Capítulo Nº 4 | parte 2
Mientras los dos pelirrojos conversaban entre sí delante de mí, me distraje viendo los estados en whatsapp otra vez, y allí pude ver la foto que había tomado Alex. La abrí y la frase «Con mi esposa, la Ricitos de oro» resaltaba allí con emojis de corazones. Le lancé una patada al gordo culo que él tenía y giró enseguida para quejarse.
—¡¿Tu esposa?! —chillé.
—Oh, recién lo viste —dijo con una sonrisa desafiante.
—Yo no soy tu esposa, imbécil —gruñí con odio—. Y en todo caso, tú serías mi esposa.
—¿De qué carajo hablan? —inquirió Christine y luego susurró—. ¿Pueden dejar de gritar esas cosas en la calle que la gente nos está mirando?
Sentí mis mejillas arder al notar que ella tenía razón, la gente nos miraba a Alex y a mí y murmuraban cosas, probablemente pensaban que se trataba de una discusión de pareja. Traté de caminar más rápido, pero el maldito pelirrojo me tomó del brazo y me tironeó para girarme. Me abrazó con fuerza mientras decía:
—Ay, perdóname, cariño, sé que no te gustan las muestras de afecto en público.
—¡Ya suéltame, idiota! —Comencé a golpearlo con fuerza—. Conmigo esos jueguitos no van.
—Ay, Al, qué aburrido eres —bufó Alex y me picó la frente con su dedo índice—. Ya te acostumbrarás a mis homosexualidades, y luego disfrutarás de todo esto.
—Lo que disfrutaré es destrozarte la cara —gruñí con odio y él se paró firme ante mí.
—Inténtalo, Ricitos de oro.
Alex era más alto y musculoso que yo, pero aun así estaba seguro de poder darle unos buenos puñetazos antes de que me hiciera verga. Sin embargo no llegué siquiera a golpearlo que Christine nos lanzó un puñetazo a cada uno al rostro, Alex se golpeó la espalda contra la pared y yo terminé por caer hacia atrás.
—¡Déjense de estupideces y vamos a casa! —chilló, para luego tomarnos de las manos y tironearnos todo el camino—. Estoy rodeada de idiotas.
Me refregué el rostro con la otra mano, estaba realmente sorprendido, no creí que Christine pudiera ser tan fuerte. A mi mente vino la foto de ella de niña con sus trenzas, me la imaginé aterrorizando a los bullys de Alex y pude comprender a la perfección por qué le temían, lo único que no podía entender era por qué no había actuado igual cuando se burlaban de ella en la adolescencia. Terminé por suspirar y seguir a esa pelirroja loca que nos llevaba de las manos como si fuéramos niños pequeños.
El edificio donde vivían estaba en el centro y era inmenso, subimos por el ascensor hacia el sexto piso. Los pasillos eran brillantes y olían bien, como a jazmines en el aire. Había visitado varios edificios y departamentos antes, de compañeros y amigos, pero nunca algo así, y cuando Alex abrió la puerta para invitarme a entrar, me sorprendí al ver el tamaño de ese lugar.
—Válgame Dios —susurré con los ojos abiertos de par en par.
Al ingresar, lo primero que se podía ver eran los sillones blancos con pequeños almohadoncitos grises, negros y rosados. Tenían una pequeña mesita de vidrio y más a lo lejos se veía el comedor, con una mesa de cristal y asientos blancos que combinaban a la perfección con el resto. Plantas decoraban los rincones y rodeaban también a los sillones.
—Mira cuánta fealdad —dijo Alex al señalarme un cuadro.
Cuando levanté la cabeza para ver ese cuadro, vi a Christine con un delicado vestido rosado en una hamaca con flores y enredaderas, tenía el cabello largo cayendo sobre uno de sus hombros.
—Ay, cállate, Iskandar, tú amas esa foto —se rio Christine mientras se alejaba de nosotros.
—De sus dieciséis, pedí que la hicieran grande para colgar acá en la pared —explicó Alex—. Mira cuánta fealdad en un solo gremlin, adoro asustar a la gente con su cara monstruosa.
Christine se quitó las zapatillas y las arrojó por ahí, en medio del camino, mientras que Alex le gritaba que se desvistiera en el baño y dejara de arrojar todo al suelo. Él la seguía por detrás recogiendo su camino de ropa, pero me percaté que ella se lo estaba haciendo a propósito.
Me dio pena sentarme en los sillones cuando Alex me invitó a hacerlo, estaba todo sudado y sentí que los arruinaría, así que lo seguí a la cocina, donde tomó una manzana de una canastita y comenzó a mordisquearla mientras sacaba verduras dentro de la heladera.
—¿Cómo puedes comer tanto? —pregunté con sorpresa.
