Los ojos de Amelie captaban al mundo de una forma peculiar. Todo poseía belleza, pero nada lo mostraba. Todo deseaba más, pero nada se conformaba. Y esto era especialmente en los humanos.

Amelie, podía observar una imagen por mucho tiempo, tanto que parecía que ella divagaba, pero en realidad solo apreciaba la belleza de su alrededor. Podía cerrar los ojos y apreciar el aroma, el sonido o la sensación del viento, porque hasta eso era bello. Desde una escena en una ciudad llena de personas hasta un  solitario campo acompañado únicamente del cielo y el sol.

Pero ella también encontraba el lado feo de las cosas, aunque no lo mencionara. Sus ojos percibían y huían de cualquier cosa de su desagrado. Evitaba a toda costa aromas, sonidos o sensaciones desagradables, detestaba luego recordarlas y sentirse asqueada.

Eso no era todo, Amelie escondía otra cosa, su desagrado hacia la gente. Podría encontrar el rostro de una chica hermoso, el aroma de un joven delicioso y la sensación de un abrazo cálida, pero las personas eran sinónimos de destrucción y avaricia. Su avaricia por la belleza lograba destruirla y no solo la propia, sino también la ajena.  Amelie buscaba pequeños placeres de la vida, para huir de ello. Ya sea acariciar un gato o sentir el agua del mar en los pies un día de calor. Todo podía ser igual de bello que el observar una flor blanca con una mariposa posada encima. Todo lo bello podía tapar lo feo.

Pero ¿Qué pasa si realmente no sabemos lo que es bello? ¿Qué es la belleza?