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Capítulo N° 17

Luego de pensarlo mucho, y empujado por mamá, comencé a trabajar en Red King para Michael Lefebvre. A pesar de que él quería que estuviera como ayudante de cocina para aprender más, opté por ser camarero. La idea de observar de cerca al Maître y seguir sus órdenes me sería mucho más útil, al menos a mi parecer.

Llevaba ya dos semanas en Red King, acababa de cobrar mi primer sueldo, sin contar las propinas que me daban a diario. Y cuando Michael me dijo que ganaría más dinero que nunca… definitivamente no estaba exagerando. Jamás en mi vida había visto tanto dinero, y junto con las propinas era un valor imposible. Junto a lo que ganaba mamá, ahora en limpio, y lo mío podíamos llevar una vida de ensueños.

Aunque quería gastar y comprarle regalos traté de ser precavido, compré comida y algunas frutas, guardé el resto muy bien para utilizar solo en emergencias. Podía vivir con la cantidad de dinero usual, guardaría el resto.

Trabajaba de lunes a viernes y solo seis horas, por lo que me quedaba bastante tiempo libre. Era tan distinto al ambiente laboral de ese restaurante horrendo donde trabajé. Acá todos eran amables, y pese a las exigencias del chef o el Maître, no había maltrato alguno. Solo exigencia de calidad, lo cual era entendible considerando el nivel de un restaurante de élite como era Red King.

Comencé a preparar la cena para que estuviera lista cuando mamá regresara agotada del trabajo. Y mientras cortaba zanahorias no pude evitar ver ese anaranjado y pensar en el cabello de Christine. Me detuve por un momento y dejé ir un largo suspiro. Me había tomado estas dos semanas para pensar, para estar seguro de que en verdad estaba enamorado de Christine. Cada pensamiento me llevaba a ella, cada momento, incluso esa estúpida zanahoria.

No había dudas. Estaba loco por Chrissy, y tenía tanto sentido. Tanto pero tanto sentido que cayera rendido a sus pies. Fue la primer persona fuera de mi familia que pensó que no era tonto mi amor por el té, y me ha oído y apoyado en todo siempre. Aún cuando yo le caía mal al principio me ayudó con lo de Becky.

Chrissy era como las flores de primavera, como la calidez del verano que te acaricia el rostro, pero no como la luna. Ya quisiera la luna verse tan perfecta como ella.

Me había tomado esos días para pensar, para que mi mente y mi corazón se pusieran de acuerdo. Christine me gustaba, y no solo me gustaba sino que era la mujer que deseaba en mi vida y la que veía en mi futuro. La única que veía a futuro. Sin embargo… ¿Qué podía ofrecerle alguien como yo? Pronto se recibiría de ingeniera en nanotecnología, era independiente y fuerte, además de una de las herederas de la gran cadena de restaurantes de su madre. Sin hablar de que probablemente Robert también tendría lo suyo.

¿Qué podía ofrecerle? Christine era cinco años mayor que yo. Estudiosa, inteligente, atlética, divertida y yo… yo era una roca. Una simple y sencilla roca del color gris más común de todos. Una roca del montón en medio de cientos de rocas más. No era muy inteligente, ni muy habilidoso, y aunque por supuesto sé de mi belleza no tenía comparación con la suya. Yo no podía ofrecerle nada, absolutamente nada.

Era más probable que le arruinara la vida a que le diera algo de felicidad.

Esos pensamientos me entristecían demasiado, sin hablar de la culpa en mi pecho que me carcomía como un ave de rapiña. Sentía los picotazos de los cuervos en mi corazón cada vez que recordaba que Eric estaba enamorado de ella, que obviamente se enamoró de ella. Y más picotazos sentía de saber que yo era tan pero tan hijo de puta que me había enamorado de la mujer que a él le gustaba.

Mis pensamientos de mierda fueron interrumpidos cuando mamá entró en casa. Limpié rápidamente mis lágrimas para no hacer el ridículo y dirigí la mirada hacia ella, que estaba agotada.

—Mamá, deja de cubrir a tus compañeras. Ya no hay deudas, deja de exigirte tanto —dije con un resoplido.

