sorbía ruidosamente de un jugo en caja.
—¿Lo siento?—se disculpó.
Suspiré.
—Está bien, grandote. Creo que lo necesitabas más que yo. ¿Qué piensas de por aquí?
—Amo tener un hermano—respondió sin titubear—. Gracias a papá que me trajo aquí.
Alcé una ceja.
—¿La Gran Trucha en persona? ¿Papá te trajo aquí?
Me miró atentamente con su único ojo.
—Aja... estaba en los bosques del norte. Un día, un tridente apareció sobre mí y luego se movió hacia el sur.
—¿Así que lo seguiste hasta aquí?—pregunté—. Suena a una larga caminata.
Se encogió de hombros.
—Brillaba.
Eché la cabeza atrás y solté una carcajada. Definitivamente eso era algo que el Tyson que conocía hubiese echo cuando nos conocimos, quizá incluso también en la actualidad. Podría ser el general en jefe del ejército del Olimpo, oficial al mando de los cíclopes, pero seguía siendo sólo un niño para los estándares de su especie.
Estaba a punto de decir algo más cuando la aguda y molesta voz de Clarisse me sacó de mis pensamientos:
—¡Guau! ¡Miren quién tiene un nuevo hermano!—dijo con fingida emoción—. Y veo que tienen los ojos iguales. Bueno... ojo.
Se echó a reír, y se escucharon algunas risas provenientes de otras partes del comedor. Me llevé una mano al bolsillo y traté de contar hasta diez.
Aún no había hecho mi siempre confiable numerito de hacer explotar las cañerías del baño de chicas, pero perfectamente podría iniciar en ese preciso instante.
—Deberías comprarle una bonita máscara—insistió Clarisse, mientras Tyson se inclinaba hacia su mochila y se ponía un par de lentes oscuros con los cuales ocultar su rostro—. En fin, ¿no te parece curioso que aparezca justo ahora? Tal vez Poseidón decidió que necesitaba otro hijo que lo... no sé... representara.
Me puse en pie, sacando mi bolígrafo letal. Suspiré con cansancio.
—Genuinamente, Clarisse, te quedaba mejor el concepto de bravucona grandota y maleducada que el de intento de mordaz e hiriente. Déjale ese trabajo a alguien más calificado.
Y justo antes de que desplegara mi espada, Tyson se puso muy tenso y habló en voz alta:
—Pesuña.
Clarisse se volvió hacia él.
—¿Disculpa?
Tyson permaneció impasible.
—Un toro está muy cerca.
Y ni bien terminó la frase, todo el pabellón se sacudió tras un violento golpe.
Luego, otra vez, y otra. El suelo comenzó a temblar y los impactos eran cada vez más frecuentes.
—Oh, ya era hora...—murmuré.
Clarisse se volvió hacia el resto de campistas.
—Algo pasa en la barrera.
Los chicos comenzaron a correr en dirección a las fronteras del campamento.
—¡Vamos rápido a la barrera!
En medio del caos, me detuve para observar a un único sujeto que permanecía tranquilo, impasible, sentado en su mesa mientras seguía comiendo.
Volví a suspirar con abatimiento. No se parecía a su contraparte de mi mundo, al menos no por edad, pero me figuré que sería mejor tenerlo vigilado, considerando lo que había ocurrido en mi realidad.
—Oye, Chris, ¿vienes?
Se volvió hacia mí lentamente, como adormilado.
—No, yo me quedo.
Me volví para seguir al resto. Era obvio que Chris Rodriguez ya se había pasado al bando enemigo, aunque este aún no terminaba de tan siquiera existir. Había mandado a volar a Luke desde el Olimpo hacia muy poco tiempo, y jamás dejó ni siquiera entrever la presencia de Crono en todo el asunto... ¿qué demonios estaba sucediendo?
También pensé en que, si el Chris de mi mundo había regresado al bando del campamento tras ser abandonado por Luke y rescatado, cuidado y haber iniciado una relación con Clarisse, al Chris de este mundo tal vez le compensase mejor quedarse en el bando de Crono. Era preferible a tener que aguantar a esta Clarisse por el resto de sus días.
Nos reunimos un nutrido grupo de campistas a unos cuantos metros de la barrera, del otro lado del campo de tiro. Explosiones de energía azul iluminaban el cielo cada pocos segundos lo que, he de decir, es un efecto visual mucho mejor que el que tiene mi campamento.
