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Capítulo N° 21

Juro que un día de estos voy a matar al Maître. Sé que es un buen tipo, pero a veces lo odio con toda mi alma, y me reconforta no ser el único.

En Red King tuvimos un evento privado muy importante, el rouf fue reservado por gente famosa que haría chillar a mamá, pues eran actores y actrices de películas. Sin embargo, no tuvimos tiempo de almorzar porque el Maître nos hizo acomodar todo para que estuviera perfecto, y cuando finalizamos los clientes ya estaban allí. Ninguno de nosotros pudo almorzar, pero teníamos que soportar ver al muy maldito comer a un costado sin problema.

Nosotros, como camareros, teníamos prohibido probar cualquier bocado de lo que servíamos, sin importar si los comensales dejaban el plato lleno. Solo tocar algo ameritaba un despido, y aunque Michael no gustaba de despidos injustificados, dejaba todo a cargo del encargado y el puto Maître que hacía lo que quería.

—Juro que un día lo voy a… —mascullé y un compañero me dio un codazo.

—Cállate, nos matarán a todos.

—Le diré a Michael —me quejé.

Alan, mi compañero y buen amigo, me miró de reojo.

—Que seas amigo de sus hijos no significa que puedas hablar con él así como así.

Resoplé. No podía abusar de la amabilidad de los Lefebvre, pero en verdad me estaba muriendo de hambre y debía estar allí parado por horas.

Tal vez debí ser ayudante de cocina…

Para cuando el evento finalizó, todos estábamos cansados, con hambre y de muy mal humor. Alan me había invitado a salir con él a un bar, pero no estaba de buen ánimo como para hacerlo, menos con el estómago vacío. En su lugar le prometí que la próxima vez saldríamos a beber algo, por el momento solo ansiaba regresar a casa, darme un baño y comer mi maldita almuercena.

Me subí en la motocicleta con el casco puesto y recorrí las elegantes calles de la ciudad. Era un nivel distinto al de mi barrio, las casas y negocios allí eran ideales para gente rica. Y aunque en el pasado me habría sentido aplastado por ellos, ahora solo me sentía incómodo. Tal vez por qué veía las injusticias desde cerca, o tal vez porque me había acostumbrado a andar por allí.

Cuando llegué a casa encendí las luces y calenté en el microondas las sobras del día anterior. Mamá estaba haciendo turnos nocturnos nuevamente, así que no se encontraba en la casa. Devoré es recalentado como si fuera el manjar más delicioso del mundo, del puro hambre que tenía. Luego me di una ducha y me tiré en la cama a dormir.

Estaba agotado, generalmente mi turno era más corto, pero por ser un evento especial nos habían aumentado las horas, con más paga por supuesto. Estar parado tantas horas yendo y viniendo era muy agotador. Mi cabeza explotaba, pero no tardé mucho en dormir.

Por la mañana decidí escribirle a Alex. No estaba hablando mucho con Chrissy debido a que ella estaba preparando su tesis final, y no quería distraerla. Ni siquiera Eric la estaba visitando justo por lo mismo.

«Mis compañeros me pidieron que no dijera nada, pero puedes decirle a tu madre que necesitamos aunque sea 20 minutos para comer en los eventos largos? El Maître no nos permitió comer nada y son muchas horas».

Alan se enojaría conmigo, pero no me parecía justo que el Maître sí pudiera comer y nosotros que hacíamos todo el trabajo no.

Era el fin de semana en que Alex estaba sin los niños, y probablemente la noche anterior salió a algún bar, así que no me respondería hasta mucho más tarde.

Me hice un desayuno potente y cargado de proteínas y carbohidratos, para sentirme más enérgico. Iría a visitar a Lilah, me había invitado a almorzar para que pasara tiempo con mi adorada ahijada Molly, que ya tenía cinco meses. La habíamos bautizado en primavera, así que oficialmente era su padrino.

Preparé los obsequios que tenía para mi pequeña, unos libros de tela para que muerda, pues estaba dentando y sus encías le molestan mucho. También unos peluches suaves y, como nunca son suficientes, unos pañales y toallas húmedas.

