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"¡El bebé de la mañana!"

Capítulo 12.

Al cabo de unos quince minutos, esperando inquieta y caminando de un lado a otro, tocaron la puerta y fuí casi corriendo a abrirla.

—¡Al fin! —dejé salir con emoción, ellas se asustaron por mi entusiasmo y entraron confundidas.

—Nunca habías estado tan feliz de vernos —bufó Carolina.

—Probablemente sea porque acaba de ir a traer su uniforme de trabajo. Que suerte que hayas conseguido un puesto incluso antes de graduarte —dijo Diana mirándome con ojos melancólicos.

Caminé detrás de ellas, con mis manos enlazadas atrás de mi espalda, mordiendo mi labio inferior y mirando expectante su recorrido.
Llegamos a la sala y Javi se había quedado dormido en el sofá, casi a la orilla y por un momento pensé en apresurarme a ponerlo a salvo, pero antes, necesitaba ver la reacción de las chicas cuando vieran a un bebé en la casa de su amiga soltera.

Se pararon al medio y miraron a todos lados, dándole la espalda al bebé y mirándome a mí.

—¿Y bien? ¿Dónde está el uniforme? —preguntó Carolina alzando sus cejas.

—Si, si. Quiero sentir el olor a hospital. Anda, queremos apreciar esa belleza —le siguió Diana subiendo y bajando sus hombros.

Las dos tenían una gran sonrisa plasmada en sus rostros, ningún atisbo de desconcierto o terror. Nada de nada, eché mi cabeza hacia atrás y dejé salir un resoplido. Sentí que estaba volviendo al principio, donde yo era la única que veía al bebé, por lo tanto estaba alucinando y tenía que recibir ayuda de un psiquiatra.

Hasta llegué a la conclusión de que lo que había pasado en la mañana había sido nada más y nada menos que un producto de mi imaginación, desesperada por afirmar mi cordura.

—¿Elisa?

—¡Ah si, ya voy! —dije sonando más animada de lo que debería, quería ocultar a toda costa lo que me estaba pasando.

Pero las palabras "bebé", "alucinación" y "locura" se repetían una y otra y otra vez en mi mente, formando un bucle infinito que no me permitía estar tranquila ni en los momentos más mínimos de felicidad que se presentaran en mi vida.

Las llevé al cuarto y se sentaron en la cama para esperar que yo saliera a modelar el aclamado uniforme real de una enfermera.

Me medí las prendas —una camisa blanca y con un par de detalles azules y una falda de lápiz, completamente blanca— y me mire al espejo una y otra vez, me sentía más desesperada que nunca pero saqué la poca fortaleza que me quedaba para no desmoronarme en ese momento y salí para que las chicas dieran sus opiniones.

—¡Mi trasero se ve flácido! —me quejé mientras giraba mi cuello para ver esa parte.

—Se ve bien, confía en nosotras —habló Diana, con mucha picardía.

—¡No se ve bien! —sacudí mis hombros e hice un puchero—. Ya vuelvo.

Entré de nuevo y saqué un par de cosas para solucionar ese problema, me tarde alrededor de diez minutos y las chicas ya me estaban llamando desesperadas.

Salí y se quedaron estupefactas al verme.

—¿En serio hiciste la falda más corta? —me preguntó Carolina levantándose de su asiento y chequeando mi uniforme.

—Ay, solo fue un poquito —hice un gesto con la mano para restarle importancia.

—Si, un poquito y suficiente para que se te vea la pucha —exageró Diana, mientras se reía acostada en la cama.

—Si me regañan les diré que soy muy alta y por eso se ve así.

—Tu metro sesenta dice lo contrario —se burló Carolina y la empujé, cayó encima de Diana y las dos empezaron a reír a carcajadas.

—Las odio —dije entrecerrando los ojos en ellas.

—Nosotras también te amamos —contestaron en tono burlesco.

—Bueno, tengo que liberar a un demonio, ¿Se quedarán o tienen algo que hacer? —pregunté poniendo mis manos en mis caderas, esperando que dijeran que se irían.

—Que asco, tú haz tus cosas tranquila. De todos modos teníamos que pasar por el supermercado, nos hemos quedado sin comida —anunció Carolina levantándose y siendo seguida por su novia.

—Está bien, entonces las veo luego —las despedí y ellas se marcharon sonrientes sin sospechar nada.

Me quité el uniforme para quedarme en la comodidad de mi ropa interior y abrí mi laptop para empezar a buscar.

|||||

Nathan Flores.