—Ayudar a los demás es lo correcto.

—¿Y quién te ayuda a ti?

—Tú —dijo con una sonrisa y me palmeó el rostro, para luego besarme la mejilla—. Tú, bebé.

Dejé ir un suspiro. Era su hijo, el único, obviamente la ayudaría siempre. Me molestaba que esas malditas de sus compañeras se aprovecharan de ella en cada oportunidad.

—Ve a darte una ducha, para cuando salgas ya va a estar la comida.

Fue directo hacia el baño, así que continué con mi preparación. Quería intentar una de esas comidas del menú de Red King, no sabía la receta pero más o menos conocía los ingredientes. Solo esperaba que su sabor fuera bueno, no quería matar a mamá luego de un largo día de trabajo.

Probé las verduras y me sorprendió su sabor. Creí que quedaría asqueroso por llevar miel, sin embargo sabía muy bien. Destapé la carne que se cocinaba a fuego lento remojado en vino, su aroma era exquisito.

Para cuando mamá regresó, con su pijama puesto y su cabello trenzado, la cena ya estaba servida e incluso serví dos copas de vino.

—Uy, uy, uy. ¿Me olvidé de algo? ¿Qué estamos festejando? —preguntó mamá con una sonrisa.

—Solo lo mucho que te amo.

Mamá sonrió incluso más e hizo un sonido placentero al saborear la comida. Mi pequeño invento, inspirado en el menú de Michael, había cumplido su propósito.

Dejé que fuera a dormir sin preocuparse por el orden, pues muy pronto lavé todos los trastes y limpié la cocina. Y una vez que finalicé con todo, rellené nuevamente mi copa de vino y salí hacia el pórtico. Quería sentarme allí y mirar la calle tan tranquila. La noche era cálida pero la brisa se sentía fresca y deliciosa, tanto que no quise contaminarla con un cigarrillo.

—Me pregunto qué estará haciendo…

Y, nuevamente, mis pensamientos me llevaban a Christine.

Alex me insistía en que hablase con ella, pero estaba aterrado. ¿Y si se reía? ¿Y si se enfadaba? ¿Y si decía que sí pero a su vez perdía a Eric? Había tantos «y si» que no sabía qué hacer. Y no podía hablar de esto con Eric, ni con Chrissy, mucho menos con Alex que me continuaba insistiendo en declararme. Tampoco quería hablar con Lou, le reviviría recuerdos tristes y no deseaba ser una molestia para ella.

Estaba solo, en realidad. Solo con toda esta tormenta de sentimientos.

Vi a Eric bajarse de un taxi, por lo que lo llamé con un silbido. Él sonrió con alegría al verme, y noté que llevaba un plástico en su brazo. ¿Se había tatuado? ¿Eric, el que dijo que jamás se mancharía el cuerpo?

—Ey, ¿qué haces? —preguntó cuando llegó hasta mí.

—Tomando un poco de aire fresco. ¿Qué tal tú?

—Recién vengo de visitar a Jackson. Es tan hermoso, es una cosita así de pequeña —dijo con una enorme sonrisa y con sus manos simuló el tamaño—. Dios, tiene dieciocho días y ya siento que domina mi vida entera.

—¿Qué hay con tu brazo? —señalé el plástico.

Eric me enseñó lo que se había tatuado. «Jackson» y la fecha de nacimiento se podía ver allí, en una bella letra cursiva.

—A Ash casi le dio un infarto cuando me vio con esto —se rió—. Aunque Luke me ganó primero, se hizo uno hace dos días sobre el corazón.

—Tiene dieciocho días y ya logró que te tatúes, definitivamente va a dominar tu vida —dije con una risita y palmeé el espacio a mi lado.

Eric se acomodó junto a mí y comenzó a contarme sobre su sobrino, de piel aceitunada como Ash. La alegría de él era contagiosa, así que muy pronto me sentí igual de feliz por ese pequeño bebé, y eso me hizo pensar en Lilah y su embarazo. Sabía que Lilah, al igual que Alex, había comenzado a salir con alguien. Me pregunté cómo sería ese bebé. ¿Sería pelirrojo como él? Aún no se dejaba ver en las ecografías, así que todo lo habían comprado en tonos neutros.

