El chico de cabellos dorados
No creerán lo que les contaré o tal vez sí. Era el verano de 1990 y me encontraba en la casona de mis abuelos. Esta era inmensa, era acogedora y muy lujosa. Yo amaba esa casa, sobre todo por el bosque que le rodeaba. Recuerdo jugar en él y pisar las hojas del otoño. Más o menos recuerdo gran parte de mi infancia ahí.
Cuando iba a quedarme a esa casa, mi abuela me llevaba a su biblioteca, la cual tenía una gran ventana. Tomaba uno de los tantos libros y me los leía, pero a mí me gustaban más sus historias. En las noches calurosas solíamos prender el fogón y mi abuelo contaba múltiples anécdotas. Cuánto quería a mis abuelos.
Este verano también fui allí. Era de noche y mi abuela me arropó y se aprontó para contarme otra historia antes de dormir. No recuerdo mucho como era, pero decía algo así:
"Dicen que en las noches de Luna nueva, cuando está se va a descansar, alguien nos cuida por ella. Dicen que el Sol desciende del cielo en forma humana y que deja sus sueños para cuidarnos mientras la Luna descansa. Muy pocos lo han visto, pero se rumorea que sus cabellos son dorados y desprenden luz propia, además que sus ojos de igual color son tan cálidos que hipnotizan. Suele vestir ropas amarillas y caminar por los bosques mas oscuros, iluminando todo a su paso.
Hay veces que visita a las personas y les regala bellos sueños. Al otro día se encuentran con un polvillo dorado en sus almohadas y sábanas."
Después de esa historia no pude dormir. Esa noche era luna nueva y tenía la esperanza de que el Sol viniera a regalarme dulces sueños. Tan solo tenía 7 años y esto me había dejado emocionada, pensando en un chico de cabellos y ojos dorados que brillaran con luz propia.
Recuerdo levantarme y mirar por la ventana. Allá a lo lejos entre los árboles vislumbré una cálida luz, con una silueta humana. Esta se acercaba lentamente hacia la casa. Al principio tuve miedo, pero después me maravillé. Tal y como contó mi abuela, un chico de cabelleras doradas y una mirada cálida saludó hacia mi ventana. Se elevó y gracias a que abrí esta, el chico entró a mi cuarto. Parecía más grande que yo, pero su mirada tranquilizaba. Me sonrió y señaló mi cama. Lentamente caminé a esta y me acosté. El chico de ojos dorados me arropó y besó mi frente. Cerré mis ojos y caí dormida en un cálido sueño.
Al otro día me desperté con la ventana abierta y con mi cama llena de aquel polvillo dorado esparcido en esta. Era del Sol que me había visitado por la noche, regalándome un dulce sueño.
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