Luego de pasar esa vergüenza frente a mi vecina entré a mi apartamento y tiré la puerta fuertemente sin querer. Escuché como se reía afuera y aventé el boxer de Superman lejos de mi vista.

—Cariño, ¿A qué hora vendrás? —preguntó mamá en una llama telefónica, su voz haciendo eco por la mala señal del lugar donde se encontraba, la cabaña que ella y su hermano heredaron de sus padres.

—Mamá, saldré ahora y el viaje dura alrededor de dos horas y media, llegaré al mediodía —respondí un poco agitado guardando cosas en mi mochila.

Mi madre Ana Vélez, hermosa dama de aspecto refinado y personalidad completamente opuesta a su apariencia —como se dice de mí— siempre celebra el cumpleaños de su hermano mayor, Walter, en la cabaña que pertenecía a mi abuelo Robert Vélez, que está situada al frente de un maravilloso y pacífico lago. Es más una tradición familiar que una celebración, todos los años mi madre es muy puntual, siempre se va tres horas antes que todos para hacer los preparativos y decorar el lugar.

Los que asisten son mi tío (por supuesto), Lucía, su esposa y su hijo Alan, de trece años y una rebeldía provocada por su desastrosa etapa de adolescencia. Mi padre, Lucas Flores, hombre alegre de cuarenta y seis años con aspecto varonil y a la vez caprichoso, pero personalidad extrovertida y cálido de corazón.

Al parecer, tener una personalidad completamente opuesta a nuestra apariencia es una cosa de familia.

¡Ah! También asisten María Alvarado y sus hijos, Sofía de veinte años que es una chica super animada y atrevida y su hermano Adrián de dieciocho, con el cual comparto el sentimiento de incomodidad durante todo el bullicio de esas reuniones. Viven cerca de la cabaña y María era una amiga muy unida de mi madre y de mi tío desde que ellos tienen memoria, son vecinos agradables que complementan nuestra tradición familiar, aún sin compartir un lazo sanguíneo.

Detuve al primer taxi que ví luego de salir corriendo del apartamento, no podía llegar tarde o a mamá le daría una crisis. Durante el trayecto del viaje apoyé mi mentón en mi mano mientras miraba por la ventana y pensaba en muchas cosas. Entre ellas, el mensaje que recibí esta mañana de Ángela, la mejor amiga de Melany, diciéndome que mi ex novia estaba enferma y que me necesitaba.

Que no quería ver a nadie más que a mí y por eso estaba preocupada.

Ignoré eso, ya que creí que era simplemente un chantaje pero empezaba a sentirme inquieto, ¿Y si era verdad? No podría perdonarme que le pasara algo por no creer en sus palabras. Pero esas preocupaciones fueron reemplazadas por la duda. ¿Mi vecina era niñera? O sino, ¿De quien era ese niño?

Cualquiera podría saltar a la conclusión de que es hijo suyo, puesto que tiene un ligero parecido a su delicado rostro.

Me coloqué los audífonos y escuché a Hozier durante lo que restaba del camino, eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos, necesitaba relajarme un poco. La brisa fresca y pura del lugar al que íbamos seguramente me ayudaría.

|||||

Sentí que el taxi se detuvo cuando el auto hizo un movimiento de adelante hacia atrás —ese que hacen cuando pasas por una zona rural—, abrí los ojos para ver al conductor haciéndome señas para anunciar que habíamos llegado.

—Ah, disculpe —retiré los dispositivos de mis oídos y saqué el dinero de la billetera para dárselo.

—No tengo el cambio —mencionó un poco apenado.

—No se preocupe por eso —le dije despreocupado mientras cogía mi mochila para salir del auto, el me sonrió y se puso en marcha dejando una nube de polvo detrás de él.

Luego de quince minutos de caminata, al fin pude divisar la cabaña a unos cuantos metros de mí, también apareció en mi campo de visión una mujer de cabello rubio que se veía exasperada mientras colocaba un par de globos en la entrada.

—¡Bu! —se dió la vuelta sobresaltada y cuando  me miró dejó salir un suspiro y a la vez me reprochó con la mirada.

—¡Niño! Creí que no llegarías nunca —exclamó y me quitó la mochila para dejarla en la extensa mesa de madera que estaba frente a la cabaña.

—Bueno, siéntate y relájate. Solo esperaremos a que lleguen los invitados y el cumpleañero —me indicó con una gran sonrisa luego de secar el sudor de su frente.

—¿No necesitas ayuda?