Comencé a divagar tanto en mis pensamientos que me perdí lo que Eric estaba diciendo, al menos hasta que oí el nombre de Christine.

—¿Qué pasó con Chrissy? —pregunté, pues no había oído mucho de lo que dijo.

—Que se conmovió cuando le envié la foto del tatuaje —dijo con una sonrisa al mirarse el brazo—. Me dijo que ella pensó hacerse uno por su sobrino pero no estaba segura.

No estuve hablando estos días con Chrissy, ella no quería molestarme mientras trabajaba y yo no quería sentirme tan expuesto ante ella.

—¿Y… qué tal van las cosas con ella? —me animé a preguntar, aunque tuve que aclararme la garganta.

—Bien, creo. Seguimos como siempre, somos amigos pero a veces la pasamos bien juntos.

Okay, eso significa que siguen teniendo sexo… Maldita sea.

—Pero estoy pensando dar un paso más, aún no estoy seguro. No sé cómo se sentirá ella —suspiró.

—Chrissy siempre dijo que no quería salir con nadie… —balbuceé con la mirada baja.

—Lo sé, aún así… me gustaría ser la excepción.

Y podía entenderlo, porque también deseaba ser la excepción y me sentí un maldito, pues mientras que mi amigo me contaba esto solo podía pensar en que la quería, en que yo la amaba. Soy un maldito egoísta de mierda.

~ • ~

Unos días después fui invitado a cenar con los gemelos. Alex me miró fijo y con intensidad a cada momento, para forzarme a hablar con Chrissy. Tuve que secarme las manos sudorosas en mis pantalones, especialmente cuando la vi tan bella ahí, con su vestido amarillo lleno de pequeñas florecitas blancas.

Luego de mucho insistir Alex pareció cansarse de mí y se concentró en Elijah, aunque no dudó en mostrarme el dedo de en medio con molestia por ser un cobarde.

Ambos, luego de cenar, salieron del departamento para ir al cine. Volverían dentro de unas dos o tres horas, por lo que solo quedamos allí Christine y yo.

—¿Quieres tomar té conmigo? —dijo ella con una gran sonrisa.

—Por supuesto.

Preparé té para ella y la observé allí a mi lado, miraba todo lo que hacía con una sonrisa entusiasmada. Estaba más feliz de lo normal así que eso comenzó a llamar mi atención, aunque no dije nada.

Bebimos nuestros té mientras sonaba la música de jazz que a Chrissy le gustaba, y con una sonrisa y mucho miedo me puse de pie para invitarla a bailar conmigo. Aceptó con sus ojos llenos de ilusión. Bailamos juntos como aquella noche de su cumpleaños, donde me di cuenta que lo era todo en mi vida.

Sentí que ese era el momento. Que si alguna vez debía decir lo que sentía por ella, debía ser allí, en esa sala de estar, con esa música y con sus manos rodeando mi cuello.

—Hay algo que quiero decirte —dijimos los dos al mismo tiempo y sonó como un eco.

Nos reímos con algo de vergüenza.

—Dime, Chrissy —dije con una sonrisa, hipnotizado por sus bellos ojos miel.

—No, no. Dime tú primero, Al.

—Me gusta escucharte.

Ella sonrió incluso más y luego comenzó a reírse, aferrándose con más seguridad cuando se aclaró la garganta. Quería decirle que la amaba, que era la mujer de mis sueños, la que siempre había esperado, aún cuando yo no la merecía. Pero me gustaba escucharla hablar, me gustaba oír sus anécdotas y sus pesares.

—¿Recuerdas cuando dije que no quería salir con nadie?

—Lo recuerdo, sí.

—Llevo unos meses pensando que ya no estoy tan segura de eso. Tal vez por ver a Alex con Elijah, o por ver a Luke y Sean casarse, pero algo en todo eso cambió…

Sentí mi rostro arder pero asentí para continuar oyéndola cuando dejamos de bailar y nos quedamos solo mirándonos a los ojos.