Tomé un Uber para poder cargar los obsequios, ya que en la motocicleta sería demasiado incómodo. Disfruté del paisaje, porque Lilah vivía lejos de mi ciudad, incluso lejos de Alex. Era una ciudad tranquila y muy bonita.

Cuando bajé del auto observé el gran y cuidado jardín, con flores que comenzaban a deslumbrarnos con su belleza. Subí las escaleras blancas del pórtico y toqué el timbre. Dentro se oía el llanto de Molly, y la voz cansada de Lilah.

Ya no tenía su cabello azul como aquella noche que estuvo con Alex, sino de un bonito castaño dorado, aunque continuaba con el piercing septum en la naríz. Tenía ojeras bajo los ojos y, aunque me dirigió una sonrisa alegre, se veía en verdad muy agotada.

—¡Pasa, Al! Gracias por venir, entra. La casa es un lío, disculpa por eso pero no tuve tiempo de…

—No te preocupes, tienes una bebé que ocupa mucho tiempo.

El recibidor era tan pequeño como el mío, con un perchero lleno de bolsos y abrigos. Pasamos a la sala de estar donde Molly estaba recostada en una alfombra didáctica con muñequitos musicales, pero lloraba al morderse los puños.

—Le molestan los dientes, ya no sé cómo tranquilizarla.

—¿Puedo? —pregunté al ponerme de rodillas junto a la alfombra.

Lilah asintió así que tomé a Molly en mis brazos. Se refregaba los nudillos contra las encías al llorar, así que tomé uno de los obsequios que compré para ella y se lo di.

—Está limpio, lo desinfecté para ella —le expliqué a Lilah.

Molly tomó en su manito el libro de tela para morder, y al introducirlo en su boca comenzó poco a poco a tranquilizarse.

Nos sentamos en el sillón y mantuve a Molly en mis brazos, mientras que Lilah me contaba sobre sus pequeños logros de bebé, sus balbuceos y, también, sobre su risita.

La observé allí en mis brazos. Molly tenía los ojos azules algo oscuros como su madre, la piel clara y llena de pecas, y el cabello pelirrojo en pequeños ricitos. Era tan hermosa, con su boquita con forma de corazoncito. La amaba con toda mi alma, y no concebía en mis pensamientos cómo podía amarla tanto, cómo podía hacerme tan feliz una pequeña bebé.

Tal vez no tenía un hijo, pero sí una pequeña ahijada. Y mamá tenía razón, supe lo que era el amor cuando la alcé por primera vez en mis brazos. Tan pequeña, tan tranquila. Con sus pequeñas manitos y sus ricitos pelirrojos. Dios, ¡la amaba tanto!

—Tu cabello… —dije al ver a Lilah con su cabello pixie sin ese azul de siempre.

—¡Oh! ¿No te gusta? No quiero estar siempre con tintes y que le haga mal a Molly, así que lo teñí del color más cercano al mío —dijo al pasar sus dedos entre las cortas mechas.

—Te queda bonito, me gusta.

Ella sonrió. Lilah era muy amable, aunque tenía un carácter fuerte que explicaba por qué le había gustado tanto a Alex. Por lo general su voz era suave y como una melodía, pero al enfadarse… Ufff, no quería ser blanco de su furia.

Luego, cuando Molly comenzó a llorar por hambre, Lilah la tomó en sus brazos y le dio el pecho para poder alimentarla, hasta que la bebé quedó dormitando en los brazos de su madre. Lilah entonces la llevó a su cuna para que descansara mientras nosotros almorzábamos.

—Lilah, no quiero meterme pero… —dije luego de tragar un trozo de pollo—, te ves muy cansada. ¿Por qué no haces como Caroline y se turnan una semana y una semana con Alex, o dos y dos? Sé que él amaría estar más tiempo con ella.

Dejó ir un largo suspiro.

—Molly es muy pequeña aún, sigue tomando el pecho. Tal vez cuando crezca más pero… No sé si puedo estar una semana sin ella, sería como arrancarme el corazón.

