Capítulo N° 18
El verano terminó, y con la caída de las rojizas hojas de los árboles se dió por comenzado el otoño, y luego una nueva estación. Las sobreviví ambas. Sobreviví el verano, el otoño, pero no estaba tan seguro del invierno.
Christine y Eric llevaban ya cinco meses saliendo. Durante algunas semanas, las primeras, los esquivé lo más que pude bajo excusas, cansancio u distintas ocupaciones. Luego no tuve más opción, pues ambos pensaban que yo estaba enojado con ellos. No estaba enojado, solo triste. Solo muerto en vida. Por eso, para evitar que se hicieran ideas equivocadas, acepté juntarnos un día a comienzos de otoño.
Verlos besarse, verlos reír juntos y darse muestras de afecto. Verlos tomarse de la mano y hablar entre susurros con sonrisas encantadoras, se sentía como mil puñaladas en el pecho. Debí haber muerto a la primera puñalada pero por alguna razón, tal vez suerte, sobreviví. La segunda puñalada fue dura pero también la sobreviví, y con el pasar de cada una comencé a acostumbrarme al dolor. Dolía un infierno. Dolía una infinidad y deseé que me quemaran los ojos para ya no verlos. Que me quitaran los oídos para ya no escucharlos, y me arrancaran el corazón para ya no amarla. Por supuesto, nada de eso sucedió. No tengo tanta suerte, y mi única opción fue adaptarme. Adaptarme a la idea de que ellos se amaban y eran felices juntos. Adaptarme a la idea de que yo jamás sería suyo y ella jamás sería mía. Que jamás seríamos juntos.
Con el comienzo del invierno regresaron las tristezas y pensamientos melancólicos. Me sentía más solo y me encontré las últimas semanas bebiendo más cerveza y fumando más marihuana, porque necesitaba dejar de pensar. Necesitaba dejar de estar por unos minutos en mi cabeza.
Hablé bastante con Lou, ella era la única que en verdad podía entenderme. Por eso una noche salimos a un bar juntos, nos encontramos allí para beber unos tragos.
—¿Cómo lo soportaste tres años? —pregunté, sin dejar de mirar mi vaso con cerveza.
—Tal vez fue más fácil porque no los veía. Él estaba en Kenia —suspiró y alzó sus bonitos ojos café para verme—. Para ti debe ser mucho más duro, Al.
—Estoy intentando sobrevivir.
—Sobrevivir y vivir son cosas muy diferentes. Se sobrevive porque no hay más opciones. Se sobrevive cuando no hay escapatoria. Se vive cuando las hay, cuando se logra ser feliz. Sobrevivir lo hacemos todos cada día, ¿vivir? Esa es la parte difícil.
—Te levantaste filósofa hoy, ¿eh? —bromeé.
—Me gusta dármelas de interesante —guiñó un ojo y me hizo reír, entonces posó su mano en mi hombro—. Vas a estar bien, Al.
—¿Tú estás bien?
—Lo estoy —asintió con una sonrisa—. Creo que necesitaba verlo. Necesitaba saber que de verdad yo no era su destino. Necesitaba verlo siendo feliz para poder soltarlo. Hoy puedo decirte que estoy bien.
—Bueno, tal vez en tres años pueda decir lo mismo —resoplé.
Lou se rió al darme un empujón.
Terminamos de beber nuestras cervezas y pedimos unos tragos más fuertes. Había ido hasta allí sin motocicleta porque no tenía pensado volver sobrio a casa. Y luego de unos cuantos tragos la acompañé a tomar un taxi. Ella solía pasarme su ubicación siempre que tomaba uno. Al principio me costó comprender la necesidad de eso. Al principio pensé que era una estupidez. Después de varias noches bebiendo juntos comenzó a darme miedo que algo le sucediera, y acepté sin reproche que me enviara su ubicación. Siempre observaba que todo estuviera bien, y la llamaba por teléfono en el mismo instante en que el auto cambiaba de ruta.
—Estoy bien, le pedí que se detuviera un momento, quiero comprar unos antiácidos para mañana —dijo con una risita—. Te aviso al llegar a casa.
Luego de colgar la llamada caminé balanceándome sobre mis pies, por el mareo, para poder tomar mi propio taxi. Debido a que vivíamos en localizaciones muy opuestas nunca podíamos compartir uno.
