Miraba de lejos, como siempre, al muchacho pelinegro de ojos verdes que atendía el café. Ya habían pasado años  pero yo aún le amaba  ¿Por qué? No lo sé, me bastaba la simple razón de amarle. Pero este chico ya me había olvidado, de seguro no recordaba ni mi nombre.

Él me había sacado de depresión en secundaria, me había enseñado cosas sobre la vida, pero en preparatoria ya no le vi. Solo me quedaba el recuerdo del adolescente, de sonrisa cálida y ojos tiernos. 

-Derek...-dije en un suspiro.

Hoy, a mis 25 años me dedicaba a observarlo desde la distancia. Mi trabajo era nocturno, lo que me dejaba tiempo para observar la  cafetería y suspirar en sueños.

Miré la puerta del local y me llené de aire, entraría por primera vez. Me adentré en el local y me senté junto a la ventana. Las personas pasar, la música, el olor a café, todo era ajeno a como me sentía en realidad. Me sentía vacía, sola y totalmente necesitada de amor.

-Buen día.-dijo una voz masculina, apenas reconocible.

-Buen día.-dije normal.-Un té por favor.

-¿Algo más?

-No, gracias.

Derek se alejó rápido de mi mesa. Suspiré, se supone que ya había madurado, pero acá me ven, acosando a mi amigo de la infancia. Miré mis manos y suspiré.

-Aquí tiene, señorita.-dijo entregándome el té con unos sobresitos de azúcar. Yo solo sonreí.

No, no me recordaba. Puse dos sobresitos de azúcar y revolví tranquila la infusión. Ahora tendría que encontrar un chico apuesto y mejor, olvidarme de Derek y seguir con mi vida. Terminé mi té y cuando fui a pagarlo, me percaté de algo. Derek tenía una argolla dorada en uno de sus dedos. Inocentemente pregunte si estaba casado y su respuesta me deprimió, su sí me trajo a una realidad donde me deprimía constantemente. Salí del local a toda prisa y caminé a mi casa. Entré de un portazo, hice unas maletas, tomé mis ahorros y me fui al aeropuerto. Ya no lo aguantaba, me iría de allí, recomenzaría todo. Era hora de olvidar.