—¿Cómo puedes comer tan poco? —se rio él y luego giró para verme—. Este cuerpazo tallado por el mismísimo diablo no se mantiene solo, Ricitos de oro.
—¿No será «el mismísimo Dios», o «dioses»? —corregí y él comenzó a reírse.
—No, ¿crees que semejante sensualidad la harían los dioses? Por favor, pequeño Al, que este cuerpito incita al pecado.
Comencé a reírme fuerte y alto junto a él, nunca creí que alguien podría ganarme en autoestima. Mi don especial había sido opacado por Alex.
Quise ayudarlo a cocinar pero me echó de allí, dijo que nadie tocaba su cocina. Me recordó a mi madre y eso me hizo chasquear la lengua, así que me entretuve paseando por el departamento, viendo sus fotos en las paredes. Había una que llamaba mi atención, la de un niño castaño con lentes, pero cuando quise preguntar algo al respecto Christine me llamó desde la puerta del baño. Cuando me acerqué descubrí que apenas estaba cubierta con una toalla, con su cabello chorreante que caía en sus hombros desnudos. La miré de arriba hacia abajo de forma instantánea y solo pude tragar en seco.
—Ahí tienes la ducha, te dejé una toalla y ropa de Alex para que te cambies.
—Gracias...
La seguí con la vista cuando se alejó hacia una habitación con la toalla enredada en su cuerpo, la cual sostenía con sus manos para que no se cayera, y pude ver sus largas piernas húmedas y su espalda desnuda. Negué rápidamente y entré en el baño para darme esa ducha y dejar de molestarlos.
Me sentía realmente extraño al bañarme en una casa ajena, salvo por el departamento de Becky nunca me había duchado en ningún otro lado que no fuera mi casa. Me hacía sentir algo incómodo, en especial luego de ver a Christine salir de esa forma de la ducha sin que le importase que la vieran prácticamente desnuda.
Por alguna razón, sentí que ambos me darían muchos problemas de allí en adelante, pero también sentí que mejorarían mi vida. Quizá lograrían cambiar mi personalidad, mi actitud molesta e incluso la estúpida envidia y odio que sentía por la gente adinerada. No hacía mucho que conocía a Christine y mucho menos desde que conocí a Alex, pero aun con ese poco tiempo, se me hacían confiables, esa clase de amigos que sí o sí hay que tener en la vida.
¿Qué podía saber yo de amigos? Cuando mi único amigo real ha sido Eric.
Cuando salí del baño, ya vestido y limpio, encontré a Chrissy y a Alex bailando en la cocina al ritmo del rock clásico. Se reían a carcajadas mientras se sacudían de acá para allá y, debía admitir, eran muy buenos bailando. Yo creí ser bueno con mamá en otros ritmos, pero ellos sin dudas nos superaban.
—¡Oh, Al! —dijo Chrissy con una sonrisa alegre, estaba algo jadeante, entonces se acercó a mí y me tomó de las manos—. Ven, ayúdame a terminar el almuerzo así Alex puede ir a bañarse.
—Nadie-toca-mi-cocina —dijo él entre dientes al picarle la nariz a su hermana.
—Ay, no seas llorón y déjame hacerlo, si sabes que cocino muy bien.
—Muy bien para la mierda, dirás.
Comenzó a reírse a carcajadas cuando salió huyendo de ella, quien le lanzó su zapato a la espalda mientras huía. Sin dudas, cuando fuera madre, tendría el súper poder de todas las mamás: la chancleta voladora. Así que mientras que Alex se duchaba, nosotros dos terminamos de preparar el almuerzo
Mi idea en realidad era irme luego de la ducha, quería arreglas unas cosas en casa o quizá solo hundirme en mi propia miseria en soledad, pero Christine ni siquiera me dio tiempo a decir nada que ya estaba acomodando en la mesa tres platos. Me pareció inadecuado rechazarla así que solo suspiré.
—Oye, Chrissy —dije y ella me miró con una sonrisa emocionada.
—Es la primera vez que me dices «Chrissy» en vez de «Christine».
—Pues... así te dicen, ¿no?
Se sentó a la mesa y cruzó sus manos al frente para poder escucharme con atención mientras esperábamos a Alex. La miré fijo por unos instantes e imité su acto de sentarme a la mesa, cerca de ella, pero con esa música de fondo –jazz otra vez, y del que suena muy erótico– me sentía algo extraño, por alguna razón parecía una cena romántica, una cita, y no me agradaba en lo absoluto.
—¿Cómo te gustan los chicos? —pregunté.
—¿Por qué preguntas?
No podía decirle que era para ayudar a Eric, así que suspiré.
