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Capítulo 03

Dylan era un niño cuando sus padres tomaron la decisión de alejarlo, aquella petición fue más que suficiente para que quisiera dejar atrás cualquier muestra de felicidad. Su abuelo trataba de darle consuelo con historias sobre el destino y la filosofía, al principio, le daba igual los intentos cursis del señor, hasta que poco a poco, sin percatarse, esperaba con ansias cada merienda solo para escuchar los relatos mágicos que lo abrigaban.

Era como una sábana capaz de protegerlo de la maldad que existe en el mundo.

La historia favorita del infante era una que él apodó:

"De las ruinas se levantan multitudes"

No la entendía muy bien, pero le pareció curioso escuchar que de la destrucción puede salir algo hermoso.

A lo mejor era por el caos que existía en su hogar.

Su madre estaba luchando contra el cáncer y su papá cada día pasaba menos tiempo en casa. Por eso se mudó con su abuelo, él no vivía muy lejos, cuando mucho estaba a una cuadra de distancia, sin embargo, no podía evitar sentirse abandonado. Casi que fue desechado a su suerte. Hoy era su cumpleaños y ni una llamada recibió.

Dylan se puso de pie.

Incapaz de permanecer más tiempo sentado dio unos pasos hasta la ventana, se asomó sin mirar realmente, se dio la vuelta, y ante la cara afligida que lo contemplaba, no pudo soportarlo más.

—No le importo a mis papás —soltó en un sollozo.

—No digas eso, campeón. Tus padres te aman —el señor lo acurrucó entre sus brazos —. Tu mamá se enfermó y tu papá trata de asimilarlo —inclinó la cabeza, y curvó su boca dibujando un gesto que mezclaba tristeza y cansancio.

El niño no paraba de chillar y de repetir que nadie lo quería:

—Abuelito, me siento solo. Sé qué mami está enferma, pero yo quiero estar con ella. Yo sé que la puedo curar.

—Ay, cariño, las cosas no son tan fáciles —murmuró, en una voz tenue —. No llores más. Vamos a hornear una torta de cumpleaños.

—Pensé que la íbamos a comprar.

—Es mejor cuando uno mismo la prepara —le sonrió.

—Pero, abuelito, ¿cocinar no es para mujeres?

El señor se rió, buscó un pañuelo y se lo tendió.

—¿Quién te dijo algo tan bobo?

—En casa mi mamá cocinaba. El deber de mi papá es trabajar, así que él llega a dormir.

—Yo siempre te preparo la comida, mijo.

—Es diferente, tú vives solo y no tienes opción —argumentó.

—Hijo, escucha bien lo que te voy a decir. No dejes que nadie te diga que es lo que tienes que hacer. Tener conocimientos es bueno, un gran ser humano es el que no le importa seguir conductas equivocadas porque ya sabe que es lo correcto.

—¿Cómo puedo saber qué es lo correcto? —con semejante declaración Dylan estaba intrigado.

—Escucha a tu corazón.

—Si es tan fácil, ¿por qué entonces la gente es mala?

—¿Te digo un secreto?

El niño asintió, temeroso.

—La mayoría de los adultos prefieren ignorar su voz interior porque le es más cómodo seguir su vida de esa manera. Es muy sencillo caer en ese error cuando todos hacemos lo mismo —se alejó del pelinegro, y se fue a la barra para lanzarle un delantal amarillo —. ¿Te parece justo que solo las mujeres puedan cocinar?

El niño arrugó la cara al darse cuenta de otro detalle.

—¿Cuál es la diferencia entre un hombre y una mujer?

—Exacto —sonrió, demostrando su punto —. No hay ninguna diferencia, lo que pasa es que nos gusta marcar reglas estúpidas que son imposibles de cumplir. Cada uno de nosotros es distinto. Así que no podemos pretender que todos sigamos las mismas estructuras.

—¿Qué significa estructura? —dijo, mientras sacaba los implementos de la torta.