Para Caroline seguro también era difícil, pero era justo por tener crianza compartida que ambos padres tenían tiempo para descansar y disfrutar de su hijo por igual.

—Si no quieres hacerlo está bien, pero cuando estés así de agotada puedes llamar a Alex, o a mí, incluso a Chrissy y alguno de nosotros vendrá a cuidarla para que puedas descansar. Tu salud es importante también.

Lilah curvó sus labios en una sonrisa y bebió un largo trago de jugo de manzana.

—Con razón le gustas tanto a mi hermana, eres adorable.

Casi me ahogué con la comida. Alice, la hermana menor de Lilah, era la madrina de Molly y por eso no solo la bautizamos juntos, sino que varias veces compartimos visitas a la bebé.

—¡¿Que qué cosa?!

—Ay, no te hagas, si sabes que vuelves locas a casi todas las chicas que te cruzas —dijo con una risita—. Si te parece atractiva puedo organizarles una cita, ¿eh? ¿Qué piensas?

Ay, carajo. ¿Me había invitado a almorzar para eso, no para ver a Molly?

—No estoy interesado en relaciones por el momento, y no creo que sea bueno para Molly que sus padrinos se enreden, ¿te imaginas si sale mal? Sería muy incómodo.

Alice era en verdad muy hermosa, no negaré que sí me parecía atractiva, pero… que fuera la madrina de mi ahijada no me parecía lo más conveniente.

—Puedes intentar conocerla, no tienen que casarse, solo beber unos tragos juntos y pasarla bien —guiñó un ojo—. No necesitas casarte para coger.

—¡Lilah!

—¿Qué? No soy una santa, Al. ¿Por qué crees que existe Molly? —se rió.

Me cubrí el rostro con las manos. Había caído en su trampa como el mejor de los idiotas. Qué vergüenza.

De acuerdo, tal vez hacía en verdad mucho tiempo que no tenía sexo, pero… ¿La madrina de Molly?

—No prometo nada.

Ella se rió porque sabía que lo estaba considerando, con dudas pero había sembrado la posibilidad.

Luego de almorzar le ayudé a levantar los platos y, como Alex le había regalado un lavavajillas, solo debimos enjuagarlos un poco y meterlos en la máquina. Alex se lo había dado con la esperanza de ahorrarle trabajo y cansancio, al igual con la aspiradora robot y otros objetos que pudieran agilizar su día a día.

A Lilah le gustaba mucho el té, aunque no tanto como a mí. Preparamos una tetera para beber junto con unos pastelitos que horneaba su madre.

Tal vez no éramos los mejores amigos, pero teníamos una muy buena relación. Conversamos bastante mientras disfrutábamos del té, me habló de su pareja, un tipo muy celoso con el que Alex se llevaba realmente mal –nada parecido a la relación que tenía con Kyle–.

—¿Y no te hace problema por mí? —pregunté luego de tragar un trozo de pastelito—. Lilah, si es demasiado celoso y se vuelve tóxico voy a darle un puñetazo.

—¡Oh, no! Ya te superó —meneó su mano sin darle mayor importancia—. Sabe que le gustas a Alice y le dije que ustedes se ven a escondidas.

Alcé mis cejas.

—Le mentiste. Lilah, eso es peor para ustedes.

—No es una mentira si se convierte en realidad —me guiñó un ojo—. ¿Eh? Vamos, Al, que Alice es la chica que todo hombre quisiera. Hermosa, trabajadora, hogareña, le gusta cocinar y es muy dulce.

Dejé ir un largo suspiro.

—No voy a salir con ella.

Lilah hizo un puchero para intentar convencerme pero corrí la mirada, porque si insistía demasiado terminaría por aceptar. Justo, antes de darle tiempo a más estrategias de casamentera, mi teléfono comenzó a sonar y lo atendí sin siquiera mirar, pues era mi salvación.

—¿Sí? —dije, aún sin mirar a Lilah.

—¡Hola, Al, buenas tardes!

Casi se me cayó el teléfono al suelo cuando oí la voz de Chrissy. Tuve que hacer malabares en el aire para evitar su caída.

