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Capítulo N° 19 | parte 2


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y comentarios <3

~ • ~

Estuve intranquilo todo el día, tanto que debí comprar un nuevo paquete de cigarrillos porque los había acabado enseguida. Me di un baño relajante, y aún así caminé por todas partes, sin poder apagar mi cerebro. Sin conseguir deshacerme de mis pensamientos.

Y cuando vi a mamá preparar una gran cena, supe que en verdad había invitado a ese imbécil. Se había puesto una falda larga negra, con botas de caña alta y un sweater canela. Se veía elegante y a la vez hermosa, y aunque quería halagarla también me molestaba que fuera por ese hijo de puta. Incluso se había maquillado, con sombra café en los ojos, un delicado delineado y labial en los mismos tonos.

—¿Necesitabas arreglarte tanto? —siseé.

—No estoy tan arreglada, estoy casual —dijo sin darle mucha importancia mientras se quitaba el delantal. Giró hacia mí con el rostro serio—. Mira, hijo. Yo lo invité y dijo que vendría, pero quizá ni siquiera venga.

—Con lo que le gusta cumplir, seguro —me reí con ironía.

—Arréglate tú también. Dices que no lo necesitas, bueno, demuéstralo.

Chasqueé la lengua al alejarme hacia mi habitación. Sin embargo, aunque estaba enojado, una parte de mí estaba algo nervioso y esperanzado, como un maldito imbécil.

Me cambié de ropa, colocándome unos jeans y una sudadera negra que me sentaba muy bien. No tenía pensado ponerme una camisa ni ninguna ridiculez así, incluso me quedé con mis tenis blancos. Lo que sí hice fue colocarme colonia y peinar mi cabello. Últimamente me gustaba más que cayeran dos mechas en la frente, por los lados, más ahora que vi el peinado hacia atrás que tenía ese hijo de puta.

Por la tarde hablé bastante con Alex, aunque él tardaba en contestar debido a sus responsabilidades. Estaba viviendo con Lilah solo como apoyo, pese a la molestia del novio de ella. Y a pesar de las quejas de ese tipo, fue la misma Lilah quien invitó a Alex para poder descansar y soportar su posparto mejor.

Estaba allí sentado en mi cama cuando oí el timbre, y casi se me cayó el teléfono de las manos. ¿En verdad había venido? ¿De en serio? No lo podía creer. Mi pulso estaba acelerado y no quería salir de allí, pero alguien debía ayudar a mamá. No iba a permitir que pareciera Cenicienta frente a ese tipo.

Cuando abrí la puerta de la habitación vi a mamá tomar el abrigo de Matthew, ese sobretodo negro tan elegante. Mamá lo colgó en el perchero del recibidor y lo invitó a pasar. El tipo miraba todo con atención, tal vez con curiosidad o tal vez con desdén, no estaba seguro.

Decidí ignorarlo para poder ocuparme de finalizar los detalles de esa cena. Mamá se había preocupado por preparar una gran comida, había un primer plato de sopa de espárragos y el plato principal era trucha a la manteca negra con alcaparras y almendras, acompañado de vegetales grillados.

«Son comidas de Red Queen y King» pensé y miré de reojo a mamá. Michael y ella se habían intercambiado los números, ¿le había pedido la receta? Lo más curioso no era que mamá le hubiera pedido la receta, sino que Michael le hubiera pasado sin problemas parte del menú de su cadena de restaurantes.

—Traje un vino, espero sea de tu gusto —dijo él con una sonrisa al posar la botella sobre la mesa.

Un Sauvignon Blanc, bien. Iba perfecto con el pescado.

Que trabajar para Michael Lefebvre sirva de algo, tal vez no era sous-chef para hacer una bonita presentación, pero no llevaba tantas bandejas con platos decorados cada día por nada.

—¿Quieres cenar ahora o en un rato? —preguntó mamá al invitarlo a sentarse, con un educado movimiento de mano.

—Me gustaría hablar, hace mucho tiempo que no nos vemos.

Rodé los ojos. La sonrisa de galán lo delataba, claramente quería coquetear con mamá y yo estaba estorbando.

—Saldré a fumar, má. Llámame si necesitas algo —dije al tomar mi paquete.

Matthew me miró de reojo, aunque no con mucho interés. Me daba verdaderamente igual.

Afuera hacía muchísimo frío, así que tomé mi abrigo colgado allí y también una bufanda para poder acomodarme en los asientos del pórtico. Estaban algo viejos y desgastados pero aún soportaba mi peso.

Dejé ir el humo, oyéndolos hablar. Sus voces se escuchaban a la perfección. Hablaban de trabajo, de él siendo director de finanzas en una empresa, o mamá siendo instrumentadora quirúrgica. Por el momento no parecían coquetear tanto, hablaban con cordialidad, aunque luego el chisme se puso interesante.

—¿Seguiste viendo a los chicos? Tony, El mocos, Eddie —preguntó mamá.

—Dejamos de vernos hace ya mucho tiempo. Lo último que supe de Tony es que estaba en la cárcel por robo a mano armada, y El Mocos falleció en un accidente en las carreras, hace quizá unos quince años —dijo el tipo—. De Eddie no sé nada. ¿Qué hay de ti? Desapareciste de la faz de la tierra.

—Necesitaba darle una buena vida a mi hijo, no la iba a tener en ese ambiente.