Últimamente estaba pensando en la opción de comprarme un auto. Tal vez uno viejo, uno que pueda servir para llevar a mis amigas a sus casas por la noche.
Parpadeé solo un momento en el taxi y sin darme cuenta ya estábamos cerca de casa. Estaba mareado y las imágenes a mi alrededor se veían doble, por lo que pagar fue algo difícil pero conseguí hacerlo. Me tambaleé hasta casi caer sobre los arbustos pero logré llegar victorioso hasta el pórtico, donde casi tropecé con la escalera. Se me revolvió el estómago y me vi obligado a vomitar a un costado, tras uno de los arbustos.
—¿Y mi llave…? —balbuceé al revisarme los bolsillos de manera torpe.
Tomé mis llaves, con un llavero de Charizard, y me acerqué tambaleando hasta la puerta. Estuve peleando un poco con esa estúpida puerta que se negaba a abrirse, o tal vez solo no logré embocar la llave en la cerradura correctamente. Entonces, mientras peleaba con esa puerta de madera roída por el tiempo, oí la voz de Bob.
—¡Es un desastre y tú lo permites, lo que le falta es mano dura!
—¡De mi hijo no vas a estar hablando! —gritó mamá.
Detuve el intento de abrir la puerta. Seguía mareado, pero quería escuchar lo que decían.
—¡¿Sabes lo que le falta?! ¡Un hombre en la casa! Y se nota demasiado que no ha habido nunca uno —gruñó Bob—. Se la pasa drogado o borracho, o ambas a la vez, y tú le permites todo. Por eso ni siquiera va a una maldita universidad, ¡porque solo es un vago drogadicto que vive de su madre!
—¡Cierra la boca antes de hablar de mi hijo! Ocúpate de los tuyos, que ya bastante problema tienes con ellos. Mi hijo es un adolescente que tiene derecho a divertirse.
—¡Es un vago vividor! ¡¿Lo tendrás hasta los treinta en el garaje?!
—¡Hasta mi muerte si así lo quiero!
De forma milagrosa abrí la puerta sin mucho esfuerzo e ingresé. Allí, en la cocina, estaba mamá con el rostro rojo de furia, de pie frente a Bob que también se veía furioso.
—¿Tienes algún problema conmigo, Bob? —dije al acercarme.
Él se rió con ironía al verme.
—Borracho y tambaleando, no falla —dijo y miró a mamá, como si mi presencia no significara nada—. No sé quién es más incapaz, si él que no sirve para nada o tú que no supiste criarlo. Supongo que tu amante podría ayudarte, puta asquerosa.
—¡De mi madre no hablas así, infeliz! —grité con furia y me acerqué más dispuesto a golpearlo.
—Al, vete a la habitación. No te metas —dijo mamá con el ceño fruncido.
—¿Crees que voy a dejar que este imbécil te insulte?
—Tú lo que necesitas es una buena paliza, la falta de un hombre en esta casa se nota —se rió Bob—. ¿Y qué puedo esperar del hijo de una puta?
—Puta serán tus hijas —escupí.
Bob levantó la mano para golpearme, estaba mareado pero podía pelear. Sin embargo, aunque me preparé para esquivarlo y encajarle un puñetazo, mamá se puso en medio y el puñetazo que era para mí se impregnó en su rostro.
—¡No te atrevas a tocar a mi hijo!
—¡Mamá! —chillé al verla golpearse contra la mesada por el impacto.
Sin dudarlo intenté lanzarme sobre Bob para matarlo. Lo mataría aunque fuera preso después, sin embargo mamá me sostuvo del brazo y se enderezó cuando Bob, con un rostro consternado, quiso acercarse a ella.
—A mí puedes golpearme si quieres, estoy acostumbrada a matones —dijo entre dientes—. Pero si le pones una mano encima a mi hijo se acabó. Vete, Bob.
—¡Liv, yo no quise…!
—¡SE ACABÓ! —gritó con fuerza y vi sus ojos llenarse de lágrimas—. Vete, Bob. No quiero volver a verte.
—¡Se merecía un…!
—¡Tú no eres nadie para decir lo que Al merece! Yo soy su madre, tú no eres nadie. ¡Vete, Bob!
Hice el ademán de moverme pero ella se aferró más a mí. Tal vez por miedo a que yo lo golpeara, tal vez porque él era policía. O tal vez porque estaba asustada por el golpe recibido. La abracé entonces de la cintura y lo miré con una mirada asesina.
