El Sol y la Luna
Cerré los ojos mientras apoyaba mi cabeza sobre el escritorio y dejaba mi bolígrafo de lado. Rápidamente, el imponente mundo de los sueños me atrapó y al abrir los ojos me vi envuelta en un bosque de maravillas.
Estrellas, luna, sombras, plantas, árboles y animales, todo era bello y perfecto. El pasto estaba fresco y la tierra húmeda bajo mis pies me daban la sensación de realidad.
Cunado observé a mi alrededor te encontré, sentado sobre el pasto, con tu cabello largo y suelto, tu ropa brillante y elegante, y tus ojos deslumbrantes. Encajabas tan bien en el ambiente que me sentí como un extraño, como la mancha que arruinó la pintura.
Bajé la mirada avergonzada de mi misma y me pude observar mejor. Llevaba prendas parecidas a las tuyas, de colores oscuros y bordados de hilos de plata. Parecía que esperaban que alguien las haga brillar, porque por su cuenta no podían.
Sin darme cuenta te me acercaste y me levantaste la mirada. Tu deslumbrante sonrisa y tu abrazador calor me envolvió. Empecé a llorar en silencio, mientras tú, el Sol, me mirabas tiernamente.
-¿Aún no te das cuenta?-preguntaste- Mi preciosa Luna no debe llorar.
Todo encajó, tú con tus cabellos rubios, tus ropas doradas y tu brillo propio eras el Sol. Mientras yo, con mi cabello blanco, mis ropas oscuras decoradas con plata y sin brillo alguno, era la Luna. Sonreí al entender que, para brillar, debía estar junto a ti, mi compañero eterno. Gracias a ti, me sentí iluminada en ese momento, cerré los ojos y me deje llevar por esa sensación de paz y amor que me brindabas.
Al despertar solo me quedaba de ti la luz del amanecer y el recuerdo de tu sonrisa.
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