Tomé mi teléfono porque había vibrado en el bolsillo. Era Alex.

El culón: fue el hdp ese al final???

Dejé el cigarrillo en mis labios para poder contestarle.

Yo: Sí, está hablando con mamá. El chisme se puso bueno. Están nombrando un montón de personas del pasado. Hay presos y hasta muertos xD

Lo ví escribir y borrar varias veces, antes de enviarme:

El culón: Si la cosa se pone intensa, o te sientes mal, o si necesitas que lo golpee por ti, avísame e iré a rescatar a mi Ricitos de oro.

Sonreí, pero dejé el teléfono a un costado para poder apagar el cigarrillo. Miré la calle y el suelo de nuestro aburrido jardín, cubierto de nieve. Todo se veía blanco, y aunque odiaba el frío y el invierno, la nieve sí me gustaba mucho. El aire era fresco y el valor brotaba de mis labios ante cada suspiro.

Luego de unos instantes decidí ingresar nuevamente. Ambos continuaban hablando mientras bebían una copa de vino cada uno.

—Comenzaré a servir la cena, má —dije al acercarme y ella dirigió su mirada hacia mí.

—Está bien. ¿Tienes hambre? —le preguntó a Matthew con una sonrisa—. Lo preparé yo.

—¿Quién más podría hacerlo? —comentó él con una ceja alzada.

Comencé a servir la sopa de espárragos sin prestarle atención.

—Bueno, como trabajo siempre suele cocinar Al. Es muy bueno —dijo mamá con una voz animada.

—Uhm… No me parece adecuado que un muchachito se ocupe de la cocina.

—Se le llama supervivencia básica —dije y volteé para acomodar el plato frente a él, luego acomodé el de mamá—. Un adulto que no sepa cocinar es un inútil.

Tomé mi plato y me senté junto a mamá. Supuse que me había mirado, o tal vez no, pero de todas formas me concentré en saborear esa deliciosa sopa.

—Una sopa de espárragos para entrar en calor —dijo mamá con una sonrisa—. Luego está el plato principal.

Alcé la mirada solo por un momento y lo vi hacer un gesto de aprobación.

—No soy muy quisquilloso con la comida —Sorbió la sopa e hizo un sonido placentero ante el sabor—. Pero claro, esto es mejor que esas hamburguesas de madrugada.

—¿De madrugada? —repetí y apreté los labios porque lo había dicho en voz alta. Eso llamó la atención de él, que dirigió su mirada hacia mí.

—Nos daba hambre de madrugada y hacíamos hamburguesas —se rió mamá—. Eran horribles pero servían.

¿Hambre de madrugada? ¿Por qué presiento que era por estar drogados…?

Conversaron entre ellos y rara vez Matthew me miraba o dirigía la palabra, así que yo tampoco lo hice con él. Luego de la sopa serví la trucha junto a las verduras, con una bonita presentación. Eso pareció sorprenderlo porque alzó sus cejas y dirigió su mirada hacia mí.

—Esto parece de Red Queen —dijo y miró a mamá—. No necesitas mentir en caso de que no lo hayas hecho tú. Mucha gente no cocina su propia comida.

—Mi madre estuvo toda la tarde cocinando esto para ti —dije entre dientes, con molestia—. Cállate y come.

—Al… —Mamá posó su mano sobre la mía, con cariño, entonces lo miró—. Lo siento, Matt. Al es muy protector conmigo.

—Está bien, así debe ser un hombre.

Chasqueé la lengua y comí el pescado que con tanta dedicación había cocinado mamá. Nunca probé el de Michael, pero este sabía increíble. Incluso Matthew hizo un sonido placentero y se secó la boca con una servilleta para beber un trago de vino.

—He ido varias veces a Red Queen, especialmente para hacer negocios —dijo cuando finalizó el plato, así que levanté los tres—. Sabe como el de Michael Lefebvre.

—Claro, porque ha sido Mickey quien me enseñó —dijo mamá con una risita.

Matthew torció sus labios e hizo un paneo rápido a la casa, claramente desconfiando de que alguien en nuestra posición pudiera tener contacto con los Lefebvre. Pobre idiota.

Creí que insistiría en creer que estábamos mintiendo, sin embargo no dijo nada al respecto y comenzó a hablar con mamá de otros temas. Hablaban mucho del pasado y así fue como supe que salieron por dos años, hasta que él la abandonó. Aunque claro, no tocaron ese tema.

¿Yo? Fui ignorado por completo. Mamá cada tanto me miraba con una sonrisa como si quisiera incluirme en la conversación, pero ¿de qué carajo podría hablar? No lo conocía a él ni a todas esas personas de las que hablaban.

«Me siento muy incómodo, me quiero ir pero no quiero hacer quedar mal a mamá. Ni siquiera cree que ella haya cocinado esto, somos demasiado pobres como para la comida de tu madre» le escribí a Alex bajo la mesa.

—Al es mi orgullo —dijo mamá de repente al posar su mano en mi mejilla, así que alcé la mirada—. Es un buen chico, muy compañero.

—Alphonse… —repitió Matthew y lo miré con sorpresa—. Como tu abuelo, ¿verdad? Creo que se llamaba así.

—¡Sí! Qué lindo que lo recuerdes. Mi abuelo me ayudó mucho y le puse su nombre como agradecimiento.