—Becky dijo que te gustaban los chicos como Eric, y como ha estado mintiendo en muchas cosas... Bueno, quiero saber si eso también es mentira —mentí, aunque con un poco de verdad.
—Oh —Hizo un gesto extraño con su rostro que me hizo reír—. Bueno, Eric es muy lindo físicamente, me gusta su cabello rizado. Diría que no mintió del todo porque tiene rasgos que suelen gustarme, como su tono de piel, pero en personalidad es todo lo contrario a lo que a mí me suele gustar en un hombre.
—¿Y qué te suele gustar?
—Me gustan los hombres que aparentan ser malos, ya sabes, esos a los que la gente temen —dijo con una sonrisa y luego dejó ir un suspiro—, pero que en realidad son buena gente, son buenas personas. Me suelen gustar los tipos problemáticos que siempre están metidos en peleas, pero no de esos que se meten en peleas para creerse mejores, sino los que lo hacen para proteger a los que aman...
—No me suena a Eric —dije con una sonrisa torcida y ella comenzó a reír.
—Para nada... —susurró y luego me miró fijo—. Me suelen gustar los tipos como Alex en realidad, supongo que se le podría considerar como un complejo o algo, pero me encantaría estar con un hombre que fuera como él.
—¿Idiota? —bromeé y ella sonrió.
—Sí, idiota, pero también muy amable y atento. Alex tiene toda la apariencia de un badboy, un tipo problemático que siempre está metido en peleas por proteger a los que ama, con sueños y aspiraciones a futuro, siempre dispuesto a empujarme hacia arriba para que yo también alcance mis sueños. —Sonrió y tomó su paquete de cigarrillos para poder encender uno, extendiéndome uno a mí también—. Así que ese es el tipo de hombre que me gusta, Al, los tipos rudos que en realidad son unos tiernos gatitos.
—Así que... Físicamente te gustan como Eric, pero en personalidad como Alex —acoté, algo pensativo.
—En realidad me gustan también los tipos algo ejercitados y, por alguna razón, siempre suelo salir con tatuados y con apariencia física de badboys —dijo con una risita—. Pero sí, Eric me parece muy lindo.
—¿Y por qué no intentas darle una oportunidad?
—Porque no estoy interesada en relaciones, Al, te lo dije. Y si tuviera que elegir en este momento, no lo elegiría a él específicamente, créeme.
Dejé ir un suspiro, a mi amigo se le haría demasiado complicado conquistarla. No entraba en sus gustos ni en físico ni en personalidad, pero estaba seguro de que si le diera una oportunidad podría gustarle mucho, después de todo Eric era una muy buena persona, alguien atento que no dudaría en ayudarla a cumplir sus sueños.
—¿Y a ti cómo te gustan las chicas? —preguntó con curiosidad.
—No estoy seguro, me han gustado algunas pero no tenían mucho en común —dije, algo pensativo—. Creo que me gustan las chicas divertidas e inteligentes, las que son mejores que yo. No sé, creo que el amar y la admiración están muy cercanos, y me suelen gustar chicas que puedo llegar a admirar.
—¿Y físicamente?
La miré fijo, me estaba viendo con atención mientras soplaba el humo de su cigarrillo, así que encendí el que me había ofrecido para ocultar un poco de mi nerviosismo. No quedaba bien decirle que me gustaban las tetonas, seguro me lanzaría una cachetada al gritarme que era un pervertido o algo por el estilo.
—Déjame pensar, ¿tetonas? —dijo con un tono de voz seco y una ceja levantada.
Casi me atraganté con el humo del cigarrillo.
—Tú no entiendes nada, Ricitos de oro —dijo Alex de repente.
Giré para verlo, se acercaba a nosotros mientras peinaba su cabello largo, lo llevaba suelto y no se le notaba los costados rapados de esa forma, era muy largo y no tan rizado como el de Christine, parecía apenas ondulado.
—¿Por qué lo dices? —pregunté.
—Lo que vale la pena es un buen culo gordo y apretujable —dijo al sacudir sus brazos como si estuviera apretando el culo de alguien con fuerza—. ¡Nada mejor que amasar un buen pan dulce con las manos!
—¡¿Ves?! —chilló Christine de repente mientras señalaba a su hermano—. ¡Por eso busco un tipo así!
—Prefiero amasar un buen par de tetas —acoté con una risa.
—Tú, hermano, no sabes nada de la vida —dijo Alex mientras meneaba su cabeza con indignación, como si estuviera decepcionado de mí—. Cuando tengas a una chica en cuatro no vas a poder verle las tetas, vas a tener la preciosa imagen de un buen culo, y cuando te monte como la mejor vaquera vas a aferrarte a ese culazo, no a las tetas, Ricitos de oro.
—Alex, das asco —dijo Christine con un chasquido de lengua.