—Si, para asesinar a tu padre porque le dije hace media hora que tenía que apresurarse con el bendito pastel y aún no está aquí —entrecerró los ojos y vió hacia el frente— ¡Mira, allá vienen los vecinos y también tu tío!

—Ay mamá, cálmate —puse mis manos en sus hombros—. Recuerda que en esta reunión, siempre llega antes el cumpleañero que el pastel.

—Es cierto, a tu padre siempre le cuesta comprar un pastel. Es un inútil...mi adorado inútil —suspiró enamorada cambiando su semblante al ver a papá caminando a pasos rápidos con una caja colgando en su mano.

Todos se aproximaron hacia donde estábamos parados y nos saludamos. Sofía, una vez más como siempre lo hace desde hace cinco años, me saludó dando un beso en la comisura de mis labios. Me aparté de ella tratando de no hacer notoria mi incomodidad y mordió su labio inferior luego de mostrarme un guiño.

—Es una bruta, nunca entenderá que no le gustas —bufó Adrián y chocamos los puños—, cuídate, porque esa soberbia no descansará hasta que te fijes en ella.

—No sé que hacer, creo que le he demostrado que no estoy interesado en ella y que la respeto mucho como persona y como amiga —susurré luego de mirar por el rabillo del ojo a Sofía, que no despegaba su mirada de mí.

—¡Hey! —exclamó mi tío Walter extendiendo sus brazos y dejando ver su radiante dentadura—, ¡Nathan, hijo!

—¡Tío Plata! —saludé feliz al verlo y caminé en su encuentro para darnos un abrazo fraternal.

Cuando estaba pequeño me asombró que tuviese un diente de plata, y él me dijo que a medida que las personas crecían sus dientes se iban transformando en plata hasta que terminaban por ser de oro. Y como todo un niño ingenuo, le creí y desde ese momento su apodo es "Tío Plata"

—¿Donde esta mi regalo? —preguntó en voz baja, tratando de no ser escuchado por mi mamá.

—A pesar de mi poca experiencia con las bebidas, escogí un vino tinto que me dijeron era muy antiguo, supuse que te gustaría —señalé la mochila en la mesa y compartimos una sonrisa de complicidad.

Saludé a Lucía y choqué mis nudillos contra los de mi primo. Papá venía por último, su altura no le permitía ser tan rápido como el hubiese querido, me miró y articule: "Mamá está enojada"
Su reacción me hizo mucha gracia, llegó hasta donde ella y mamá pellizcó su brazo luego de regañarlo con la mirada.

Todos nos sentamos en la mesa y tuvimos un maravilloso banquete preparado por mamá: sopa de res y refrescos naturales con un par de bocadillos dulces como postre. Luego de comer llegó el momento de hacer bromas o contar historias de nuestra vida cotidiana. Había mucho ruido, risas y todos hablando casi al mismo tiempo, Adrián, al otro lado de la mesa y yo compartimos una mirada y sonrisa burlesca al ser los únicos callados entre tantas personas moviendo sus bocas animadas.

Tomé mi vaso con refresco y me levanté para ir a tomar un poco de aire frente al lago, todos estaban tan absortos en la historia que contaba mi tío, que nadie se dió cuenta de mi ausencia...excepto Sofía, que me siguió y tomó mi mano con sigilo, casi le tiro el líquido encima por el susto que me dió.

—So-Sofía —exclamé nervioso al verla junto a mí.

—Na-Nathan —se burló ella y dejó escapar una risita—, ¿Qué haces aquí solo?

—Creo que me dará indigestión —me solté disimuladamente de su agarre.

—Ay, ¿Estás enfermo, entonces? —preguntó haciendo su voz más aguda y se tiró para darme un abrazo, tuve que extender los brazos para no dejar caer mi preciado refresco mientras ella me hacía sentir sofocado por sus brazos rodeando mi cuello y su cuerpo peligrosamente pegado al mío.

—¡Sofía! —traté de apartarme sin usar mis manos, pero ella no escuchaba.

—Yo sé que te gusta —dijo con voz seductora.

—Shh, shh. Ven aquí, niña tarada —escuché la voz de mi salvador, seguido de una mano que jaló el cuello de la camisa de Sofía para dejarme libre.

—¡Adrián! —gritó ella furiosa con sus puños apretados a sus costados —. ¡Deja de interrumpir!

—¿Interrumpir qué? ¿A ti perdiendo tu dignidad? —inquirió él, alzando una ceja y burlándose de ella.

—Eres un grosero —dió un golpe en su pecho y se fue luego de mirarme con molestia.