Matthew me miró fijo por primera vez en la noche, con curiosidad. Sus ojos pequeños y marrones eran idénticos a los míos, y me di cuenta, luego de verlo hablar con mamá, que también había heredado su sonrisa. Me di cuenta, también, que su cabello no era negro sino castaño oscuro.

—¿Y a qué te dedicas? —me preguntó.

Tragué saliva y comencé a sentir mis manos sudar. Una gota de sudor recorrió mi espina dorsal y tuve que aclarar mi garganta para responder.

—Soy camarero en un restaurante de élite —dije, tratando de mostrarme confiado.

Él alzó una ceja.

—¿Camarero?

—Me querían como ayudante de cocina pero preferí ser camarero —expliqué.

Torció sus labios y comencé a sentirme mucho más nervioso.

—¿Y no estudias? ¿No tienes ambiciones? ¿Qué hay de la universidad?

No quería decir que fui rechazado de distintas universidades, mucho menos explicar que lo hice a propósito para no molestar a mamá. Moví los labios en un intento por hablar, pero fue mamá quien lo hizo.

—Al quería ayudarme con los gastos, te dije que es muy compañero —dijo y bajé la mirada—. ¡Y claro que tiene ambiciones! Sueños muy hermosos. Dile, bebé.

No quería que me llamara bebé frente a él. Por alguna razón comencé a sentirme más débil, como una presa frente a un depredador. Quería escapar pero sabía que no había escapatoria. Él no corrió la mirada en ningún momento, me miraba fijo como si estuviera juzgando todos mis movimientos y respuestas.

—Al desea… —quiso decir mamá.

—Eres casi un adulto, ¿tu madre hablará siempre por ti? —dijo él con molestia.

Tragué saliva y escribí en el chat abierto de Alex: «ayuda».

—Quiero tener mi propia cafetería con casa de té —dije y aclaré mi garganta—. Soy bueno haciendo té.

Él alzó sus cejas y entonces curvó sus labios en una sonrisa, para luego comenzar a reírse casi a carcajadas.

—¿Eres bueno haciendo té? ¿Es acaso una broma? Eso ni siquiera es un talento, ni un trabajo real, mucho menos un sueño o ambición que valga la pena. Eso es de maricas.

—Tú a los diecinueve solo soñabas con tirarte a todas las chicas de la ciudad, él al menos tiene un sueño real con la misma edad —se quejó mamá.

—Y maduré, estudié una carrera, conseguí un trabajo de verdad y hoy soy director de finanzas —dijo con una sonrisa engreída—. Con sueños de mujercita no vas a llegar a nada en la vida, chico.

—¿Y los sueños de hombre son abandonar a tu novia embarazada? —dije casi en un susurro.

Quería gritarle, quería cruzarme por la mesa y lanzarle un puñetazo, y aún así no pude moverme. Me quedé gélido en mi lugar con el teléfono en la mano y la mirada baja.

—¿Para eso me invitaste, para que tu hijo me reclame cosas que ni siquiera me importan? —dijo Matthew.

—Es tu hijo también.

—Yo no quiero hijos. Nunca quise tenerlos y nunca los tendré. Lo pensaba a los diecinueve y lo pienso hoy en día.

Me puse de pie, guardando el teléfono en el bolsillo para poder ir afuera a fumar. Podía fumar dentro de casa pero la verdad es que necesitaba una excusa para salir.

—Peleen entre ustedes si quieren, no me interesa —dije y le di un golpecito a mi paquete—. Nunca necesité un padre, mucho menos lo voy a necesitar ahora.

Salí rápidamente al pórtico. Allí me senté nuevamente en el asiento de madera y, para evitar oírlos hablar de mí o lo que carajo sea, me coloqué auriculares y puse música. «Weird Fishes/Arpeggi» de Radiohead comenzó a sonar. Coloqué el cigarrillo en mis labios y lo encendí para poder disfrutar del sabor a tabaco.

¿Por qué había estado tan nervioso antes? El tipo era un idiota. No lo necesitaba, nunca lo necesité. Estaba bien sin él. Me sentía bien, tranquilo y ni siquiera podía sentir odio. La verdad es que no sentía nada.

Pasaron tres canciones más cuando vi las luces de un auto iluminar la calle. La camioneta negra de Alex apreció allí, con sus neumáticos de invierno para evitar resbalar en hielo o quedar anclado en la nieve. Subió a la acera para estacionarse frente al garaje. Me puse de pie al instante porque no esperé que en verdad apareciera.

Lo vi abrir la puerta trasera y de adentro tomó algo, pero cuando cerró la puerta y volteó hacia mí me quedé helado al ver una mantita rosada.

—¡Alex! ¡¿Qué carajo haces?! ¡Estamos en pleno invierno!

—Lilah necesita dormir, y tú me necesitas a mí. Mato dos pájaros de un tiro —dijo y caminó hacia mí cubriendo muy bien a la pequeña.

—¡Hay nieve por todas partes, imbécil!

—Mira, Molly —dijo con voz suave—. Este es tu tío, hay que ayudarlo porque está bastante tarado.

Quería volver a gritarle, pero al instante abrí la puerta de casa para que pudiera ingresar con la bebé de apenas cuarenta días. Allí en el recibidor pude admirarla luego de cerrar la puerta. Era tan pequeña y hermosa, su naricita era una cosita toda miniatura. Apenas se le veían las cejas y pestañas anaranjadas, y estaba profundamente dormida.