—Te habló, infeliz. Vete de una vez —dije entre dientes.
Bob miró a mamá casi con asco, alzó la barbilla como un engreído de mierda y no dudó en agregar:
—Cuando lo encuentren muerto en un charco, no quiero que vengas llorando a la comisaría.
Diciendo eso tomó su abrigo y se fue. Mamá se mantuvo firme hasta el momento en que se cerró la puerta, y entonces se dejó caer al suelo de rodillas, donde comenzó a temblar y llorar.
—Mamá, ¿estás bien? —dije al tomarla del rostro. Su pómulo estaba rojo.
Me alejé para tomar hielo de la heladera.
—Vete, Al. No puedes ni mantenerte en pie —sollozó.
—¡Salí con Lou, salgo solo los viernes! ¡Salgo solo un maldito día a la semana! —grité con molestia y tomé el gel congelado para su rostro.
—Y cuando regresas del trabajo te encierras y te drogas, y cenas a veces, borracho o drogado —dijo y me arrebató el hielo para apoyarlo ella—. Vete a tu habitación, Al. Quiero estar sola.
—Mamá…
—¡Bob es un imbécil sin derecho a hablar de ti, sin derecho a ponerte una mano encima! —gritó y alzó la vista para verme, con sus mejillas húmedas por lágrimas—. Pero tiene razón en algo, tú no eres el mismo. Ya no eres el mismo Al de siempre.
—Yo solo…
—¡¿Solo qué?! ¡Te autodestruyes como siempre!
Se puso de pie con el hielo en la cara y me miró fijo a los ojos.
—¿Crees que soy estúpida, crees que no te conozco? —dijo y su mirada se volvió triste—. ¿Crees que no sé que ni siquiera te esforzaste en los exámenes de admisión? ¿Crees que no sé que buscaste el rechazo a propósito?
—Me rechazaron porque soy estúpido, porque no soy inteligente como tú —escupí.
—¡No te atrevas a decir que no eres inteligente! —gritó y más lágrimas comenzaron a caer por su bonito rostro—. ¿Crees que no sé que lo hiciste a propósito porque no querías que gastara dinero en ti? Sé que lo hiciste por eso, porque temías que no pudiera con la casa, las deudas y la universidad.
—Me rechazaron porque no soy apto —dije en un gruñido y por un momento perdí el equilibrio.
—¡Ya deja de mentir! —gimoteó con tanta tristeza que me rompió el corazón—. Ya deja de mentir, por favor.
Me acerqué a ella porque estaba llorando mucho. Quería ir y asesinar a Bob por haberla golpeado, pero también quedarme con ella y abrazarla por siempre. Sin embargo mamá me apartó con la mano.
—Necesito estar sola, Al. Ve a tu habitación, por favor. Necesito estar sola.
—Pero mamá, Bob te…
—No es la primera vez que un hombre me golpea. Puedo con esto. Vete a la habitación.
Quise acercarme de todas formas pero ella me miró con molestia, entonces solo la observé. La observé en silencio porque no quería que, de todas las personas del mundo, justo ella fuera a odiarme. Su mirada estaba cargada de dolor, de tristeza y también decepción, así que sin decir más me di la vuelta y fui hacia mi habitación para no molestarla.
Siempre le di problemas por pelear con medio mundo al defender a Eric. Solo una vez me subieron a un patrullero, y fue por una apuesta. Jamás fui arrestado, y solo los últimos meses fue que comencé a salir los viernes con Lou a beber y perder la consciencia. Solo los últimos meses comencé a fumar en casa para apagar mi cerebro.
¿No tenía derecho a estar triste? ¿No podían dejarme lidiar con el dolor a mi manera? Aporto dinero en casa, pago cuentas, pago mis propios gastos, cocino y mantengo todo limpio. ¿Cuál hay con que una puta vez a la semana regrese ebrio? ¿Y qué pasa si me fumo todo un frasco de flores yo solo?
Me desvestí para poder acostarme, y al hacerlo todo comenzó a girar. Era insoportable y al cabo de largos minutos así comenzó a darme náuseas, tuve que correr hacia el baño. Vomité varias veces hasta que ya no hubo más en mi estómago por vomitar. Me sentía tan mal física y anímicamente que decidí darme una ducha tibia, pese al frío que estaba haciendo.
