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Todo por un boleto

Era un lunes a las 7:00 de la mañana. Estaba en la parada esperando mi preciado ómnibus que me llevaría al trabajo. La parada se iba llenando, era normal, ya reconocía a casi todas las personas. Pero ese día decidió ir un chico de cabello azabache y ojos azules como el mar. Se empezó a acercar.

-¡Note acerques! No te acerques...-susurré desesperada, era demasiado guapo y yo empezaría a tartamudear.

-Perdona ¿Ya pasó el 123?-preguntó amable.

-¿El...El 123? No... No pasó.

Dije evitando su mirada. El chico no se movió de su lugar. Me puse más nerviosa y me sonrojé.

-Soy nuevo por aquí. ¿Sabes a que hora pasa? Necesito ir al trabajo.

-Oh!En... cinco minutos va ha estar pasando.

Le respondí levantando levemente la mirada para que no notara mi sonrojo. Él era una cabeza más alto y su mirada me ponía nerviosa, por no decir que estaba temblando.

Estuvimos un rato en ese silencio incomodo y recién allá a lo lejos apareció mi salvación, el bondi se podía ver. Las personas se amontonaron para subir al vehículo, empezaron a subir lentamente y cuando me encontraba a medio subir, sin vuelta atrás, me di cuenta de algo, no tenía mi monedero.

Me puse nerviosa y cuando me tocaba pagar el boleto no sabía que hacer. Miré a la cantidad de gente que aún esperaba para subir. Empecé a sudar y la mirada malhumorada del conductor no servía.

-¿Señorita?-pregunto el conductor sin paciencia.

-Yo...Yo... no tengo el monedero.-dije susurrando. El conductor bufó sin paciencia, pero alguien pareció escucharme.

-Dos boletos, por favor.-dijo una voz masculina.-No te preocupes pago yo.

Me puse más nerviosa y levanté la mirada, el mismo chico guapo me estaba pagando el boleto. Me indicó un asiento y nos sentamos.

-Gra...Gracias.

-Todos nos podemos olvidar alguna vez de la plata.

-¿Cómo...cómo te lo podré devolver?

Subí mi mirada esperando la respuesta por parte del chico. Este solo sonrió. Oh por Dios. ¡Oh por Dios! Su sonrisa era preciosa. Me quedé como boba mirando el rostro del chico.

-¿Y si tomamos un café juntos?

Dijo de pronto y volteando para verme. Giré mi cara sonrojada hasta las orejas.

-¿Qué?

-Tu preguntaste como podrías devolverme el favor. Te propongo tomar un café juntos.

-Cla...Claro.

El chico se llamaba Franco. Llegué a mi oficina con una sonrisa tonta. Me vería con Franco mañana en una cafetería del centro.

-Ana¿Y esa sonrisa?

-¿Qué sonrisa?

Pregunté sonrojándome al máximo. Me puse nerviosa y temblaba mientras me acomodaba en mi escritorio. La pregunta de mi compañera me puso muy nerviosa.

-¿Algún chico?

-¿De qué hablas?

-No sabes disimular. Viste alguna presiosura y no me quieres contar.

Me miró pícara mientras arrastraba el lápiz por el escritorio. Yo negué con la cabeza, ocultando la verdad y poniéndome a trabajar. Pero la imagen de de sus ojos no me dejó concentrarme bien. Suspiré derrotada, no podría sacarme al chico de la cabeza.


Era de mañana y seguía mirando mi armario como tonta. Hoy me vería devuelta con Franco y estaba nerviosa. Eran las 12 del mediodía y debía estar en el café a las 4 de la tarde. Cerré las puertas del armario frustrada y me metí a bañar. Esta nerviosísima y tenía miedo de volver a tartamudear como tonta o de que Franco no valla. Suspiré y me dejé llevar por el agua que corría desde el lluviero.

Salí de bañarme relajada y volvía a mirar el dichoso armario. Me concentré y tomé una falda azul marino, una camisa blanca, unos tacos azules y tiré todo en la cama, solo me faltaba esperar a que se haga la hora y me iría directo al café.

Se pasó el tiempo volando, me apronté y salí de casa, no sin antes ver si tenía todo. Caminé relajada por las calles, por alguna razón no tenía nervios. Llegue a la cafetería y cuando fui a abrir la puerta, me entraron nervios. Empecé a temblar nuevamente. ¡¿Porqué era tan tímida?! ¡¿Por qué?!

Suspiré llenándome de valor y entré al local. El olor a bizcochos y tartas era exquisito. Busqué al chico por todos lados y lo vi en la mesa junto a la ventana. Estese percató que me acercaba y se volteó para sonreírme mientras saludaba.

 Lo mejor de todo es que, gracias a que olvidé mi plata del boleto me encuentro conversando con Franco.

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