—Por Dios, es hermosa —dije y sonreí ampliamente.

—Mamá dice que se parece a Chrissy, pero la verdad es que se parece a Lilah, solo que pelirroja como nosotros.

Alex dirigió su mirada hacia el comedor, donde mamá y Matthew conversaban entre sí.

—Estoy bien, Alex —dije al ver su rostro furioso.

—No, no lo estás. Solo finges igual que siempre.

Diciendo eso comenzó a caminar hacia ellos y mamá por instinto dirigió su mirada hacia él. Abrió los ojos con sorpresa y curvó sus labios en una sonrisa emocionada al verlo caminar con la bebé en los brazos.

—¡Alex! ¿Qué haces aquí? ¿Esa es Molly?

Alex se detuvo frente a ambos y miró de arriba hacia abajo a Matthew, pero luego dirigió toda su atención a mamá.

—¿Quién es él, preciosa? —preguntó Alex.

Él sabía bien quién era Matthew, tal vez solo lo estaba provocando.

—Alex, ¿vamos a mi habitación? Puedes recostar a Molly allí —propuse.

—No, quiero saber si este es el cobarde hijo de puta que abandonó a su novia embarazada sin importarle su bienestar —gruñó Alex y miró fijo a Matthew.

—¿Y tú quién se supone que eres? —siseó él.

—El esposo de Liv.

Comencé a reírme porque era una locura, y más aún por la cara de mamá y de Matthew ante esas palabras.

—¡Alex! —chilló mamá y miró hacia Matthew—. No es cierto, solo es el mejor amigo de Al y también es bastante protector. No le prestes atención.

—¿No podías solo y tuviste que llamar a tu amigo? Primero necesitas que tu madre hable por ti y ahora esto. Definitivamente eres una mujercita —se burló.

Sentí un nudo en la garganta.

—¿Quién carajo piensas que eres? ¿Crees que puedes aparecer veinte años después a seducir a Liv, como si nada hubiera pasado? —escupió Alex y miró hacia mamá—. ¿Qué hay de ti, acaso no derramaste suficientes lágrimas por este hijo de puta?

—No voy a permitir que un don nadie… —comenzó a decir Matthew al ponerse de pie.

Alex comenzó a reírse.

—¿Un don nadie? —se rió más—. ¿Crees que por vestir trajes eres alguien importante? ¿Al menos es de diseñador? Eso no parece Hugo Boss o Dior.

Matthew se rió al ver a Alex de arriba hacia abajo, vestido casual igual que siempre, con jeans y una camiseta de mangas largas negra.

—Dudo que reconozcas un Dior si lo vieras.

—Matt, creo que tal vez es momento de que…

Mamá no pudo terminar porque él alzó su mano para que se callara, mirando fijo a Alex, con desafío.

—No, quiero ver qué tiene para decir este tipo. Habla, dime lo que quieres decir.

—Ya te lo dije, eres un cobarde hijo de puta que abandonó a su novia embarazada «porque no estaba listo para ser padre» —escupió Alex—. ¡Nadie está listo para ser padre! Pero los verdaderos hombres nos hacemos responsables, no huimos como cobardes.

Meció a Molly en sus brazos porque hizo un sonido, amenazando con despertarse. Fue por eso que mamá extendió los brazos para recibirla. Tal vez Alex le estaba transfiriendo sus nervios a la pequeña.

—¿Llamas «mujercita» a Al por tener emociones? ¿Por necesitar ayuda? Al es más hombre de lo que tú jamás serás.

—Alex, está bien. No me interesa este tipo —dije y posé mi mano en su hombro—. Me da igual.

—Tenía diecinueve años —gruñó Matthew.

—¡Y yo tenía dieciocho cuando tuve a mi primer hijo en los brazos! —gritó Alex con furia—. Tú eres un cobarde y nada más que un cobarde. Tienes enfrente a tu hijo ¿y ni siquiera te importa? ¿No te da vergüenza ser tan cínico?

Matthew se rió y ni siquiera me dirigió una mirada.

—Vine porque Liv me invitó, no porque me interesara un supuesto hijo. Ni siquiera sé si es mío en verdad, ¿o no?

—¡¿Qué mierda estás queriendo decir?! —grité y di un paso adelante, porque no iba a permitir que insultara a mi madre.

Alex puso la mano en medio para que no avanzara, y no dejó de mirarlo con asco en ningún momento.

—¿Por qué mentiría Liv? ¿Crees que quiere tus sobras? —se burló Alex—. Ellos no necesitan de tus migajas.

Matthew miró con desconfianza a Alex y también a mamá, pero extendió su mano hacia ella, quien la aceptó con una sonrisa.

—Siempre podemos beber un café solo tú y yo, sin moscas de por medio —dijo y sonrió al verme de reojo—. Café, no té como una mujercita.

Mamá, aún tomada de su mano, lo escoltó hasta la puerta. En el camino Matthew se detuvo a mi lado y me miró con molestia e incluso desdén.

—Tú no eres un hombre, tampoco mi hijo —siseó en voz baja de tal manera que solo yo pudiera oírlo.

—No me interesa ser tu hijo. Tengo una madre maravillosa, una completa reina —dije en respuesta, sin mirarlo—. Y si vuelves a lastimarla, esta vez ella tiene quien la proteja, ¿oíste?