Cuando salí del baño me pareció escuchar a mamá hablar con alguien en su habitación. Me acerqué hacia allí porque si era Bob nuevamente lo sacaría a puñetazos de la casa. Esta vez sí.
—Perdón, no sabía a quién llamar, no quería molestar a nadie —gimoteó mamá con la voz quebrada, tan quebrada que sentí mi propio corazón destrozarse—. ¿Por qué no puedo ser feliz? ¿Por qué la vida sigue prohibiendo mi felicidad? ¿Por qué?
Lloró tanto y tan fuerte que apreté los labios allí en la puerta y comencé a llorar también. Cerré los ojos sintiendo la angustia en mi garganta y la presión de la culpa en mi pecho. Sentí que me habían disparado en el corazón pero no había agujero ni sangre presente, y sin embargo dolía un infierno.
Me fui a mi habitación, donde me coloqué auriculares para distenderme. Puse mi lista de Radiohead y me cubrí la boca para llorar, sintiéndome el peor ser del mundo. El peor hijo, la peor persona, el peor amigo.
Una simple basura que ni siquiera pudo defender a su madre por estar ebrio.
Esa noche me costó conciliar el sueño, estaba demasiado angustiado como para lograr tranquilizarme. Y al otro día me levanté temprano, pese a sentirme mal aún, para ayudar a mamá. Ella ya no estaba en casa. No estaba en su habitación, y tampoco estaba su uniforme del trabajo. ¿Había ido a trabajar igual, pese a todo, pese a que el imbécil de Bob la había golpeado?
Tenía el día libre y no sabía qué hacer. Chrissy seguro estaría con Eric tomados de la mano, saltando en una pradera y dándose besitos, y no podía molestar a Alex siempre. No quería convertir a Alex en mi psicólogo personal y hacer que se canse de mí. Tampoco podía molestar a Lou otra vez.
Estaba solo, igual que siempre.
Me senté en el pórtico para almorzar allí, y decidí escribirle a Jean. Era la única amiga que me quedaba y que seguro me haría reír. No pensaba contarle mis problemas, pero tal vez reír un poco me haría bien.
Jean: Ey, solcito, cómo va todo? Yo aquí comiendo un asqueroso recalentado de hace tres días. La vida apesta.
Sonreí de costado.
Yo: Aquí comiendo un sándwich de pollo salteado con verduras, con una salsa deliciosa
Jean: Hijo de puta, eres un hijo de puta
Jean: Si estás libre, hijo de puta, podemos vernos, tengo unas horas antes de ir a ver a mamá al hospital.
Acepté salir con ella. Necesitaba distraerme. Necesitaba reírme un poco. Necesitaba creer que todo estaría bien. Por eso por la tarde fui a verla, fuimos a un parque a caminar. Jean continuaba con su cabello corto y esa mirada de fuego embarazador, que empeoraba gracias a su estilo al vestirse. Su chaqueta de cuero se lucía con sus pantalones negros y sus botas a cordones.
—¿Cómo está tu madre? —pregunté y di una pitada a mi cigarrillo.
—Está mejorando, al menos ya no se hace daño a sí misma ni intenta hacérselo a otros —suspiró—. Al menos al verme ya no grita que soy el hijo del demonio.
—No mucho al menos —bromeé y ella me dio un empujón con una risita.
—Es probable que en enero me vaya nuevamente. Estoy cansada de ver a mis tíos y abuelos aquí, con papá pensamos transferir a mamá a un hospital cerca de nuestra casa.
—Pero… eso es en otro estado —dije con sorpresa.
—Lo es —dijo y se detuvo para verme mientras encendía su propio cigarrillo—. En un mes me voy, Al. Así que quiero verte a ti y a Eric lo más posible, no sé cuándo volveré a verlos. Tal vez no vuelva a verlos jamás.
«Jamás»
Me quedé en silencio por unos instantes. Jean era algo odiosa a veces y me hacía sentir incómodo en algunas ocasiones, pero era mi amiga. La idea de perderla no me gustaba en lo absoluto.
—Te vas a otro estado, no estás muriendo —dije con un chasquido de lengua—. Puedo visitarte, ¿o no?
—Uhm… yo sabía que te gustaba, siempre podemos despedirnos en una cama —guiñó un ojo y le di un empujón. Nunca se rendía—. Claro que puedes visitarme cuando lo desees, pero no prometo dejar mis manos quietas.
