Hay que ver que a la luz de la luna suelen salir los mejores golpes de inspiración, golpes anhelantes llenos de futuro e ilusiones.

Bajo la luz de las velas, aquella tenue, decadente pero aun así resplandeciente y pequeña luz, se esclarecen los más recónditos y oscuros pensamientos de nuestra mente, sale a flote nuestro ingenio, nuestros sentimientos, afloran nuestras penas y al apagar aquella llama se esfuman con el humo. Las lágrimas se presentan y muchas veces las risas se hacen escuchar, las más bellas proposiciones y las mas ocultas tradiciones se suelen hacer a la luz de las velas.

Mientras veía fijamente una vela que con el pasar del tiempo se iba desgastando, pensé en mi amor. No sé por qué, tengo cosas mucho mejores en qué pensar, como en viajes, aventuras, metas... Pero no, pensé en mi amor.

Pensé en aquel cálido y distante amor que con el tiempo va dejando de ser humeante, que con las fallas y los problemas va dejando de ser distante.

Pensé en un amor extraño, un amor que me trae loca, que aunque esté por allá siempre lo siento por aquí, que aunque no me hable y no le hable escucho su risa resonar en mi cabeza, su respiración en mi pecho, sus sueños en mis oídos y sus ganas de ser siempre mejor en todo mi  ser.

Soy la mala de la historia aunque me intimido con la belleza que el siempre me da, mis complejos, mis imperfectos siempre quedan a un lado cada vez que escuchamos a Manuel Medrano mientras los cigarrillos nos acompañan junto con los grillos del jardín y las estrellas como espectadores junto con el reflejo de una luz centelleante producida por una vela.

¿Cómo decirle que le quiero si siempre trato de hacerme la fuerte? Nos han hecho daño, eso es más que cierto, pero mi amor siempre se muestra dispuesto, siempre se muestra como un  libro abierto esperando a que  le lea. 

Soy una idiota, no sé si lo quiero leer, no sé si pueda leerlo, no sé si estaría bien sentir cada una de sus páginas en mis manos, no sé si su aroma sea tolerado por mi enfermiza y alérgica nariz, no sé si nuestras historias estén entrelazadas.

Lo único que sé es que el universo es pequeño cuando estamos juntos, que lo que veo imposible se vuelve alcanzable, las tazas de café saben mejor a su lado, las películas de terror dejan de dar miedo y el reflejo de las velas en sus ojos me trae a la realidad.

Una realidad que hace que me de cuenta que me encanta su sonrisa, me encanta su mirada, me encanta su historia y aunque no ha terminado de escribirla, espero poder releerla muchísimas veces, siempre y cuando sea con el resplendor de la luz de una vela. 

Llegó la electricidad, toca soplar la vela, pedir un deseo y finalizar este rito con una sonrisa.