Poema
P O E M A
‹2›
Te burlas,
te estremece el cuerpo sin saberlo,
sin pensarlo, dado a mi incertidumbre
dado a mi sufrimiento.
Me retuerzo de la agonía
que me brinda la ansiedad en una llama eterna,
aquella que me consume sin descanso
y que tú avivas sin ninguna pena.
¿Es que no te das cuenta?
Me dañas, me lastimas.
Pequeña flor,
me estás matando.
Y aún muriendo
no dejo de pensar en ti,
en tu bienestar,
en decir las palabras correctas como caricias.
No como dagas.
¿Qué sería de tu vida si yo me muero?
Me preguntó si te afectaría
ser tú quien me matase,
ser primero yo la que se aleja.
Si tú, retoño del mal,
encontraras a alguien más de quien depender,
la ofensa acabaría con mi alma
librándote de mí en cualquiera de los mundo.
Oh, mi pequeño retoño.
Herime, dañame,
acaba con mi vida.
Buscaré la forma de aún cuidarte
Castigame por amarte,
llámame psicópata o masoquista.
Mátame,
pero no te dejaré jamás.
No seré uno de tantos que se fueron,
que no soportaron,
que no te quisieron.
Yo te acepté y así será hasta que muera.
Por hoy déjame,
no un año, ni un mes,
sólo unos momentos me bastará
para llenarme de fuerzas.
Sólo unas horas necesito
para volver a ser aquella
que no vive sin tus pétalos
y que no respira sin tu presencia.
Déjame que no moriré,
lucharé hasta el final
y solo porque te lo he prometido desde hace tanto
que nunca dejaría de amarte.
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