—Si quieres manosearme la verga solo tienes que decirlo, Jean.
—Quiero manosearte la verga —dijo con una risotada.
—No te escucho, soy de palo, tengo orejas de pescado —canturreé al cubrirme los oídos.
Nos reímos a carcajadas al acomodarnos en un asiento. Me hacía bien ver a esta loca, reírme con ella y olvidarme un momento del mundo, o mis problemas. Sabía que Jean también lo necesitaba incluso más que yo, después de todo lidiaba con la enfermedad de esa madre que tanto daño le había hecho.
Nos quedamos allí largos minutos, hasta que el cielo comenzó a oscurecer y la temperatura bajó más. La llevé en la motocicleta hasta su casa para asegurarme de que llegaba bien, y allí ella me abrazó del cuello.
—Gracias, Al. Necesitaba reírme un rato —dijo.
Devolví el abrazo y la aferré con fuerza.
—También necesitaba reírme un rato.
Me dio un pellizco en el trasero antes de salir corriendo hacia la puerta de la casa, y desde allí me saludó con un movimiento de mano.
En el camino de regreso a casa me pregunté cómo estaría mamá. Le había escrito pero ella jamás usaba su teléfono en el trabajo, lo dejaba en el bolso sin prestarle atención. Aunque por la hora ya debería haber salido, debería incluso estar en casa. Dejé ir un suspiro al pensar que quizá me estaba ignorando.
Mamá había perdido a su pareja y habíamos discutido en la misma noche. Yo no estaba bien, pero ella estaría sin dudas peor. Quería pedirle disculpas, prometerle que sería mejor. Que de alguna u otra manera la llenaría de orgullo.
Y la universidad… Sí tuve miedo de complicarle más la vida a mamá, pero había sido rechazado honestamente. ¿Verdad? ¿Quién en su sano juicio se auto sabotearía así…?
Yo, claramente. ¿Quién más sino?
Guardé la motocicleta al fondo al igual que siempre y entré por atrás. Se oían voces en la cocina, y vi a mamá con el botiquín en la mesa y un hombre que me daba la espalda. Su cabello era negro y algo largo, lo suficiente para tenerlo recogido en la cabeza.
—Eres un idiota, ¿lo sabías? —siseó mamá.
—¿Y? No me iba a quedar de brazos cruzados —su voz era grave.
Esa… ¿era la voz de Bill?
Me acerqué enseguida hasta allí, mamá alzó la vista para verme y dió una sonrisa cansada. En la mesa había gasas con sangre, vendas y antisépticos.
—¿Bill? —dije con sorpresa al verlo allí.
Su camiseta gris estaba llena de sangre, su rostro tenía cortes sangrantes por golpes y mamá debió afeitarle una parte de la barba para poder sanarlo bien.
—Otro imbécil más —gruñó.
—Si no quieres que te abra las heridas, mejor no hables de mi hijo —escupió mamá mientras le colocaba cintas de sutura en el rostro.
Bill se quejó de dolor pero clavó en mí su mirada, llena de odio.
—Ese hijo de puta golpea a tu madre, ¿y tú no haces nada? ¿Qué clase de hijo eres?
—¡Yo intenté…!
—Bob es policía —interrumpió mamá—. Si Al lo golpeaba esto habría terminado muy mal. Además Bob quiso pegarle a él, no a mí.
Bill chasqueó la lengua y dirigió la vista hacia ella, y su mirada se suavizó.
—Da igual, ya me hice cargo yo.
—¡Sí, y tuve que sacarte de la comisaría, donde te dieron una paliza! —se quejó mamá, entonces me miró—. Hijo, ¿puedes preparar té, por favor?
—Odio el té —bufó él.
—¡Vas a tomar té, Billy!
—Como usted ordene, señora —resopló.
Ah, carajo. ¿Mamá domó a Bill? ¿Qué carajo estaba pasando?
Bob había hablado de un amante… ¿Se refería a Bill? ¿Mamá en verdad tenía un amante?
Coloqué la tetera en el fuego y me mantuve quieto, oyéndolos discutir mientras observaba la llama azul de la cocina. Apenas si los miré de soslayo, Bill estaba quieto y refunfuñando mientras que mamá sanaba sus heridas. No parecían actuar como amantes, ni siquiera como pareja. Aunque claro, todo podía suceder.