—Ay, como si no te gustara coger, golosa.
Comencé a reírme a carcajadas al verlos discutir, eran muy divertidos cuando estaban juntos. Y, unos minutos después, almorzamos juntos con la música de jazz de fondo, mientras conversábamos de cosas mundanas y planeábamos la cena del próximo día y, luego, la salida al pub.
Era extraño, porque aunque sí me sentía muy triste y solo a causa de Becky, cuando estaba con ellos dos me sentía mejor. Era capaz de reírme y divertirme, e incluso poco a poco comenzaba a recuperar algo de mi autoestima. Me hacían sentir mejor que Eric, y me sentí cruel por ese pensamiento.
Entonces, luego de que Chrissy se fue a la universidad, en medio de nuestra conversación, de un par de cigarrillos y de risas con Alex, tuve una pequeña revelación mística:
—Tiene que tener un menú para celíacos —dije casi en un susurro—, y que sea económico para que cualquiera pueda acceder...
—¿De qué hablas? —preguntó Alex, bastante confundido.
—De mi sueño —dije y cerré los ojos, estaba tan acostumbrado a las burlas que, por un momento, me dejé llevar y me olvidé que Alex no sabía nada al respecto—. Nada importante...
—Si es tu sueño es importante, dime.
—Una cafetería... —murmuré al encogerme de hombros con vergüenza—. Quiero tener mi propia cafetería y casa de té, con variedad de té de sabores y... se me ocurrió que sería buena idea que tenga un menú para celíacos y que fuera accesible para otras personas.
Apenas si levanté la mirada para verlo, Alex me miraba fijo, así que tragué saliva y volví a bajar la mirada.
—Cuéntame más —dijo, como si le ofendiera que haya guardado silencio.
—Pues... Eso, quiero una cafetería en el centro y que tenga precios accesibles, que pueda entrar cualquiera, con esas cartas especiales y cosas sabrosas —Sonreí con entusiasmo y me erguí, un poco más confiado—. Me imagino todo en estilo vintage, muy campestre. Ya sabes, que se vea rústico pero bonito. Incluso me imagino una barra contra la ventana, que dé a la calle, o quizá a alguna vista bonita, para que la gente estresada vea hacia allí y se relaje. Y...
Me percaté de que estaba hablando demasiado rápido, que me había emocionado al hablar, y como Alex me miraba fijo sin decir nada, bajé la mirada nuevamente.
—Lo siento.
—¿Por qué carajo te disculpas? —se quejó.
—Te estoy molestando y...
—¿Y por qué carajo crees que me estás molestando? —dijo con su ceño fruncido—. ¿Quién carajo te dijo que molestabas al hablar de tu sueño para que te comportes así?
—Todos...
—Pues todos son unos imbéciles, me parece genial lo que dices —escupió—. Me gusta que pienses en la gente más humilde e incluso en gente como Christine que no pueden ir a cualquier parte.
—¿No te... parece estúpido? —pregunté con sorpresa al verlo.
Alex miró hacia todos lados con confusión y una mueca torcida, para luego verme a mí.
—¿Con qué clase de gente te rodeas, Al?
—No lo sé... Es que la mayoría se ríe y dice que es estúpido ese sueño, que parezco marica y...
—¡¿Quién carajo te dijo semejante estupidez?! —gruñó—. Alphonse no sé qué verga de apellido tengas, si alguien rebaja así tus sueños no sirve para estar a tu lado. ¿Está bien? Si es familiar, es un familiar de mierda, si es amigo, entonces no es tu amigo. ¿Entiendes?
Pensé en Eric al reírse por ese sueño, él había sido la primera persona a la que se lo conté, cuando tenía catorce. Me había dicho que era algo estúpido y no dudó en preguntarme si era marica, me sentí realmente mal ese día. Salvo por mamá, nadie más había pensado que era un bonito sueño.
Por alguna razón sentí muchos deseos de llorar pero lo evité, y quizá Alex se había dado cuenta de ello, porque no tardó en apoyar su pesada mano en mi espalda con suavidad, para luego decir:
—¿Necesitas una mano derecha para la cafetería? —Me dirigió una sonrisa amable—. Soy barista, barman, repostero, pastelero y chef, Ricitos de oro. Si necesitas ayuda aquí estoy yo.
Lo único que pude hacer fue asentir con una sonrisa.
La persona que más creí que se burlaría de mí, fue quien más me ha dado su apoyo, y quien creí que más apoyo me daría, fue quien se rio de mí.
Comencé seriamente a replantear mi amistad con Eric.
No olviden votar y comentar♥ El próximo viernes traigo el siguiente capítulo :')
Dejo acá un dibujo que hice de la foto de whatsapp de Alex xD
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