—¿Qué cambió? —pregunté, con miedo y nervios.

Bajó la mirada pero no respondió mi pregunta, se mantuvo en silencio por un momento hasta que, entonces, alzó la vista y soltó la bomba.

—Eric se me declaró oficialmente. Me pidió que saliera con él —dijo con tanta felicidad, con tanta luz e ilusión en sus ojos, que disimular el dolor en mi pecho fue un reto—. Le dije que lo pensaría pero… lo estoy pensando en serio.

—Eric… te pidió que fueras su novia, ¿es así? —pregunté, tal vez porque era masoquista.

—¡Sí! Y fue tan hermoso cómo lo hizo —Me soltó y comenzó a caminar de un lado a otro, con una risita nerviosa—. Estábamos haciendo música juntos y me pidió que escuchara algo, entonces tocó una canción para mí y me dijo lo que sentía.

La miré en silencio, con pánico. Se veía tan feliz, maldita sea, ¡se veía tan feliz de que Eric la amara! Ella… jamás mostraría esa felicidad por mí.

—¿Al? ¿Estás bien? ¿Estás enojado? Me dio tiempo, si te molesta puedo decir que no.

Cerré los ojos. Quería gritarle en la cara que la amaba, que me eligiera a mí, que yo era su destino, pero… se veía tan ilusionada.

—¿Tú quieres salir con él? —pregunté sin mirarla.

—Al, ¿eso te molestaría? —su mirada se volvió triste y eso me rompió incluso más el corazón.

Me forcé a sonreír.

—Claro que no, Chrissy. Solo quiero que seas feliz, con Eric o con quien sea. Si tú crees que lo amas también y que serás feliz con él, ¿por qué habría de molestarme?

Me miró en silencio, con dudas. Sus ojos ya no se veían ilusionados como antes, sino tristes y preocupados. Luego, como por arte de magia, cambiaron nuevamente a ilusión y expectativa.

—No lo amo aún, pero sé que voy a amarlo —dijo y me miró fijo a los ojos—. Me siento bien cuando estoy con él, es un buen compañero. Aún puedo decir que no de todas formas.

—¿Pero tú quieres salir con él? —insistí, tal vez porque necesitaba la respuesta concreta.

Chrissy dudó un instante antes de decir:

—Sí.

Y todo mi mundo se destrozó a mis pies. Se cayó, como mis ilusiones. Igual fui un idiota al creer que tendría oportunidad, que semejante mujer perfecta tallada por los dioses podría mirarme a mí.

—¿Tú qué querías decirme? —preguntó, aún con esa ilusión en sus ojos y una sonrisa dulce en su rostro.

Apreté los labios y sonreí de costado, porque si sonreía de verdad se notaría que era falso.

—Oh, nada tan importante como esto. No te preocupes —meneé una mano con falso desinterés—. ¿Entonces vas a salir con Eric? Es una buena persona y sé que hará todo por hacerte feliz.

Ella asintió con una sonrisa y entonces me abrazó. Hundió su rostro en el centro de mi pecho y sentí sus manos en mi espalda. Respondí el abrazo con manos temblorosas, las cuales empeoraron cuando ella dijo:

—Gracias, Al.

Podía estar agradeciendo por oírla, o por no enfadarme, pero todo en mí gritaba que me agradecía por haberlos unido. Porque fui yo quien hizo que se conocieran más, que comenzaran a hablar. Porque llevaba todo este tiempo tratando de unirlos, y ahora… ahora que al fin sucedía, me arrepentí de todo. De enamorarme, de amarla, de unirlos.

Me lastimé a mí mismo, como el imbécil que era y sería toda la vida.

Me sentí destrozado y a la vez tan feliz por Chrissy, y por Eric. Estaba en verdad muy feliz por ambos pero… Me dolía tanto. Dolía tanto que no podía estar allí para oírla hablar de lo feliz que era con él, pero a su vez quería quedarme con ella y oírla hablar por horas. Porque la quería, porque era mi mejor amiga. Porque la amaba.

