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El fin...


Había que volver a donde todo comenzó.

O sea, no literalmente, no estaba ni en el Caos Primordial y tampoco en la academia Yancy, pero ustedes entienden.

Me encontraba caminando junto a mi "madre", a pocos metros de la entrada al campamento, sabiendo que ya todo terminaría pronto, no sólo la misión, sino también mi estadía en aquel mundo.

—Puedes visitarme, cuando quieras—dijo mi "madre"

Hice una mueca, ¿cómo podía decirle que jamás volvería a pisar aquel rincón del multiverso? Decidí no pensar en ello y meterme en personaje una última vez.

—Claro... sólo prométeme que no tengo que volver a ver al Apestoso—respondí—. De lo contrario lo única cosa que realmente sé es que habrá derramamiento de sangre.

—Lo eché de la casa—se apresuró a decir.

La miré alzando una ceja, un tanto intrigado.

—Sí, ya no está—aseguró—. Él salió de nuestras vidas para siempre.

Sonreí maliciosamente.

—Y dime... de casualidad eso no tendrá que ver con... ¿la cabeza de Medusa?

Mi madre no dijo nada, pero una pequeña sonrisa tiró de sus labios. Sonreí, aunque lamentándome el no haber estado allí para verlo.

—Ya era hora—fue lo único que pude decir.

Me vi obligado a darle un abrazo de despedida, procurando no mostrarme tan incomodo como me sentía.

—Supongo... que te veré después—dije.

—Ye extrañare—me respondió.

Suspiré, me di media vuelta y empecé a andar hacia el campamento.

—Percy—me detuvo mi madre.

Me volví para verla.

—Aquí es donde perteneces—terminó de decir.

Hice una mueca.

"No, éste no es mi lugar y nunca lo será, aún tengo que volver a casa"

Decidí sólo despedirme con un gesto de la mano y bajar hasta el campamento.

Y bueno, el mismo caos de antes, no sé porque me esperaba algo mejor. Peleas com espadas, trotes, tiró com arco, cabalgatas y forjas, todo en el mismo lugar, todo al mismo tiempo.

—Bien hecho—me decían los campistas al pasar.

—Bien, Percy.

Entonces un sátiro me abordo pasándome un brazo sobre los hombros.

—¡El héroe de la conquista regresa triunfante!—celebró Grover.

—Estás vivo, genial—dije.

—Si, verdad—sonrió—Oye, ¿notas algo diferente sobre mí?

—¿Los cuernos?

—¡No! Hablo de los... ah, sí, eso.

—Bien—dije, mientras seguía caminando, desesperado por terminar con todo lo antes posible.

—Sí, Zeus cumplió—dijo Grover—. Y ahora soy protector maestro, hermano.

"No es una licencia de buscador pero... nada, no es una licencia de buscador. Supongo que Pan jamás será encontrado por aquí, una lástima"

—Felicidades, lo mereces.

—Gracias, Percy.

Seguimos andando hasta que vimos a Quirón, quien le gritaba a los campistas que pasaban una pista de obstáculos sobre los árboles:

—¡Más rápido, más rápido! ¡No pierdan interés! ¡Un pie delante del otro y muy pronto estarán corriendo!

Entonces nos vio llegar y sujetó su bastón por detrás de los hombros.

—Percy—saludó.

Caminé hasta quedar frente a él y esperé a su monologo.

—Saliste del campamento—dijo—. Desobedeciste mis órdenes.

—Y salve al mundo—añadí.

—Y salvaste al mundo, por lo cual... eres mi estudiante favorito.

"Lastima que yo no pueda decir que eres mi Quirón favorito... jamás creí que diría eso"

—Puedes tener todo el entrenamiento del mundo, pero finalmente tienes que seguir tus instintos—siguió Quirón—. Destacar bajo presión. Ahora, es tiempo de entrenar, cámbiate. Tal vez seas un campeón en el Olimpo, pero aquí eres uno de mis estudiantes, deprisa.

Alcé una ceja.

—¿Realmente crees que no puedo con todo lo que esté campamento tenga para arrojarme?

—Eso habrá que descubrirlo.

Rodeé los ojos, las pistas de obstáculos de madera son una cosa, las paredes con lava y rocas otra totalmente distinta.

Grover y yo seguimos caminando por un tiempo mientras salíamos del bosque, tiempo en el que la cabra no dejó de hablar de su estadía en el inframundo.

—En serio, hablamos, coqueteamos, cenamos, ¡nos divertimos mucho!

—Ajá.

—Tal vez realmente le guste a Perséfone.

Bufé.

—Amigo, fuiste uno en una lista de cientos, lamento decírtelo.

—Vamos, no seas tan duro.

—Con que hayas usado protección está bien—le dije—. No quieres cuidar cabritos semidivinos a ti edad, ¿o sí?

—No te preocupes... déjame esa parte a mi...

Finalmente salimos del bosque para llegar al prado frente al lago. Como era de esperarse allí estaba Annabeth defendiéndose de cuatro enemigos a la vez, ¿por qué no luchó así en toda la misión?

Es decir, oh claro, aquí muy genial y todo derrotando a enemigos como si no fueran nada, pero allí se congeló frente a los perros del infierno. Eso no tiene sentido, comprendo que los nervios pueden vencerte en situaciones de peligro real, pero vamos, es de Annabeth de quien hablamos.

—Cinco contra uno—dije, encogiéndome de hombros y desplegando mi espada—. Será divertido.