—Eso es increíble—sonrió Clarisse.
Hice una mueca. ¿De cuándo acá es increíble que haya un coso tratando de entrar al campamento con la fuerza suficiente para hacer temblar la barrera de Thalia?
A menos que lo que le gustasen fuesen las lucecitas. En dicho caso, estaba de acuerdo.
—¡Tranquilos!—dijo Grover alzando la voz para hacerse oír sobre los murmullos de la gente—. ¡La barrera resiste!
Entonces la barrera estalló en mil pedazos, cayendo fragmentos transparentes de energía en todas direcciones como si de esquirlas de cristal se tratase.
—Tenías que abrir la boca—murmuré.
Un gigantesco toro de bronce y ojos rubíes entró al galope sobre el campamento, bramando furioso mientras cargaba directamente contra nosotros.
Los campistas comenzaron a retroceder acobardados. No podía culparlos. Ni siquiera habían podido desayunar para cuando una mole metálica se les venía encima, estando todos desarmados. Por una vez, me figuré que una retirada táctica podría ser la decisión correcta.
—Toro de cólquide—dijo Annabeth a mi lado.
—¡Corran!—chilló Grover.
Fue la gota que colmó el vaso. Los campistas comenzaron a chillar y a huir en desbandada, sin orden o plan más allá de no ser aplastados. Eso los convertía en una presa fácil.
—Al menos es sólo uno—me dije a mi mismo, antes de cargar contra la bestia.
El toro bajó los cuernos y atacó. Me hice a un lado en el último momento, destapé mi espada y lancé un mandoble. El bronce celestial echó chispas y un corte no muy profundo apareció en la coraza del monstruo, que siguió su carrera sin inmutarse.
El animal mandó a volar a un pobre diablo con un golpe, pero en lugar de ensartarlo con sus cuernos, se limitó a darle un levantón con el hocico. Luego, cuando el chico cayó al suelo, saltó encima de él como si no quisiese hacerle daño.
¿Desde cuándo los toros autómatas asesinos son tan gentiles a la hora de atacar?
El toro siguió con su camino. Annabeth saltó hacia un lado para evitar ser arrollada y cayó al suelo.
—¡Percy!
Me lancé hacia ella y la puse en pie de un tirón.
—No tenemos tiempo para esto—gruñí—. ¿Dónde está Tyson?
Echamos a correr, pero la bestia emergió aplastando un cobertizo en cuanto doblamos en una esquina, tomándome por sorpresa y mandándome a rodar por el suelo.
Me recompuse como pude, a tiempo para mirar cómo los engranajes mecánicos del toro comenzaban a chirriar. Sus partes móviles se encendieron al rojo vivo y la mandíbula del autómata se desencajó para permitir que un lanzallamas emergiese desde su boca.
Era menos compacto, más lento e impráctico que los toros de bronce de mi mundo, pero mucho más genial. Esas vacas malas tenían estilo.
El toro comenzó retroceder lentamente mientras disparaba fuego a su alrededor, pero no estaba apuntando a nada que no fuera tierra seca, así que no entiendo qué demonios se suponía que estaba intentando hacer.
Mientras meditaba sobre ello, el chorro de fuego pasó a mi lado, así que tuve que girar por el suelo pata evitar las llamas. Y sí, sé que soy teóricamente capaz de bañarme en lava, pero no es como que por eso me guste irme prendiendo en llamas todo el tiempo.
Los campistas comenzaban a reaccionar finalmente, tomando espadas y lanzas desde los puestos dispuestos por el campo de entrenamiento.
Eché a correr tras el toro, a lo que se me unieron Grover y Annabeth, quien ahora llevaba una larga pica en manos.
—¿En dónde Hades está Tyson?—insistí—. Nos vendría bien un poco de fuerza de cíclope...
—Olvídalo, hay que encontrar su punto débil—rebatió Annabeth.
—¡¿Crees que tenga?!—chilló Grover.
Ni Annabeth ni yo le hicimos caso.
—¡Percy, distráelo por mí!—pidió ella.
—¡Tus deseos son ordenes!
Corrimos en direcciones opuestas para rodear al monstruo, quien se encaraba con un par de campistas en el centro de su cerco en llamas. Se descompuso al tiempo que giraba sobre sí mismo y rearmó su su estructura para una vez se hubo vuelto hacia sus enemigos.
—Lo dije antes y lo repito—silbé—. Esa vaca es increíble...