Soporté el agonizante dolor en mí cuando comenzó a relatar cómo fue. Y podía imaginar en mi mente la situación. La imagen de Eric tocando la guitarra para ella, con su melodiosa voz y su mirada que a Chrissy le parecía tan sexy, era tan nítida como ella ahí frente a mí. Podía imaginarlo cantar y tocar alguna bella canción country, con su voz que conmovía a quien la escuchase. Podía imaginarme a Chrissy con sus ojos empañados en lágrimas al descubrir que alguien, alguien bueno –y no violento como su ex– la quería de verdad. Que alguien decente la amaba.

Comencé a sentir un hueco en mi pecho, y ante cada palabra, cada sonrisa y risita emocionada se agrandaba más y más. Chrissy estaba feliz, eso era lo único que debía importarme. Era lo único que yo deseaba para ella, ¿y Eric? Por Dios, amo a ese hijo de perra. ¿Cómo no me iba a alegrar su unión?

Ayudé a poner orden en la cocina y me despedí de Chrissy unos minutos después, para poder huir de allí antes de romperme en mil pedazos. Antes de llenar su delicado suelo con cada parte sangrienta de mí y de mis sueños rotos.

—Te quiero, Al. Gracias por estar —dijo Chrissy al abrazarme antes de salir de allí.

—Siempre voy a estar para ti, Chrissy, toda la vida —susurré al aferrarla contra mí, e inspiré su aroma a rosas—. Siempre.

Salí tan rápido que no le di tiempo a reaccionar, ni siquiera esperé el ascensor. Comencé a bajar las escaleras corriendo porque quería irme, desaparecer por completo. Sin embargo no pude subir a la motocicleta cuando llegué hasta ella. Me quedé sentado afuera abrazando mis propias piernas con el rostro lleno de lágrimas.

Tuve la oportunidad y la perdí. De todas formas ¿por qué Chrissy me querría a mí? Eric sería abogado, podría brindarle un buen futuro. Yo no era nada. Era basura.

Fui incapaz de decirle que la amaba, porque no quería arruinar sus ilusiones, porque ver su rostro feliz por Eric fue tan hermoso como doloroso para mi alma. Porque sabía que junto a él estaría bien cuidada, sería feliz y recibiría afecto. ¿Qué más podía pedirle a la vida? ¿Qué más podría desear?

Ser yo…

Rechacé el pensamiento no bien llegó. No quería ser esa persona, no quería ser una mierda de amigo con ninguno de los dos.

No supe cuánto tiempo estuve allí sentado en el suelo, en la entrada del edificio, hecho un océano de lágrimas y sangre. Tal vez para la gente era una herida invisible, pero me estaba desangrando. Mi cuerpo estaba partido en miles de partes, y nadie podía verlo.

—¿Al?

No alcé la vista cuando reconocí la voz de Alex. Escondí mi rostro entre las rodillas y traté de ocultar mi llanto porque no quería seguir sintiéndome tan vulnerable.

—Al, ¿qué sucede, pasó algo? —dijo con preocupación y sentí su mano en mi cabeza.

—Ella va a salir con Eric —sollocé—. La perdí, perdí la oportunidad. Porque soy un imbécil, porque soy un cobarde. Porque no valgo un carajo.

—¿Qué? ¿Cómo que con Eric?

Alcé la vista para verlo, estaba solo. Elijah no estaba con él.

—¿Y tu novio? —pregunté con la voz quebrada.

—Lo llevé a su casa, mañana debe trabajar —dijo con un suspiro y se colocó en cuclillas frente a mí—. ¿Se lo dijiste?

—No, ella saldrá con Eric…

—Tenías que decírselo. Díselo, Al. Si ella lo sabe le dará una patada a Eric para quedarse contigo, ¡díselo!

—¡Iba a decírselo! —grité con mi pecho ardiendo de dolor y mi garganta que escocía por la angustia—. ¡Iba a decírselo y hablamos al mismo tiempo! Entonces… entonces le dejé hablar primero y dijo que Eric se le declaró, y…

Alex me miró con pena, con sus ojos verdes ahora de mirada triste.