—¿Cómo está…? —quise preguntar pero Bill me miró con odio.
—Ni se te ocurra decir el nombre de Mimi, no tienes derecho —gruñó.
Se quejó de dolor porque mamá le pellizcó un brazo. Tuvo que cortarle la camiseta gris de mangas largas con una tijera para poder sanar las heridas en su torso y brazos. El físico de Bill era impresionante, considerando que era un mecánico que hacía ejercicio de vez en cuando. ¿Sería su genética? Qué envidia.
—Creo que deberíamos ir al hospital, parece que tienes costillas rotas —dijo mamá al pasar sus dedos por el torso.
—No me sorprende, esos cobardes me patearon en grupo, pero dejé a cuatro inconscientes, ¿eh? —se rió Bill, pero al hacerlo hizo un gesto de dolor—. He recibido peores golpes de mi padre, estoy bien. Mis huesos se volvieron muy fuertes.
Preparé el té para ambos y coloqué las tazas en la mesa, cerca de ellos. Yo no quería beber té por el momento, pero miré a mamá trabajar. Desinfectaba las heridas de Bill con delicadeza y precisión, para luego colocar cintas de sutura donde era necesario, o vendas y gasas en otras partes. En las zonas con golpes solo puso hielo, el cual posaba con toques suaves.
—Una pregunta… —dije y torcí los labios al agregar—: ¿Qué hace él aquí? ¿Desde cuándo…? No entiendo nada.
—Somos amigos, Billy me ha dado clases de manejo desde el primer día y ahora me ayuda para poder sacar la licencia —explicó mamá sin darle mucha importancia—. Está armando un auto para mí.
—El imbécil ese creía que era su amante. Cerdo descerebrado —escupió Bill y se quejó de dolor por otra herida.
—¿Y no lo eres?
Ambos alzaron tanto la mirada como las cejas para verme, con incredulidad.
—¿Crees que me cojo a tu madre? —preguntó Bill con molestia.
—¿Y por qué no? Eres su tipo.
—Somos amigos —aclaró con el ceño fruncido—. Si tú no sabes respetar amistades es tu maldito problema.
Bajé la mirada y sentí una punzada de dolor en mi pecho. Se sintió como un puñal clavado que empeoraba la culpa por haberme enamorado de Chrissy.
No agregué nada más pero solo asentí en silencio y caminé hacia mi habitación. Necesitaba estar solo un rato. Mamá no me había contado nada sobre su amistad con Bill, tampoco sobre sus clases de manejo o la posibilidad de tener licencia.
Puse Radiohead en mi teléfono mientras doblaba la ropa para acomodar un poco la habitación, limpiar siempre me servía para distraerme. Mamá parecía estar bien, aunque su pómulo se veía morado. Bill estaba claramente peor en apariencia, debe haber ido en busca de Bob y seguro se enfrentó al resto de la policía. ¿Mamá habrá tenido que pagar una fianza? Seguramente.
Aún me parecía extraña su amistad, además ambos eran jóvenes y atractivos, podían tener una relación porque Emily y yo ya no éramos… nada. Tragué saliva al pensar en Emily. ¿Ella estaría bien? ¿Sería feliz? Esperaba con todo mi corazón que en verdad fuera feliz.
Luego de tal vez una hora salí para preparar la cena, mamá estaba allí picando cebolla pero no había señales de Bill, aunque sí estaba su abrigo a un costado.
—Má, ve a descansar, yo me encargo —dije al acercarme a ella.
—Quiero cocinar, me distrae —dijo con seriedad.
La miré en silencio. No estaba seguro de si su ceño fruncido era por tristeza o furia, si se debía a Bob, a Bill o a mí. Tal vez a los tres juntos.
—Má… —murmuré, viendo su pómulo morado e inflamado—. ¿Estás bien?
—Dejé a mi novio por ti como tanto querías, estoy perfecta.
—Yo no… no quería que lo dejaras por mí —dije y tragué saliva.
—¿No? —Alzó la mirada para verme, con el ceño fruncido—. Siempre odiaste que me gustara, y odiaste que saliera con él. Saber que ya no estamos juntos debe ser una alegría para ti.
—Yo solo quiero que seas feliz —La angustia comenzaba a dominar mi garganta.
—¡Era feliz! ¡Era feliz y te quejaste cada día! —gritó y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Te amo, hijo, y jamás permitiré que nadie hable mal de ti o te toquen un solo cabello, pero… yo lo quería, Al.
