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Sonrisa inocente

Una pequeña niña, de calzas grises, vestido celeste y saquito gris, sucios de barro, corría donde su madre. Anabella tan solo tenía cinco, traviesa y encantadora, que más se podía pedir. Con una sonrisa abrazó a su madre, pero esta de brazos cruzados negó y regaño a su pequeña niña. Yo miraba de lejos, como un espectador, porque así era.

-Anabella, mira tu vestido. Ya llegan los señores Clifindest.

-Pero mami.-dijo la pequeña en una sonrisa inocente.-Solo jugaba con la mariposa y el conejo.

La madre de Anabella sacudió un poco la ropa de su hija y le sonrió. Le tomó la mano y se alejaron, dejandome como siempre, invisible, aunque Anabella volteó y me saludó. Su sonrisa inocente nunca la olvidaré, aunque tuviera cinco años, esa niña cambió mi eterna vida.

Soy un ser indefinido, de vida eterna y tristeza, solo los niños me ven. Me levanté de mi lugar y caminé sin rumbo. ¿Le volvería a ver? ¿Me seguiría viendo? ¿Me recordaría?

(...)

Habían pasado diez años desde que perdí de rumbo a Anabella y yo volvía a esa pequeña plaza todos los días, pero la esperanza de verla se fue esfumando. Al cabo de un año deje de ir y me fui a otro lugar. Caminé por unos meses y ya en un estado de depresión típico de mi especie, caí en otra plaza. Cerré los ojos y como en cualquier película o novela, empezó a llover. Las gotas caían en mi largo pelo y me empapaban la ropa. Hasta que deje de sentir las gotas impactando mi rostro y en su lugar un paraguas azul cielo ocupo mi vista.

-¿Estás bien?

Una chica de 16 años protegía mi rostro de la lluvia y me miraba curiosa. Su cabellera larga y algo enrulada caía sobre su rostro, sus ojos verdes desprendían un brillo especial. Ahí comprendí, Anabella se encontraba en frente mío. Había crecido considerablemente, pero su inocente mirada seguía en su rostro.

-¿Está bien?-volvió a preguntar.

-S...sí, claro.

Esperen, me veía. Me estaba viendo. Me senté en el piso y tome mi rostro, mientras que ahora las lágrimas escurrían por él. ¡Me podía ver! ¡Anabella me podía ver! Sonreí y levanté la mirada para observar a Anabella de vuelta, una sonrisa cálida e inocente me brindaba seguridad.

Ahora recuerdo aquel viejo de hace décadas. Me dijo que nosotros solo seríamos invisibles si la tristeza consumía nuestro corazón, pero que podíamos volvernos humanos si conseguíamos que alguien nos tomara en cuenta.

-¿Necesitas que te ayude?-volvió a preguntar.

-Eh...

No supe responder en ese momento, pero recuerdo que nunca más me sentí triste, porque hasta el día de hoy, Anabella está a mi lado y así será, eternamente.

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