—Y como siempre antepusiste la felicidad de los otros antes que la tuya —dijo casi en un susurro.

—¡Tú no viste su cara! ¡No viste la ilusión y la felicidad en sus ojos al hablar de cómo se declaró! —gimoteé—. ¡No viste la alegría desbordante en ella!

—¡Maldita sea, Alphonse, vas a levantar tu culo en este momento, subirás el puto ascensor y le dirás que la amas! —gritó con molestia.

—¡No viste lo ilusionada que está!

—¡Carajo, Al, ella te ama a ti, maldita sea! —gritó y se puso de pie con molestia, caminando de un lado a otro—. ¡Te ama a ti, carajo! ¡Díselo y rechazará a Eric!

Negué con un movimiento de cabeza.

—Si me amara no aceptaría salir con uno de mis mejores amigos —dije mientras enjugaba mis lágrimas—. Está bien, Alex. Ya está. Ambos van a ser felices juntos, solo debo hacer un paso al costado.

—¡Carajo! ¡Que ella te quiere a ti, imbécil! ¡A ti!

—¿Y por qué eligiría a mi mejor amigo si se supone que me quiere a mí? No es cualquier hombre, es mi mejor amigo…

—¡Porque le gusta y la hace sentir segura! ¡Porque se siente a salvo! Porque tú…

—Porque yo no soy estable —interrumpí con la mirada baja.

—No —dijo, esta vez con suavidad—. Porque tú no le dijiste que la amabas, porque cree que eres indiferente. Porque sabe que no le costará amar a Eric y cree que será imposible que tú la ames.

Me cubrí el rostro con las manos y comencé a llorar con más fuerza.

—¿Y qué hago? ¿Qué mierda hago, Alex? ¿Decirle que la amo y destrozar para siempre la vida de Eric y todas sus ilusiones? Prefiero… Prefiero saber que ambos son felices juntos antes que lastimar a alguno de los dos. Yo puedo… Puedo tolerarlo, puedo sobrevivir —me tomé de la camiseta en el pecho, como si con esa acción pudiera apretarme el corazón—. Voy a sobrevivir, de alguna manera voy a sobrevivir.

Alex me miró con tristeza y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Deja de anteponer la felicidad de los otros por sobre la tuya, deja de sacrificarte como un mártir.

—Solo quiero que sean felices los dos —sollocé.

—Lo sé —dijo y entonces se volvió a agachar frente a mí para abrazarme. Hundí mi rostro en su pecho justo cuando él agregó—: Lo sé, Al. Eres una buena persona. Todo va a estar bien, estoy contigo.

Me aferré a él y traté de tranquilizarme porque debía regresar a casa. Debía volver andando en motocicleta. Respiré hondo varias veces e inspiré el aroma a colonia fina de Alex, hasta que pude respirar con normalidad unos minutos después.

Alex no me soltó en ningún momento ni se quejó por estar allí afuera conmigo. Tampoco volvió a insistir en que hablara con Chrissy ni a insultarme por decidir no hacerlo.

Él decía que Chrissy me amaba… Yo dudaba en verdad que fuera cierto, ¿qué había en mí para amar? Absolutamente nada si soy un ser patético, y aunque fuera verdad ya no importaba porque ella había elegido a Eric. Porque mi amigo podía ofrecerle un futuro que yo era incapaz de darle. Porque a su lado estaba asegurada su felicidad.

Alex no quería que me fuera, temía que algo me pasara en el camino, pero necesitaba ir a casa. Necesitaba recostarme en la cama para lamentarme a solas por todo. Prometí que le escribiría al llegar o de lo contrario él me arrebataría las llaves de la moto.

El camino fue una tortura, pero el aire fresco en mi rostro se sentía bien. Me ayudaba a estar tranquilo, aunque eso era realmente imposible. Manejé por inercia, me moví por puro instinto al punto de que no supe en realidad cómo fue que llegué a casa. ¿En qué momento crucé la avenida rápida? ¿Había pasado en verdad por el descampado oscuro? No podía recordar nada del camino, ¿en qué momento llegué a casa?