—¡Chrissy! —exhalé todo el aire de mis pulmones—. ¿Cómo estás?

Estoy bien. Acabo de salir de la biblioteca porque mi cerebro va a explotar, y como hace semanas que no nos vemos pensé que tal vez podríamos beber algo juntos.

Miré hacia Lilah que había torcido sus labios en un gesto de decepción.

—¡Claro! Sí, me parece una gran idea. ¿Quieres que vaya ahora?

—¿Estás ocupado?

—Estoy en lo de Lilah pero ya debería irme, estoy hace un par de horas aquí —dije y le enseñé la lengua a ella, que me hacía gestos burlescos.

—Traidor —bufó Lilah.

Tapé el micrófono para evitar que Chrissy me escuchase.

—¿En un rato no debería llegar tu novio? Le va a dar un ataque si me ve aquí —sonreí con picardía y me dirigí a Chrissy—. Puedo estar donde me digas en media hora, ¿te parece bien?

Perfecto, ¿qué te parece en esa cafetería donde fuimos una vez? La que tiene carta apta para mí.

Me despedí de ella y comencé a reír al ver el gesto de Lilah, por lo que le di un golpecito con la punta de mi pie.

—Sabes que tu novio es un celoso de porquería, si te hace escenas frente a mí o te trata mal, me veré en la obligación de destrozarle el rostro a puñetazos —dije con una sonrisa torcida.

—Te dejo ir pero con una condición —enfatizó con su dedo.

—No, no voy a salir con tu hermana.

—Le pasaré tu instagram y que el destino decida —dijo al alzar sus manos.

—No creo en el destino, pero está bien. Si con eso evito que me taladres el cerebro me parece un buen trato.

Nos pusimos de pie y fui hacia la habitación de Lilah para poder depositar un beso en la cabecita de Molly. Resultó que la pequeña estaba despierta y se reía al ver sus móviles. Pude alzarla en mis brazos antes de irme. Disfruté de su aroma a bebé, de su piel suavecita y del sonido de su risa cuando le daba besos. Luego regresé con ella en los brazos para dársela a su madre, mientras esperaba mi taxi. Estaba algo nervioso porque hacía mucho que no veía a Chrissy, me pregunté cómo estaría, si necesitaría ayuda o solo una pequeña distracción.

Cuando el auto llegó viajé hasta esa cafetería, cerca del departamento de los gemelos, pero tan lejos de la casa de Lilah que supe, al instante, que el valor del viaje sería altísimo.

Luego de pagar el viaje entré en esa cafetería y lo primero que vi fue ese hermoso rostro con pecas. Sus rizos pelirrojos y la sonrisa más perfecta existente. Me acerqué hacia Chrissy, que me saludaba con un alegre movimiento de mano. Lucía un hermoso vestido amarillo que se veía fresco y muy cómodo.

Quería darle un beso en la mejilla, pero ella se colgó a mi cuello para abrazarme y no dudé en responder el abrazo. Inspiré el aroma de su cabello y de su piel: rosas, igual que siempre. Disfruté del calor que transmitía y la sensación de sus manos en mi espalda.

—Te extrañé mucho, Al —susurró al abrazarme más fuerte.

—También te extrañé mucho.

Aferré los dedos a su espalda y cabello, porque en verdad la había extrañado tanto. Además de sus estudios, el tiempo que ella tenía libre lo aprovechaba con Eric, y como a mí me hacía daño verlos juntos trataba de esquivarlos lo más posible.

Habían pasado al menos diez meses y aún no conseguía superarlo. Aún Chrissy se aferraba con fuerza a mi corazón.

Nos acomodamos en los asientos y me dirigió una sonrisa alegre al tomarme de las manos.

—¿Cómo has estado? ¿Cómo estaba Lilah, y mi sobrinita?

—Estoy bien, trabajo y disfruto los momentos con mamá —dije con una sonrisa—. Lilah igual de loca que siempre, y Molly más hermosa que nunca. ¿Cómo has estado tú?