Se alejó tras de mí junto a mamá, quien aún tenía a Molly en sus brazos. Yo me acerqué entonces hacia Alex, quien tomó la botella vacía de vino para inspeccionarla.

—Un maldito con buen gusto —dijo.

—Es director de finanzas, dinero no le falta y claramente le sobra.

Alex bajó la botella hacia la mesa y me miró con atención. Se acercó un poco más hasta posar la mano en mi hombro.

—Al, está bien si te enojas o entristeces, no necesitas estar siempre feliz.

—Estoy bien, de verdad.

La puerta de entrada se oyó y los tacones de las botas de mamá resonaron en el suelo de madera. No giré para verla, estaba concentrado en ver los ojos verde claro de Alex que me miraban con comprensión. No pena o lástima, él jamás me miraba con lástima.

—Alex, no puedes venir en medio del frío con la bebé así —lo regañó mamá.

—Liv, ese maldito no puede venir luego de veinte años como si nada —la regañó él—. ¿Pensaste en cómo esto podría hacer sentir a Al?

—¡Claro que sí! Pensé que le haría bien cerrar la herida.

—¡Ya dije que no hay ninguna maldita herida! —grité con odio y con eso desperté a Molly, quien comenzó a llorar.

Alex la tomó de nuevo en sus brazos para poder mecerla mientras le tarareaba una canción de cuna. Y por alguna razón verlo así, verlo con su pequeña hija en los brazos, verlo tararear con tanto amor, me produjo un mal sabor de estómago.

—Hijo, quería que lo conocieras para entender parte de tu identidad. Tal vez saber de tu padre te ayude.

—No tengo mi identidad incompleta, no necesito nada —dije entre dientes—. Estoy bien.

Ambos me miraron, mamá con pena y Alex con esa mirada comprensiva.

—Al, si quieres llorar o gritar, hazlo, pero no digas que estás bien —dijo Alex.

—¡¿Pueden dejarme en paz?! ¡Ya dije que estoy bien!

Me alejé de ellos para poder ir hacia mi habitación. No tenía ganas de oírlos, ni de verlos, ni de nada. Solo quería encender un cigarrillo, poner música y olvidarme de esto. Nunca tuve un padre, verlo ahora y descubrir que es un imbécil no significa nada. Estaba bien, no necesitaba que me persiguieran como si fuera a derrumbarme.

No pasó mucho antes de que Alex apareciera allí sin Molly en los brazos, supuse que se la dejó a mamá. Chasqueé la lengua con molestia, pero fui yo quien hizo que viniera así que solo podía callarme y aguantar sus sermones.

—Al.

—¡Carajo, que estoy bien! —grité con odio—. No lo necesito, lo único para lo que me sirvió verlo fue para saber que tengo sus ojos y su sonrisa. Al menos vi que es atractivo, y eso combinado con la belleza de mamá me formó a mí, el tipo más hermoso del mundo.

—Al.

—¡¿Qué?!

Me miró fijo con una mirada suave.

—Ya no necesitas fingir. No conmigo. Ya me di cuenta que es mentira.

—¿Qué cosa se supone que es mentira?

—Tu ego. Esa autoestima tan alta tuya. Ya sé que es falso, no necesitas fingir.

—No es mentira, soy bellísimo, soy sexy, soy perfecto —dije con una sonrisa torcida y coloqué un cigarrillo en mis labios.

Alex me miró en silencio, aunque no le presté atención. Encendí el cigarrillo y di una larga pitada, luego dejé ir el humo por la nariz y todo ese sabor a tabaco relajó mis músculos.

—Soy consciente de que eres muy atractivo, Al, pero ahora también soy consciente de que solo es una máscara que cubre la verdad.

Me reí y volví a darle una pitada al cigarro.

—¿Y cuál es esa verdad? —lo desafié.

—Que te odias. Que te odias con toda tu alma y que eres incapaz de amarte.

Me reí con más fuerza y dirigí mi mirada hacia él.

—¿Odiarme? La única persona a la que amo más que a mamá es a mí mismo. Me amo, Alex. Soy perfecto.

—No crees ser perfecto, solo lo dices para convencerte de que lo eres. Lo repites una y otra vez para ver si así consigues creerlo —se sentó a mi lado en la cama—. Y está bien, es la armadura que armaste durante años para protegerte. Solo te digo que conmigo no necesitas usar esa armadura.

—¡Ya te dije que estoy bien, que me amo!

—¿Entonces no te odias?

Lo miré con diversión y volví a darle otra pitada al cigarrillo.

—¿Y por qué debería odiarme? —dije y él dirigió su mirada hacia el biombo de mi habitación. Detrás ya no estaba la motocicleta desarmada, pero aún así había cosas de garaje.

—Tu madre, Chrissy, Eric y yo te amamos. Lo sabes, ¿verdad?

Apreté los labios y sentí un fuerte escozor en la garganta. Parpadeé por un momento para quitar el empañe de mis ojos.

—Yo también los amo…

—¿Puedes, por favor, dejar de odiarte y tratar de amarte tú también?

—¡¿Y cómo no odiarme?! ¡¿Cómo?! —grité con fuerza—. ¡Si le arruiné la vida a mi madre, si solo soy un estorbo y lo he sido siempre! ¡Si… ni mi padre me quiso!