—¡Y tú una zorra! —replicó él, a lo que la chica respondió mostrando su dedo medio.

—Oye, es tu hermana —le dije un poco aturdido.

—Y si no la detengo, posiblemente sea tu acosadora —bufó y no pude evitar sonreír.

—¿Y qué es de tu vida? —pregunté luego de dar un sorbo a mi bebida y al instante sentí a mi estómago retorcerse.

—Bien, estoy planeando mudarme a la ciudad —chasqueó la lengua—, es díficil viajar dos horas cada día de la semana para estar a tiempo en la universidad.

—¿Ya tienes un lugar al que ir?

—Aún no. Ni siquiera he mencionado el tema frente a mamá, no se como va a reaccionar.

Nos quedamos en silencio un momento, mientras contemplabamos el lago frente a nosotros.

—¿En realidad vas a mudarte?

—Si, estoy seguro, es lo mejor. Mamá tendrá que aceptarlo, después de todo es lo mejor para mí —mencionó y nos volteamos para ver a su madre, que se partía de risa después de decir algo.

—Entonces...puedes quedarte conmigo mientras encuentres un lugar para ti —ofrecí y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡¿En serio?! ¡Muchas gracias! —exclamó emocionado y me dió un corto abrazo.

—No es un lugar muy grande —pronuncié contagiado de su alegría—, pero es un apartamento decente.

La molestia en mi estómago empezaba a hacerse cada vez más grande, lo presioné un poco con mi mano y arrugue la nariz al sentir un leve dolor.

Adrián y yo volvimos para sentarnos con todos y mi mamá al instante notó que no me sentía a gusto. Se levantó para acercarse a mí y susurró en mi oído:

—Hijo, ¿Estás bien?

—Creo que tengo indigestión —pronuncié con voz forzosa.

—¡No puede ser! —exclamó llamando la atención de todos— ¡Te dije que no comieras tan rápido!

—¿Qué pasa, querido? —preguntó mi padre, preocupado.

—No es nada grave, tengo indigestión.

Y todos, como si hubiese anunciado que venía e apocalipsis, se espantaron y empezaron a movilizarse para buscar una pastilla en la cabaña.

—¡No se preocupen! —dije apenado mientras me levantaba, todos me miraron y yo tomé mi mochila para ponerla en mi espalda— me iré antes, necesito descansar un poco.

—Quédate, puedes sentirte peor en el camino —habló Lucía acercándose a mí.

—No se preocupen, puedo soportarlo, no es un dolor tan severo —entré a la cabaña para anunciar mi partida y todos se negaron a que me fuera en ese estado—. En serio no es tan grave, y creo que me sentiré mejor si me acuesto un rato.

—No creo que debas irte así —se opuso mi madre.

—Dejalo ir, es su cuerpo y él sabe lo que siente. Solo promete que no morirás en el camino —dijo papá divertido para aliviar la tensión.

—Palabra de hombre —respondí mostrando mi palma derecha y todos rieron un poco inseguros.

Esperé por el taxi que llamó mi tío Walter y me subí al automóvil casi golpeando mi cabeza por lo bajo del techo, le indique al chófer el lugar al que nos dirigíamos y empezó a andar, apreté mis ojos, un poco abrumado por la intensidad del dolor que iba aumentando cada vez más.

Llegamos un poco antes del tiempo estimado del viaje, ya que el conductor tomó una ruta que hacía el camino un poco más corto. Me dejó frente al apartamento y le hice una llamada a mamá para anunciarle que ya estaba en la ciudad y que no tenía de que preocuparse, al colgar la  luego de escuchar sus indicaciones "¡Toma una pastilla, acuéstate un rato y no uses el teléfono!", me dispuse a subir las gradas.

Sentía un tirón en mi estómago con cada paso que daba, pero al llegar al último escalón me detuve de golpe...una espesa nube de humo negro se asomaba por debajo de la puerta de mi vecina, rápidamente inundó mi nariz y provocó mi tos.

Me acerqué a la puerta preocupado y al otro lado solo escuché un par de murmullos y luego a un bebé llorando.

¡El bebé de la mañana! recordé y empecé a tocar la puerta como un loco mientras llamaba a mi vecina, sin obtener respuesta de su parte.

¿Qué rayos está pasando?

¡Hola!

Espero que todos se encuentren de maravilla, les agradezco mucho por el apoyo que le dan a esta historia. Me motivan a seguir y hacerlo mejor.

Por tanto, espero que este capítulo sea de su agrado, gracias una vez más. Los aguacate ❤️

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