—Él te golpeó —dije en voz baja, con la voz cargada de tristeza y culpa—, y te llamó puta.
Mamá corrió la mirada para continuar preparando la cena, sin mirarme fijo.
—Ya estábamos mal porque odiaba a Bill, decía que era mi amante. Nunca entendió que es mi amigo. Un amigo, Al. Un amigo de verdad. ¿Entiendes que al fin tengo un amigo de verdad?
—¿Y Ash?
—Es distinto… —susurró y la vi colocar la cebolla en la cacerola, junto con ajo—. Bob fue un idiota los últimos tiempos, pero yo lo quería. E incluso cuando fue un sueño para mí tú no lo aceptaste. Nunca nadie será suficiente para ti.
Sentí una bola en mi garganta que me impedía respirar, me oprimía el pecho a la vez que llenaba mis ojos de lágrimas.
—Yo te amo, má.
—Sé que me amas, también te amo, pero… —Se mordió los labios y alzó la vista para verme—. Esta vez no funcionó, ¿pero puedes por favor no meterte cuando consiga alguien que me quiera?
—Bob no te merecía —escupí.
—Lo sé, me di cuenta tarde. ¿Y cuando alguien sí me merezca? De alguna u otra forma le encontrarás un defecto, algo que no te guste. ¿O no?
Bajé la mirada a la vez que las lágrimas comenzaron a acariciar mis mejillas. ¿Le estaba arruinando la vida a mamá? ¿Igual que siempre, igual que al nacer? Yo no quería eso, solo quería cuidarla.
—Perdón, mami —dije y me mordí los labios—. Perdón.
Ella me miró con sorpresa, creí solo haber derramado un par de lágrimas pero tal vez fue más, tal vez mi voz se quebró demasiado. Tal vez cataratas caían de mis ojos. Tal vez ni siquiera era capaz de pronunciar palabras, porque mamá soltó la cuchara de madera y me abrazó al instante.
—Perdón, hijo, no es tu culpa —Su voz se oía triste al aferrarme—. Solo estoy frustrada, solo estoy decepcionada de que las cosas nunca me salgan bien. Perdón, hijo, te amo con todo mi corazón.
Apreté mis dedos a su espalda y olí el aroma de su cabello. La aferré con fuerza porque quería demostrarle que de verdad la amaba, que jamás fue mi intención arruinarle la vida o los planes.
—Quiero que vuelvas a ser mi bebé, mi bebé de mamá tan lindo —dijo y se alejó para secar mis lágrimas con sus pulgares—. ¿Puedes volver a ser mi bebé?
—No sé —gimoteé—. No sé si puedo. No me siento yo mismo, mami. No me siento bien.
Me miró con tristeza pero asintió mientras continuaba secando mis lágrimas y yo, a su vez, secaba las de ella.
—¿Puedes decirme qué pasó?
La miré fijo a los ojos y no pude con esa intensa pero preocupada mirada, me vi obligado a mirar el suelo de madera a mis pies para no seguir viendo sus ojos verdes tan insistentes.
—¿Puedes decirme qué pasó con Bob?
Ella asintió y volvió a trabajar en la cena. Me puse a su lado para ayudar, aunque nos mantuvimos en silencio por unos instantes mientras lo hacíamos. Mamá se ocupó de las verduras mientras que yo me ocupé de salpimentar la carne.
—Bob estaba celoso de Bill, porque es atractivo y está en forma —dijo mamá por fin, luego de largos minutos que estuvimos en silencio—. Comenzó a ser controlador, posesivo y… a llamarme puta. Lo de anoche fue la gota que derramó el vaso porque se metió contigo, y puedo perdonar cualquier cosa, menos que se metan con mi hijo.
—Lo siento, má…
—No es tu culpa, bebé.
Coloqué la carne ya sellada en la cacerola y vi a mamá colocar salsa y vino, para luego taparlo. Usó el mismo vino para servir en tres copas, y una de esas la extendió hacia mí.
—No quiero beber.
—Tienes derecho a beber, hijo. Solo no quiero que todo lo hagas borracho o drogado, ¿sí? Puedes beber de vez en cuando, y puedes fumar marihuana también, pero no todos los días, por favor.
Asentí con la culpa aún carcomiéndome y acepté la copa.