Mis manos comenzaron a temblar y terminé por derrumbarme. Maldita sea, Alex me había empujado a eso. Maldita sea. No conseguía dejar de llorar, me sentía como un verdadero imbécil. Una mujercita. Un marica como dijo él.

—Si ni mi padre me quiso… —repetí, con la voz quebrada—. ¿No se supone que un padre ama a sus hijos? ¿No es lo natural?

Alex me abrazó y me deshice en lágrimas en su hombro como un debilucho, como un imbécil.

—Está bien, Al —dijo con voz suave y me aferró con más fuerza—. Está bien.

—Me ignoró, Alex. Me ignoró todo el tiempo —gimoteé—. Si no le importé siendo un bebé, ¿por qué le importaría siendo un hombre?

—¿Querías conocerlo?

—Toda mi vida —sollocé con voz débil por el llanto—. Miraba la puerta soñando que venía a buscarme, y eso jamás pasó. Imaginaba que jugaba básquetbol conmigo, que me llevaba al cine, o al parque, o… que me cuidaba si estaba enfermo.

—Tuviste una gran madre, Al —dijo y se alejó un poco para verme el rostro—. Ella hizo todo lo posible.

—Lo sé —dije y tragué saliva—, pero yo lo necesitaba a él. ¿Por qué debería amarme, por qué si ni él quiso hacerlo?

—Porque tu madre sí lo hace.

Me cubrí el rostro con las manos. No conseguía dejar de llorar, y tampoco conseguía dejar de sentirme culpable por ello, o un idiota, un debilucho. Un completo estúpido. Iba a cumplir veinte años y ahí estaba llorando por mi padre como un niño. Y así me sentía, como ese niño pequeño, ese Al de seis años que en navidad esperaba que apareciera su padre. El Al que le escribía a Santa que su papá volviera por él.

Qué maldito imbécil que fui toda la vida.

El llanto de Molly comenzó a oírse, agudo y fuerte, y al instante Alex salió corriendo. El instinto de padre, el instinto que el mío nunca tuvo. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía importarle tan poco su propio hijo?

—Bebé…

No miré hacia mamá, continué cubriéndome el rostro.

—Perdón —dije—. Perdón, mamá.

—¿Por qué te disculpas? —me preguntó, y su voz se oía muy angustiada—. Perdóname tú, creí… creí que te haría bien, para cerrar la herida.

—No puedo parar —sollocé y me descubrí el rostro solo para ver mis manos húmedas por lágrimas—. Me abrió una herida que creí cerrada, má. Ni siquiera me miró, ¿por qué? ¿Qué tengo mal? ¿Es por el té, es porque soy hombre, es porque me parezco a ti, o solo porque existo?

—No hay nada mal en ti, bebé. Nada —Comenzó a secar mis lágrimas con sus suaves manos—. Lo siento, hijo, creí… siempre necesitaste a tu padre y creí… Lo lamento, bebé.

Mamá me abrazó y lloré en ella hasta que ya no tuve más fuerza. Hasta que incluso mis ojos se sintieron pesados. Me sentía débil y mareado, y mis párpados ardían de sobremanera.

Ella se fue cuando me tranquilicé un poco, la oí hablar con Alex. En realidad parecían discutir, y quería decirles que no pelearan pero ni siquiera tenía fuerza para eso.

Alex apareció poco después con Molly en sus brazos y me la extendió. Nunca había alzado a un bebé, tenía miedo de que se me cayera. ¿Y si algo malo le pasaba por mi culpa? Alex, sin embargo, la acomodó en mis brazos con cuidado y se agachó frente a mí. Observé a la pequeña bebé profundamente dormida, con sus pequeños ojitos cerrados y sus labios de corazoncito fruncidos por el suave respirar. Sus cejas eran casi imperceptibles de tan claras que eran, al igual que sus pestañas y su cabello anaranjado.

—Es hermosa —dije y respiré hondo porque no quería transferirle mi angustia, aunque tenerla en los brazos me hacía sentir mejor—. Es tan hermosa, Alex. Felicidades.

—Al —dijo con voz suave y me dedicó una sonrisa—. Necesito que poco a poco sanes esas heridas y aprendas a amarte. Necesito que dejes de odiarte a ti mismo, o no podrás ser un buen padrino para Molly. Necesitas poder amarla y guiarla cuando se sienta perdida.

Alcé la mirada para verlo con sorpresa.

—¿Padrino?

—Lo hablé con Lilah. Ella es católica y yo no quiero imponer mis ideas sobre los de ella, para Lilah es importante que Molly esté bautizada. Es solo un ritual estúpido pero…

—¿Quieres que sea su padrino? ¿Por qué yo, porque no…?

—Isaac se fue hace casi cuatro años —me interrumpió—. Eres tú quien ha estado conmigo. Eres tú quien me tranquilizo cuando tuve miedo y quien me ha acompañado durante todo el embarazo. ¿Crees poder intentar quererte de a poco por Molly?

Me mordí los labios y aferré más a la pequeña hacia mí. ¿Cómo podía amarla tanto si acababa de conocerla? ¿Cómo podía amar así a un ser tan pequeñito?

—Lo voy a intentar… —murmuré.

—Me quedaré a dormir aquí, tu madre me presta su cama para poder estar cómodos con Molly. Liv vendrá contigo, ¿eso está bien?

Asentí lentamente y le extendí la bebé para que pudiera llevarla a dormir. Era tarde para ella, necesitaba estar cómoda en una camita y no de brazo en brazo.