Camine hacia allí dando vueltas a mi hoja tentativamente para que alguien se atreviese a atacarme. Varios campistas me felicitaban por la misión, otros veían mi espada y retrocedían, hubieron dos que me atacaron a los cuales derribé sin ningún esfuerzo.

Llegué hasta donde Annabeth estaba luchando y extendí los brazos.

—Ustedes contra mi sólo, ¿qué dicen?

Tres de los campistas salieron corriendo, Annabeth noqueó al cuarto cuando le dio la espalda, y ella se puso en guardia.

—Está vez no lo tendrás tan fácil—dijo ella frunciendo el ceño.

—Si quieres puedo vendarme los ojos—ofrecí.

Ella se lanzó de frente, la desarmé con un giro de la espada y la derribe con una patada en el estómago.

Coloqué la punta de mi hoja frente a su cuello.

—Te reconozco algo, duraste trece milisegundos más que la última vez.

...

Esa noche soñé que caía.

Lo único que me rodeaba era la oscuridad y una aplastante sensación de incertidumbre se apoderaba de mi ser. Podía notar como el viento agitaba mi ropa y cabello mientras me aferraba desesperadamente a lo único que tenía conmigo, Annabeth, mi Annabeth.

La oscuridad absoluta no me permitía ver nada, pero sabía que era ella, no había forma de que no lo supiera, estaba con mi listilla, aún si estaba siendo absorbido hacia el Tártaro encontraría la forma de salir de allí.

—¿Estas seguro de que deseas volver a tu universo para afrontar este destino?—preguntaron las voces de las Moiras a todo volumen y desde todas direcciones.

Me aferré con más fuerza a Annabeth mientras nos precipitábamos.

—¿Esto es lo que me aguarda?—pregunté—. ¿El Tártaro?

Las Moiras respondieron con voz cavernosa:

—La caída al foso es sólo la punta del iceberg, semidiós, en las profundidades del mundo te esperan horrores más grandes que los que tu mente puede procesar, verás a un primordial a la cara, perderás amigos y aunque logres sobreponerse, la tragedia seguirá persiguiéndote. ¿De verdad deseas regresar a eso cuando podrías quedarte en el sencillo mundo en el que te encuentras?

Miré directamente a la oscuridad.

—Si este es mi destino, bien, prefiero afrontarlo junto a mis amigos que huir y dejarlo todo atrás. Creí que ya lo sabrían cuando me dejaron entrar a la isla de Calipso, no abandonaré a los míos, ¿está claro?

La oscuridad se volvió asfixiante, Annabeth se desvaneció entre mis brazos y me encontré sólo en la nada, viendo el Caos Primordial arremolinarse a mi alrededor.

—Eres iluso si creíste que tus insultos y maldiciones hacia nosotras serían impunes—siguieron las Moiras, mientras mi presencia era arrastrada por el Caos, revolcada y golpeada contra cada gramo de existencia en el multiverso.

Las palabras no sirven para describir la agonía que se había tornado mi existencia, pero aún así mi conciencia estaba libre para responder a aquella conversación.

Las Moiras no me habían arrojado al Caos para que me disolviera en la inexistencia, me estaban arrastrando por el miasma del destino para aplacar su ira, pero sin matarme por alguna razón.

Tal vez querían alargar mi tormento, quizá simplemente no podían matarme aún.

—Por la voluntad del padre tiempo podrás regresar a ti vida sin mayores repercusiones—dijeron las ancianas—. Sin embargo eso sólo si súperas dos pruebas que se te serán asignadas ahora.

Mi existencia volvió a materializarse en el suelo de mi cabaña en el campamento... pero no era mi campamento.

Una vez más estaba en el universo del que acababa de escapar, con un Grover negro, una Annabeth de cabello marrón oscuro, un Hades malvado y un Luke poco inteligente.

—¿Qué Hades...?

—Recupera el vellocino de oro—ordenaron las ancianas—. Termina con tu segunda misión y sólo entonces saldrás de esta realidad.

Me levanté tambaleante y adolorido.

—¡Eso no era parte del trato!—grité.

—¡Las reglas del trato han cambiado! ¡Ahora ruega por que no cambien otra vez!

Un inconmensurable y aplastante poder me lanzó contra el suelo y me dejó inmóvil, por más que traté de levantarme, no pude mover un sólo músculo.

—¿Cuál es la tercera misión?—gruñí—. ¿Sacar a Artemisa de debajo del cielo otra vez?

La presión sobre mi cuerpo aumentó, arrancándome más gritos de dolor. Juro que inclusive escuché mis huesos crujir y partirse.

—Tu tercer encargo se te será revelado a su debido tiempo, semidiós—sentenciaron las Moiras—. Hasta entonces, concéntrate en tu misión actual.

La presión y el dolor remitieron.

Me quedé allí, echado en el suelo sin moverme, respirando con dificultad, notando como la ira, frustración e impotencia empezaban a arremolinarse en mi interior.

Sentía una rabia indescriptible, no sólo me habían arrebatado de mi hogar, sino que también me negaban la oportunidad de regresar porque el orgullo de tres estúpidas ancianas era incapaz de soportar las palabras de un simple semidiós.

El lago junto a mi empezó a burbujear y a temblar salvajemente, intenté controlar mi respiración, pero fue en vano, lancé un puñetazo al suelo partiendo la madera, el agua estalló y yo grité de impotencia, maldiciendo al destino.

...

Continuará eventualmente...

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