*Palabra de la semana: muerte

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—¡No me importa!, porque yo tengo una rosa —fueron esas palabras que me hicieron notar una esencia diferente, porque realmente sigue siendo diferente.

Ha llegado el día de volvernos a encontrar después de catorce años de larga espera. Hoy me toca volver a presentarme frente a él, aunque ahora no tengo la misma determinación de ese entonces, porque es la única persona que ha visto más allá de mí.

Aún recuerdo cuando sentí esa esencia dentro de mi campo, era alguien diferente a muchas otras que he conocido en mis largos años de existencia. No solo percibí pureza e inocencia, también pude distinguir una calidez que muy pocas veces he sentido en los humanos.

—¡Hola! —me saluda con la misma alegría que sigue siendo abrumadora para mi gusto—. ¿Ahora si es definitivo?, ¿cuándo nos tocaría irnos? —su despreocupación llegó a sorprenderme cuando nos conocimos. Porque a través de la vida, los humanos siempre le han temido al encapuchado negro, he sido el rechazado al que nadie jamás quiere encontrarse en su camino.

—¡Has cambiado!, ya no eres el enano flacucho que estaba cantando entre las flores —me acerco a su lado, pero igual mantengo mi distancia porque solo un toque bastaría para tomar su aliento.

—Tú también has cambiado, no eres el mismo encapuchado inexpresivo y renegón que conocí —suelta en una risa divertida mientras termina de regar unos hermosos girasoles que se alzan en la radiante mañana.

—¿Ya no hay respeto para una deidad? —pregunto intentando sonar molesto, pero no logro mi objetivo cuando escucho como su suave risa se mezcla con la brisa del viento.

A pesar de los años y de la complicada vida que ha tenido, no ha perdida esa característica sonrisa que demuestra la grandeza de su alma. Porque puedo asegurar que son realmente pocas las existencias que mantienen una firme determinación a pesar de las adversidades.

Cuando se pierde el sentido de la vida o el tiempo límite se está acercando, es cuando aparece el visitante menos deseado, a quien ni siquiera conoces pero le temes porque te alejará de esta terrenal realidad. Sin embargo, con este muchacho es diferente.

Al igual que ese momento, tararea la misma melodía mientras me observa con dulzura, como si estuviese feliz de encontrarme. «¿Es eso posible?», logrando por segunda vez que entienda la crueldad de mi misión.

Pero nuestra tranquilidad se ve interrumpida por una ruidosa música, apareciendo un auto rojo que corre a velocidad con cinco personas dentro, gritando a más no poder. Chasqueo los dientes fastidiado por esa intromisión que será la última de esos jóvenes, porque después me tocará ir por ellos.

—Ellos tienen todo, como muchos chicos de su edad o de tu edad —capto su atención con mis palabras, quisiera saber si puedo volver a escucharlo—. Bienestar, amistad, despreocupación, dinero y todo lo que la juventud pueda ofrecer —suena tonto que un ser que representa a la muerte guarde una esperanza.

—¡Eso no me importa! —suelta con desinterés—. Porque yo tengo una rosa —y esas son las palabras que necesitaba volver a escuchar.

—Pero una rosa no da felicidad, son frágiles y se marchitan rápido. Su vida es corta —solo espero no lastimarlo, sucede que a veces no puedo controlarme.

—Pero igual tengo una rosa, porque yo soy una rosa —responde mostrándome una radiante sonrisa—. ¿Quieres que te regale mi rosa? —solo bastó esa pregunta para por segunda ocasión, desistir de mi misión.

No logro entenderme, nunca he sido tan blandengue como me comporto ahora. Pero quisiera darle más tiempo, que encuentre un poco de felicidad antes de conocer mi verdadera esencia.

—¡Oye!, se supone que hoy es mi día, por eso estás aquí, ¿cierto? —me pregunta sin medir sus palabras, logrando confundirme.

Veo que con mucha dificultad intenta levantarse de esa silla que ha sido su acompañante, quisiera ayudarlo al verlo balancearse. De pronto, una calidez embriaga mi espíritu porque ese loco chiquillo se ha lanzado entre mis brazos, apretándose contra mi cuerpo y asustándome, porque un humano también puede desaparecer con solo tocarme.

—No deberías sentir culpa ni miedo por tomar mi alma, todos tenemos un destino que cumplir y el mío es hoy —me dice conectando su mirada con la que podría llamarse la mía—. No te voy a reprochar nada, porque eres mi amigo —esa última frase resuena en mi cabeza porque nunca nadie me ha visto de esa forma.

Veo como su inconsciente cuerpo cae al jardín mientras unas personas corren desesperadas en su auxilio. Su esencia desaparece en pequeñas luces plateadas junto a esa sonrisa que siempre recordaré. —Te prometo que nos volveremos a encontrar, porque eres mi amigo —es su último mensaje para que su alma viaje al lugar que pertenece. Estoy seguro que nos volveremos a cruzar.