Tenerla contra mi pecho y sentir su suave respiración solo me hizo darme cuenta de que mi padre era un maldito. ¿Cómo pudo dejar a su suerte a una criaturita así? ¿Cómo pudo saber que existía y no pensar en acurrucarlo contra su pecho?

Mamá apareció con una bandeja con dos tazas de té, y no necesité olerlo ni verlo para saber que era de rosas. Acomodó la bandeja en la mesa de noche y me extendió una taza.

—Ya estoy bien, má. Ya está.

—¿Podemos hablar de algo?

La miré con curiosidad porque tomó una cajita de madera rectangular de la bandeja y la colocó con suavidad sobre sus piernas. En la tapa redondeada tenía una pintura de rosas algo gastadas.

—¿Es sobre ese tarado? —pregunté.

—No, hijo —suspiró—. Creí que para sanar tu herida necesitabas a tu padre, a Matthew, pero… Ahora me doy cuenta de que me equivoqué, que no lo necesitabas a él. Necesitabas al padre que siempre estuvo.

La miré con confusión. ¿Qué padre que siempre estuvo, si solo fuimos ella y yo toda la vida? Sorbí un trago de té, tratando de no pensar mucho al respecto.

—¿Recuerdas tus primeros tenis de básquetbol? —preguntó, aún acariciando la cajita.

—Sí, fueron un obsequio de la tía Lara.

Mamá me miró con una sonrisa y negó con un movimiento de cabeza.

—No, bebé. Tus primeros tenis, tu bicicleta de la infancia, la bicicleta que usaste en la secundaria, incluso la laptop que supuestamente te dio mi hermana… —Bajó la mirada—. Todo eso fueron obsequios de la persona que se preocupó por ti siempre.

Me extendió la cajita, así que hice a un lado el té para poder tomarla. La madera era vieja y algo áspera al tacto, y cuando la abrí encontré un montón de pequeñas notas.

«¿Le diste el medicamento? Avísame si vuelve a sentirse mal, los llevaré al hospital, no me importa si me ve»; «Lo vi andar en la bicicleta por el jardín, ¿te molesta si la próxima lo llevo al parque junto con Eric?»; «Si vuelves a dejarme la mercadería en la puerta de casa, volveré a dejarla en tu puerta. Quédatela, orgullosa»; «Liv, piénsalo, por favor. Los amo a los dos». «Feliz navidad para los dos, los amo». Y más, había muchas, muchas más.

Todas las notas… todas las malditas notas estaban firmadas como «Ash». Alcé la vista para verla, mamá tenía los labios apretados y los ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué es esto, má?

—Ash y yo fuimos muy buenos amigos, aún lo somos, pero… —Se mordió los labios—. Cuando tenías cinco años y sucedió lo de Carl yéndose con Kim, me convertí en el apoyo de Ash y en algún punto algo cambió. Comenzamos a estar juntos, nada serio, solo nos divertíamos y… Luego la cosa se puso sería y tuve miedo. Ash quería blanquear la relación y adoptarte, porque él te amó y te ama tanto, pero tuve miedo de que te molestara y…

Abrí los ojos con consternación.

—Dime que estás bromeando…

—Ash se enamoró de mí, y aunque yo lo amé creo que jamás lo amé lo suficiente ni tanto cómo él me amó —dijo y corrió la mirada—. Tú siempre fuiste muy celoso y no quería que te enojaras, sabía que no te gustaría que estuviera con Ash y lo hicimos a escondidas…

—¡Mamá, por amor a Dios, dime que es broma! —chillé.

—Perdón, hijo. Es justo por esto que nunca lo blanqueamos, y al final nos alejamos y él comenzó a salir con su actual esposa —suspiró y tomó su taza de té para darle un sorbo—. Aún así Ash te ama, hijo, por eso en tu cumpleaños armó la motocicleta. Por eso cada año se asegura de que recibas un obsequio, aunque nunca te lo dijera.

—¡Mamá, carajo! ¡Toda mi vida quise que salieras con él! —chillé—. ¡¿Me estás diciendo que fueron amantes y que tuviste miedo por mí?! ¡Si alguna vez me lo hubieras preguntado te lo habría dicho!

Mamá me miró enseguida con los ojos abiertos de par en par.

—No es cierto…

—¡Por Dios, si es el único que te ha tratado siempre bien, claro que deseaba que fueras su novia!

Mamá corrió la mirada y se concentró en ver su té.

—Bueno, ya no importa. De todas formas yo no lo amé tanto como él a mí, no hubiera funcionado. Él ahora es feliz con su mujer y su hijo —sonrió y se encogió de hombros—. Pero nos habríamos ahorrado escapadas por la ventana de haberlo sabido.

—¿Escapadas por la ventana?

—¿Recuerdas alguna vez donde llegaste de la escuela y estuviera Luke por allí, silbando de repente?

Asentí con algo de confusión, con Eric siempre creímos que estaba drogado.

—Era la señal de que Ash debía huir —dijo con una risita—. Luke siempre lo supo y nos ayudaba a esconderlo, aunque Ivana se dio cuenta sola.