El problema (no para mí o los campistas, desde luego) era que se comportaba de forma muy pacífica. Una vez se volvió directo a los guerreros que le apuntaban con lanzas, se quedó parado sin hacer nada mientras echaba humo por la nariz, dándoles tiempo a sus enemigos de huir en perfecta calma.
Entré al cerco de fuego.
—¡Oye, por aquí!
Le di un golpe en el centro de la cabeza con mi hoja. Contracorriente se hundió levemente en su armadura, pero resbaló y fue repelida con facilidad.
Me lancé hacia atrás mientras la bestia pateaba el suelo, mirándome atentamente con aquellos ojos brillantes. Sus cuernos se descompusieron hasta convertirse en dos mortíferos mazos con pinchos que giraban sobre sí mismos a toda velocidad.
—Si tan sólo Beckendorf pudiera verte...—pensé en voz alta.
Annabeth se acercaba muy lentamente por el costado del animal, apuntando su lanza mientras buscaba algún lugar en donde encajarla.
El toro cargó contra mí de frente. Me hice a un lado y traté de cortarle en un ojo, pero fallé y me limité a echar chispas contra su coraza.
"En la línea original de este mundo, el toro te derribó"—mencionaron las Moiras en mi mente.
—¿Están diciendo que me quedé quieto como un imbécil cuando esa cosa se lanzó sobre mí?
"Eso mismo"
Seguí moviéndome alrededor del monstruo. Era frustrante tener un enemigo al que no podía vencer con mi espada, pero, al mismo tiempo, era el primer reto real que tenía desde que había llegado a ese universo.
Sus pinchos giratorios hendieron la tierra y los arboles mientras buscaba despedazarme con ellos, moviendo su cabeza violentamente de un lado a otro.
Annabeth aprovechó para atacar, hundiendo su lanza entre los engranajes expuestos en el lateral del monstruo. No obstante, lejos de causar algún daño, el cuerpo del toro trituró la lanza en el acto.
—¿Qué esperabas, listilla que no es mi listilla?—pregunté—. ¿Qué un palo de madera dañara los mecanismos de bronce celestial al rojo vivo que giran a velocidad terminal?
El toro se volvió hacia ella y echó humo por la nariz, como si se preguntase lo mismo que yo.
Annabeth se limitó a retroceder un par de pasos antes de echar a correr, siendo ahora ella la que era perseguida por el monstruo.
Me lancé en su ayuda, pero antes de estar siquiera a mitad de camino Clarisse dio un salto y aterrizó sobre el toro, asiéndose con fuerza de sus placas metálicas.
Mientras observaba aquel extraño rodeo, me pregunte por qué el toro no utilizaba el mismo truco de antes de descomponerse en pequeñas partes cual Transformer. De ese modo, o mandaba a volar a Clarisse o la hacía caer en su llameante mecanismo interno.
No es que le deseara la muerte a Clarisse. Simplemente, desde un punto de vista estratégico, eso hubiese sido lo que hiciera yo de ser el toro.
La hija de Ares hundió su espada en el lomo del autómata, lo que la dejó sin puntos de apoyo suficientes para evitar ser mandada a volar por las sacudidas de la bestia. Por lo que fue volando entre gritos a estrellarse contra el techo de un edifico cercano hasta caer varios metros al suelo y quedarse allí tendida.
El toro cargó de nueva cuenta en su contra, como si finalmente se le hubiese prendido el foco de que para matar a alguien tienes que... bueno, matarlo.
En ese momento justo, entrando en el escenario en un parpadeo, Tyson hizo acto de presencia tomando al toro por los cuernos.
Ya era hora de que iniciase el choque de titanes que estaba queriendo ver.
Ambos forcejearon por un par de segundos, en los que los pies de Tyson se arrastran por el suelo hasta finalmente lograr frenar en seco el avance del toro de bronce.
El pequeño cíclope encaró a su oponente emitiendo algunos gruñidos de esfuerzo, a lo que la maquina respondió abriendo la boca para apuntar su lanzallamas.
Un torrente de fuego envolvió a Tyson de pies a cabeza por más de diez segundos. Todos los campistas que observaban desde los alrededores guardaron un total silencio. No obstante, cuando el fulgor de las llamas remitió, el chico estaba en perfecto estado, con el cuerpo hechando humo.
—Vaca mala.
El propio toro se mostró confundido.