—Algo cansada pero bien, feliz aunque tengo mis días de mal humor —retorció un rizo en su dedo y se vio tan adorable al hacerlo—. ¿Cómo va el trabajo? Me dijo Alex que estás teniendo problemas con el Maître. Ya habló con mamá, va a haber una reunión serán.

—No quiero que tenga problemas, solo quiero que podamos comer. Ese evento fue de doce horas, Chrissy, y no comimos en ningún momento. Estuvimos parados por horas sin descanso —suspiré—. Sé que así es el ambiente gastronómico, especialmente en un lugar de alta cocina, pero… solo pedimos unos minutos para comer, aunque sea por grupos aislados para que siempre estén los puestos cubiertos.

—Se lo comunicaré a mamá. La gastronomía es así, pero tienes razón, hay cosas que pueden mejorarse.

La miré en silencio, se veía tan hermosa. Sus ojos miel incluso parecían brillar, pese al notorio cansancio que le producía ojeras. Seguía viéndose igual de hermosa que siempre.

—Cuéntame algo de ti.

—La terminé —dijo con una enorme sonrisa—. Terminé la tesis. Se la envié a mi papá para que la revise y me dé su opinión. Si todo sale bien seré ingeniera.

Con los pulgares le acaricié las manos. Disfruté del roce de sus delegados dedos con perfecta manicura.

—Me alegro mucho, Chrissy. Eres inteligente y te has esforzado tanto. Todo irá bien.

La camarera llegó para tomarnos la orden, así que ambos pedimos un té para poder conversar.

—Eres el primero a quien se lo digo, papá aún no abrirá el mail hasta la noche así que tienes la primicia —me dijo con una risita.

—Creí que se lo dirías a Eric —balbuceé con sorpresa.

—Quería que fueras tú. Me apoyaste en varios exámenes, hasta te quedaste a mi lado enferma. ¿Lo recuerdas?

Cómo olvidarlo, fue el día en que conocí a Lou. Pensar que en la actualidad veía más seguido a Lou que a Chrissy. Ese pensamiento me produjo tristeza.

—Lo recuerdo. ¿Qué tal va todo con Eric? Dentro de un par de semanas cumplen un año juntos. ¿Es lo que esperabas?

Se rió de una forma tímida y adorable mientras acomodaba un rizo tras su oreja.

—Cuando iniciamos lo hice porque él me gustaba y nos divertíamos mucho, aunque no estaba enamorada de él —admitió, encogida de hombros. Alzó entonces la mirada para verme, con una sonrisa feliz—. Lo amo, Al. En algún punto todo empezó a ser más fuerte y me enamoré de él. Es muy vergonzoso y me mata de ternura, pero… me hace tan feliz. Me siento tan feliz, tan comprendida y querida.

Creí que dolería más oírlo. Creí que mi pecho se desgarraría en mil pedazos y me desangraría por el dolor, sin embargo… no fue así. Sonreí con felicidad, sonreí de verdad y hasta sentí mis ojos humedecerse de emoción por verla tan contenta. Temía tanto que las cosas no funcionaran para ellos, que saber lo bien que estaban, los felices que eran, me iluminaba el corazón.

—Me hace en verdad muy feliz verte tan bien —dije y tuve que parpadear—. Tu rostro brilla, me encanta. Me encanta verte así, me encanta saber que estás bien.

Ella curvó sus labios en una sonrisa y comenzó a reírse.

—Qué cursi lo que dije, ¿no? Nunca creí que diría algo así. La he pasado tan mal en el amor que creí que era imposible de amar —dijo y tomó mi mano—. Eric me demostró que puedo ser amada. Que no hay nada de malo en mí.

—No hay nada de malo en ti, eres perfecta. Eres la mujer más perfecta de todas —dije sin siquiera pensar, y luego sentí mi rostro arder—. Te quiero, Chrissy. Mucho.

Cuando la camarera llegó con nuestro pedido bebimos nuestro té mientras nos poníamos al día. Ella habló de Eric casi todo el tiempo, me contó de cómo estudiaban juntos, los regalos que le hacía o cómo se quedaban abrazados largos minutos. Y al oírla me di cuenta de que la amaba, la amaba tanto pero… de una forma distinta. La amaba ya no con posesión, no queriendo que sea mía, no queriéndola para mí. La amaba siendo feliz. La amaba estando con Eric. La amaba, simplemente, porque era ella. Y amaba, en especial, verla tan feliz.