Me quedé en silencio, tratando de recordar mi infancia, en busca de alguna señal de que esos dos pudieron estar juntos. De que Ash se hubiera comportado como un padre para mí. Pensé en todas esas veces que nos llevó a Eric y a mí al parque, o al cine, incluso a patinar. Las veces que nos hizo jugar con una pelota en el jardín, o que corrió con nosotros al jugar. Recordé las veces que nos retiró a ambos de la escuela, y… Ash es el único de los Morrison con el que jamás peleé físicamente, jamás me golpeó ni yo a él. Era el único con el que solo discutíamos y al momento estaba todo bien.

Creí que se debía a ser el amigo de su hermanito, que toda esa atención era para no dejarme fuera solo porque era amable. Nunca creí… nunca creí que estaba siendo un padre para mí.

Todo lo que siempre soñé que hiciera mi padre conmigo lo había hecho Ash. Lo había hecho sin que me diera cuenta.

Como un idiota comencé a llorar.

—¿Ash? —dije y me mordí los labios.

—Le pedí que nunca dijera nada, él insistió muchas veces en blanquearlo. Incluso hoy en día sigue preocupándose por ti, a pesar de que le busques pelea todo el tiempo. Él en verdad te ama mucho, hijo.

—Era divertido pelear con él —admití con una risita—. Me dice larva asquerosa…

—No te iba a decir «te amo, hijo» y delatarse tan fácil —dijo mamá con una sonrisa divertida.

Dirigí mi mirada hacia ella, tan hermosa. Pensar en que pudo haber sido feliz con Ash de no ser por mí, de no ser porque temían mi reacción, aumentaba incluso más la culpa en mi alma por simplemente existir. Sin embargo, a su vez, saber que no estuve solo siempre y que, pese a no ser mi padre biológico, Ash se ocupó de mí cada año, me hacía muy feliz.

Esa noche no dejé de pensar en todo eso. En Matthew, siendo un padre de mierda, y en Ash, que solo me llevaba once años y aún así quiso hacerse cargo de mí. Me dormí algo más tranquilo, aunque aún muy angustiado.

Por la mañana Alex se fue, no sin antes decirme que lo llamara de ser necesario. Me di el gusto de alzar nuevamente a Molly y darle un beso, para después verlos partir.

—¿Cómo te sientes, bebé? —me preguntó mamá, tomándome de la mano con cariño.

—No lo sé, confundido supongo.

—No voy a invitar más a Matthew, hijo. Lo lamento.

No dije nada y solo fumé un cigarrillo, mirando esas notas que mi madre me había obsequiado. Eran notitas que Ash le dejaba en cada compra u obsequio que traía para ambos, y ella guardó con cariño todos esos años. Aún era difícil creer que era verdad, y a su vez era lo más sencillo de creer. En cada recuerdo estaba Ash, en las fiestas, en mis cumpleaños, incluso en mi graduación… Ash siempre estuvo. Creí que era por Eric, pero… ¿en verdad había sido siempre por mí?

Cerca del mediodía sonó el timbre de la casa mientras que yo limpiaba el desastre de la cocina, un recuerdo de la noche anterior. Fue mamá quien abrió. Creí que tal vez era Ivana, o Eric, cualquiera a quien mamá le hubiese contado el drama de anoche.

—Así que ya lo sabes.

Me quedé gélido al oír la grave voz de Ash y dirigí mi mirada hacia allí. Estaba serio y de brazos cruzados frente a mí, con su uniforme militar. Su piel aceitunada y sus ojos café, tan parecido a Eric pero a la vez tan distinto.

—No puedo ir a trabajar sin que te metas en un lío, ¿eh?

—No me metí en ningún lío…

Hizo un sonido irónico y miró a mamá.

—No, es verdad, fue la princesa. Me hubieses llamado y aparecía para destrozarle la cara a ese hijo de puta —siseó al verla.

Tragué saliva porque no sabía bien qué decir. Era extraño pensar que ese inmenso hombre, con el que siempre discutimos, había sido mi padre de las sombras.

—¿Estás bien? —preguntó Ash al verme.

—No lo sé —admití con tristeza.

No sé qué cara puse, pero Ash dejó caer los brazos a los lados y me abrazó. No recordaba haber sido abrazado por él en algún momento que no fuera mi infancia. No sabía cómo sentirme. Lentamente llevé mis manos a su espalda y respondí el abrazo.

—No importa lo que diga ese inútil, ni su mísera existencia —dijo al aferrarme—. Tú siempre vas a ser mi pequeño.

Mordí mis labios y, aunque quise resistirme, los ojos se me llenaron de lágrimas y una a una comenzaron a caer por mis mejillas.

—Eres un idiota —le dije.

—Igual que tú, larva asquerosa.

No sabía si reír o llorar así que hice ambas, y lo oí reír y sollozar también a la vez. Para mí fue difícil crecer sin un padre, creyendo que nadie me quería, y para él tal vez fue difícil esconderse y ver que sufría por alguien cuando él estaba ahí.

—Estoy orgulloso de ti —susurró.

Solo eso bastó para romperme en mil pedazos. Era lo que había necesitado toda mi existencia, y lo había tenido ahí. Ahí a plena vista. ¿Cómo pude no darme cuenta?

Y por primera vez en tantos años deseando tener un padre. Por primera vez luego de años sintiéndome insuficiente, pude respirar en paz. Respiré como si hubiera sido la primera vez. Sentí que volvía a nacer, y esta vez sin estar solo.

Mamá tenía razón. Necesitaba a mi padre para sanar mis heridas.

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