*Palabra de la semana: compañero

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He perdido la cuenta del número de veces que he transitado por este lugar, innumerables ocasiones donde he tenido que soportar la tristeza en esas inocentes miradas; no entienden qué está sucediendo o por qué alguien como yo está visitándolos. Sin embargo, puedo asegurar que resulto más bondadoso que aquellos en quienes confiaron, alivio su dolor y desaparezco su soledad.

Esta parte de mi trabajo me sigue resultando desagradable, a pesar de llevar tantos años robando el suspiro de estas angelicales almas, no me acostumbro a esa pequeña chispa de esperanza que siempre me muestran; pensando que quizá sea yo, quien les devuelva esa vida que les arrebataron egoístamente.

Aún ahora me pregunto, ¿cuándo el humano perdió su calidez?, ¿cuándo dejó de creer en el amor y se alejó de este sentimiento?

Acaso, ¿han perdido esa sensibilidad para comunicarse con otros tipos de vida?; ¿no comprenden lo difícil que es sentir dolor y no tener voz propia para pedir ayuda?, o, no poder caminar hasta un hospital cercano para ser atendido.

¿Cuándo?, ¿cuándo sus corazones fueron consumidos por el egoísmo y esa oscuridad que no les permite ver más allá de sus propios intereses?

Créanme cuando les digo que tengo tantos años como vidas, experiencia y conocimiento suficiente para asegurar que, la humanidad podría trascender a una esencia superior; siempre y cuando, estén dispuestos a conectarse con esa mágica esencia que brinda esperanza y crea mejores realidades.

—¡Hola pequeño! —me acercó a ese indefenso, tratando de no asustarlo con mi presencia; pero contra todo pronóstico, parece alegrarse al verme y muestra su alegría en ese agotado cuerpo.

—¡Hola de nuevo!, parece gustarte pasear por aquí, ¿verdad? —intenta levantarse, pero sus patas no se lo permiten y vuelve a caer sobre su peso.

—¿Qué haces esperando aquí solo? —lo tomo suavemente del mentón para conectar nuestras miradas; a esos inocentes ojos que mantienen bondad, a pesar de la traición.

—¡Oh!, estoy esperando a Tomás, dijo que no demoraría y vendría pronto por mí —suelta con demasiada emoción que no puedo evitar enojarme con esa persona, aunque me encargaré luego.

—He estado observándote por bastante tiempo y creo es momento de marcharnos; debes estar cansado, pero me gustaría me acompañes a un lugar lejano —le acarició la cabeza, mientras realizo mi trabajo; es su último suspiro.

—¡Oh!, ¿a dónde? —quizá no pueda notarlo, pero su soledad a desaparecido y ahora puede moverse con libertad.

—Es un jardín muy lejano, ubicado en una zona secreta —intento sonar misterioso y eso parece emocionarlo más—. Extensos y hermosos jardines, donde podrás divertirte con otros como tú —empezamos a caminar hacia nuestro nuevo destino.

Muchos como él, pueden vernos caminar y alejarnos de ese desolado lugar donde fueron abandonados sin piedad.

Es demasiado triste venir cada día para encontrarte con un panorama peor, pero prometo regresar, aliviaré esa pena que embarga sus corazones; ellos no comprenden la situación. ¡Estoy decidido!, les devolveré un poco de esperanza.

—¿Serás mi nuevo dueño? —no para de menear su cola y me tranquiliza que esta vez, está siendo escuchado.

—¡Oh no!, seremos mejores amigos —pienso un poco en mis palabras—. Más bien, romperás mi soledad y te convertirás en mi nuevo compañero de vida, me ayudaras a no asustar a otros para que tengan un viaje más reconfortante, ¿qué te parece? —ladra como respuesta a mis palabras, mostrando esa ternura que nunca perdió; sin importar el daño que recibió.

—Nos divertiremos juntos, ¿verdad? —me pregunta con notable alegría—. ¡Oye!, ¿Tomás es feliz? —puedo notar cierta melancolía.

—¡Por supuesto!, te aseguro que está bien y siempre se acuerda de ti —porque si esa persona algo no podrá abandonar, es la culpa que lo acompañará hasta el último—. Y no te preocupes, porque a partir de este momento, tú también tendrás toda la felicidad del mundo —le demostraré que, desde este momento solo obtendrá alegrías.

—¡Oh cierto!, me llamo Fidencio, ¿cómo te llamas? —por primera ocasión, alguien se muestra interesado; pues todas las existencias me conocen y con solo verme, ya me meten. Nadie entiende mi verdadero propósito, estoy para ayudarlos.

—¡Un gusto Fidencio!, puedes decirme Mortem —y extrañamente, a comparación de otras miradas, parece gustarle mi nombre.

«Parece que, a partir de ahora tengo un nuevo compañero y no me arrepiento de esta decisión», porque juntos realizaremos un buen trabajo, ¿verdad?