Me di cuenta de que aún la amaba con toda mi alma, pero más amaba su felicidad, su seguridad y saber que ella estaba bien, aunque no fuera conmigo. Porque lo más importante era que estuviera feliz sin importar qué, ni dónde ni con quién.

«Te amo, Chrissy, con toda mi alma» quise decirle, pero me lo guardé. Lo guardé en una burbuja al fondo de mi corazón, y tal vez algún día esa burbuja desaparecería. Tal vez algún día la burbuja suba desde mi corazón hasta mis labios y pueda decírselo. Tal vez, algún día, su felicidad y la mía sean una sola.

Como nos veíamos poco trataba de memorizar cada aspecto de ella cuando la veía. El orden de sus rizos al caer sobre sus hombros, la forma en que curvaba sus labios en una sonrisa, incluso la cantidad de pecas en su nariz y mejillas. Era difícil de memorizar, porque a veces tenía más pecas que antes, sin embargo reanudaba el conteo cada vez que la veía, para en la noche, antes de dormir, poder recordar su rostro a la perfección, sin ningún defecto. Para que fuera la imagen más real y tangible de todas.

La acompañé hasta su edificio luego de tanto conversar, y allí en la entrada Chrissy volvió a abrazarme.

—Te sentía tan lejos que creí que me odiabas, que ya no me querías —dijo al aferrarme con fuerza—. Creí que había hecho algo mal y ya no me querías a tu lado.

Y me di cuenta del daño que le había hecho al alejarme, por no poder aceptar verla con Eric.

—Jamás —Rompí el abrazo solo para poder tomarla del rostro—. Jamás, Chrissy. Jamás podría odiarte ni dejar de quererte. Jamás.

—Ahora que terminé la tesis puedo ser una amiga más presente —sonrió.

Deposité un beso en su frente, con cariño.

—Eres mi mejor amiga, Chrissy. Siempre voy a estar para ti.

Volvimos a abrazarnos y luego de unos minutos que se sintieron eternos ingresó al edificio. La seguí con la mirada y dejé ir un suspiro relajado. El clima era agradable, y aunque estaba comenzando a oscurecer decidí caminar por la ciudad.

Me sentía libre y feliz, porque tuve miedo de que mi amor por ella destrozara nuestra relación, pero no fue así. Mis sentimientos evolucionaron en algo más, algo distinto. En vez de ser caos y descontrol, pasión y desenfreno, en mi pecho habitaba solo paz. Mi corazón se sentía como las aguas calmadas del océano, y no como las peligrosas olas tormentosas.

Me pregunté si acaso así se sentía el amor real, porque así se sentía amarla.

Caminando allí por la ciudad disfruté de ver las tiendas, de las personas que iban y venían y de los alocados autos que pasaban. Y entonces mis ojos captaron algo que llamó mi atención. Me detuve solo para admirarlo.

En una esquina había un local con un cartel de venta, estaba vacío pero se notaba iluminado por las luces de la calle. El local daba justo al parque, por lo que los grandes ventanales tenían la mejor vista de todas.

—Es este —dije con los ojos abiertos de par en par—. Es el lugar.

Esperé a que el semáforo cambiara para poder acercarme. Me temblaron las manos cuando pasé los dedos por los marcos de madera que se veían viejos pero hermosos. Traté de mirar hacia el interior y solo pude ver el amplio espacio y una escalera que daba hacia el piso de arriba.

Me alejé solo un poco y me turné para ver la esquina completa, y luego el parque. Y entonces sonreí, y comencé a reírme.

—Eres tú, ¿verdad? —murmuré al ver la puerta doble con marco de madera.

No creía en el destino, sino en las casualidades, pero habían sucedido dos cosas maravillosas en el mismo día. Había aprendido que amaba a Chrissy con mi corazón en paz, y había encontrado este lugar.

—Es aquí —dije—. Será aquí.



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