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Capítulo 7 🔥

Mi felicidad tiene nombre, apellido y una sonrisa que enamora.

Narra Rose.

Gracias a Dios, después de mis palabras, Ian sacó casi que cargada a su esposa de la oficina de Marcus y me convenció en llevarse mi auto para él buscar a los niños. La verdad no tuvo que esforzarse tanto. Solo dijo: Deja que yo los busque y que mi padre te termine de desnudar. Me convenció.

Ahora solo estamos Marcus y yo, ambos devorándonos con la mirada. Ya que la secretaria sabe lo que estamos haciendo, espero que no deje entrar a nadie, sin embargo, me encargué de pasar seguro esta vez.

—¿Sabes? Me da un poco de celos el que Ian haya visto ese traje antes que yo —comenta Marcus de pronto caminando hasta el minibar. Suspiro.

—Él nunca me vio. Mantuvo su mirada en mi rostro, te lo prometo —declaro firme. Escucho a Marcus reír de espaldas a mí.

—En realidad, te creo, la mia regina, pero así lo haya hecho, seré yo quien te lo quite y lo disfrute —argumenta. Mis mejillas se tornan calientes. Es estúpido, lo sé, pero me sigo sonrojando.

—Sí —susurro bajo. Marcus se gira y ríe más fuerte al comprobar mi sonrojes.

—Sigo creyendo que no hay persona en el mundo que se sonroje tanto como tú. Y tampoco que logre que esa acción me derrita tanto —confiesa. Sonrío y espero que llegue a mí para tomar la copa que me ofrece.

—¿Brindaremos por algo? —cuestiono para cambiar el tema. Marcus no ha dejado de sonreír y eso tiene una sonrisa constante en mis labios. No puedo evitarlo. Lo amo.

¿Quién diría que aquel hombre que entró por el restaurante, atrapando mi mirada en segundos y robando mi completa atención, sería ahora mi esposo y permanecerá con mi corazón, pensamientos y vida en su completo poder?

¿Quién diría que tendría tanta suerte de conservarlo a mi lado?

¿Quién diría que él no renunciaría a mí y que yo aceptaría, por fin, arriesgarme con él?

¿Quién diría que podríamos luchar contra todo y seguir amándonos locamente?

—¿Qué está pasando por esa cabecita tuya? —pregunta en respuesta. Mi sonrisa se agranda.

—En lo afortunada que soy de ser tu esposa. De que me ames y de amarte como te amo —respondo firme. Marcus no ha dejado de sonreír.

—¿Hablas de la suerte de tenerme cuando eres tú la que está casi desnuda y siendo mi esposa? La mia regina, creo que el suertudo soy yo de tenerte conmigo —declara. Rio, pero me sonrojo de nuevo, lo que lo hace reír a él también—. Brindemos por la suerte que tienen nuestras mentes de pensarnos, nuestros corazones de tenernos, nuestros cuerpos de poseernos y nuestro amor de ser eterno —propone alzando su copa. Como siempre, sus palabras dejan mi cerebro sin nada que decir, por lo que solo alzo mi copa y la choco suavemente con la suya.

Luego de eso, como hemos hecho desde que nos casamos, él me da de beber de la suya y yo de la mía sin despegar nuestros ojos en ningún momento.

—Te amo —digo al terminar de beber. Los ojos de Marcus se oscurecen en varios tonos, haciendo que algo en mi bajo vientre brinque de ansias.

—Y yo a ti, mi reina —promete. Arrebata la copa de mis manos con delicadeza y deja ambas en el escritorio a mi lado. Tomo aire de repente cuando me alza por completo y hace que lo abrace tanto con mis manos en su cuello como con mis piernas por sus caderas.

Camina conmigo guindada como un Koala hasta el centro del escritorio y me sienta como estábamos antes de ser interrumpidos. Con eso ya mi feminidad está hecha un lago.

Marcus abre mis piernas tal como yo lo hice temprano y me toca contener la respiración cuando vuelve a mover el hilo de mi conjunto y se inclina hacia adelante. Esta vez no sopla, no, va directo a tomar con sus dientes mis pliegues. Robándome con eso un grito de placer.

No me da tregua de nada y lo suelta para ahora lamer por completo mi longitud. Aferro mis manos a su cabello para mantenerlo ahí. Sé que no va a levantarse, pero tengo la necesidad de mantenerlo ahí, justo ahí. 

Su lengua hace trazos como un pintor sobre su lienzo: De manera perfecta y precisa para hacer de su boca en mi sexo, la mejor de todas las obras.

Soy todo jadeos, gemidos y gritos de vez en cuando.