Guardé la motocicleta al fondo de casa, pasando por el pasillo lleno de pasto largo que tal vez cortaría al día siguiente, para no pensar en nada más. Y cuando abrí la puerta del fondo, la que daba directamente hacia el living, vi a mamá sentada en el sillón con su pijama rosado con huellas de perrito, y el sonido de una de esas películas ridículas de acción sin sentido resonó en toda la casa.

—¡Hola, bebé! Creí que te quedarías allá, ¿cómo estaban esos dos?

Apreté los labios y di un solo paso, lo suficiente para poder cerrar la puerta tras de mí. Fui incapaz de responder su pregunta y como un maldito imbécil debilucho comencé a llorar. Perdí toda la fuerza en mi cuerpo, en mis piernas, y caí al suelo de rodillas. Las maderas rechinaron ante mi peso.

—¿Bebé? Bebé, ¿qué pasa?

No podía ver nada por mis lágrimas, y era incapaz de pronunciar palabra alguna porque solo brotaban gemidos de dolor de mis labios. Quería decirle que estaba bien, que todo estaba bien, pero cada intento por hablar era un fracaso porque lo reemplazaba otro gimoteo o chillido.

—Bebé, me asustas, dime qué pasa —dijo ella y sentí sus manos en mi rostro.

Ni siquiera podía verla tras esa cortina de lágrimas, no podía apreciar su hermoso rostro. Veía niebla y humo nada más, agua y desesperación. Y aún sin poder verla sabía que ella estaba ahí, por eso me hice más pequeño y me hundí en su pecho, porque la necesitaba. Necesitaba a mi madre más que nunca.

—Dios, bebé, dime algo, por favor —rogó al abrazarme.

Sentí sus labios besarme la cabeza mientras me aferraba con fuerza.

—Me harás llorar a mí, hijo —susurró con su voz que ya comenzaba a quebrarse—. Jamás te vi así, me asustas. Dime algo, por favor.

—Perdón… —fue lo que pude decir en medio de mi llanto—, no llores. Estoy bien, má. Estoy bien.

—No estás bien —dijo y volvió a besarme—. Si no quieres decirme está bien, acá estoy contigo. Mamá está contigo, hijo. ¿Sí? Mamá está aquí.

Me quedé aferrado a ella hasta que ya no me salieron más lágrimas, hasta que mi garganta ardió de dolor y solo sollozos angustiados brotaron de mis labios. Me quedé abrazado a mamá hasta que comenzó a darme sueño, y debido a que ya no era un niño pequeño no podía dormirme en sus brazos en el suelo. Hice el mayor esfuerzo para poder ponerme de pie y caminé lentamente hacia el sillón. Ahí me quedé sentado viendo la nada, estaba esa película de acción y disparos por doquier pero no le presté atención. Estaba mirando sin mirar.

Había arruinado la posibilidad de salir con Emily, porque confundí las cosas y lo arruiné. Y la extrañaba, la extrañaba tanto. Ahora también había arruinado la posibilidad de salir con Chrissy, pero al menos con ella no lo arruiné. Al menos no la perdí ni a ella ni a Eric.

Al menos aún los tenía a ambos.

Cuando volví a reaccionar, como si hubiera estado dormido pero despierto a la vez, mamá se sentó a mi lado y me extendió una taza de té. Rosas. Té de rosas, no cualquier té. El té de rosas que ella me hacía en mi infancia cada vez que me lastimaba, para consolarme.

Acomodé la taza a un costado y la abracé con fuerza. Ese té me había cambiado la vida, y simbolizaba el amor de mi madre.

—Te amo mucho, mami —susurré.

—También te amo, bebé. No sé qué pasa pero lo resolveremos juntos. ¿Sí? Acá está mamá.

Depositó un beso en mi mejilla y entonces me alejé para poder disfrutar de ese delicioso té junto a ella.

—Voy a estar bien, má. No te preocupes.

Aseguré, mirando el contenido de la taza. Y sorbí, pensando en Chrissy. Pensando en que me había enamorado de ella y sus pequeños sorbos de té.

Bienvenidos al evento canónico de Al.

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