—Una palabra que se usa para la construcción y que no debería existir para los seres humanos. Nosotros no somos objetos, somos mucho más complejos.

—Ohhh —masculló, no entendía la mitad de lo que decía, pero sonaba muy intelectual. Él lo único que sabía era que quería una rica torta de chocolate, y que si lo ayudaba más rápido iban a terminar.

El moreno le pasaba los utensilios y leía recetas con entusiasmo, hasta que se acordó de la primera vez que llegó a esta casa. Fue hace unos meses, pero el infante aún rememoraba en su cabeza el día que entró con sus maletas por el pasillo.

Él no paró de llorar esa noche. Él sentía que sus padres lo estaban botando como basura.

Su abuelo apareció en el marco de la puerta y le dijo:

—Todo es temporal, te prometo que vas a volver pronto a tu casa.

Él se quitó las piernas de la cara y se sobó sus ojos rojos.

—No estés triste —sacó su maleta y lo ayudó a doblar la ropa —. Te voy a contar una historia que me animó.

—Ya estoy grande para los cuentos.

—Nunca somos lo suficientemente grandes, mijo.

—Bueno, cuéntame, pero que no sea de princesas.

Él estiró la comisura de sus labios y le mostró con sus arrugados dedos un libro.

—Mira el párrafo tan interesante que subrayé —dijo, entusiasmado —: "la naturaleza está hecha de muchas piezas minúsculas invisibles para el ojo. Todo puede dividirse en algo todavía más pequeño, pero incluso en las piezas más pequeñas, hay algo de todo."

—¿Qué significa?

—Es un escrito del filósofo Anaxágoras, él pensaba que el mundo estaba compuesto por pequeños organismos.

—Como los átomos —adivinó. No podía asegurar si estaba en lo correcto, él repitió lo que escuchó en un programa de televisión.

—Exacto, aunque en esa época no se llamaban así —hizo un breve silencio para después reírse con ironía —. Al filósofo lo acusaron de ateo y tuvo que marcharse de Atenas. No le fue bien con esas ideas.

—Es muy interesante, pero ¿Qué tiene que ver con lo que estamos hablando? —preguntó, se confundió más con los delirios de su abuelo.

—Fácil, te explico. Para mí es obvio que la teoría de Anaxágoras no está equivocada y con el pasar de los años se demostró que es así. El asunto es que creo que él quería decir mucho más.

—¿Cómo qué?

—No importa que tan insignificante se vea una persona siempre es el conjunto de algo mucho más grande y ella misma es igual de grande porque es parte de ese algo. Todo en este mundo es importante hasta lo más minúsculo, hasta las mismas personas que parecen destruidas. Te preguntarás por qué te digo esto. Quiero que te des cuenta de que a pesar de que una teoría es muy científica, también puede tener un tanto de misticismo. No hay que pelearnos con la razón, los sentidos y lo lógico. Es posible que vayan de la mano. Me atrevería a decir que los dos se complementan. ¿Tú qué crees?

—No lo sé, nunca he sido muy inteligente —confesó, Dylan.

—Inténtalo.

—Bueno, lo que entendí es que todo es relevante —dijo, dudoso —. No entendí muy bien lo de la lógica y lo místico. ¿Cómo dos acciones tan diferentes se pueden complementar?

—Fácil, nada surge si no tiene su contrario. Es como cuando de la oscuridad nace la luz. Siempre nos quejamos de la parte mala, pero se nos olvida que es igual de significativa para llegar a donde queremos —hizo una breve pausa —. De las ruinas se levantan varios edificios.

«De las ruinas se levantan varios edificios» reprodujo su inconsciente.

La frase resonó en la cabeza de Dylan durante días; constantemente embocaba esa noche, le resultaba muy bonita la historia, pero aún no le encontraba la relación con su situación ni porque ese cuento podía hacerlo sentir mejor.

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