—¿Puedes decirme por qué comenzaste a hacer eso?
—Porque no quiero pensar —admití y me mordí los labios viendo la copa en mi mano—. Porque quiero tener mi mente en blanco.
—¿Por qué necesitas eso, bebé? —preguntó con tristeza.
Apreté los labios mientras que mis ojos se inundaban en lágrimas hasta perder la visión, y el dolor en mi pecho empeoró. Mis manos comenzaron a temblar y tuve que respirar hondo para decir:
—Porque Chrissy sale con mi mejor amigo.
Mamá me miró con confusión.
—¿Y eso qué tie…? —se quedó en silencio por un momento, mientras mis gestos se torcían más por el dolor. Entonces abrió sus ojos con sorpresa—. Oh, bebé, lo siento mucho. Todo va a estar bien.
Dejé que me abrace, dejé que dijera toda clase de palabras reconfortantes mientras lloraba en su hombro, y ella lloraba en el mío por haber perdido a Bob también.
Nos soltamos cuando oímos la puerta de la habitación de mamá y Bill apareció en el comedor. Me sequé las lágrimas al instante y le di la espalda para beber todo el contenido de la copa.
—Esto me queda demasiado ajustado —gruñó—. ¿Por qué cortaste mi ropa?
—No habría cortado tu ropa si alguien no hubiera ido a golpear a un policía, estando rodeado de policías —se quejó mamá.
Respiré hondo un par de veces y miré de reojo a Bill. Tenía una camiseta de mangas largas mía que le ajustaba los músculos, se notaba su espalda ancha, sus hombros fuertes, sus bíceps, tríceps y sus malditos pectorales. Maldita sea, aunque su abdomen no parecía estar tonificado, sino con algo de grasa, jamás me había sentido tan mal con mi cuerpo hasta ese momento.
Cenamos los tres juntos, aunque estuve bastante más tranquilo. Aproveché para observar cómo era la relación entre ambos, y aunque se la pasaban peleando por tonterías también se reían un montón. Mamá era cariñosa con él, solían tomarse de la mano al hablar y a veces ella descansaba su cabeza en el hombro de él. No recordaba haber visto a Bill reírse así con alguien que no fuera su mejor amigo, y tampoco ser tan cariñoso con alguien.
Me fui a descansar para dejarlos a solas, aunque antes de cerrar la puerta oí a mamá decir en voz baja:
—Perdón por haberte llamado tan tarde, no sabía con quién hablar.
—Puedes llamarme siempre que lo necesites —dijo Bill, y por la rendija de la puerta antes de cerrar vi que depositó un beso en la cabeza de mamá—. Le partiré las putas piernas a cualquiera que te lastime.
Sonreí ante esa respuesta, cerré la puerta y me arrojé en la cama, pensando en Emily, porque Bill era la clase de amigo que amenaza con romper piernas. Aunque de seguro él lo haría en verdad.
Me quedé dormido sin darme cuenta, y para cuando desperté ya era de madrugada. Con un fuerte dolor de cabeza, tal vez por llorar como un imbécil, me levanté para tomar algo para el dolor. Noté que el abrigo de Bill seguía allí sobre una de las sillas, pero al mirar hacia el sillón descubrí que estaba vacío.
—Raro…
Con sigilo me acerqué hacia la habitación de mamá y posé mi oreja en la puerta. No se oía ningún sonido, aunque no sé qué habría hecho de haber escuchado algo. Y cuando intenté abrir la puerta cedió al instante, no estaba con llave como cuando Bob se quedaba.
La habitación estaba a oscuras, pero la luz de la calle ingresaba por la ventana dando una suave iluminación blanca. Eso me permitió verlos allí. Mamá estaba dormida en la gran cama matrimonial, mientras que Bill estaba dormido en un colchón en el suelo, a un lado. Sin embargo, y fue inevitable sonreír al verlos, estaban tomados de la mano como si Bill se hubiera negado a dejarla sola. Como si mamá hubiera necesitado que él la tomara de la mano para dormir.
Si eran amigos, amantes o lo que carajo fueran, daba igual. Me alegraba que mamá tuviera en quien confiar, y me alegraba que Bill también tuviera en quien apoyarse. Al menos los dos ya no estarían tan solos.
Acabo (literalmente) de hacer un dibujo de Bill y Liv, porque hace mucho tiempo que no dibujo para estar historia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro