07: Fue mi culpa
*Palabra de la semana: muerte
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Y todo fue mi culpa, eso nadie lo puede negar.
Si desde el inicio hubiese sido sincero con mis sentimientos, nada de esto estaría ocurriendo y nadie estaría lastimado.
Desde pequeño he sabido que tenía un compromiso arreglado por mi familia, quienes siempre me repetían que solo buscaban seguridad para mi futuro; porque no hay mejor decisión que fusionar empresas entre personas del mismo estatus. Crecí con eso, aprendí a vivir con eso, porque esa idea era mi fortaleza. Pero todo cambió cuando lo conocí, pues nunca pensé enamorarte a esa intensidad.
Sin embargo, todo se arruinó por mi poca hombría con Alexandra, no le conté sobre mis verdaderos sentimientos y ella en su dolor planeó todo ese montaje que acabó por arrebatarme al único ángel que cambió mi vida.
Al principio no entendía porque tanta exigencia por parte de mi prometida para salir a recorrer el centro de la ciudad. En su justificación, necesitaba comprar unas cosas de urgencia antes de regresar a Italia para planificar la boda. Contra mi voluntad, así lo hicimos.
Durante el día nos perdimos en cosas triviales de una pareja, comprar y conversar. Después del almuerzo insistió en recorrer la plazuela para recordar nuestras visitas de infancia, junto a esos recuerdos que atesoras de quien creías tu primer amor; porque sé que esos sentimientos que ella me profesa son parte de la creencia de su familia, aunque todavía no se dé cuenta.
La noche anterior había decidido que era momento de contarle sobre mi relación con Benjamín, sobre lo mucho que nos amábamos y los planes que teníamos al acabar la universidad. Pero como todo cobarde, mi pretexto era... «debes esperar hasta encontrar el momento idóneo para no afectarla».
Cuando estuvimos caminando alrededor de la plaza, no entendí esa desesperación para tomarme del brazo, girarme y darme un profundo beso; que como en otras ocasiones, terminé correspondiendo, apretándome a ella y cogiéndola suavemente de la cintura. Pero seguía siendo igual, esa caricia no me transmitía nada, ni siquiera me llenaba. Porque no sentía esa electricidad recorrer mi cuerpo, mis mejillas no ardían y mi corazón no se aceleraba como si estuviera corriendo una maratona. Ni las dichosas mariposas revolotearon.
Y todo acabó cuando abrí los ojos, al chocar con esa mirada plateada que dejaba escapar sus lágrimas, demostrando el dolor de mi traición. Fue recién cuando me di cuenta que había roto mi promesa, no hacerle daño.
Duré unos minutos para reaccionar, oportunidad que Benjamín aprovechó para salir corriendo despavorido, dejando atrás todas sus compras. Noté como Alexandra esbozada una ligera sonrisa que solo consiguió enfurecerme, para sin importarme sus histéricos gritos salir corriendo detrás del amor de mi vida.
No entendía por qué, pero tenía una extraña presión en el pecho que desde hace días me oprimía el corazón, provocándome un dolor que nunca experimenté; sin embargo, hoy entiendo ese mensaje. Porque mientras iba detrás intentado detenerlo para explicarle mis razones, mientras corría despavorido con lágrimas bajar por mis mejillas; con el corazón roto por mi traición, no escuchó cuando grité junto a otras personas. Cuando quise alcanzarlo fue tarde porque un maldito borracho se había descontrolado, impactando contra su frágil cuerpo, dejándolo al borde de la vida.
Alexandra apareció en la escena y recién entendió la gravedad de sus acciones, ella había planeado que Benjamín estuviera en ese momento. Ella planeó que viera ese beso, aunque nunca pensó que llegaría demasiado lejos. Es cierto cuando dicen que la culpa es una eterna compañera que no deja de fastidiarte hasta tu último suspiro.
Las ambulancias llegaron para llevarse a mi chico de inocente mirada hasta la clínica. Como no quisieron dejarme acompañarlos, tomé un taxi apresurando al chofer para que pisara el acelerador y me hiciera llegar rápido en donde se supone lo atenderían. Pero sucedió...
Cuando ingresé al hospital, sus padres habían llegado junto a unos amigos. Y ahí estaba ella, su hermana que desde el inicio se oponía, siempre repetía que yo sería una mala compañía. Tal vez..., si tan solo Benjamín la hubiese escuchado, ahora todo sería diferente.
Cuando vi todas esas lágrimas imaginé lo peor, haciéndose realidad cuando la enfermera mencionaba esas difíciles palabras que terminaron por derrumbarme. La muerte había tomado posesión de lo más valioso para mí, dejando solo ese frío anillo que le regalé en señal de nuestro amor.
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