Suspiré. En mi mundo, el "vaca mala" de Tyson era una frase salida de su inocencia. Era prácticamente un bebé que a duras penas comprendía lo que sucedía a su alrededor.
Aquí... ¿fue in intento de ser cool o algo parecido? Porque... no sé si la vibra de chico genial le queda a Tyson, o, al menos, no sé si combina bien con su personalidad de niño inocente.
Bueno, como sea.
Mientras el greñas distraía al toro, dio tiempo a los campistas a volver a organizarse. La voz de Grover resonó por encima del caos:
—¡Cabeza de chatarra!
Él y unos cinco campistas más entraron corriendo al campo de batalla llevando un tronco a modo de ariete con el que embistieron por el lateral el cráneo del monstruo.
El toro se ladeó y retrocedió aturdido mientras por el aire seguía vibrando el DONG tras el golpe.
Pero, claro, eso sólo sirvió para hacerlo enojar.
Grover echó a correr como alma que lleva el diablo mientras el toro se sentara ahora en su persona... en su cabrona... en su... en él.
Daba igual. Tiempo era lo que necesitaba y tiempo había conseguido.
—¡Oye, amigo! ¿Sabes nadar?
Una ola embistió al toro, traída directamente desde el lago, el cual no estaba precisamente cerca.
Monté sobre las aguas y me llevé al toro conmigo a travez del campamento hasta terminar frente a la Casa Grande, en donde me concentré al máximo para inundar todos los sistemas mecánicos del toro. Necesitaba enfriarlo.
Nubes de vapor comenzaban a elevarse a mi alrededor. Si no me daba prisa, toda el agua que había traído acabaría por evaporarse.
Lancé un grito de guerra, sentí un tirón en las entrañas y más agua fluyó a mi alrededor. Me enfoqué por completo en el interior del toro, quería que el agua se expandiese, que separase el mecanismo interno del animal del resto de su coraza.
Finalmente, tras unos segundos de forcejeo, el núcleo de la bestia quedó al descubierto. Lancé mi estocada y quedé cegado por la explosión.
Terminé en el suelo, con los oídos retumbando. Pedazos de metal carbonizado caían a mi alrededor, estaba empapado y el agua se evaporaba sobre mí. Contracorriente cayó con gran estrépito fuera de mi alcance.
Quise reincorporarme, mientras veía borroso y la ceniza caía a mi alrededor.
—No puede ser, Jackson—dijo una voz a mi lado.
Traté de enfocar a mi interlocutor. No podía verlo, pero reconocí su voz.
—¿Tienes idea de lo difícil que es encontrar a un toro de cólquide?—insistió—. La próxima vez que intentes ahogar a alguien, asegúrate de que no sea un semidiós que no sepa nadar bien.
Qué gracioso. La voz de Luke en ese universo era la misma que la de Poseidón en el anime de Record of Ragnarok.
Me puse en pie. Aún me dolía la cabeza y mi espada aún no volvía a mi bolsillo.
—Si sigues aquí, Luke—señalé—es sólo porque yo lo permití.
—Repítelo hasta que te lo creas—sonrió, escondiendo entre sus manos un pequeño frasco de vidrio vacío de—. Resulta que no eres el único semidiós difícil de matar.
Bueno, eso era cierto. El desgraciado en mi mundo parecía cucaracha. Thalia lo había lanzado desde un acantilado a lo Rey Leónidas gritando "¡Esto es Esparta!" Y había regresado como si nada al poco tiempo.
—¿Qué es lo que quieres ahora?—pregunté, cruzándome de brazos.
Comenzó a caminar a mi alrededor, mientras daba su discurso de villano genérico.
—Ya lo sabes, la profecía.
Hice una mueca.
—¿Cuál de todas, si es que puedo saber?—reí sin gracia—. Ya he escuchado más de cinco en mi vida y formado parte de cuatro. Así que, si fueses algo más específico...
Me miró con fingida compasión.
—¿No tienes idea? Eh, agrégalo a la larga lista de cosas que tu amigo Quirón no te ha dicho—endureció el tono—. A Quirón, a Dionisio y al resto no les importamos. Nos ven como... niños. Para ellos somos peones a los que pueden manipular. No soy el único semidiós que lo cree.
Se sacó un extraño medallón de su bolsillo.
—Recuérdalo bien.
El amuleto emitió un destello y Luke desapareció en medio de un as de luz.
Miré al cielo.
—¿Y eso a qué Hades vino?
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