Mi agarre en su cabello se intensifica al ya sentir las conocidas cosquillas en mi vientre. No puedo hablar, por lo que espero que mi rudeza en su cuero cabelludo lo advierta. Echando la cabeza hacia atrás y gritando su nombre, me corro en su boca y él como todo un experto, lo absorbe todo. Cuando termina, se levanta saboreando sus labios. Respiro entrecortado y mi pulso va a un ritmo que no puede ser bueno para mi salud, pero no me importa.

Con lo mejor que los temblores en todo mí cuerpo me permiten, cierro las piernas y las bajo de los reposabrazos de la silla de Marcus, colocándome de pie y segundos después, girándome. Tenía pensado cabalgarlo, pero ahora solo quiero que me de lo más duro que pueda desde atrás. Sé cuánto le gusta tomarme de esa manera. Marcus gruñe y palmea fuertemente mi nalga derecha, haciendo que chille y mi sexo palpite de ansias.

—Me encanta tu culo —confiesa apretando la misma nalga que palmeó. Cierro un poco más las piernas porque siento que de no hacerlo, mis fluidos pueden correr por mis piernas dejándome en evidencia.

Escucho la silla rodar y de reojo la veo a un lado de nuestros cuerpos, por lo que ahora Marcus se encuentra de pie detrás de mí.

—Dime qué tanto lo quieres, princesa —susurra en mi oído, tomando al final, el lóbulo con sus dientes. Otro temblor me recorre.

—Demasiado. Te quiero adentro, por favor —suplico como una adicta por su droga.

—¿Así? —cuestiona al mismo tiempo que se hunde en mi interior hasta al fondo sin previo aviso. Grito de sorpresa y placer. Eso se sintió tan bien. Trago saliva antes de hablar.

—Sí. Más —pido sin pudor. Marcus lo repite una vez más, sale rápido y se hunde aún más rápido y duro. Me encanta. Chillo feliz de la vida.

Marcus toma mis caderas, hace que me incline por casi por completo en el escritorio pero su mano atrapando uno de mis senos, me impide acostarme del todo. Entra y sale sin piedad. Marcando un ritmo fuerte, rápido y certero que nos tiene a los dos gimiendo incoherencias.

No pasa mucho antes de que vuelva a sentir el remolino en mi vientre amenazar con convertirse en un tornado violento que me dejará sin fuerzas. No lo retengo más y me corro gritando su nombre. Él gruñe el mío mientras siento su líquido recorrerme.

Me dejo caer contra el escritorio sin fuerzas para mantenerme en pie. No sé ni cuánto tiempo pasa hasta que Marcus me acaricia la espalda. Me levanto lentamente y él cubre mi cuerpo con el abrigo, me giro para terminar de abrocharlo. Me sorprende alzándome como una princesa y caminando conmigo hasta la puerta.

—Puedo caminar —declaro porque siento que cualquiera podrá ver por debajo de mi abrigo. Su secretaria nos mira con las mejillas aún más encendidas de lo que nunca las he tenido antes. Debió escuchar todo.

—Lo sé, mi reina, pero quiero llevarte así —confiesa Marcus.

—Pueden verme —insisto. Marcus sonríe dulcemente.

—Que miren, no podrán tenerte nunca. Seio mio —declara. Me eriza la piel cuando me reclama suya, pero cuando lo hace en italiano me estremece hasta el alma. Elevo mi cabeza para besarlo y él no duda en corresponder el beso. Al separarnos, veo que su secretaria mira hacia otro lado aún con las mejillas rojas. Las mías se ponen igual—. Puedes irte, Liz, nos vemos mañana —se despide y continua su camino al ascensor sin soltarme.

—Vas a cansarte —digo cuando las puertas se cierran.

—¿De tenerte en mis brazos? Mia regina, il tuo posto è tra le mie braccia —zanja. No puedo refutar a eso. De verdad mi lugar está en sus brazos. 

En ningún otro lugar estoy mejor que en sus brazos. 

Las puertas del ascensor vuelven a abrirse y yo intento lo mejor que puedo, sujetar mi abrigo contra mis piernas por la parte de abajo para que nadie vea mi desnudez.

Las miradas están clavadas sobre nosotros como cuchillos, pero Marcus no detiene en ningún momento su andar y cuando un chico con una carpeta en las manos intenta acercarse, Marcus habla.

—Non ora, vado con mia moglie —dice en italiano. El chico asiente y se detiene a unos pasos de nosotros.

—Buon pomeriggio, signore e signora Lombardi —saluda educadamente. Marcus y yo asentimos y salimos de las instalaciones de su empresa. Ya el auto de él está abierto para nosotros y Oscar sostiene la puerta abierta. Marcus le agradece y me sienta en el asiento de copiloto mientras que él se acomoda el saco, palmea el hombro de Oscar y rodea el auto para entrar ahora en el asiento del conductor. 


Bueno, hasta que por fin los dejaron coger, jajajaja.

¿Qué opinan? ¿Si valió la pena? Jajajajaja. Comenten mucho.

Aixa. 

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